Junto a la memoria litúrgica de este insigne varón, la liturgia de la palabra nos presenta uno de los pasajes evangélicos que más mueven mi corazón a la gratitud por el llamado que Dios me ha hecho a seer su hijo con el bautismo y luego a ser sacerdote, a pesar de ser como soy. Se trata de Marcos 3,13-19 en el que el Señor elige a los Doce para que estén con él y para enviarlos a predicar. Acoger la invitación a seguir al Señor es acoger la gracia y el amor de Dios Padre que nos ama como a su Hijo y nos regala el Espíritu Santo para trabajar esa paciencia y alcanzar la alegría en plenitud. Por eso San Francisco de Sales concentra la santidad en lo esencial. Y lo esencial para el bautizado, como para el sacerdote en su vocación, es vivir la pertenencia a Dios cada día. La santidad es accesible a todos porque, en el fondo, no es otra cosa que responder con paciencia y alegría al llamado que Cristo nos ha hecho.
Nos llamó para estar con él en la vida cotidiana, porque debe quedarnos claro que los apóstoles eso vivieron junto a Cristo, la vida cotidiana. Yo, como sacerdote, tengo un estilo de vida cotidiana que la tiene el señor que trabaja en el taller, la muchacha que labora en el comercio, la monjita que está en su convento, el misionero que anda en los lugares lejanos a su patria, la señora con las tareas de su hogar. E Señor no aparta a nadie de sus tareas de cada día, de su profesión, de su trabajo, relaciones y compromisos; al contrario, estimula a realizarlos con mayor competencia y perfección. Esos Doce, que fueron elegidos, siguieron pescando, incluso cuando Cristo ya había resucitado y les prende una hoguera en la orilla de la playa para que terminen de cocinar sus pescados. Dios nos llama en las condiciones ordinarias de la vida, como nos recuerda San Francisco de Sales. Pidamos a María Santísima que interceda por nosotros para que, con alegría y esa paciencia con nosotros mismos, podamos ir siempre tras Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote que nos presenta la Carta a los Hebreos y que «pasó por el mundo haciendo el bien» (Hch 10,38). ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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