martes, 15 de agosto de 2023

¿CÓMO SE ESCRIBIÓ LA BIBLIA?


En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, nos ha hablado en palabras humanas, muchas de las cuales han quedado consignadas en la Sagrada Escritura. El Concilio Vaticano II, en la Dei Verbum afirma: «La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13). 

Dios es el autor de la Sagrada Escritura, porque bien sabemos que las verdades reveladas por Dios, que están contenidas y se manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. Él ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. 

La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada «Canon de las Escrituras». Canon viene de la palabra griega «kanon» que significa «medida, regla». 

El Canon comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos, y 27 para el Nuevo. Estos son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Ruth, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías, para el Antiguo Testamento. Para el Nuevo Testamento, los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y segunda a los Tesalonicenses, la primera y segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la Epístola a los Hebreos, la Epístola de Santiago, la primera y segunda de Pedro, las tres Epístolas de Juan, la Epístola de Judas y el Apocalipsis. 


¿Cómo se escribió el Antiguo Testamento? 


Los judíos consideraban que existían dos cánones de los Libros Santos: el Canon Breve —palestinense— y el Canon Largo —alejandrino—. 

El Antiguo Testamento en hebreo —Canon Breve— está formado por 39 libros y se divide en tres partes: «La Ley», «Los Profetas» y «Los Escritos». 

El Antiguo Testamento en griego —Canon Largo— está formado por 46 libros. La versión griega de la Biblia, conocida como de los Setenta, cuenta con 7 libros más: Tobías, Judith, Baruc, Eclesiástico, I y II de Macabeos y Sabiduría. 

Además, algunas secciones griegas de Ester y Daniel. Estos libros son conocidos frecuentemente, aunque la expresión no sea necesariamente la más adecuada, como «deutero-canónicos».

Los judíos en Alejandría tenían un concepto más amplio de la inspiración bíblica. Estaban convencidos de que Dios no dejaba de comunicarse con su pueblo aún fuera de la Tierra Santa, y de que lo hacía iluminando a sus hijos en las nuevas circunstancias en que se encontraban. 

Los Apóstoles, al llevar el Evangelio al Imperio Grecorromano, utilizaron el Canon Alejandrino. Así, la Iglesia primitiva recibió este canon que consta de 46 libros. 

En el siglo III comenzaron las dudas sobre la inclusión de los así llamados «deuterocanónicos». La causa fueron las discusiones con los judíos, en las cuales los cristianos sólo utilizaban los libros proto-canónicos. Algunos Padres de la Iglesia hacen notar estas dudas en sus escritos —por ejemplo Atanasio (373), Cirilo de Jerusalén (386), Gregorio Nacianceno (389)—, mientras otros mantuvieron como inspirados también los deuterocanónicos —por ejemplo Basilio ( 379), Agustín (430), León Magno (461)—. 

A partir del año 393 diferentes concilios, primero regionales y luego ecuménicos, fueron precisando la lista de los Libros «canónicos» para la Iglesia. Estos fueron: 

* Concilio de Hipona (393). 

* Concilio de Cartago (397 y 419).

* Concilio Florentino (1441).

* Concilio de Trento (1546).

En este último, solemnemente reunido el 8 de abril de 1546, se definió dogmáticamente el canon de los Libros Sagrados. 

Nuestros hermanos separados —esperados— sólo admiten como libros sagrados los 39 libros del canon hebreo. El primero que negó la canonicidad de los siete deuterocanónicos fue Carlostadio (1520), seguido de Lutero (1534) y luego Calvino (1540). 


¿Cómo se escribió el Nuevo Testamento? 

El Nuevo Testamento está formado por 27 libros, y se divide en cuatro partes: «Evangelios», «Hechos de los Apóstoles», «Epístolas» y «Apocalipsis». 

En los orígenes de la Iglesia, la regla de fe se encontraba en la enseñanza oral de los Apóstoles y de los primeros evangelizadores. 

Pasado el tiempo, se sintió la urgencia de consignar por escrito las enseñanzas de Jesús y los rasgos sobresalientes de su vida. Este fue el origen de los Evangelios. 

Por otra parte, los Apóstoles alimentaban espiritualmente a sus fieles mediante cartas, según los problemas que iban surgiendo. Este fue el origen de las Epístolas. 

Además circulaban entre los cristianos del siglo primero dos obras más de personajes importantes: «Los Hechos de los Apóstoles» escrita por Lucas, y el «Apocalipsis», salido de la escuela de San Juan. 

A fines del siglo I y principios del II, el número de libros de la colección variaba de una Iglesia a otra. 

A mediados del siglo II, las corrientes heréticas de Marción —que afirmaba que únicamente el Evangelio de Lucas y las 10 Epístolas de Pablo tenían origen divino—, y de Montano —que pretendía introducir como libros santos sus propios escritos—, urgieron la determinación del Canon del Nuevo Testamento. 

Hacia fines del siglo II, la colección del Nuevo Testamento era casi la misma en las Iglesias de Oriente y Occidente. 

En los tiempos de san Agustín, los Concilios de Hipona (393) y de Cartago (397 y 419) reconocieron el Canon de 27 libros, así como el Concilio de Trullo (Constantinopla, 692) y el Concilio Florentino (1441). 

Al llegar el protestantismo, éste quiso renovar antiguas dudas y excluyó algunos libros. Lutero rechazaba Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis. Carlostadio y Calvino aceptaron los 27. Los protestantes liberales no suelen hablar de «libros inspirados», sino de «literatura cristiana primitiva». En el Concilio de Trento (1546), se presentó oficial y dogmáticamente la lista íntegra del Nuevo Testamento. 

El criterio objetivo y último para la aceptación del Canon del Nuevo Testamento será siempre la revelación hecha por el Espíritu Santo y transmitida fielmente por ella. 

En cuanto a criterios secundarios que se tuvieron en cuenta, fueron los siguientes: 

1.- Su origen apostólico (o de la generación apostólica). 

2.- Su ortodoxia en la doctrina.

3.- Su uso litúrgico antiguo y generalizado.


¿Cuánto tardó la Biblia en escribirse?

Fue con un largo proceso de discernimiento con el que la Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles, fue haciendo crecer la Biblia, y descubriendo los libros inspirados por Dios. El dogma de la infalibilidad de la Iglesia nos lleva a creer en la Biblia como Palabra de Dios. Pero si alguien no cree en ello, entonces la Biblia pierde su infalibilidad, esto es, su ausencia de error.

Fueron algunos siglos los que la Iglesia tardó en llegar a la forma final de la Biblia. En varios concilios, algunos regionales y otros universales, como hemos visto, la Iglesia estudió el canon de la Biblia, es decir, su índice.

El Catecismo de la Iglesia católica y el Concilio Vaticano II nos garantizan que «fue la Tradición apostólica la que hizo a la Iglesia discernir qué escritos debían ser enumerados en la lista de los Libros Sagrados» (DV 8, CIC 120).

Por tanto, sin la Tradición de la Iglesia no tendríamos la Biblia. San Agustín decía: «No creería en el Evangelio, si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica» (CIC, 119).


¿Y dónde están los manuscritos bíblicos?

Los eruditos de hoy calculan que hay a su disposición hasta 150,000 manuscritos antiguos. Pero dentro de esa marabunta de manuscritos, se ha determinado cuáles son los más fiables.

Son manuscritos que se tienen hoy en el Vaticano, en San Petersburgo, en París, en Cambridge... De alguno solo hay pequeños trozos que han tenido que ser complementados con versiones posteriores.

El manuscrito más antiguo y completo del Nuevo Testamento que se conserva es el Codex Sinaiticus, conservado en la Biblioteca Británica de Londres. Está escrito en griego uncial (un tipo de letra mayúscula), y data del 330-350 después de Cristo.

Pero si hablamos de trozos sueltos, el más antiguo procede del 125-130 después de Cristo, se llama el papiro Rylands y procede del evangelio de San Juan. Está escrito por ambas caras y se conserva en la Biblioteca Rylands de Manchester.

Cada año, aparecen nuevos 'trozos' del Nuevo o del Antiguo Testamento, y entonces se desata una pelea para saber si es copia fiel, o si es una versión mal trabajada.

El último texto apareció en 2012 y provocó un pequeño revuelo en marzo de 2014, cuando fue dado por cierto por la Harvard Theological Review. Se trata de un pequeño pasaje del Nuevo Testamento datado entre el VI y el IX d.C. y que expone esta frase: "Jesús les dijo: mi esposa...". Aunque todavía se duda de su autenticidad.


¿Qué es lo más importante?

Lo más importante, después de ver todo esto, es que nos adentremos en la Sagrada Escritura para leerla, meditarla y estudiarla. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, nos ofrece algunas pistas que son importantes:

«Mucho encarezco a todos los misioneros que nutran siempre su espíritu en las fuentes sagradas de la revelación, en las cuales todos los santos que han fundado, han abrevado su alma, haciendo del bendito libro de la Sagrada Escritura, especialmente de las Evangelios, hechos de los apóstoles y cartas de los mismos, el manjar delicioso que los fortaleció, quedando así lo fundado por ellos sólidamente establecido». (Carta colectiva del 27 de enero de 1973).

«Confiemos en Él, aprendamos a conocerle íntimamente a la luz de las Sagradas Escrituras». (Carta a una hermana Misionera Clarisa, s/f).

«Tomen las Sagradas Escrituras, sobre todo en los santos Evangelios y epístolas de los Apóstoles, sobre todo de San Pablo, y verán, si las saborean y tratan de penetrarte de ellas y vivirlas, como su alma se llena de luz, de paz, de tranquilidad». (Carta del 5 de julio de 1969).

«Cada misionero tome muy en cuenta la autoformación, que se adquiere, ante todo, en la oración recogida y silenciosa, ya sea al pie del Sagrario o en algún otro sitio; y en la lectura de seleccionados libros, empezando por la Sagrada Escritura, decretos conciliares, y de aquellos otros que nos renueven, tanto en lo espiritual y religioso, como en lo humanístico, social y pedagógico». (Carta circular del 8 de diciembre de 1969).

«Ahora que voy teniendo más tiempo para meditar, no sé decirles, hijos, el bien que esto me ha hecho, y a pesar de que desde antes de entrar en el convento mucho leí y medité las Sagradas Escrituras, cada día encuentra uno en ellas más dulce sabor, creo yo, como lo debe encontrar la abejita, al libar la miel en diferentes flores». (Carta de marzo de 1970).

«Exhorto de una manera especial, a que lean las Sagradas Escrituras, los Documentos Conciliares, los discursos del Santo Padre, para que acrecentándose por estos medios el conocimiento de Cristo, a quien nos hemos entregado, se acreciente también la entrega generosa en favor de los miembros de ese Cristo, hasta ahora desgarrado por todas partes y desunido, meditación que nos traerá también por consecuencia una íntima unión de corazones en la comunidad y una perfecta prédica de la caridad fraterna dentro de la misma». (Convocatoria al Capítulo General Especial el 25 de marzo de 1968).

«Por lo que oigo hablar de ti Dios mío, por lo que otras almas cuentan de tu generosidad, de tu ternura, de tu amor; por lo que leo en las Sagradas Escrituras, tanto del Antiguo como especialmente del Nuevo Testamento, el conocimiento que ya las criaturas inanimadas e irracionales me habían dado de ti, se acrecienta, hace latir mi corazón con fuerza poderosa, me lleva irresistiblemente a tu Corazón todo bondad que: “fuego ha venido a traer a la tierra, y no quiere otra cosa sino que arda”». (Estudios y meditaciones, f. 630).

Padre Alfredo.

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