La Transfiguración es el broche de oro de todo este conjunto. Y la garantía en la que todo se sustenta se encuentra en las palabras que se oyen desde la nube: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias, escúchenlo». Sí, la gloria de Dios resplandece en la faz del Hijo del hombre, del que luego será crucificado y a quien siempre, por indicación del Padre misericordioso, hay que escuchar. Pero no se trata solamente de escuchar al Señor allí, en donde se ha presentado transfigurado, como dándonos a todos un adelanto de lo que será la gloria, sino como los apóstoles, que reconocieron cuán bien estaban allí contemplando al Señor glorioso, tenemos que bajar del monte y acompañar a Cristo hacia Jerusalén donde sufrirá la pasión. También nosotros, al participar de momentos de reflexión como este, gustamos por unos momentos cuán unidos estamos al Señor de la gloria y a los dones que son prenda de los bienes del cielo, pero la realidad es que tenemos que volver al esfuerzo constante de la vida cristiana cotidiana a encontrarnos con la cruz de cada día que nos une a la psión de Cristo.
Que por intercesión de María santísima, el Padre Eterno nos conceda el don de escuchar a Jesús con claridad en el Evangelio y en la voz del magisterio de la Iglesia para que esta escucha nos anime y nos aliente sabiendo que después de la pasión, después dela cruz, vendrá el gozo de contemplar al Señor transfigurado no unos instantes, sino en toda una eternidad. Que no perdamos tiempo y escuchemos siempre su palabra de vida para seguir su camino. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario