miércoles, 2 de agosto de 2023

«En mi Selva de Cemento»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cuando por algún motivo estoy uno o varios días en mi querida «Selva de Cemento», no dejo de estar pensando, con alegría, en tanta gente tan querida, que forma parte importantísima de mi historial misionero aquí en CDMX y que quisiera ver, saludar, abrazar, escuchar, alentar, acompañar... antiguos feligreses para acompañarlos en sus penas y carcajearme a mi estilo gozando de sus alegrías... sacerdotes y consagrados con los que gusto de compartir la Eucaristía, la oración, el crecimiento espiritual... gente con la que me reencuentro con gusto para compartir el ejercicio, el desayuno, la comida o la cena... en fin... todo esto me ayuda a ver que todos caben en el corazón de este padrecito misionero que busca pasar por el mundo dejando la huella de Cristo por donde paso, dejando la alegría del Evangelio y aceptando que no se puede tener todo lo que uno quiere y que me tengo que quedar con las ganas de estar con todos y conformarme con ver a unos cuantos y añadir a la lista de los que habitan en mi corazón, a nuevos amigos como Juan, a quien acabo de conocer en estos días. Pero en fin... en unas horas vuelo de regreso a Monterrey luego de haber concluido con gusto una reunión más de la Comisión de Animación Inesiana.

El Evangelio de hoy (Mt 13, 44-46) habla precisamente de la alegría del Evangelio, esa alegría que es como la de aquél que, habiendo encontrado un tesoro, se vuelve loco de regocijo, vuelve a casa y vende todos sus bienes para poder comprar el campo en cuestión. Los cercanos a él piensan que se ha vuelto loco, sospechan que quizá está perdiendo la razón, pero aquel hombre sabe muy bien adónde quiere llegar, y no le importa lo que digan de él. No le impresionan las palabras ni los juicios, porque sabe que el tesoro que ha encontrado vale más que todo cuanto tenía. También el mercader que ha encontrado la perla preciosa lo vende todo, y la gente piensa que quiere cambiar de oficio o que no está en sus cabales. Pero él sabe que, cuando tenga la perla preciosa, tendrá un bien mucho mayor que todas las demás perlas juntas y que, si quiere, podrá incluso volver a comprarlas todas.

Sí, la alegría del Evangelio es propia de aquel que habiendo encontrado la plenitud de la vida se ve libre, sin ataduras, desenvuelto, sin temores, sin trabas, gozoso como creo que caminamos muchos sacerdotes y consagrados como yo. Ahora bien, tengo ahora una pregunta: ¿creen ustedes, acaso, que quien ha encontrado la perla preciosa va a ponerse a despreciar todas las demás? ¡Nada que ver! El que ha encontrado la perla preciosa se hace capaz de colocar todas las demás en una escala justa de valores, de relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa. Y lo hace con extrema simplicidad, porque, al tener como piedra de comparación la perla preciosa, sabe comprender mejor el valor de todas las demás. Si ya encontraste el tesoro no desprecies lo demás, no temas entrar en tratos con los que tienen otros tesoros, puesto que él está ahora en condiciones de atribuir a cada cosa su valor exacto. Así, al finalizar mi reflexión de hoy, pienso, acompañado de María Santísima, en todos, los que ya encontraron la perla preciosa y los que traen todas las demás y no los saco de mi corazón. Los encomiendo a todos. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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