Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da de nuevo la bienvenida a Cristo el Salvador. Ese es el verdadero sentido de esta fiesta. Es la «Fiesta del Encuentro», el encuentro de Cristo con su Iglesia. Ciertamente esto vale para cualquier celebración litúrgica, pero especialmente para la fiesta de hoy. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su Madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño. Al dramatizar de esta manera el recuerdo de este encuentro de Cristo con Simeón y Ana, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en la Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona. Simeón proclama la Verdad de aquel Niño: es el Salvador y la Luz. Simeón habla de toda la realidad de Jesús de Nazaret: su vida, su palabra, su muerte, y resurrección. Él es la Luz. Él manifiesta el rostro verdadero del Amor de Dios y revela a los hombres los caminos de la humanidad verdadera. Su revelación es inesperada y sorprendente, es luz que revela incluso cuál es la tiniebla, y hay que tener los ojos bien abiertos, como Simeón o Ana, para ver en Jesús y en su fidelidad, la respuesta a la milenaria búsqueda de los hombres.
Quisiera destacar, en esta reflexión, el papel de María en este acontecimiento salvífico. Después de todo, ella es la que presenta a Jesús en el templo; o, más correctamente, ella y su esposo José, pues se menciona a ambos padres y es bueno recordar a san José, ahora que estamos celebrando un año especial dedicado a él. Para María, la presentación y ofrenda de su Hijo en el templo no era un simple gesto ritual. Indudablemente, ella no era consciente de todas las implicaciones ni de la significación profética de este acto. Quizá en ese momento ella no alcanza a ver todas las consecuencias de su «Sí» en la anunciación. Pero fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su Hijo para la obra de la redención con la que él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre. Quisiera invitarles a ver, finalmente, antes de terminar, el simbolismo en el hecho de que María pone a su Hijo en los brazos de Simeón. Al actuar de esa manera, ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano. De esa manera, ella representa su papel de madre de la humanidad, y se nos recuerda que el don de la vida viene a través de María. que el señor, por intercesión de María, nos conceda las dos virtudes fortísimas de Simeón y Ana: esperanza y lucidez. ellos no se cansaron de esperar y, en el momento justo, supieron descubrir al Salvador. Que nosotros lo sepamos descubrir. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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