Jesús quiere que a aquellas gentes les quede clara la idea de que la fuente principal del Reino es el interior del ser humano, su corazón, su conciencia, su voluntad, la adhesión profunda a su proyecto, lo que hoy llamaríamos «nuestra opción fundamental y determinante». Nada externo a ésta puede pervertir al ser humano. Si está sano en su juicio, si sus valores son los del Reino de Dios verá el mundo desde esa perspectiva y así actuará. Tal vez flaquee, se sienta cansado, temeroso, pero su corazón no le permitirá actuar contra sus principios. Estando puro el interior la impureza exterior no tendrá cabida. En su caminar Jesús se encontraba con hombres y mujeres que les tocaba vivir en medios donde la perversión, la avaricia y otros pecados los rodeaban —como sucede ahora también—; pero como su conciencia no estaba impura, Jesús pudo construir con ellos espacios nuevos. Al tocar con sus palabras los corazones de estas personas hallaba respuesta, porque tenían en su interior los valores del Reino, soñaban con ellos A pesar del camino que les tocó vivir, su corazón permanecía sano.
Lo externo puede ser dañino, pero no dañara al ser humano si se tiene una conciencia capaz de transformar lo impuro en puro, capaz de darle otro sentido a lo que lo aleja de Dios para usarlo como elemento de acercamiento. La cuestión está en saber qué está mal o no en el corazón, para ser realmente felices y actuar con la convicción de estar haciendo siempre el bien. Se puede hacer siempre el bien, evitando aquello que se sabe que está mal y que puede dañar y dejar una marca para toda la vida: la infelicidad. Porque ciertamente, con ninguna de esas cosas malas que dice Jesús que salen del corazón, se puede ser feliz, pero si en el corazón se cultivan los valores del Reino entonces llega la bienaventuranza. Nos viene bien recordar ahora que en otra ocasión dijo Jesús: «De la boca sale lo que abunda en el corazón» (Mt 15,18; Lc 6,45) y además: «El árbol bueno no puede dar frutos malos» (Mt 7,18). Con esta instrucción del día de hoy, el Señor no solo declara lícitos todos los alimentos, sino que nos previne del tipo de alimentos que verdaderamente pueden dañar al hombre y son aquello con los que alimentamos nuestro corazón —es decir nuestra imaginación, pensamiento, memoria, sentimientos—. Por ello tengamos cuidado del tipo de espectáculos, revistas y programas de televisión, páginas de Internet y aplicaciones que vemos, de nuestras conversaciones, etc.. Sería bueno que hoy nos preguntásemos qué tipo de alimentos estamos dejando entrar en nuestro corazón. Que María santísima nos ayude a elegir lo mejor. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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