Sin embargo no quiero dejar de compartir lo que medité el día de hoy aunque apenas ahora lo lleve a las letras escritas. El evangelio de hoy (Mt 9,9-13) como el de todos los días, dejó una resonancia en mi corazón, especialmente porque la vocación de la que se habla, que es la de san Mateo, es muy significativa para mí, porque han ustedes de saber que cuando el Señor me llamó a seguirle, yo hacía mis pininos en contraloría en la presidencia municipal de san Nicolás, aunque no era un cobrador de impuestos. Jesús elige a Mateo, que es un publicano, o sea, a un recaudador de impuestos al servicio de la potencia ocupante, que era Roma, y, como todos los publicanos, con muy mala fama entre el pueblo. Jesús le da un voto de confianza, sin pedirle confesiones públicas de conversión. Mateo le sigue inmediatamente, dejándolo todo, y le ofrece en su casa una buena comida a la que también invita a otros publicanos, con gran escándalo de los «buenos».
Toda llamada de Jesús, sea en la condición que sea, es motivo de fiesta, y más si al que llama sale de una esfera del mundo en la que no se espera encontrar algo o alguien que valga la pena. Todos somos vocacionables, todos somos llamados. ¿Ya descubriste a qué te ha llamado el Señor? Que María santísima, que respondió con un perpetuo «sí» al llamado del Señor nos ayude a no poner excusas, que el Señor llama a quien quiere como lo vemos en Mateo. ¡Bendecido descanso y han de dispensar los de otros usos horarios!
Padre Alfredo.
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