La mayoría de los sacerdotes párrocos están celebrando ahora la eucaristía con sus comunidades y unidos a nosotros, pues muchos de ellos, amigos y conocidos, me han asegurado la intención de sus eucaristías aquí en México y en diversas naciones. Con ellos y los que han podido acercarse para concelebrar, queremos caminar juntos y animar a que vivamos todos, en sinodalidad, para renovar el entusiasmo de nuestro ministerio cada día e impulsar una Iglesia cada vez más misionera. Para unos y otros, Jesús es la razón de nuestra vida, de nuestro sacerdocio y de nuestra misión. Descubrirlo es apasionante y seguirlo por donde él quiere que uno vaya, es lo mejor que nos puede pasar.
Ahora comienzo propiamente la reflexión, que seguro perciben que será larga y aburrida, con dos preguntas muy sencillas: ¿Qué día es el más importante para una parroquia? La Fiesta parroquial. ¿Qué día es el más importante para un sacerdote? Su Aniversario de ordenación sacerdotal.
Por eso quisiera invitarlos, en esta celebración de mi acción de gracias, a dejarnos iluminar por el Evangelio que acabamos de escuchar (Mt 13,54-58) y que no elegí para la ocasión. Es el evangelio continuado que se lee en las misas de estos días y que en este día nos muestra a Jesús entre los suyos.
En un misionero como yo, pensar en que uno esté en su propia tierra suena algo extraño. Nunca imaginé que con una vocación marcada por el sello misionero que infundió la beata María Inés en mi corazón en los ya muy lejanos momentos que compartimos, pasara los primeros años de la tercera edad en el lugar que me vio nacer a la vida biológica y a la vida misionera. Es aquí en esta zona metropolitana de Monterrey donde yo nací y es también aquí, en esta parroquia, donde yo celebré la santa Misa por primera vez. Pero, al mismo tiempo que contemplo esto, recuerdo que la beata afirmaba que no hay un lugar específico de misión, aunque nuestra mira esté en la misión Ad Gentes, porque en definitiva, toda la faz de la tierra es territorio de misión. Ciertamente, cuando inicié mi vocación como religioso a la vida misionera y sacerdotal, miraba con ciertas ansias al Oriente, pensando que algún día viviría allá para llevar el Evangelio a quienes en aquellos tiempos lo conocían mucho menos que hoy... y pensé que nunca iría. He rondado, con mi instinto de padre andariego por muchos lugares, pero del lejano oriente, ni señas, hasta que llegó la magia e Internet y me conecta en zoom con nuestras misiones de Japón, de Vietnam, de Indonesia, de Corea y de la India.
Volviendo al relato evangélico que ilumina el gozo de mi aniversario, creo que así como los conciudadanos de Jesús se asombraban de «ese saber y esos hechos que él realiza», así también muchos de ustedes conocen mi entorno familiar. La gente del tiempo de Jesús se preguntaba: «¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre? Hace 34 años, cuando iniciaba mi ministerio sacerdotal en este mismo lugar, seguramente las preguntas que la gente se hacía eran muy parecidas a estas: ¿No es este el hijo de Don Alfredo el de Inyectora de Plásticos? ¿No se llama Blanca su mamá y tiene un hermano al que le dicen Lalo? Pero, entre aquella gente y esta, que sigue siendo mi gente, había una gran diferencia, aquellos no tenían fe; aquellos no pasaban de ver más allá de sus narices y no podían reconocer los rasgos del ministerio de Cristo, el sumo y eterno sacerdote y esa corta visión les impedía dejar actuar a Dios en sus vidas.
Pero la gente de aquel entonces, hizo otra pregunta en relación con Jesús, que también quiero traer a colación: «¿De dónde, ha sacado éste esa sabiduría?... ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?». Por dos veces la gente se hace esta pregunta en relación con Jesús. Me llama la atención esa obsesión por saber el origen cuando Jesús mismo —lo leímos ayer en la misa— había dicho que él —como escriba que entiende del reino de los cielos— es «como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo». El evangelio dice que los tenía a todos «asombrados» y por lo visto no pasaron de allí. Reconocer y valorar la acción de todo sacerdote, sólo puede realizarse desde una profunda comunión de fe que abre a la posibilidad de descubrir en él al mensajero de Dios, que siempre trae la Buena Nueva sin quedarse solamente en el asombro.
A la luz e esta Palabra, quiero dar gracias a Dios porque ustedes, que me acompañan en esta acción de gracias —a pesar de que no habrá cena—, no se muestran como aquella gente que da pie a que el mismo Jesús diga: «Un profeta no es despreciado más que en su propia patria y en su casa». No, yo creo que Jesús estará muy contento de ver que en este pobre sacerdote que les habla y que es hijo de don Alfredo el de Inyectora —que de Dios goce— y de la señora Blanca aquí presente con mi hermano y su familia, ustedes ven con ojos de fe a uno que ha salido de entre ustedes y después de tantos años, entre un ir y venir en las correrías misioneras, regresa con gusto a luchar con todos, en sinodalidad, para mantener encendida la luz del amor de Dios, de su misericordia y de su gracia.
Mi aniversario hoy no es de una fecha significativa, como los 25, los 30 o los 50 años de ordenación. Hoy simplemente cumplo 34 años de sacerdote y me siento inmensamente feliz, con el deseo de seguir viviendo en la plena confianza en el Señor y sirviendo con alegría en lo que se me ha encomendado y en lo que seguramente me falta mucho por dar... Doy infinitas gracias a Dios por este regalo del sacerdocio, siempre inmerecido, no merecido, fruto del amor y la gratuidad del Señor. Gracias por venir y estar celebrando juntos este acontecimiento gozoso de la vocación sacerdotal bajo la mirada amorosa de Nuestra Señora del Rosario. Desde la alegría de esta fiesta de fe y con el deseo de que no dejen de pedir por mí, les invito a escuchar estas palabras que a la Virgen, compañera inseparable de mi vida, en la advocación de Guadalupe, que es la misma que la del Rosario pero con otro vestido y un encargo especial le quiero dirigir en este día:
«Virgen Morena, fiel compañera de mi andar sacerdotal a lo largo de los años, entra siempre en nuestras vidas, especialmente en estos tiempos difíciles de embate, para que nunca nos falte tu celestial acogida, mira con compasión especialmente a todos los sacerdotes en este día especial en el que alentados con el ejemplo de san Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes y de los párrocos, celebramos la Eucaristía y ayúdanos a alcanzar de Dios Padre la fe, el amor, la esperanza, la misericordia, la bondad, la pureza de corazón y la rectitud para hacer amar el mundo entero a tu Hijo Jesús y danos tu bendición. Amén.
Agosto 4 de 2023.
Parroquia de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás.
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