Creo que me cae de perlas el evangelio de hoy (Mt 11,28-30) que habla e la invitación que Jesús hace a que vayamos a él los que estamos cansados y agobiados por la carga porque él nos dará alivio... ¡Y cuán cierto es esto! Quienes pasan por este mundo cerca de mí, de otros sacerdotes o de cualquiera de nuestras hermanas Misioneras Clarisas u otros consagrados, se dan cuenta de que tenemos siempre muchísimas cosas que hacer en nombre de Dios y que a la mayoría de nosotros el tiempo no nos alcanza. Pero hay algo especial en el encuentro con Jesús en la Misa, en la oración personal, en la adoración, en el rosario y demás, que nos restauran las fuerzas, muchas veces, en un santiamén.
Cualquier consagrado, hombre o mujer, puede aseverar que si uno se abandona verdaderamente a Dios, queda realmente reconfortado, colmado de serenidad y de alegría porque su yugo —sus intereses, diría la beata María Inés— es suave y su carga ligera. Nuestra Fe, nuestras vocaciones, nuestras obligaciones religiosas... no son «cargas» en el sentido en que el mundo entiende esto, porque el amor no puede ser más que liberador y radiante cuando se vive con Cristo, por él y en él. Que María santísima nos acompañe siempre a ir a su Hijo, que restaura nuestras fuerzas. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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