viernes, 4 de agosto de 2023

«¡Qué bien me viene el Evangelio de hoy!»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Qué bien me viene el Evangelio de hoy (Mt 13,54-58) para dar gracias a Dios reconociendo lo que soy y lo que hago como sacerdote al llegar a este día en que celebro 34 años de haber dicho «sí quiero» al llamado del Señor para ser sacerdote para siempre! Con el testimonio palpable en estas líneas, de lo que vive Jesús entre los suyos, queda claro que quien acepta algo que viene del Señor, y se somete a su voluntad, no lo hace en función de lo bueno o malo que digan de él, sino en función de Quien lo pide, Quien lo manda, Quien está detrás de lo que se propone para seguir el llamado del Padre Misericordioso. Nunca, por supuesto, olvidaré aquella tarde del 4 de agosto en la Basílica de Guadalupe de Monterrey cuando rodeado de muchísima gente, el señor arzobispo don Rafael Bello Ruiz (1926-2008), de feliz memoria, hombre santo y misionero incansable, me confirió este don inmerecido. No la he empezado a escribir, pero seguramente mi homilía de hoy será larga, tal vez aburrida, pero salida del corazón porque un año más, en quien nunca se imaginó vivir tantos años, marca algo especial.

Yo sé que 34 no es una fecha especial, como los 25 o los 50, pero ciertamente, en medio de una sociedad en la que la perseverancia y la fidelidad no son para muchos valores importantes, seguir en la batalla, a veces remando contra corriente, no tiene precio. A lo largo de todos estos años he pasado por infinidad de situaciones sin olvidar que soy alguien ordinario, alguien que quiere, como Jesús, llevar la buena nueva con el deseo de que donde yo haya pisado, no quede la huella de Alfredo sino la huella de Cristo. Por supuesto que debe haber gente que se pregunte: «¿de dónde saca éste esa sabiduría»? En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción que hace un sacerdote. A Jesús unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. A unos les caía bien y otro no lo podían ver. Los que creyeron en él fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino.

Y en ese ambiente de los misterios del Reino en el que me sigo moviendo, luego de estos largos años, que con el adelanto de la ciencia parecen pocos, celebraré mi aniversario con sencillez a las 7 de la tarde en la parroquia que tengo ahora encomendada y en la que celebré por primera vez la Eucaristía. Como se dice por allí: «El horno no está como para bollos», así que por eso no habrá una recepción como en algunos otros años; pero celebro con quienes me puedan acompañar y con muchos de ustedes a la distancia, este aniversario, renovando mi sí, mi disponibilidad, serenamente, silenciosamente, humildemente, escondido de las miradas de muchos en este mundo, y abriéndome a las miradas de lo alto. En mi corazón misionero, bajo la mirada de María santísima, Madre de todos los sacerdotes y la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que me admitió en la maravillosa familia misionera de la que formo parte, pediré nuevamente el don de la perseverancia y de la fidelidad. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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