Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta de ese Dios bondadoso. De día y de noche. Sin cansarse nunca siempre hay que orar, y hasta tal punto que la oración se convierta en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del inoportuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. Hay, entonces, que pedir sin desfallecer, pues quien abandona demasiado pronto la intención demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se le busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios —la oración en la vida— es la actitud del mendigo... un mendigo que se sabe amado y llamado a la Vida.
Hay diversos modos de oración que coexisten en los cristianos y que pueden ser practicados de forma explícita en función de la vocación concreta de cada persona: la adoración, la contemplación, la acción de gracias y también la petición. La mayoría de las oraciones que hace mucha de la gente son oraciones de petición. Muchas de las personas que se arremolinaban en torno a Jesús pedían: «Señor, que vea; Señor, que oiga; Señor, que mi criado que está enfermo se cure ...» Son oraciones que solicitaban una gracia particular y presuponen una fe. No una fe general en Dios sino una fe consciente de que Dios bueno y providente puede venir a mi encuentro en una situación difícil. Así uno puede pedir una gracia para sí mismo, para un enfermo, para encontrar trabajo, por la paz de la familia, por la curación de los enfermos en medio de esta pandemia... Es una oración para ayudarme ahora, en este momento. Porque Dios es bueno y es Padre de todos, un Padre que cuida personalmente de sus hijos y en todo momento, en este también, puede concederme lo que le pido. Es, pues, legítimo pedirle a Dios un huevo o un pescado, como dice el Evangelio; es decir, presentarle nuestros concretos deseos y aspiraciones. Siempre sabemos que nos responderá, si no con lo que le hemos pedido, sí con Espíritu Santo, que es el mayor don que de Él podemos recibir. Que María Santísima, la Mujer siempre orante, nos ayude a confiar en la bondad de Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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