La comunidad eclesial, desde estos inicios, recibió el encargo de Jesús de que, a la vez que anunciaba la Buena Noticia de la salvación, curara a los enfermos. Así lo hicieron los discípulos ya desde sus primeras salidas apostólicas en tiempos de Jesús: predicaban y curaban. La Iglesia hace dos mil años que evangeliza este mundo y le predica la reconciliación con Dios y, como hacia Jesús. todo ello lo manifiesta de un modo concreto también cuidando de los enfermos y los marginados. Esta servicialidad concreta ha hecho siempre creíble su evangelización, que es su misión fundamental. Pero así como mucha gente de las diferentes comunidades a las cuales asistía Jesús a predicar no descubrían en el milagro su sentido liberador, y se quedaban sólo con el milagro exterior, y con el Jesús milagrero, así sucede a muchos en la época actual que buscan a Jesús solamente para una curación externa olvidándose de la salud espiritual. Como muchos de aquellos que seguían a Jesús, no son capaces de «leer» otros aspectos en estos «signos», y los asocian más con la magia, con las curaciones «parciales» fáciles y milagreras que con la difícil transformación integral de la persona y de la sociedad, es decir, con la llegada del Reino con el que Él sueña.
Jesús no está haciendo milagros para exhibirse, ni para poner parches o pequeños remedios a nuestras deficiencias de salud... Eso, con ser muy importante, no es lo más importante. Jesús no pierde nunca de vista eso que es «lo más importante», y hasta «lo único necesario». Sus milagros son a la vez siempre «signos» de la gran transformación, de la venida del Reino. Que importante es para nosotros este punto, porque si no se llega a entender el verdadero fondo de la sanación que se efectúa en el milagro, Jesús puede quedar sólo como uno de tantos curanderos que ofrecen únicamente sanaciones físicas. Hoy día, en nuestra situación, donde la salud está tan afectada por la terrible pandemia que vivimos, no debemos de buscar o promover al Jesús milagrero, sino al Señor que, aún en medio de la enfermedad y del dolor que esta calamidad causa a la humanidad, nos invita a construir el Reino y a encontrarnos con el Hijo de Dios que viene a traernos la curación integral. Que la mirada serena de María, Nuestra Señora de la Salud, nos recuerde el Magnificat: «Su Misericordia llega a sus fieles de generación en generación» y tenga compasión de nosotros para que alcancemos la salvación integral. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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