Yo sé que 34 no es una fecha especial, como los 25 o los 50, pero ciertamente, en medio de una sociedad en la que la perseverancia y la fidelidad no son para muchos valores importantes, seguir en la batalla, a veces remando contra corriente, no tiene precio. A lo largo de todos estos años he pasado por infinidad de situaciones sin olvidar que soy alguien ordinario, alguien que quiere, como Jesús, llevar la buena nueva con el deseo de que donde yo haya pisado, no quede la huella de Alfredo sino la huella de Cristo. Por supuesto que debe haber gente que se pregunte: «¿de dónde saca éste esa sabiduría»? En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción que hace un sacerdote. A Jesús unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. A unos les caía bien y otro no lo podían ver. Los que creyeron en él fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino.
Y en ese ambiente de los misterios del Reino en el que me sigo moviendo, luego de estos largos años, que con el adelanto de la ciencia parecen pocos, celebraré mi aniversario con sencillez a las 7 de la tarde en la parroquia que tengo ahora encomendada y en la que celebré por primera vez la Eucaristía. Como se dice por allí: «El horno no está como para bollos», así que por eso no habrá una recepción como en algunos otros años; pero celebro con quienes me puedan acompañar y con muchos de ustedes a la distancia, este aniversario, renovando mi sí, mi disponibilidad, serenamente, silenciosamente, humildemente, escondido de las miradas de muchos en este mundo, y abriéndome a las miradas de lo alto. En mi corazón misionero, bajo la mirada de María santísima, Madre de todos los sacerdotes y la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que me admitió en la maravillosa familia misionera de la que formo parte, pediré nuevamente el don de la perseverancia y de la fidelidad. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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