El campesino tiene constante contacto con la tierra, porque va buscando espacio ideal para sembrar, tal vez hasta rentando algún terreno cuya tierra sea propicia. El otro, el comerciante en perlas finas va buscando alguna que le deje una buena ganancia. Para ambos, el final de la búsqueda les da el mismo premio: el descubrimiento de algo precioso, para uno un tesoro, para el otro una perla de gran valor. A los dos les une también un mismo sentimiento: la sorpresa y la alegría de haber recibido esta gracia. Finalmente, ninguno de los dos duda en vender todo lo que tienen para adquirir el tesoro que han encontrado. Mediante estas dos parábolas, Jesús nos enseña lo qué es el reino de los cielos, cómo se encuentra, y qué hacer para poseerlo.
Jesús no se preocupa en explicar lo que es el reino. Lo anuncia desde el inicio de su predicación: «El reino de los cielos está cerca». También hoy está cerca, entre nosotros, pero nunca lo muestra directamente, sino narrando el obrar de un amo, de un rey, de diez vírgenes o en este caso de dos personas que se sorprenden de que han encontrado algo de gran valor… Jesús prefiere dejarlo intuir, con parábolas y ejemplos. Las dos parábolas de hoy nos dan a entender que el reino de Dios se hace presente en la persona misma de Jesús. Él es el tesoro escondido, la perla de gran valor. Que la Virgen María nos ayude a buscar también nosotros el reino. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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