En la figura de María de Magdala y sobre todo en el itinerario de su vida, descubrimos algunos aspectos importantes de la fe. Hoy quiero recalcar en primer lugar, que admiramos su fe, que vive con valentía. Los creyentes conocemos que la fe, aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado «ve» también al Padre, al Señor, porque reconoce de inmediato la divinidad de Jesús, que aunque no le reconoce al instante, puede ir a contar a los discípulos: «¡He visto al Señor»!
La beata María Inés, hablando de la Magdalena nos dice: «Quisiera vivir solo de él y para él, como Magdalena, a sus plantas, escuchando las divinas palabras que salen de su boca, pendiente de esos labios que sólo tienen palabras de vida eterna». (Estudios y meditaciones). En su camino de fe, a María Magdalena le movió el amor: ella no ahorró en perfumes para su Amor. ¡El amor!: he aquí un vehículo importantísimo de la fe, porque no se puede escuchar, ni ver, ni creer a quien no se ama. Que ella, de la mano de María santísima, a quien acompañó al pie de la cruz, interceda para que en nuestro camino de fe, amemos más y más al Señor y lo llevemos a los hermanos. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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