Este Evangelio de hoy es muy valioso, porque en él Jesús afirma la moral del corazón, no sólo la de las acciones. Es el hombre el que debe estar en forma; sólo de un hombre pleno, debidamente ordenado, es de donde pueden proceder acciones morales. Es una llamada a la rectitud de intención y a la pureza de corazón. Si el corazón está en desorden y entonces se ciega la conducta. Para Dios no son los gestos exteriores lo que cuenta, sino el «corazón». El culto por el culto no tiene valor. El culto debe expresar sentimientos profundos que van más allá de lo exterior. Se necesita entonces un esfuerzo continuo de purificación. El primer deber de conciencia para Jesús es tener limpia la conciencia, incluso antes de seguirla. Por tanto, no se trata sólo de hacer las cosas de corazón —en contra del formulismo—, sino de hacer cosas que procedan del corazón recto. Esa es la cuestión. Para Jesús el corazón tiene que estar limpio, porque tiene que estar en disposición de captar la voluntad de Dios, una voluntad que no es simplemente letra escrita y que no es repetitiva. No basta con superar la hipocresía y el formalismo; la interiorización pide algo más que sentimiento de sinceridad: rectitud de intención y pureza de corazón. Que triste es merecer el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El Concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7).
Leyendo este relato descubrimos que el legalismo farisaico nace de una incomprensión de Dios y ofrece una razón para rechazarlo, cuestión que de hecho fue un motivo para rechazar a Jesús de parte de aquella gente. A los protagonistas de la escena no les gustan los diversos reproches contra el espíritu farisaico que hace Jesús: la confusión entre el rigorismo minucioso en la observancia de la moral y la fidelidad a Dios, pues la minuciosidad no siempre es signo de la fidelidad; las artimañas casuísticas en la interpretación de los deberes morales, un defecto que lleva a un doble desequilibrio: complicar la observancia de la ley especialmente a la gente sencilla y tranquilizar la conciencia de los astutos que intentan salvar el esquema de la ley descuidando su sustancia, y finalmente, como un tercer peligro que denuncia Jesús, la confianza en las propias obras por encima del amor de Dios que nos llega gratuitamente. Pero, ¿qué nos dice a la gente de nuestros tiempos todo esto? Pues mucho, porque hoy también puede darse ese espíritu farisaico de aparentar, de cumplir «por encimita muy bien» pero con un corazón vacío. Necesitamos ir a lo esencial para vivir la fe, necesitamos de esa pureza de corazón y rectitud de intención que no nos pueden faltar. Con ayuda de María, siempre fiel, lo podremos lograr. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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