Parece mentira pero por más que intento que el pequeño pensamiento que se basa en mi reflexión del amanecer se pueda poner por escrito casi al instante... ¡no lo logro! Sé que hay gente que quisiera recibirlo incluso el día anterior, pero es fruto de la meditación del día que ya he hecho y no un trabajo preparado previamente. El caso es que son las 7:43 de la noche y apenas encuentro —aunque es mi day off— un espacio para compartir algo de lo que medité en torno a la primera lectura (Jue 9,6-15) y que unas horas más tarde logré compartir, junto con una breve reflexión del Evangelio de hoy en Misa con el hermano Carlos en la Casa de nuestra comunidad de Misioneros de Cristo en Villa Universidad.
Lo cierto es que para mi reflexión personal me centré en Abimelec, un líder impío elegido como rey para un pueblo impío, quien rechazó primero el liderazgo de Dios sobre la nación, y luego abrazó a este hombre cruel y brutal. Si nos damos cuenta, la coronación de Abimelec se llevó a cabo irónicamente en el mismo árbol donde Josué había puesto anteriormente con toda solemnidad una copia de la ley de Dios (Jos 24,26). La ley estaba justo allí, pero Israel se rehusó a leerla o escucharla. Abimelec engatusó a los señores de Siquén para que lo proclamaran rey y contrató a gente sin escrúpulos y miserables, tuvo muchos hermanastros a los que mató, menos a Jotán, el más pequeño que pudo escabullirse y que es quien aparece también en escena en este relato. Jotán les advirtió que se iban a poner en manos de alguien indigno y cuyas acciones no eran de fiar y no le hicieron caso.
Así ocurre muchas veces en la vida, somos testigos de tomas de decisiones guiadas por el interés propio, sin importar poco si pueden dañar a la gente, incluso agrediendo a aquellos que están en una situación inferior, realizando un abuso de poder totalmente despótico. Trágicamente, hasta nuestros días, la gran mayoría de acciones realizadas por los poderosos, están guiadas por el interés personal, sin tener en cuenta su impacto sobre gente humilde que puede, quizás, desposeerlos de sus medios de vida, e incluso, atentando contra la sostenibilidad de la tierra que Dios nos dio para cuidarla y disfrutarla. Lo mismo ocurre con la mayoría de las guerras que sufrimos actualmente, guiadas por el egoísmo y el ansia de poder, importando poco los que llaman daños colaterales. Que María nos ayude a abrir los ojos, sobre todo cuando tenemos que hacer elecciones de quienes nos gobiernes o nos representen. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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