El tiempo de Cuaresma que apenas iniciamos hace unos días, es una invitación a revisar cómo va nuestro camino. Es, sobre todo, una invitación —una invitación de Dios, evidentemente— a llenarnos de esperanza en la posibilidad que todos tenemos de avanzar más y mejor por nuestro camino de cada día, para vivir más abiertos a la verdad, más penetrados de amor, más transparentes a la bondad. Y esto, a pesar del conjunto de tentaciones que van apareciendo al recorrer esta senda. Hoy el Evangelio (Mt 4,1-11) nos habla de las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto. Si nos damos cuenta, estas cuestiones, a simple vista halagadoras para Jesús, no lo hacen perder el tiempo y detenerse en el camino. Según la narración, a Jesús se le ofrece abundancia para él —podría convertir las piedras en pan—, triunfo para él —ser sostenido por ángeles al tirarse del alero del Templo—, poder para él —«te daré todos los reinos del mundo»—.
Pero, qué hizo Jesús. Como digo, él no se quedó atorado en el camino. Jesús no quiso convertir las piedras en pan para él, sino que luego multiplicó unos panes para alimentar a los demás; Jesús no quiso bajar gloriosamente del alero del templo, pero no quiso tampoco bajar de la cruz, porque su camino fue compartir su vida con los sencillos, con los pobres, con los pecadores; Jesús no se arrodilló ante ningún ídolo, ante ningún poder de este mundo, pero sí se arrodilló antes sus doce discípulos para lavarles los pies. Así Jesús, fiel y obediente a la voluntad del Padre, avanzó por su camino y nos dejó camino abierto para que también nosotros le sigamos. Pidamos a María santísima la gracia de seguir avanzando por el camino cuaresmal aprovechando las distintas prácticas de Cuaresma, especialmente, diría yo, los Ejercicios Espirituales que en este tiempo nos ofrecen nuestras comunidades parroquiales. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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