El papa Gregorio, para ajustar varios errores que habían quedado en el calendario, durante su pontificado tomó la iniciativa de elaborar un nuevo calendario y decretó que el día siguiente al 4 de octubre de 1582 sería 15 de octubre. Así, para compensar el desajuste acumulado, el Papa eliminó 10 días del año 1582. También, modificó la fecha del inicio del año desde el 24 de marzo al 1 de enero, situándola en el momento que en la actualidad sigue usándose como referencia. Así es como ahora febrero, el mes más corto del año, no es el último sino el segundo. Nuestra vida, la de todos, creyentes y no creyentes, buenos y malos, transcurre en esta tierra bajo la regulación del calendario.
Hoy la primera lectura de la misa, tomada del profeta Isaías (Is 55,10-11) nos recuerda algunas estaciones del calendario, que, en aquellos tiempos, era regido no por el sol, sino por la luna. Isaías pone en boca del Señor estas palabras: «Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar... así será la palabra que sale de mi boca». Eso nos recuerda los días del calendario en los que hay lluvia, que tanto la anhelamos aquí en norte de México y los días de invierno, que en algunas partes causa tantos estragos. Así, Isaías, profeta del consuelo, contempla cuanto hay de bello y de hermoso en el calendario, para devolver a su pueblo atribulado la ilusión y la esperanza. El profeta tiene la profunda seguridad de que el Señor está presente en los sufrimientos de su pueblo y que un día les ha de devolver su alegría y su patria. El calendario nos seguirá llevando al encuentro con la Pascua, para celebrar la resurrección del Señor. Caminemos hacia ella con María. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario