Sumamente agradecido por el regalazo de haber podido saludar a mi queridísimo padre Abundio Camacho el día de ayer, amanezco con alegría en mi consentida Selva de Cemento —CDMX— para iniciar un nuevo día en la peregrinación que ayer iniciamos para gloria de Dios. Mañana será el día central con la solemne Misa en la Basílica de Guadalupe en donde la Morenita del Tepeyac nos espera ya con los brazos abiertos para llevarnos al encuentro de su Hijo Jesús, el verdadero Dios por quien se vive y a quien hemos de amar y servir, como dice la primera lectura de la Misa de hoy (Dt 10,12-22), con todo el corazón y toda el alma.
Servir al Señor con todo el corazón implica, en primer lugar, amarle con todas nuestras emociones y un entrañable afecto, buscando una conexión profunda con Él no solo en los momentos de oración o de participación en las diversas acciones litúrgicas de la Iglesia, sino siempre y en todo lugar; es decir, colocarlo como prioridad en la vida esforzándose por cumplir sus mandamientos —como también dice la lectura—, buscar momentos especiales para orar —como ahorita que lees esto que escribo que te conecta con Él haciendo un espacio en el ser y quehacer de cada día—, estudiar sus enseñanzas integrándose a la Escuela Bíblica de tu parroquia o dando un espacio especial en las sesiones de formación de tu grupo o movimiento eclesial, y además, algo imprescindible, vivir en constante gratitud y dependencia de Él. De aquí vendrá el servirle en obediencia a su palabra buscando su voluntad, lo que mantiene viva esa profunda relación y compañía con Él en todo momento y circunstancia.
Este pequeño trozo de la Escritura dice también que hay que servir al Señor con toda el alma. Esto, ciertamente, va más allá de los meros sentimientos que, como decía Benedicto XVI, a veces “van y vienen”. Servir al Señor con toda el alma es abarcar nuestra esencia más profunda, lo que somos y lo que hacemos para ponernos en disposición incluso de dar la vida por Él. Y es que el alma es el asiento de nuestro carácter y decisiones. De tal manera que servir al Señor con ella es involucrar nuestra identidad más profunda en el servicio a Dios y por consecuencia, a los hermanos. Busquemos, pues, este día y siempre, darle gloria a Dios sirviéndolo en las acciones de la vida diaria con todo el corazón y con toda el alma. Siempre, siempre, siempre hay algo que ofrecerle como servicio. Que María santísima, quien amó así, en este estilo, nos ayude. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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