viernes, 5 de febrero de 2021

«Cargar la cruz de cada día y seguir a Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy en primer lugar quisiera recordar a todos que yo escribo desde Monterrey en México, y digo esto porque hoy en el país se celebra la Fiesta de San Felipe de Jesús y por esta razón el Evangelio da un salto y deja la continuidad de estos días en San Marcos, para centrarse en el relato de san Lucas 9,23-26 que nos habla de tomar la cruz de cada día. El contexto en el que esta fiesta se celebra en este año es definitivamente la cuestión de la pandemia, una calamidad que afecta no solamente a México sino al mundo entero y una situación que habla de dolor, de pena, de cruz que nos llama a seguir adelante abrazando la cruz de cada día. San Felipe de Jesús, nació en Ciudad de México en 1572, murió martirizado en las afueras de Nagasaki (Japón) en 1597, fue beatificado en 1627 y canonizado en 1862. Por eso, como fue mártir y de hecho murió crucificado junto con otros mártires, la lectura del Evangelio se centra en el tema de tomar la cruz de cada día para seguir a Jesús. San Felipe es el primer santo mexicano, cuya figura espiritual es un modelo de seguimiento de Cristo que permanece actual y que debemos proponer con firmeza en los trabajos de la Nueva Evangelización.

Seguir el estilo cristiano es recorrer el mismo camino de Jesús que da la vida. Es el camino que quiso seguir San Felipe como todos los mártires. En nuestro tiempo necesitamos redescubrir este camino de tomar la Cruz que nos lleve al encuentro con Cristo, que nos llene de alegría y entusiasmo y nos haga testigos de Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud. El Señor permitió que Felipe de las Casas viviera su martirio, desde el naufragio hasta su crucifixión en Japón. Sabía que llevaba ese tesoro de la fe en vasija de barro y suplicaba a Dios la fuerza para mantenerse firme al recibir en su cuerpo el dolor y la muerte como su Señor. Sabía que Aquel que resucitó a Jesús lo resucitaría a él y a sus compañeros mártires junto con Jesús (Cfr. 2 Cor 4,7-15). Solo así se puede entender el testimonio de su martirio en el que con inmensa paz y gozo espiritual cantaban, oraban y hacían exhorto a los verdugos y a la gente que les miraba morir para que se convirtieran a la fe verdadera. Aquí, ante el testimonio de San Felipe viene una pregunta: ¿Estamos decididos a permanecer fieles al Evangelio y a pagar el precio necesario para ser amigos de Jesús? No basta creer que Cristo es Dios, debemos seguirle por el mismo camino que Él recorrió, es decir por el de la cruz. Para ello, es necesario estar desprendidos de nosotros mismos, de todo lo que poseemos y somos, incluso de las cualidades personales, de la salud, de los éxitos, etc. Sólo viviendo al estilo de Jesús daremos testimonio de la fuerza de la cruz y del amor.

El Evangelio de hoy nos hace pensar no solamente en el martirio de sangre, como el de San Felipe que murió crucificado, también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un «perder la vida» por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio, siendo mártires del diario vivir, mártires de la cotidianidad, sobre todo en momentos tan duros y difíciles como los que ahora atraviesa la humanidad. Por último, en esta reflexión, quisiera recordar que entre otras de las encomiendas que tiene san Felipe de Jesús, es que es patrono de la juventud mexicana y por eso, animados por el ejemplo de San Felipe de Jesús que dio testimonio de su fe hasta el extremo, les invito a poner nuestro ser y quehacer como discípulos–misioneros de Cristo y de manera especial poner a los jóvenes de la Nación Mexicana ante Dios para que descubran en San Felipe, un modelo de conversión, un intercesor eficaz que les lleve al encuentro vivificante con el Señor. Que la santísima Virgen, modelo de Evangelización perfectamente inculturada no solo en México como Guadalupana sino en el mundo entero en sus diversas advocaciones, nos alcance un nuevo impulso evangelizador y nos conceda un florecimiento de vocaciones misioneras, tanto de laicos como de consagrados. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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