Mientras yo sigo festejando con gratitud y asombro mi cumpleaños del día de ayer, san Juan se nos muestra como mártir de su deber, porque él había leído la recomendación que el profeta Isaías había hecho a los predicadores: «Cuidado: no vayan a ser perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones a robar». El Bautista habló con la verdad, ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero mártir.
En mi condición de sacerdote, en mi labor de misionero, en mi ser y quehacer como religioso consagrado y en mi calidad de misionero de la misericordia, tengo que mirar detenidamente el testimonio de Juan y contemplar, como lo propone el Papa Francisco al comentar este suceso, que la vida tiene valor solo al darla, al darla en el amor, en la verdad, al darla a los demás, en la vida ordinaria, en la familia. Siempre al darla. Si uno toma la vida para sí, para protegerla —dice el Papa Francisco—, como el rey en su corrupción o la mujer con el odio, o la chica con su vanidad, la vida muere, la vida se marchita, no sirve. Que María nos ayude a predicar y defender siempre la verdad. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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