domingo, 2 de marzo de 2025

«¡Que nuestra fe se manifieste!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todos nos damos cuenta de que el número de católicos practicantes en los últimos años ha bajado considerablemente. Contemplo por un lado a católicos que se presentan como «ateos hostiles», hombres y mujeres que, a pesar de estar bautizados y de haber crecido en ambientes de fe pero que echaron al olvido a Dios al entrar a la preparatoria o a la universidad y se dejaron llevar por las ideologías de moda. Por otra parte están los que pudiéramos llamar los «ateos piadosos», católicos que valoran sus raíces cristianas en sus padres pero que son incapaces de dar el brinco hacia la práctica de la fe; no van a misa, no se confiesan, no rezan, pero no niegan la existencia de Dios. Un grupo más es el de la moda retro, los «católicos extremistas», que viven a la usanza preconciliar queriendo que reine el latín, los velos y los ornamentos de guitarrita porque se ve y se siente bonito. Finalmente está el grupo de la minoría de «católicos convencidos», quienes buscamos vivir en fidelidad a la Iglesia, a la Palabra y a los sacramentos.  

El Evangelio de este domingo (Lc 6,39-45) nos narra un ejemplo que pone Jesús al cuestionar si un ciego es capaz de guiar a otro ciego. «Jesús —dice el Papa Francisco, ahora tan enfermo— llama la atención de aquellos que tienen responsabilidades educativas o de mando: los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres, exhortándoles a que sean conscientes de su delicado papel y a discernir siempre el camino acertado para conducir a las personas». Por eso el Evangelio de hoy me pone en alerta y me cuestiona en mi calidad de pastor de almas. No quiero ser un ciego que guía a esa gran cantidad de ciegos que me recuerda a Saramago en su novela «Ensayo sobre la ceguera». Quiero ser alguien que sabe la responsabilidad que tiene de mantenerse con los ojos abiertos y bien cuidados cuando muchos han perdido su capacidad de ver. Estos días pasados, en que hubiera querido escribir, celebramos el 24 aniversario de nuestra comunidad parroquial con una solemne eucaristía que presidió mi querido y admirado amigo Mons. Juan Armando Pérez Talamantes, obispo auxiliar de Monterrey para abrir el año jubilar y con un rosario solemne al que invité a toda la comunidad parroquial. La participación fue maravillosa y me ha ayudado a reflexionar en que necesitamos en todo momento la luz de Cristo en nosotros para poder andar sin tropiezo, tenemos que recibir primero la sanidad divina. Como en Marcos 10,51 en donde «respondiendo Jesús a aquel hombre, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista». 

Ante toda la gran cantidad de católicos «ciegos» que pulula, es tiempo de dejar que la palabra de Dios sea implantada en nuestros corazones de tal modo que seamos fructíferos y nuestra fe se manifieste en todo lo que pensamos, hacemos y hablamos, porque el árbol se conoce por sus frutos. ¿Qué tenemos en nuestro corazón de católicos? Es difícil guiar a otros más allá de donde hemos llegado cada uno de nosotros. No podemos juzgar y criticar a los demás si primero no examinamos nuestro propio corazón poniéndole colirio. Que la Virgen santísima, Nuestra Señora del Rosario, nos ayude, nos aliente y siga siendo ella la asistente del Divino Oftalmólogo que nos mantenga con buena vista, para ser misericordiosos como Él. ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.


domingo, 16 de febrero de 2025

«Confianza y más confianza»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este domingo la palabra de Dios nos lleva a reflexionar en algo tan necesario para nuestra relación con Dios como es el tema de la confianza. Y es que la liturgia de este sexto domingo del Tiempo Ordinario, empezando por el Evangelio, nos deja claro que la bienaventuranza de quienes confían en el Señor es lo que da sentido a las diversas circunstancias que atraviesan nuestra vida. La primera lectura nos deja una advertencia para aquellos que ponen su confianza solamente en el hombre y no en Dios. Finalmente, San Pablo en la segunda lectura, nos invita a confiar en el Señor para experimentar el gozo de la resurrección. El Salmo 1 refuerza esta idea: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor».

Vale la pena entonces ponernos a pensar, en medio de esta sociedad de la que formamos parte y que busca desesperadamente la felicidad, que la felicidad verdadera no está en la autosuficiencia, en el poder o en la riqueza, sino en una vida arraigada en confianza en Dios. Bien decía la beata María Inés, aún en medo de las adversidades más fuertes: «confianza y más confianza».

¿Te has puesto a pensar en dónde -con toda sinceridad- está puesta tu confianza? Relee o vuelve a escuchar toda la liturgia de la palabra de este domingo abriendo tu corazón al Señor y dile: «Enséñame Buen Señor, a ser discípulo fiel y a confiar plenamente en ti como lo hizo tu Madre Santísima. Ayúdame a crecer en la fe y en la confianza en Ti, hasta que tu voluntad y la mía sean una. Amén. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.


martes, 28 de enero de 2025

«Para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Santo Tomás de Aquino es uno de los santos más relevantes en la historia de la Iglesia. Es referencia, lo fue de manera especial en el Concilio de Trento, para acoger la palabra revelada. Pero no solo eso, más allá del gran intelectual que fue y que nos dejó el compendio más utilizado de Teología en su «Suma


Teológica», su relación con Cristo le llevó a experimentar el misterio de Dios, no solo con la mente, sino sobre todo con el corazón. La Iglesia lo celebra el día de hoy y, en especial, en casi todos los seminarios del mundo se tiene una celebración académica en torno a él. Vale la pena, a la luz de la vida de este gran santo, meditar en lo que la primera lectura de hoy (Heb 10,1-10) nos señala: «He aquí que vengo para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad». Eso hizo Tomás de Aquino estando atento a lo que Dios le pedía, así de esta manera vivió su vida consagrada con entrega y generosidad hasta el final dejándonos esa riqueza en sus escritos que no son más que el reflejo de su corazón.

En esta misma línea de lo indicado en la primera lectura y del ejemplo de santo Tomás, vemos, en el Evangelio de este día (Mc 3,31-35) que la santísima Virgen María es madre, no solo por dar a luz a Jesús, sino antes y sobre todo porque acogió la palabra, y «cumplió la voluntad de Dios». Más que la razón biológica, fue su actitud ante los planes —la voluntad de Dios— sobre ella lo que la convierte en madre. Así ella manifiesta que lo que nos constituye en la verdad de lo que somos es nuestra interioridad. 

El Concilio Vaticano II en el documento Gaudium et spes lo señaló con contundencia: «No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la Naturaleza o un elemento anónimo de la sociedad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero; retorna a esta profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios, que escucha los corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino» (GS 14). María, en esa constante búsqueda de la voluntad de Dios nos invita a interiorizar. Eso es lo que hizo santo Tomás para habernos dejado esa riqueza en el campo de la teología. Que los dos intercedan por nosotros para que valoremos más y más lo que es nuestra vida interior. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

domingo, 26 de enero de 2025

«Diez características de un buen discípulo–misionero»...


1.- Un buen discípulo–misionero ha de asumir el llamado o vocación cualquiera que sea (religiosa, laical, sacerdotal, misionera) con responsabilidad.

2.- Un buen discípulo–misionero debe estar unido a Jesús para ser uno con Él y amar al prójimo con alegría y sencillez ofrendando la vida por Él, con Él y en Él bajo la mirada de María, la Madre de Dios, la primera discípula–misionera.

3.- Un buen discípulo–misionero debe ser alma de oración, fuerza invisible para toda vocación (misionera, laica, religiosa o sacerdotal) impregnada en las estructuras espirituales y sociales.

4.- Un buen discípulo–misionero debe ser transmisor de lo que ha vivido en el encuentro con Cristo sirviendo a los demás con gratitud, fidelidad y generosidad

5.- Un buen discípulo–misionero vive en plenitud los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación para volver a siempre a Cristo y transmitir su experiencia en el amor al prójimo.

6.- Un buen discípulo–misionero está convencido de que el amor de Dios es capaz de aniquilar la acción del maligno por eso se abandona con confianza a la Providencia divina.

7.- Un buen discípulo–misionero vive en estado de conversión mirando al cambio social, con un testimonio valiente para predicar el Evangelio, siempre con humildad y respeto buscando impregnar a la sociedad con el Espíritu Santo.

8.- Un buen discípulo–misionero está en el mundo y busca iluminarlo cristianamente con la fe inquebrantable en Jesús, asistiendo al más necesitado, adaptándose a las circunstancias y lugares en donde vive y desarrolla su tarea apostólica.

9.- Un buen discípulo–misionero es un gran defensor de la vida y la familia y lucha contra las cosas negativas de las ideologías que apartan del plan de Dios para cada hombre y mujer.

10.- Uu buen discípulo–misionero construye bases solidas en los valores cristianos dentro de los hogares, instruyendo a todos en el Evangelio, viviendo y compartiendo la vida en la comunicación siempre lleno de esperanza.

Padre Alfredo.

EL TRATO QUE LOS MINISTROS DEBEMOS DAR A JESÚS EUCARISTÍA...


1. LA IGLESIA VIVE DE LA EUCARISTÍA.

El Sacramento de la Eucaristía, es el «pan vivo bajado del cielo» (Jn 6, 51), es la fuerza que nos nutre y nos acompaña todos los días de nuestra vida. Es Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento del Altar, como centro de nuestra fe. La Eucaristía es lo más Santo que tenemos en la Iglesia y en el mundo.

«La Iglesia vive de la Eucaristía», nos recordaba san Juan Juan Pablo II en la Encíclica «Ecclesia de Eucharistia». Esta verdad encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia y cómo se realiza continuamente la promesa del Señor «He aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Cuando decimos que «La Iglesia vive de la Eucaristía», afirmamos que la Iglesia experimenta con alegría cómo se realiza en múltiples formas, esa promesa del Señor en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor —momento que se llama litúrgicamente «transubstanciación»—. De manera particular, la Iglesia Universal se alegra de esta presencia con una intensidad única, porque a cada momento, sobre la faz de la tierra, se está celebrando la Eucaristía.

La razón fundamental por la cual la Iglesia vive de la Eucaristía, que es «la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana» (LG11) es porque «la sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo» (PO 5). Por eso, la Iglesia ha de custodiar como su mayor tesoro la Sagrada Eucaristía como presencia real de Jesucristo, el Señor, a quien comulgamos y adoramos.

La beata María Inés Teresa, quien hacía cada día la intención de «oír las Misas que se celebren en el mundo entero» y que pasaba largas en adoración ante Jesús Eucaristía, nos dice: «La Misión de Jesús Visible en el mundo ya terminó, Él ya acabó su carrera, más se quedó en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos para seguir desde allí siendo el promotor, el auxiliador, el sostén, el refrigerio, el guía, el consuelo de todos aquellos que quieren como Él: PASAR POR EL MUNDO HACIENDO EL BIEN.» (Lira del Corazón, Primera parte, Capítulo V).

AL hablar de la Eucaristía, estamos hablando del sacramento que nos regaló Cristo en la Última Cena al querer quedarse con nosotros para siempre, dándonos su Cuerpo y Sangre, alma y divinidad, para alimentarnos, unirse a nosotros, entregarnos su vida divina, entrar en comunión con nosotros, acompañarnos durante esta peregrinación terrena hacia la Patria Celestial, donde le disfrutaremos cara a cara sin los velos del pan y del vino. Aquí en la tierra la Eucaristía es el sacramento más sublime, porque en él no sólo recibimos la gracia de Cristo, sino al autor de la gracia, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad.


2. EL DESCUIDO Y EL MALTRATO A JESÚS EUCARISTÍA, PROFANACIONES Y SACRILEGIOS.

Es inmenso el dolor y la tristeza que causa a la Iglesia cuando se comete el terrible pecado de profanación y sacrilegio contra lo más sagrado, lo más importante, lo más central de nuestra vida cristiana, porque se trata nada menos que del cuerpo de Cristo, Cristo mismo en Persona, el Hijo único de Dios que nació de la Santísima Virgen María, que se entrega por nosotros, que nos ha amado hasta el extremo y que nos salva. En no pocos lugares, de diversas diócesis del mundo, se sufren con profundísimo dolor y total rechazo de los fieles, varias profanaciones de robos y ultrajes al Santísimo Sacramento, además del maltrato que se da a las especies eucarísticas por parte de quienes, siendo ministros ordinarios o extraordinarios, descuidan el decoro y el manejo de las especies sagradas y de sus elementos accesorios, como sagrarios, copones, cálices, relicarios, custodias, corporales y purificadores.

Es importante recordar que quien cometa una profanación contra la Eucaristía queda inmediatamente en estado de excomunión, según lo enseña el Código de Derecho Canónico, y este gravísimo pecado solamente lo puede absolver el Papa o su delegado: ya sea un sacerdote penitenciario o un sacerdote que tenga el nombramiento pontificio de misionero de la misericordia, como un servidor. Todas las comunidades deben ser profundamente amantes de Jesús Eucaristía, y los ministros extraordinarios de la comunión eucarística, en primer lugar, son quienes deben dar este testimonio en el trato reverente a las especies eucarísticas. No se puede admitir que, por haber caído en la rutina, un Ministro Ordinario o Extraordinario no se dé cuenta de situaciones de falta de limpieza o de decoro, porque si sabemos quién es el Señor, debemos darle lo mejor. 

El Papa Francisco dice que hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de la adoración eucarística, y que, por lo tanto, ahí no puede haber progreso, ni solidaridad, ni paz, la Iglesia no crece, y vería cada vez más menguadas sus fuerzas y su avance en la misión evangelizadora que el Padre le confía.


3. LA IGLESIA NOS EXHORTA A SER SIEMPRE MUY ATENTOS CON JESÚS EUCARISTÍA.

La Iglesia, como madre y maestra, exhorta siempre a los sacerdotes, a los ministros extraordinarios de la Comunión Eucarística, a los agentes de pastoral y a todos los fieles, a redoblar el cuidado, la custodia y la seguridad de los sagrarios en donde se reserva tan augusto sacramento. Los ministros extraordinarios de la comunión eucarística tienen una tarea relevante al respecto, al prestarse como colaboradores —según las posibilidades de cada quien— a cuidar el decoro sobre todo del sagrario y de todo lo relacionado con la presencia de Jesús en la Eucaristía. 

La razón fundamental de reserva de la santa Eucaristía en el sagrario de las parroquias y demás lugares autorizados por los ordinarios, es la adoración de los fieles y la sagrada comunión para los enfermos. Por eso la Iglesia cuida de que en las comunidades en donde no se celebra la santa misa diariamente y donde por esta razón, el templo permanece cerrado, no se mantenga la reserva, para evitar una posible profanación del Santísimo Sacramento. 

En la distribución de la Sagrada Comunión, tanto ministros ordinarios como extraordinarios, deben tener la mayor reverencia y respeto a este sacramento. Se hace necesario enseñar y recordar con frecuencia a los ministros extraordinarios de la comunión eucarística y en general a los fieles más cercanos, la forma correcta de dar y recibir la comunión: Todo feligrés debe comulgar inmediatamente frente al sacerdote o ministro extraordinario. Al estar dando la comunión hay que vigilar que nadie se lleve la Sagrada Comunión para ser consumida en algún otro lugar dentro o fuera del templo (Redemptionis Sacramentum 92). Todos los fieles, y en especial los ministros extraordinarios deben colaborar para el cumplimiento como es debido con esta norma —sin exageraciones— estando atentos a corregir y denunciar cualquier anomalía en este sentido.

Un ministro extraordinario de la comunión eucarística, cuando es consciente de su vocación tan especial, busca siempre reparar y desagraviar las dolorosas ofensas a Jesús Sacramentado con la oración y con actos de devoción que acompañen a Jesús Eucaristía. todo ministro extraordinario, como todo agente de pastoral, debe siempre orar por sus pastores y por sus hermanos en el ministerio. De manera especial, no hay que olvidar elevar una oración por aquellos que han cometido errores por haber descuidado el trato con el Señor, con la seguridad que no lo volverán a cometer y confiando que el mismo Señor a quien han ofendido, los perdona y los ama. 

Estas son unas cuantas pinceladas que quiero compartir, porque del tema de la eucaristía se podría decir lo mismo que de María, en frase de San Bernardo: “Acerca de María, nunca es suficiente”. En nuestro caso: “Acerca de la eucaristía nunca es suficiente”.

Que Jesucristo el Señor, siga iluminando nuestro camino y haga de cada uno de los ministros ordinarios y extraordinarios de la comunión eucarística, hombres y mujeres verdaderamente eucarísticos a semejanza de María Santísima, la Mujer Eucarística por antonomasia.

Padre Alfredo.

«EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS EN EL AÑO JUBILAR»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos en toda la Iglesia el Domingo de la Palabra de Dios, una jornada que la Iglesia ha fijado el tercer domingo del Tiempo ordinario y que este año tiene el lema: «Espero en tu palabra» (Sal 119,74). Instituida por el Papa Francisco el 30 de septiembre de 2019, a través del motu proprio Aperuit illis, tiene el objetivo de dedicar un domingo del año litúrgico a la Palabra de Dios para darla a conocer al mundo. El Santo Padre quiere que comprendamos la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida diaria personal, en la vida de nuestras comunidades, en la vida de la Iglesia y en el mundo. Y es que la Palabra de Dios no es una Palabra encerrada en un libro, sino que permanece siempre viva y eficaz, como luz que ilumina nuestros pasos y fuerza que renueva nuestros corazones. El lema de este Año Jubilar, está tomado de un salmo que expresa el consuelo y la fuerza salvadora de la Palabra de Dios, gozo del corazón y puerta de entrada a la bienaventuranza.

Puerta de entrada al contacto con la Palabra es también el Evangelio de hoy (Lc 1,1-4;4,14-21), en el que San Lucas nos presenta la primera predicación de Jesús en la Sinagoga. Es allí donde empieza la predicación de la Palabra del Maestro, que no se quedará encerrada en algo escrito en letras, sino en el corazón. Del contacto con la Palabra surge el compromiso de evangelizar a los pobres que viven en el olvido de Dios, de proclamar a los cautivos de la mundanidad la libertad, de dar a los ciegos del corazón la vista; de poner en libertad a los oprimidos por el materialismo y el consumismo. De allí viene el deseo de proclamar el gozo por el año de gracia del Señor, que es lo que el Jubileo nos invita a vivir. Por eso no podemos decir que nuestra religión es la «Religión del libro», como algunos dicen, sino la religión de la esperanza, la religión de la fe, la religión de la caridad que busca poner en práctica lo que allí está escrito. Espero en tu palabra dice el salmista, espero en ti, Señor. Es que si quitamos la esperanza de la vida del cristiano, poco nos queda para poder hacer vida la fe y ejercitar la caridad. 

Nuestra esperanza, como creyentes, está anclada en la Palabra de Dios y esperar en la Palabra del Señor significa creer en la fidelidad de Dios, y vivir con la certeza de que Él no falla. El hecho de que Dios es fiel a sus promesas es una idea constante que atraviesa tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, y que produce en nosotros alegría y confianza; porque la esperanza no es una idea abstracta o un optimismo ingenuo, sino una persona, viva y presente en la existencia de cada uno: Cristo crucificado y resucitado, el único que no nos abandona nunca, Él es nuestra esperanza (cf. 1Tim1,1). Qué maravilloso sería que todos conocieran esta Palabra y la hicieran suya. Nuestro encuentro con la Palabra no puede quedarse encerrado en nuestro corazón. En uno de sus escritos misioneros, la beata María Inés Teresa apunta: «Mis deseos de tu gloria, mis ansias de hacerte amar y conocer, mis anhelos de santificación son más numerosos que las arenas del mar». (Viva Cristo Rey, f. 507). Que María, la fiel portadora de la Palabra, que presurosa se encaminó a Ain Karim para llevarla a Isabel y la manifestó en Caná invitando a atender a lo que Jesús dice, interceda por nosotros y no perdamos nunca la esperanza. ¡Bendecido Domingo de la Palabra de Dios!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de enero de 2025

«Con paciencia y alegría, con alegría y paciencia»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Iglesia celebra hoy a San Francisco de Sales, un santo extraordinario de allá por el 1500 y tantos que conocí a través de un libro que me regaló mi cuñada cuando en 1984 recibí mi cambio a Roma para iniciar allá en la ciudad santa mi noviciado. El libro se llama «En las fuentes de la alegría» y es una recopilación de textos de este eximio doctor de la Iglesia que hizo un canónigo que firma solamente F. Vidal. Desde aquel tiempo, como novicio de primer año, me llamó la atención la sencillez de los escritos del santo. Uno de los temas en los que San Francisco de Sales insiste es en la paciencia, pero no solamente la paciencia con los demás, sino con nosotros mismos. Con mucho realismo evangélico afirma: «Tengan paciencia con todos, pero sobre todo con ustedes mismos; quiero decir que no se turben por sus defectos y que tengan siempre el valor de liberarse de ellos. Me contento con que vuelvan a comenzar cada día; no hay mejor medio de perfección que la propia vida espiritual que recomiencen siempre sin pensar que ya han hecho bastante».

Junto a la memoria litúrgica de este insigne varón, la liturgia de la palabra nos presenta uno de los pasajes evangélicos que más mueven mi corazón a la gratitud por el llamado que Dios me ha hecho a seer su hijo con el bautismo y luego a ser sacerdote, a pesar de ser como soy. Se trata de Marcos 3,13-19 en el que el Señor elige a los Doce para que estén con él y para enviarlos a predicar. Acoger la invitación a seguir al Señor es acoger la gracia y el amor de Dios Padre que nos ama como a su Hijo y nos regala el Espíritu Santo para trabajar esa paciencia y alcanzar la alegría en plenitud. Por eso San Francisco de Sales concentra la santidad en lo esencial. Y lo esencial para el bautizado, como para el sacerdote en su vocación, es vivir la pertenencia a Dios cada día. La santidad es accesible a todos porque, en el fondo, no es otra cosa que responder con paciencia y alegría al llamado que Cristo nos ha hecho.

Nos llamó para estar con él en la vida cotidiana, porque debe quedarnos claro que los apóstoles eso vivieron junto a Cristo, la vida cotidiana. Yo, como sacerdote, tengo un estilo de vida cotidiana que la tiene el señor que trabaja en el taller, la muchacha que labora en el comercio, la monjita que está en su convento, el misionero que anda en los lugares lejanos a su patria, la señora con las tareas de su hogar. E Señor no aparta a nadie de sus tareas de cada día, de su profesión, de su trabajo, relaciones y compromisos; al contrario, estimula a realizarlos con mayor competencia y perfección. Esos Doce, que fueron elegidos, siguieron pescando, incluso cuando Cristo ya había resucitado y les prende una hoguera en la orilla de la playa para que terminen de cocinar sus pescados. Dios nos llama en las condiciones ordinarias de la vida, como nos recuerda San Francisco de Sales. Pidamos a María Santísima que interceda por nosotros para que, con alegría y esa paciencia con nosotros mismos, podamos ir siempre tras Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote que nos presenta la Carta a los Hebreos y que «pasó por el mundo haciendo el bien» (Hch 10,38). ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.