El evangelio de hoy (Mt 14,1-12) me invita a pensar en la valentía que debe conservar siempre todo aquel que quiera saberse discípulo–misionero de Cristo en la vocación que sea, pero especialmente pido esa valentía para i vocación sacerdotal. Y es que se trata del relato el martirio de Juan el Bautista. A lo largo de mis tantos andares como sacerdote misionero por aquí y por allá, no ha faltado quién me pregunte: «¿Cómo es posible padre, que los amigos de Jesús estén tan a menudo a la merced de los grandes y poderosos de este mundo? ¿Por qué los amigos más cercanos de Jesús parecen todos fracasar humanamente? mientras triunfan los impíos, aquellos que se burlan de las leyes elementales de la justicia y de la moral...»
La perícopa evangélica de hoy, al buscar nuevamente respuestas adecuadas a preguntas como estas, me llevan a la misma respuesta que he encontrado siempre: El misterio de la cruz está ya presente siempre, incluso en esa cárcel en la que se corta la cabeza a un profeta, en esa corte escandalosa donde baila una muchachita tonta y descarada, en ese festín abominable en el cual, y mientras se sirven los mejores vinos, se presenta la cabeza de un hombre en una hermosa bandeja cincelada... el misterio de la cruz es así. No es fácil vivir la vocación con valentía, hay que pedirla día a día pensando en la cruz que cargamos en medio de una pobre humanidad, mezcla de debilidad y de buenas intenciones. Que María nos aliente para seamos valientes, a mí en especial, para seguir viviendo mi sacerdocio en medio de un mundo que parece compartir en mucho las ideas de Herodes, de Herodías y de Salomé. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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