miércoles, 4 de diciembre de 2024

Dios no se deja ganar en generosidad... Un pequeño pensamiento para hoy


Hay un viejo cuento que narra el encuentro de un sultán con un campesino al que ve plantando afanoso una palmera. El sultán se detiene al verlo y le pregunta asombrado: —¡Oh, cheikk (anciano)!, plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán su fruto... necesita muchos años para que madure y tu vida se acerca a su término. El anciano lo mira bondadosamente y luego le contesta: ¡Oh, sultán!, unos plantaron y nosotros comimos; plantemos ahora para que otros coman. El sultán se admira de tan grande generosidad y le regala cien monedas de plata, que el anciano toma haciendo una caravana, y luego dice: —¿Has visto, ¡oh, rey!, cuán pronto ha dado fruto la palmera? Más y más asombrado, el sultán, al ver cómo el anciano muestra una salida tan sabia para todo un hombre del campo, le entrega otras cien monedas. El ingenioso viejo las besa y luego contesta prontamente: —¡Oh, sultán!, lo más extraordinario de todo es que generalmente una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora. EL sultán queda maravillado con esta nueva salida, ríe y exclama dirigiéndose a sus acompañantes: —¡Vámonos…, vámonos pronto! Si nos quedamos aquí un poco más de tiempo este buen hombre me vaciará mi bolsa a fuerza de ingenio.

El Evangelio de hoy nos lleva a la escena de la segunda multiplicación de los panes que narra san Mateo (Mt 15,29-37). A diferencia de San Lucas, que solamente relata un solo acontecimiento en torno a esto, San Mateo y San Marcos registran dos milagros similares en los que se alimenta a una multitud. En este relato, el Señor Jesús, con siete panes y unos cuantos pescados da de comer a una multitud. Y, aunque el relato del sultán que he compartido, además de llamar la atención por la sagacidad del anciano, llama ciertamente también por la generosidad del sultán que, conmovido por la actitud del anciano, casi se queda con la bolsa de su dinero vacía. No sucede así con el Señor, cuando él ve que actuamos y buscamos el bien —como los Apóstoles y toda la gente que seguía a Jesús— no se deja ganar en generosidad y multiplica los bienes sin temor a quedarse sin nada. ÉL siempre tiene para repartir a todos a manos llenas. Y ese Dios, que todo lo da, es al que esperamos en este tiempo de Adviento.

Jesús nos invita, con estos milagros que no son de curación, a no ser indiferentes ante las necesidades de los demás, ya sean espirituales o materiales, y a ser generosos sin temor a quedarnos sin nada. Ante esto podemos cuestionarnos con estas u otras preguntas: ¿Yo solo me preocupo por mi en este caminito a la Navidad, o también pienso en los demás? Jesús les pregunta a sus discípulos: «¿Cuántos panes tienen?» Esto nos invita a revisarnos, ¿Qué tengo yo? ¿Cuáles son mis virtudes, talentos y cualidades que tengo para que sea capaz de compartirlas con los demás? ¿Cuál es mi actitud o sentimientos cuando me desprendo de algo que me pertenece para dárselo a alguien más en esta época marcada siempre por el compartir? El Adviento nos invita a vaciarnos, a compartir, a darnos. Que María Santísima, acompañada por José rumbo a Belén, nos aliente con su ejemplo de vida, toda marcada por una generosidad que todo lo da. ¡Bendecido miércoles desde el aeropuerto de Monterrey, esperando mi vuelo a mi querida Selva de Cemento a varios asuntos de una de las causas de beatificación y canonización!

Padre Alfredo.

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