Esta escena, en nuestro camino de cuaresma, está orientada a prepararnos para una comprensión más profunda del misterio pascual. El relato de Marcos es más breve que el de los otros dos sinópticos que también lo narran, pero contiene como elemento propio la insistencia en el hecho de que los apóstoles no entendieron del todo qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. La realidad que se expresa a través de la descripción poética y llena de imágenes del episodio es una experiencia profunda de fe tenida por los amigos más íntimos de Jesús. En un momento de comunicación profunda, tuvieron la impresión de percibir a Jesús en su verdadera identidad. Aquello fue un instante de éxtasis, que les hizo entrever la realidad gloriosa de Jesús, pero que aún no les mostró toda la profundidad de su misterio. Para llegar a entenderlo, de algún modo, fue necesario el contacto real con la vida, fue necesario que, a través de los sufrimientos y muerte de Jesús —y a través de sus propios sufrimientos y, más adelante, de su propia muerte—, comprendieran que hay que pasar por la muerte para llegar a la vida, médula de la realidad del misterio pascual.
Esta experiencia de fe que los apóstoles elegidos para el momento vivieron, la Iglesia quiere que la vivamos también nosotros especialmente en este tiempo de cuaresma, caminando hacia la Pascua. Jesucristo, el Señor, el Hijo de Dios, conduce a su Iglesia hoy por el mismo camino que llevó a Pedro, Santiago y Juan. Es preciso que nos atengamos siempre a su palabra: «El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame». No podemos olvidar que en cuaresma vamos de camino. La Iglesia, al insertar este Evangelio en este segundo domingo de cuaresma, quiere que no nos contentemos con una fe superficial, con una fe sin contenido, sin camino. La Iglesia quiere que también nosotros sepamos unir la creencia en que Dios está activo en nosotros para llevarnos hacia la plenitud de vida, con la afirmación de la necesidad de la lucha, con el reconocimiento de la fuerza liberadora del esfuerzo cotidiano. Descubrir esta realidad más profunda de nuestra fe, de nuestra vida, es una gracia de Dios, una gracia de «transfiguración». No para evadirnos del camino de cada día sino, por el contrario, para vivirlo plenamente. Pidámoslo por intercesión de la Santísima Virgen. ¡Bendecido domingo, último día de este mes!
Padre Alfredo.