Jesús les decía: «Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa», y san Marcos nos dice que no pudo hacer milagros allí. Esta imposibilidad de hacer milagros, no viene de que no tenga ya poder para ello... sino que se relaciona con la falta de Fe. Todo milagro supone la Fe. Pero no se trata de una condición, como si la confianza del enfermo condicionara el éxito de su curación. De hecho, la fe es «necesaria» para comprender el milagro y para recibirlo. Pero a los suyos, les faltaba fe... «¡Vino a los suyos y los suyos no le recibieron!» (Jn 1,11).
Nosotros somos ahora «los de su casa», los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. ¿Puede hacer «milagros» porque en verdad creemos en él, o se puede extrañar de nuestra falta de fe y no hacer ninguno? ¿No será que algunas veces otras personas más alejadas de la fe nos podrían ganar en generosidad y en entrega gracias a la profundidad de su Fe? Si le reconocemos como el enviado de Dios, hemos de aceptar también lo que está predicando sobre el Reino, lleno de novedad y compromiso y eso nos ha de conducir a una vida mejor. Que María, la Madre del «carpintero», nos ayude a seguir de cerca de Jesús y a hacer vida los valores del Reino. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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