miércoles, 3 de febrero de 2021

«Nadie es profeta en su tierra»... Un pequeño pensamiento para hoy


La lectura del Evangelio de hoy (Mc 6,16) nos deja en claro que Jesús no tenía demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret, aquellos que lo habían visto en la vida ordinaria de cada día como el hijo el carpintero y de María. Sí, admiraban sus palabras y no dejaban de hablar de sus curaciones milagrosas, pero, hasta allí. No acertaban a dar el salto: si es el carpintero, «el hijo de María» y aquí tiene a sus hermanos, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? «Y desconfiaban de él». No llegaron a dar el paso a la fe: «Jesús se extrañó de su falta de fe». Tal vez si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político, más llamativo o escandaloso, le hubieran aceptado, porque al mundo siempre le llama la atención lo novedoso, lo que se sale de lo ordinario. La gente, en general, prefiere milagros y apariciones: mientras que Dios nos habla a través de las cosas de cada día y de las personas más humildes. Hay quienes dicen que los familiares más cercanos de Jesús querían sacar un cierto provecho de su fama y como seguía como hijo del carpintero no destacaba mucho y no ganaba la fama que ellos esperaban.

En este pasaje se cumple una vez más aquello de que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa el mismo Jesús: «todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa». Ayer recordamos que el anciano Simeón dijo a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción. Si no nos damos cuenta, a nosotros nos puede suceder igual que a los paisanos de Jesús en Nazaret. Él fue a predicar en su sinagoga y no le escucharon; no podían creer que «un hijo de allí de la cuadra», de los del barrio como Él, de quien conocían toda la parentela, pudiera tener algo importante que decirles, pudiera ser un enviado de Dios y pudiera hacer milagros en nombre de Dios. El refrán con que Jesús caracteriza la incredulidad de sus paisanos, bien puede aplicársenos a nosotros. ¿No estaremos acostumbrándonos al Evangelio que oímos cada día? ¿No nos pasan de lado las palabras de Jesús invitándonos a la solidaridad, al compromiso con los demás, al perdón, a la confianza en la bondad y en la providencia de Dios? ¿No juzgamos mal a quienes se toman en serio eso de ser cristianos, nos parece que exageran, que buscan protagonismo, que son imprudentes? 

La escena evangélica que pone Marcos hoy ante nuestros ojos no es una simple anécdota del pasado, de la vida de Jesús. Es una advertencia para que estemos siempre atentos a reconocer a Jesús, la novedad de su palabra, su presencia en los mejores cristianos de la comunidad que se afanan por servir a los demás, especialmente a los más pobres, a los enfermos, a los que están más solos, realizando nuevamente los milagros de la misericordia y de la acogida que realizaba Jesús. Igual que debemos reconocer a Jesús, hemos de aceptar la figura de la Virgen María tal como aparece en las páginas del Evangelio, mujer sencilla, mujer de pueblo, mujer sin milagros, mujer experta en el dolor, presente en los momentos más críticos y no en los gloriosos y espectaculares. La figura evangélica de la sencillez de Jesús en el núcleo de la Sagrada Familia es la más recia y la más cercana a nuestra vida, si la sabemos leer bien. El Señor nos pide más fe en Él para realizar cosas que superan nuestras posibilidades humanas. Los milagros manifiestan el poder de Dios y la necesidad que tenemos de Él en nuestra vida de cada día y se siguen dando, pero también se sigue viendo la sencillez de Jesús en los diferentes miembros que formamos la Iglesia. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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