Y digo que el trozo evangélico de hoy describe lo que me pasó porque ciertamente yo también, como Pedro, soy impetuoso, o como algunos dicen: hiperactivo. Pienso de repente que puedo hacer mil cosas sin cansarme y sin que la salud lo recienta y a veces no es así. Pedro tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Él tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas... y eso que el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro. Creo que como a Pedro, me falta mucho para ver cómo Jesús compaginaba su trabajo misionero —intenso, generoso— con los momentos de retiro, de oración y también de descanso, porque eso me ha dicho el médico hoy: «seguro hace oración padre, pero le falta descanso». Y es que P ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles y no podemos pensar que por nuestras propias fuerzas podemos ir más allá del horario de 24 horas que el día tiene.
Sin Jesús como referencia, aún en los ratos de descanso, como cuando invita a los discípulos a retirarse con él a un lugar apartado(Mc 6,31-42), es difícil llevar un ritmo de vida que traspasa nuestras fuerzas. He de reconocer que si no hay equilibrio, uno se hunde, ya sea en cuestión de salud, o de ánimo o no sé de qué. La impetuosidad de Pedro me interpela, porque se que no debo fiarme de mis fuerzas. La vida nos da golpes, a veces pequeños como este, otras veces más duros, como las graves enfermedades que he logrado vencer a lo lagro de la vida. Con la mirada puesta en María, la Madre del Señor, Nuestra Señora de la Salud, yo también digo, como cada uno de ustedes: «Señor, sálvame». Me encomiendo a sus oraciones y muy a tiempo recapacito y pido perdón por si en alguno que otro día, no puedo, debido a que el día tiene solamente 24 horas que tengo que distribuir, compartir este pensamiento que mis 8 lectores esperan recibir. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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