En mi último pensamiento les compartía que el día 14 estuve en Tototlán, en los altos de Jalisco. El día 15 compartí el gozo de la hermana Isabel en su consagración perpetua al Señor en la Casa del Tesoro en Guadalajara y el 16 estuve en Atotonilco, también en los altos y esta vez para vivir con gratitud a Dios la celebración de la profesión perpetua de Andrea, las dos, Isabel y Andrea, Misioneras Clarisas que han dado su «sí» al Señor para vivir toda su vida consagradas a él. El 17 y 18 se vislumbraban como dos días de descanso que cerrarían el trajín de los constantes viajes que he hecho, por diversos motivos, desde finales de mayo hasta ayer. Sin embargo, el 17 por la mañana recibí la llamada en la que me comunicaron que la hermana Claudia Mata Durán, también Misionera Clarisa, había sido llamada a la casa del Padre aquí en Monterrey. A la hermana Claudia la estimé mucho —ya compartiré pronto en mi blog la biografía de esta maravillosa mujer— y compartí con ella la dicha de ser misioneros desde por allá en los inicios de los años ochentas. Precisamente este día 17 cumplí 43 años de haber iniciado mis estudios en el seminario. Por puritita gracia de Dios, pude obtener un boleto a esta mi intrépida tierra de Monterrey y presidir ayer su funeral. Así, los dos días programados por un servidor como de descanso, se convirtieron en un día de preparación e viaje y en otro día en el que se conjugó la vivencia del funeral de la hermana Claudia, cuyo cuerpo pude acompañar hasta el lugar de su sepultura, y la oportunidad de asistir en la noche al Cantamisa del padre José para felicitar a los 8 nuevos sacerdotes recién ordenados en esta querida arquidiócesis de Monterrey.
Vuelvo al evangelio de hoy para dar gracias al Señor, porque el corazón de un niño vive siempre a la sorpresa de quienes son responsables de él como lo es el Señor de nuestras vidas, de nuestro ir y venir, de nuestro pensar y obrar. «De los que son como los niños es el Reino de los Cielos». La vida escondida en Dios de la hermana Claudia, la alegría de Isabel y Andrea y el corazón transformado en el de Cristo sacerdote en los 8 nuevos sacerdotes me llevan a pensar en el niño que vive rodeado de la presencia humana, de la presencia paternal de Dios en el corazón del mundo. Qué bueno y qué grande es Dios, que a veces nos cambia los planes, como se los cambió a María santísima y nos sorprende dándonos lo que necesitamos en el testimonio de nuestros hermanos. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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