San Pablo VI en su exhortación apostólica «Marialis cultus» nos recuerda que esta fiesta de la presentación del Señor es «la celebración de un misterio de la salvación realizado por Cristo, al que la Virgen estuvo íntimamente unida como Madre del Siervo doliente de Yahvé, como ejecutora de su misión referida al antiguo Israel y como modelo del pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza por el sufrimiento y la persecución». El pueblo de Dios, actualmente, sigue siendo probado en la fe y en la esperanza, por eso nos viene bien no solo a los que somos religiosos y pertenecemos a alguna institución de consagrados en la Iglesia, sino a todos, caminar en la esperanza.
Las personas consagradas, que en general hacen tres votos: pobreza, castidad y obediencia, tratan de confiar caminando en esperanza aun cuando no tienen, como su maestro, «dónde reclinar la cabeza» porque Dios es su desde, en y hacia dónde. Los religiosos, en medio de este mundo devorado por diversas ideologías que juntas, sacan de quicio el ritmo de la vida de fe, de compartir caminando en esperanza «aun cuando no llevan bastón ni alforja ni una capa o túnica de sobra» porque «los hermanos son su con quién». Y tratan de acompañar caminando en esperanza, «aun cuando no consiguen más que un par de monedas que echar en la ofrenda del templo». Pero ellos, o más bien dicho nosotros, porque yo también soy un consagrado, luchamos por mostrar al mundo un camino de esperanza. Encomendados a María sigamos así, caminando sin perder la esperanza. ¡Bendecida fiesta de La Presentación del Señor y feliz jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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