domingo, 19 de enero de 2025

UN MILAGRO DE ABUNDANCIA EN CANÁ... Un pequeño pensamiento para hoy

El papel del agua para la purificación en las bodas de Caná

Varias veces he compartido con ustedes, mis 5 o 6 lectores, que yo nací enfermo y que a lo largo de mi vida los encuentros cercanos con doctores, enfermeros, hospitales, pastillas e inyecciones forman parte de mi diario vivir. De hecho tengo recuerdos claros del hospital «San Vicente» de Monterrey desde que tenía 3 años y le pedía al doctor Lino Rodríguez –de feliz memoria– que me salvara del anestesista. Hoy, que después de las cuatro misas del día puedo escribir a la vez que hago uso del nebulizador en los 20 minutos correspondientes a la sesión de hoy, pienso en los milagros de sanación que hizo Jesús en el Evangelio y en los que, hasta la fecha, sigue haciendo en muchos de nosotros. Y esto porque, el Evangelio de este domingo, el tercero del Tiempo Ordinario, nos presenta el primer milagro de Jesús que narra san Juan (Jn 2,1-11). Un milagro que, con toda claridad, según nos narra el evangelista, es pedido por María su Madre. 

Curiosamente, como muchos esperaríamos, especialmente los que somos parte del sindicato de los enfermos de base, el primer milagro de Cristo no es uno de sanación, sino uno de multiplicación y nada más y nada menos que de multiplicación de vino. ¿Tienen alguna idea de cuantas botellas se pueden llenar con 600 litros del mejor de los vinos? Es que, detrás de este milagro, hay una gran enseñanza. Jesús, con sus milagros, tocó la vida de muchas personas mostrando la «abundancia del amor misericordioso del Padre». Por eso el primer milagro, es un milagro de abundancia. Bastaba que hubiera multiplicado una sola tinaja de 100 litros y no seis, pero así daba paso a lo que el Padre, en su abundante amor, puede hacer. Más adelante, a cada uno de los que sane o resucite, les llegará la abundancia de la misericordia divina dándoles la oportunidad de volver a vivir, de corregirse, de volver a empezar, de entregarse a los demás. 

La santísima Virgen María, en esta escena, sencillamente adelanta la hora de Jesús. Ahí comenzó la hora de Jesús, la hora de proclamar el Reino de Dios con signos de abundancia y con fiesta. Ya casi al final de los Evangelios, Ella, cuando todos los Apóstoles y discípulos estaban sumidos en la desesperanza, María –segura de ser escuchada– volvería a decir a su Hijo, aunque muerto: «No tienen esperanza». Y de nuevo adelantó la hora. Jesús había predicho que a los tres días resucitaría. Murió el viernes en la tarde. Podríamos pensar que no resucitaría hasta la tarde del lunes. Pero no. Se adelantó lo máximo posible sin dejar de respetar la profecía de los tres días. Contó ya como primero, el viernes. El segundo el sábado y nada más despuntar el alba del tercero, cuando salen las santas mujeres hacia el sepulcro ¡ya Resucitó! María, con su misteriosa intercesión, adelantó la hora de la Pascua todo lo que era posible. Aquí termino mi reflexión y propongo firmemente volver a escribir en cuánto pueda. ¡Bendecido domingo y sigo pidiendo la limosna de sus oraciones por este padrecito de buena carrocería, pero siempre achacoso! 

Padre Alfredo. 

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