Puerta de entrada al contacto con la Palabra es también el Evangelio de hoy (Lc 1,1-4;4,14-21), en el que San Lucas nos presenta la primera predicación de Jesús en la Sinagoga. Es allí donde empieza la predicación de la Palabra del Maestro, que no se quedará encerrada en algo escrito en letras, sino en el corazón. Del contacto con la Palabra surge el compromiso de evangelizar a los pobres que viven en el olvido de Dios, de proclamar a los cautivos de la mundanidad la libertad, de dar a los ciegos del corazón la vista; de poner en libertad a los oprimidos por el materialismo y el consumismo. De allí viene el deseo de proclamar el gozo por el año de gracia del Señor, que es lo que el Jubileo nos invita a vivir. Por eso no podemos decir que nuestra religión es la «Religión del libro», como algunos dicen, sino la religión de la esperanza, la religión de la fe, la religión de la caridad que busca poner en práctica lo que allí está escrito. Espero en tu palabra dice el salmista, espero en ti, Señor. Es que si quitamos la esperanza de la vida del cristiano, poco nos queda para poder hacer vida la fe y ejercitar la caridad.
Nuestra esperanza, como creyentes, está anclada en la Palabra de Dios y esperar en la Palabra del Señor significa creer en la fidelidad de Dios, y vivir con la certeza de que Él no falla. El hecho de que Dios es fiel a sus promesas es una idea constante que atraviesa tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, y que produce en nosotros alegría y confianza; porque la esperanza no es una idea abstracta o un optimismo ingenuo, sino una persona, viva y presente en la existencia de cada uno: Cristo crucificado y resucitado, el único que no nos abandona nunca, Él es nuestra esperanza (cf. 1Tim1,1). Qué maravilloso sería que todos conocieran esta Palabra y la hicieran suya. Nuestro encuentro con la Palabra no puede quedarse encerrado en nuestro corazón. En uno de sus escritos misioneros, la beata María Inés Teresa apunta: «Mis deseos de tu gloria, mis ansias de hacerte amar y conocer, mis anhelos de santificación son más numerosos que las arenas del mar». (Viva Cristo Rey, f. 507). Que María, la fiel portadora de la Palabra, que presurosa se encaminó a Ain Karim para llevarla a Isabel y la manifestó en Caná invitando a atender a lo que Jesús dice, interceda por nosotros y no perdamos nunca la esperanza. ¡Bendecido Domingo de la Palabra de Dios!
Padre Alfredo.
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