Por fin ha llegó el día central de nuestra peregrinación al Tepeyac. La dulce morenita del Tepeyac lució reluciente para recibir a sus hijos de la arquidiócesis de Monterrey, que, año con año, por un antiquísima tradición que expresa la fe confiada en su maternidad espiritual, que hace a sus hijos venir al encuentro de la Madre a su «Casita Sagrada». Más de 70 sacerdotes, junto con 5 obispos y monseñor Rogelio Cabrera, nuestro arzobispo, concelebramos la Eucaristía en la que resonaron las palabras que el Señor, el Padre de las misericordias nos dirigió en la primer lectura (Dt 31,1-8), en labios de Moisés: «El Señor, tu Dios, avanza a tu lado, no te dejará ni te abandonará.» Todos, con gran interés, nos dejamos mover por la exquisita homilía que nos fue llevando, desde nuestra pequeñez hasta dejarnos abrazar por el cariño inmenso de la Madre, la Reina del Tepeyac quien también, pequeña como nosotros ante las maravillas del Señor viene a darnos el abrazo y el beso maternal que nos fortalece, seguros de que el Señor no abandona a sus hijos en este peregrinar hacia la casa del Padre.
En el Evangelio de este bendito día (Mt 18,1-5.10.12-14), San Mateo nos recuerda, precisamente, que ele más grande en el reino de los cielos, es el que se haga tan pequeño como un niño. Y es que, solamente desde la comprensión de nuestra pequeñez, de nuestra miseria, de nuestra fragilidad, como la un niño, seremos capaces de correr al regazo de la Madre para dejarnos conducir, por Ella, a los brazos de nuestro Padre Dios. Escribo ya muy tarde, y seguramente enviré esto hasta mañana, pues el día terminó con un inmerecido regalo que no tiene precio y que se lo debo a mi buen amigo y hermano el padre José Luis Gauna, quien este próximo 15 de agosto celebrará sus primeros 25 años de vida sacerdotal. José Luis ingresó al seminario el año en el que yo me ordené y desde entonces, mi sacerdocio -lleno de fallas e imperfecciones que muchos notan de cerca y de lejos- se convirtió para él en una referencia. De hecho, sin ser Misionero de Cristo, porque es sacerdote diocesano, es un gran promotor de l espiritualidad de la Beata María Inés Teresa.
Bueno, pues gracias a este aniversario del padre, a él y a sus compañeros que celebran su aniversario, se les concedió entrar al camerín en donde está custodiada la bendita imagen de nuestra señora de Guadalupe, la mismísima imagen un vemos en la inmensa basílica y la pudimos contemplar en ese espacio en el que el Papa Francisco, tan amante de ella, la pudo contemplar muy de cerca. Es la segunda vez en mi larga vida, que elSeñor me concede este inmerecido privilegio. La vez anterior fue con ocasión de l beatificación de Madre Inés en el 2012. No tengo manera de expresar la sensación de tocar la bendita imagen a través del acrílico especial que la cubre, solamente pudiera decirles que Ella me vio y escuchó la retahíla de súplicas que con la pequeñez de San Juan Diego le presenté. ¡Allí estuvieron todos conmigo! ¡Allí me dejen ver por Ella, cuya mirada penetra hasta lo más hondo del corazón! ¡Gracias padre José Luis por querer compartir conmigo esta mirada materna de María que se fijó en nuestra pequeñez para acompañarnos a vivir, con su mirada, el don del sacerdocio que hemos recibido. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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