No podemos negar que el rimo frenético de la vida moderna crea personas llenas de cosas y actividades pero profundamente insatisfechas, y los sacerdotes, no estamos exentos de esto. Las múltiples actividades ocasionan una dispersión que hace a veces difícil enfrentar las contrariedades de vida porque esta no está ordenada a su último fin. Aquí está la clave de los días especiales dedicados a los Ejercicios: ordenar y enfocar la vida a lo importante, dejando lo efímero y pasajero de lado y en nuestro caso, como sacerdotes, re-estrenar el gozo y la alegría del ministerio. Sé que mucha, muchísima gente está orando por nosotros y eso no encontramos con que pagarlo, porque, la oración del pueblo de Dios, sostiene el ministerio sacerdotal.
San Juan Pablo II decía que «los sacerdotes somos testigos y canales por donde fluye la misericordia de Dios que acoge y que salva». Benedicto XVI, de feliz memoria, afirmaba que «la misericordia es el vestido de luz que el Señor nos ha dado en el bautismo. No debemos dejar que esta luz se apague; al contrario, debe aumentar en nosotros cada día para llevar al mundo la Buena Nueva de Dios». El Papa Francisco, no se cansa de hablarnos de la necesidad de ser sacerdotes misericordiosos, pero, para eso, hemos de cultivar una espiritualidad profunda que nos lleve a ser conscientes de que, antes de ser misericordiosos, debemos experimentar el ser misericordiados por Dios. Así que ustedes sigan orando por intercesión de María Santísima, Madre de los sacerdotes, por nosotros, porque los sacerdotes debemos de trabajar en nuestra conversión personal y hacer nuestro mejor esfuerzo para lograr la conversión de la Iglesia de Cristo. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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