Es inevitable que cada 25 de julio venga a mi mente el recuerdo de la comunidad parroquia de Capula, en la arquidiócesis de Morelia, de la que fui administración parroquial en un momento fugaz a causa de que su párroco enfermó gravemente de forma repentina. Bastaron unos cuantos meses para inmiscuirme en la vida religiosa, usos y costumbres de una singular comunidad cuya fiesta religiosa gira en torno a su patrono Santiago Apóstol. No me canso de dar gracias a Dios por esta valiosa experiencia misionera que tanto aprendizaje me dejó y en la que me acompañó muy de cerca nuestra hermana Vanclarista Belia Canals.
La vida misionera es fantástica y los que estamos sumergidos en ella hemos de saber vivir nuestra fe, que no cambia, de una manera inculturizada según el lugar en donde nos encontremos. La fe siempre ayuda a ver la mano del Señor en los acontecimientos que necesitan ser iluminados por la luz que nos viene por la vivencia del evangelio que llega a todas las comunidades. Esta vivencia del evangelio nos ha sido trasmitida por la predicación apostólica, que nada tiene que ver con la imaginería heredada, un tanto discutible, sino la vivencia de la palabra de Dios que se encarna en todos los pueblos.
La gente de Capula celebra la fiesta de este que fue uno de los tres apóstoles íntimos del Señor, a la vez que admira la valentía de Santiago, que fue el primero de los apóstoles que entregó su vida. Nosotros también, desde donde quiera que estamos, celebramos su triunfo porque nos habla de la imitación de Cristo, que dio la vida para alcanzar nuestra salvación. Pidamos, junto con la de María, la intercesión de Santiago y no olvidemos todos que, como yo, vamos viviendo de recuerdos maravillosos que fortalecen nuestra fe. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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