martes, 18 de julio de 2023

«Ante la indiferencia»... Un pequeño pensamiento para hoy


La indiferencia es algo muy de la cultura de nuestros días que se da no solamente entre los adolescentes y la gente joven, sino en general, incluso hasta en gente mayor. No es la indiferencia de la que nos habla san Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales y que todos debemos vivir, esa indiferencia que nos ayuda a no aferrarnos a nada y a depender totalmente de Dios porque nos es indiferente salud que enfermedad, pobreza que riqueza, como afirma el santo, sino la indiferencia mundana, esa actitud neurótica, auto-defensiva, que atrinchera el yo de la persona por miedo a ser menospreciado, desconsiderado, herido, puesto en tela de juicio o ignorado, esa indiferencia que no deja ver a nadie más sino a uno mismo sin interesarse en el crecimiento o realización de los demás.

Yo creo que ese fue uno de los pecados de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, esas tres ciudades de los que habla el evangelio de hoy (Mt 11,20-24). Su indiferencia ante el mensaje de Jesús les mantuvo insensibles ante la llegada de la Buena Nueva. Y es que a veces, la indiferencia hace que el corazón se quede desentendidamente frío ante lo que llega de fuera e invita a la escucha, a la compasión, a abrirse al otro, a darse, a hacerse donación y ocasiona, en su encerramiento, más daño que una aversión declarada. En la historia de salvación estas tres ciudades.

Hoy por hoy, considero que, como digo, la indiferencia está muy generalizada. Muchos de nosotros nos sentimos impotentes ante quienes por más que se les explique, por más argumentos que se utilicen para desmontar las falsedades y las manipulaciones y las verdades tergiversadas o manipuladas que llegan de aquí y de allá, siguen enganchados en su indiferencia ante el mensaje de Jesús. Pero eso no nos debe hacer perder la esperanza, sólo que amerita más trabajo, más empeño y más dedicación de nuestra parte. Jesús no renunció a entregarse por completo, aunque en estas ciudades no le haya ido tan bien como se hubiese esperado. Que la Virgen santísima, a quien hace poco acabamos de recordar bajo su advocación del Monte Carmelo, nos eche una manita para seguir buscando impregnar el mundo de los intereses de Cristo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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