Esta lectura me ayuda a meditar en la verdadera «comunión» de Iglesia que supone vaciarse de sí mismo o de las propias ventajas. Hablamos mucho de la sencillez, de la humildad, del «olor a oveja» que debe tener el pastor. Y es que la kénosis —la doctrina del auto-despojo de Cristo en su encarnación— y obediencia al Padre fue así (Flp 2, 8). La lectura ésta, vista con detenimiento, nos deja ver que los dirigentes de la comunidad, especialmente a nivel de Iglesia universal —el Papa—, a nivel de iglesia particular —el Obispo— y a nivel parroquial —el Presbítero— hacen presente a Cristo sacerdote.
Pero desde el Papa, hasta el Sacerdote recién ordenado, son —somos, en mi caso— siempre signos pobres de Iglesia, no pocas veces ridiculizados y criticados, pero son el necesario fundamento de la unidad y comunión eclesial para que la misericordia de Dios fluya por todo el pueblo de Dios y trascienda fronteras. Obedecer a Cristo, escondido bajo estos signos, supone correr la misma suerte de crucifixión y de muerte, sin ninguna ventaja humana ni aun por parte de la Iglesia o de ellos mismos. Les invito, además a fijar los ojos en el último párrafo de esta lectura —que no transcribo aquí— y que nos hace agradecer los dones que hemos recibido para dar gloria a Dios. Así, de la mano de María, y con la bendición del Señor, éstos, mis hermanos sacerdote y yo, dejamos Jesús María y regresamos a la vida ordinaria. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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