lunes, 22 de febrero de 2021

«La hermana Vicenta Hernández»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXXIV

Hace muchos años, en 1978 para ser exactos, conocí a la hermana Vicenta en un encuentro de Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Monterrey. En aquellos años estaba yo en el equipo arquidiocesano de Pastoral Juvenil y organizábamos año con año, encuentros juveniles con una grandísima asistencia, por cual necesitábamos un espacio muy amplio y el Seminario de Monterrey nos ofrecía el lugar que se llenaba de jóvenes de distintos grupos y movimientos de ls distintas parroquias e institutos con presencia en Monterrey. La hermana Vicenta residía en Ciudad de México en aquel entonces y por algún motivo participó en aquella reunión. 

No se me ha olvidado nunca que allí conocí a la hermana Vicenta porque en esa ocasión ella me dijo que veía que yo tenía vocación y que entraría al Seminario... La predicción se cumplió y en 1980 ingresé a la congregación de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal iniciando mis estudios sacerdotales en el Seminario de Monterrey. Cuando la hermana Vicenta fue destinada a Monterrey en 1981, yo ya estaba en el Seminario y ella se acordaba gozosa de aquellas palabras que me había dicho años atrás.

La hermana Vicenta ha sido víctima de la Covid-19 y murió el 6 de febrero pasado en este año 2021 en el que la pandemia sigue haciendo estragos.

María Vicenta Hernández Rosas nació el 5 de abril de 1942 en la Hacienda San Juan de los Arcos, municipio de Tala en el estado de Jalisco, en México. Allí vivió su infancia y su adolescencia. siendo jovencita ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 19 de marzo de 1960. Recibida por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora del instituto, realizó su noviciado en la Casa Madre del instituto en Cuernavaca, Morelos y el 11 de febrero de 1963 hizo su primera profesión religiosa emitiendo los votos de pobreza, castidad y obediencia. Allí mismo en Cuernavaca, el 15 de agosto de 1968 hizo su profesión perpetua ante la beata madre María Inés.

Pasó sus primeros años de formación en la vida religiosa en Cuernavaca y en Puebla, luego fue destinada a Monterrey para estudiar allí la Secundaria y la Normal. En 1969 fue enviada a Huatabampo Sonora a trabajar en la educación de la niñez en el colegio que lleva el nombre de «Instituto Sonora». En 1973 recibió su cambio a Ciudad de México donde estudió la Licenciatura en Matemáticas y enseñó en el Instituto Scifi. En 1979 regresó a Sonora, en Huatabampo y siguió allí con su labor de maestra. En el año de 1981, fue destinada nuevamente a Monterrey y enseñó en el Colegio Isabel La Católica como maestra de matemáticas en secundaria. En 1990 regresó a Ciudad de México con la misma misión de seguir enseñando matemáticas. 

Así, gran parte de su vida misionera la hermana Vicenta como Misionera Clarisa se desarrolló en la educación, labor que ella, desde sus inicios como maestra, disfrutó mucho estando siempre muy cercana a sus alumnos. Los padres de familia apreciaron mucho su labor como enseñante y celebraban con gozo la cercanía que tenía con sus hijos.

A partir de 1992, su vida misionera dio un giro y estuvo en varias comunidades apoyando en distintas tareas de pastoral parroquial, encomiendas hacia la misma institución y vida de Nazareth en casa. Ese año de 1992 fue destinada a la comunidad de Arandas, en Jalisco; en 1993 fue enviada a Acapulco; en 1997 estuvo en la Casa Madre y en 1998 nuevamente en Arandas. En 1999 estuvo en San Cristobal, Chiapas en donde se desempeñó como vicaria y ecónoma en el «Centro de formación integral de la mujer Madre Inés». En el 2002 fue enviada nuevamente a Huatabampo en Sonora y en el 2005 fue trasladada a Ixtlán del Río, en Nayarit, en donde fue secretaria y administradora del jardín de niños «María Inés». En el 2012 estuvo de nueva cuenta en Huatabampo y finalmente, en el año 2013 llegó a formar parte de la comunidad de la Casa del Tesoro en Guadalajara.

Trabajó incansablemente con los niños y los jóvenes no solamente en el campo educativo, sino en el apostólico. Fue en varias ocasiones asesora del grupo de Van-Clar (misioneros laicos de la Familia Inesiana) tamndo en cuenta muchísimo los lineamientos y orientaciones que la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento dio a Van-Clar. En ese campo de apostolado misionero es muy recordada por varias generaciones sobre todo en Marín, Nuevo León. Fueron muchas las oportunidades que yo tuve para convivir con ella en diversas actividades misioneras en los diversos lugares en los que ella misionó. Recuerdo haber compartido con ella diversos momentos apostólicos en Huatabampo, en Acapulco, en Arandas, en Marín y en Monterrey. La última ocasión en que la vi fue en la Casa del Tesoro, en donde ya estaba muy disminuida por la presencia de la enfermedad que la aquejaba.

Todas sus tareas, tanto en el campo educativo como en las otras encomiendas misioneras, las supo combinar con un don muy especial que recibió para la costura. El cual supo poner generosamente al servicio tanto de las Misioneras Clarisas como de los Misioneros de Cristo confeccionando hábitos. Con mucha paciencia enseñó a varias hermanas este oficio, lo mismo que a seglares cuando se lo pedían, incluso en San Cristobal de la Casas consiguió con diversos bienhechores máquinas de cocer para montar un pequeño taller de costura. En una época de su vida misionera sufrió un terrible accidente automovilístico que la dejó con dos dedos menos de una mano, situación a la que se adaptó rápidamente y siguió con sus tareas con la alegría que la caracterizaba.

En sus últimos años, el Señor le compartió su cruz con diversos malestares de distinta índole, especialmente en el sistema óseo, que poco a poco fueron disminuyendo sus fuerzas. De este tiempo hay algunos testimonios de hermanas que la atendían y alababan su testimonio de fidelidad y esfuerzo constante por agradar a Dios con la ofrenda de sus malestares.

Una semana antes de morir, contrajo neumonía a causa de la Covid-19 que le atacó inesperadamente. Eso la fue debilitando rápidamente pero le dio la oportunidad de ofrecer su vida por la congregación que tanto amaba y por los proyectos misioneros de la misma. Tuvo la oportunidad de recibir la absolución aún estando consciente y sus últimos días de vida fueron una ofrenda agradable a Dios. La última noche, antes de morir, una de las hermanas religiosas rezó con ella la Liturgia de las Horas y allí renovó sus votos. Fue impactante para la hermana ver que en sus últimos momentos abrió sus ojos como si estuviera viendo a alguien y con la mirada manifestaba que se acercaba la hora de su partida hasta que un día, como la lámpara que había puesto sobre el altar el día de su profesión religiosa, se consumió para encenderse nuevamente en el encuentro con el Esposo Divino en las nupcias eternas. 

Doy gracias a Dios por la fidelidad y perseverancia de esta hermana misionera. Guardo hermosos y valiosos recuerdos sobre todo compartiendo en misiones y ejercicios espirituales en diversas épocas y le pido a nuestra Dulce Morenita Santa María de Guadalupe, que la acoja en sus maternales brazos presentándola a su Divino Hijo y al Eterno Padre en su Santa Morada.

Descanse en paz nuestra querida hermana María Vicenta Hernández Rosas.

Padre Alfredo.

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