Es interesante ver, en el relato, que Jesús no le dice a la suegra de Pedro: «resígnate y quédate con tu enfermedad». No: El Señor le da la mano y la levanta. Es el sentido de todas las curaciones que hallamos en el Evangelio. Jesús, porque ama, libera de cualquier mal. Y quizá ningún Evangelio como el de san Marcos acentúa tanto esta unidad en la acción de Jesucristo: él comunica el bien y libera del mal —lo combate—, sin poner fronteras a su acción. Es lo que significa la constante unión que hallamos en el evangelio de san Marcos entre «curar muchos enfermos» y «expulsar muchos demonios». Así, este trocito evangélico nos enseña que Jesús no deja el mundo tal como está. Lo quiere cambiar, lo quiere aliviar. Y no se limita al espíritu, sino que actúa en todo el hombre. Porque Jesús ama a las personas, hombres y mujeres concretos —a la suegra de Pedro, por ejemplo—. Y este es el ejemplo y el camino que nos invita a seguir. La voluntad de Dios no es que el mundo siga como está, que cada uno se resigne pasivamente. La voluntad de Dios es que crezca el bien, todo el bien, del cuerpo y del espíritu; la voluntad de Dios es que luchemos contra el mal, contra todo mal.
Por eso Jesús quiere curar a todos: «vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido». A Jesús no le basta curar a la suegra de Pedro y a los que estaban en el lugar, enfermos y poseídos. No, él quiere sanar a todos en todo tiempo y lugar, incluso y por supuesto hasta nuestros días. ¡Qué bien nos viene escuchar este relato en nuestros días, cuando la humanidad atraviesa por estos duros momentos de pandemia! Cristo quiere liberar al hombre y conducirlo a un estado de salud espiritual y corporal, que le permita captar con toda pureza la llamada divina a la felicidad. Por eso, para todo discípulo–misionero de Cristo la lucha contra la enfermedad debería constituir una actividad de primer orden, y convertirse en uno de los «signos evangelizadores» más importantes y necesarios. En este tiempo de pandemia oramos para que la enfermedad se aleje de la humanidad, le pedimos al Señor que manifieste su poder y libre al hombre de todo mal. Debemos trabajar para liberarnos de los males y limitaciones, no simplemente para aumentar el bienestar, sino, sobre todo, para poder servir mejor la causa de los hombres y del Reino, por eso queremos que esta calamidad termine, para poder seguir evangelizando y sembrar la semilla del Reino en todos los corazones cuantos son los habitantes del mundo. Captemos, a la luz de este relato del Evangelio, que el sufrimiento existe con miras a construir algo juntamente con Cristo que muere pero que resucita. Que María Santísima nos ayude a sentirnos aliviados y dispuestos para el servicio. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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