Su historia de conversión parte de la vida espiritual tan profunda de sus padres, que fervientes practicantes del budismo, se preocuparon por la sólida formación de sus hijos. De tal manera que a las tres mujeres las enviaron a estudiar con las hermanas del Sagrado Corazón. Fue allí donde Beatriz, a la edad de 15 años recibió el sacramento del bautismo el 8 de diciembre de 1954.
Cinco años después, el 12 de mayo de 1959, respondiendo al llamado que el Misionero del Padre, el Buen Jesús le hacía, siguiendo el ejemplo de su hermana mayor, ingresó en la Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y el 12 de agosto de 1962, luego de su tiempo de formación inicial como postulante y novicia, hizo su primera profesión temporal. Luego de un periodo de cinco años en Tokio, se llevó a cabo la ceremonia de su consagración definitiva el 6 de agosto de 1967.
La hermana Beatriz fue una hermana muy trabajadora, serena y responsable con todo lo que se le encomendó. Desde su ingreso, hasta 1974 formó parte de las comunidades de Tokyo, Oizumi e lida en Japón. En Iida fue directora del kínder Santa Clara, una encomienda que desempeño hasta que fue designada a formar parte de la región de Indonesia, misión que amó profundamente y en la que trabajó diligentemente, como lo afirman las hermanas de esas lejanas tierras profundamente envueltas en la religión musulmana y constituido por más de 17,000 islas.
Situada en el sudeste asiático, Indonesia es una nación en la que conviven grandes religiones como el islam (80% de la población), el hinduismo, el budismo y el cristianismo. En este contexto, Beatriz, conocedora del Budismo, en donde había nacido, no dudó en asumir el desafío de dar testimonio de vida cristiana a través del diálogo profético en una cultura muy diversa. Allí vivió un buen tiempo en la comunidad de Biliton y trabajó en el Hospital Santa Clara. Las Misioneras Clarisas de aquella región la recuerdan como una hermana trabajadora y muy responsable. Fue muy querida por las hermanas de las diversas comunidades y una maestra que hasta ahora muchos recuerdan y tienen hermosos recuerdos. Con su sencillez supo ganarse el cariño de muchas personas que, por su testimonio de vida, abrazaron la fe católica.
Tuve el gusto de conocerla en Roma, en donde la pude saludar en diversas ocasiones. La recuerdo como una mujer serena, de sonrisa discreta y profunda devoción al participar en la Santa Misa y en el rezo de la Liturgia de las Horas en la casa de Garampi. Las hermanas siempre me dijeron que era un alma llena de amor al servicio de sus hermanas y compañeros de trabajo. Seguramente Beatriz ofreció todo lo que hizo para salvar almas, como lo había aprendido de la Beata María Inés.
En el año de 2004 regresó a Japón, la patria que la vio nacer y que fue cuna de su vocación misionera. Sus últimos 20 años de vida formó parte de las comunidades de Oizumi, lida y Karuizawa, donde sirvió en el apostolado de la atención a los huéspedes de la Casa de Ejercicios, destacando su servicio, además, como ecónoma y en sus últimos años como sacristana, servicio que prestó diligentemente hasta que la enfermedad la obligó a ser hospitalizada.
El 16 de diciembre de 2024, en la localidad de Karuizawa, Nagano, Japón, a las catorce horas con treinta y cinco minutos, el Esposo Divino la llamó a su presencia a la edad de 85 años, después de haber cumplido fielmente su misión en una vida de entrega y servicio durante los 55 años como Misionera Clarisa entregada por completo a todo lo que le encomendaba la obediencia para llevar el amor de Dios, sobre todo, a quienes no lo conocían.
Que el Señor le haya concedido contemplar su rostro y recibir el premio de permanecer eternamente en su presencia.
Padre Alfredo.
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