Pero ciertamente que para abrazar la cruz con alegría, como la beata nos recuerda, es necesario que lo hagamos con libertad, porque el Señor a nadie nos llamará a seguirle a la fuerza. Y para vivir en esa libertad, es necesario despojarse de todo lo que pueda atar o atorar. Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por interés —comerciantes, deportistas—, o por una noble generosidad altruista —en ayuda a países necesitados—. Los cristianos, además, lo hemos de hacer por la opción que hemos hecho de seguir a Jesús.
La decisión de seguirle exige una ruptura incluso a veces hasta con los lazos familiares, porque no se puede seguir a Jesús bajo las restricciones que imponen los vínculos de la sangre. El discípulo tiene que ser ante todo una persona libre y responsable. Libre de la mentalidad apegada al lucro y al exclusivo beneficio personal. Libre ante las posesiones, los objetos y las personas. Libre para enfrentar el conflicto que suscita el anuncio del Reino. Libre para comportarse y ser un verdadero hijo de Dios como Jesús y como María, la mujer más libre después de él. Que ella nos aliente a vivir así. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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