Empiezo a escribir en el aeropuerto de Monterrey y termino casi a media noche en la Perla Tapatía, pues las andanzas de un padrecito «intenso», como me dicen algunos, me traen tres días a Guadalajara. Me topo hoy con el inicio de la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses (Tes 1,1-5.8b-10) en la primera lectura. Esta carta es el documento escrito más antiguo de la cristiandad y el primer libro del Nuevo Testamento, por tanto, se trata de un escrito realizado antes de los cuatro evangelios. Todos sabemos que San Pablo no conoció a Jesús. No convivió con Él. Pero en esta carta vemos el cambio que se produjo en su vida personal, el encuentro con el Resucitado camino de Damasco. En ella observamos la fuerza que tenía para el Apóstol de las Gentes la figura de Jesús. Esta es una carta de las cartas más interesantes en la que el autor sagrado nos invita a descubrir cómo cambia la vida y el pensamiento de las personas después del encuentro con el Señor. Se las recomiendo leerla toda. ¡De verdad goza uno leyéndola!
Asumiendo el género epistolar, San Pablo comienza esta carta con un saludo, expresa cómo está, y anima a los creyentes a seguir viviendo la fuerza que tiene la fe que manifiestan. Timoteo y otros varios le informan de cómo está la comunidad. Después del saludo de todos expresa su alegría de cómo se siente él ante esas informaciones. Expresa sentimientos que provocan en él una respuesta agradecida. Y dirige una oración al Padre Dios, dándole gracias. Creo que especialmente Pablo da gracias porque va hacia el recuerdo de que, cuando llegó por primera vez a esta comunidad, encontró en ella un pueblo poco receptor y ciertamente ajeno a la alegría del Evangelio. Ahora, que escribe desde lejos, el Apóstol da gracias a Dios por lo que, a través de su vida y su predicación, ha hecho en esa comunidad.
Por eso San Pablo les recuerda cómo, cuando estaba con ellos, todo lo hacía para bien de ellos. El anuncio de lo dicho y hecho por Jesús se lo comunicó para que se apartaran de la idolatría y centraran su vida en Jesús, que es quien da sentido a la vida y nos libera de la muerte. Si Cristo nos amó y entregó su vida por nosotros, eso tienen que hacer y tenemos que hacer en vida. Y si esto fue triunfo de su vida, resucitando, también resucitaremos. Pablo les dirá: para que no se aflijan como los hombres sin esperanza y, por tanto, consuélense mutuamente con esta realidad. Yo, por mi parte, al ver estas cartas paulinas, recuerdo también algunos de esos lugares que en el inicio de alguna misión no recibieron —muy bien que digamos— el mensaje y poco a poco fueron reafirmando su fe. Que la Virgen de Zapopan, a quien siento aquí muy cerquita en estas tierras tapatías, nos ablande, como buena Madre, el corazón para recibir las enseñanzas de su Hijo con la misma enjundia que San Pablo lo hizo. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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