domingo, 14 de febrero de 2021

«Jesús no excluye a nadie»... Un pequeño pensamiento para hoy


La curación del leproso que nos narra el evangelio de hoy (Mc 1,40-45), es contada por los tres sinópticos (Ver Mt 8,2-4; Lc 5,12-16). Es uno de los primeros milagros que realiza Jesús y el evangelista nos muestra que Jesús empieza por sentir piedad ante el sufrimiento que encuentra a su paso (Mc 1,41). Esa «emoción» y esa «compasión» que describe san Marcos, son importantes por cuanto en Cristo el amor poderoso y curativo de Dios pasa a través de esos sentimientos humanos. Cristo quiere humanamente la curación de los enfermos que encuentra a su paso, y sin ese deseo no habría habido milagros. Por eso Cristo tiene conciencia de que el amor a sus hermanos es el canal del amor de Dios hacia los hombres. Jesús, diríamos, es todavía novicio en el empleo de su carisma de taumaturgo. Presiona al enfermo curado para que guarde silencio y le insiste, sobre todo, en que no prescinda de los exámenes legales (Lev 13-14). Finalmente, esquiva en lo posible la admiración de la multitud que podría entender mal sus milagros (Mc 1,45). Se advertirá igualmente que Cristo no reclama la fe del peticionario, tal como hará más adelante en la mayoría de los casos. Está realmente descubriendo el poder divino que hay en él y busca las condiciones más apropiadas para ejercerlo.

Jesucristo, en este relato, nos muestra que él no excluye a nadie. Pero también nos enseña que no deja el mundo igual. Cristo ama a cada hombre —a cada pecador, a cada leproso— y por ello no se desentiende de su mal, de su lepra, sino que la cura. Es decir, lucha contra el mal, porque ama al hombre, a cada hombre, a cada pecador —dicho de otra manera, ama a cada hombre y por ello quiere salvarle, liberarle, curarle—. Él comprende, comparte, no juzga, ayuda a todo hombre que se le acerque, por más «pecador» —leproso— que parezca, sabiendo que todos compartimos la realidad de mal, de pecado. Dice el Evangelio que salía de Jesús un poder que curaba a todos. Pero para ser curados se necesita algo muy importante: La Fe. La confianza del leproso, según se nos muestra, es extraordinaria: «Si quieres, puedes curarme» dice. Es la fe de la cananea, del centurión, del padre del epiléptico. Jesús se siente siempre conmovido por esta fe. Basta esa fe para un diálogo tan breve y tan intenso. Dos palabras para revelar la fe del leproso, una palabra para señalar el efecto de esta fe: —Si quieres, puedes. —Quiero.

La petición del leproso encierra todo un deseo vital. Él le pide Señor que quede limpio. Y quedar limpio para aquel hombre no era sólo quedar sin enfermedad sino tener la posibilidad de reinsertarse en la vida civil. Volver a ser un hombre normal que pudiera hablar con sus semejantes sin tener que gritarles desde lejos porque era impuro; un hombre que pudiera volver a comer a la mesa con los suyos sin necesidad de consumir su pobre comida a la vera de un camino abandonado. Para aquel hombre, quedar limpio era cierta y verdaderamente volver a la vida. Comprendemos perfectamente su ruego y nos alegramos muchísimo de que Jesús accediera al mismo. Cuando se desea algo tan intensamente como lo deseaba el leproso se pide a aquél que puede concederlo con la misma espontaneidad con que lo hizo el leproso del evangelio. Y nosotros, aquí y ahora, ¿qué pedimos a Dios? ¿Qué pide a Dios en sus oraciones el discípulo–misionero de hoy? Ante el Evangelio de hoy parece fundamental que repitamos insistentemente como el leproso: «Si tu quieres, puedes curarme». Que María santísima, la toda pura, nos ayude intercediendo por nosotros. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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