Después de haber oído a los apóstoles sobre todo lo que enseñaron sobre el Reino a la gente que encontraban por el camino y también después de haber curado y expulsado los demonios como él se lo había encomendado, Jesús recomienda a sus discípulos descansar, después de esa agotadora jornada. Era necesario descansar, apartarse de la multitud y buscar un sitio tranquilo y despoblado (Mc 6, 31). Pero, como hemos visto, al llegar al lugar del descanso, el Señor se da cuenta de que lo ha seguido una gran cantidad de personas y es más... ¡hasta se les han adelantado! Entonces el evangelista, con términos muy tiernos, nos dice que Jesús no pierde la calma y nos presenta al Maestro compadecido de la multitud que anda como «ovejas sin pastor». Jesús asume el compromiso de pastor de su pueblo, y le enseña, lo orienta, lo guía y lo instruye con paciencia para que comience a dar cambios cualitativos que redunden en bien común. Dios siente compasión de su pueblo. Por eso en esa calma de Jesús para escuchar y para enseñar, el Padre manifiesta su amor y su compasión a aquella multitud que le seguía para recibir la vida que provenía de su palabra y de su forma de vivir.
Mucha gente, en nuestro mundo, vive también situaciones de desesperanza, de muerte y de desolación que le hacen sentirse como quien no tiene quién lo mire y le enseñe con misericordia. Nuestra gente necesita ser orientada y necesita escuchar Palabra de Dios, palabra que genere «vida abundante» y que dé alegría en medio de tanta dificultad, palabra que le devuelva la calma a su ser. Basta pensar en la pandemia que vive la humanidad y en tantas familias que en Jesús encuentran el consuelo ante los seres que han perdido o sus enfermos graves. Es interesante ver el detalle del relato evangélico que nos presenta al Maestro y a los apóstoles cansados, como es natural. Pero cuando, por fin, alcanzan la orilla confiando en desembarcar... Se encuentran allí con miles de personas que esperan hambrientas las enseñanzas de Jesús. En semejante situación, Jesús no se contraría, sino que él «se puso a enseñarles muchas cosas» con calma y sin prisas. Jesús lleva consigo un acto de negación de sí mismo, una aceptación rendida de la Voluntad de Dios, y un abandono sin condiciones en la Providencia y con eso nos da la primera enseñanza. Cuando los planes se rompen, cuando el cansancio pesa, cuando surge la contrariedad no pierde la calma... La calma es propia de los santos. Imagino calmada a la Virgen durante su viaje a Egipto; calmada, contrariada y a la vez confiada en manos de Dios; calmada escuchando la explicación del niño Jesús hallado en el Templo; calmada ante la situación en las bodas de Caná, calmada ante la adversidad de la pasión ¡Bendita calma!... que Dios nos la conceda también a nosotros. ¡Bendecido sábado!
P. Alfredo.
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