sábado, 22 de julio de 2023

«¡Padre... ya está grande!»... Una reflexión sobre los sacerdotes viejos


En la época actual, las personas llegamos a la llamada «Tercera Edad» en mejores condiciones que algunas décadas atrás. Yo por ejemplo, al escribir estas líneas, estos a un escaso mes de cumplir 62 años y me dicen —por supuesto los que rondan mi edad—: «¡Qué bien se ve, ni parece que tiene esa edad!», pero, la expresión de algunos jóvenes de la parroquia y de alguna que otra parte es un poco diferente: «¡Padre... ya está grande, pero bueno, se ve bien!

Lo cierto es que veo cada vez que el tiempo corre más de prisa y que cuando menos piense, si Dios me presta vida, a pesar  de mis achaques, seré un sacerdote viejo... es decir, más viejo todavía.

Me encontré en Internet, un escrito de un joven sacerdote en el que comparte que escucha a la gente quejarse de sus viejos sacerdotes todo el tiempo. Comenta que les oye decir: ¡Pobres Padres Viejos!

He aquí las palabras de este padrecito:

«En tiempos de "pop star" sacerdotes, cantantes, curanderos y por qué no decir ilusionistas, crece la cultura de la ingratitud.

Pobres Padres Viejos, que en su vida no aprendieron a ser cantores, pero muchas veces tenían que apoyar el canto porque no había quien cantara en misa...

Pobres viejos sacerdotes, que no saben comunicarse por la pantalla, pero que toda su vida han enfrentado el desafío de comunicar el evangelio aun con tan pocos recursos...

Pobres viejos sacerdotes, los focos del escenario no los alumbran, porque aprendieron a ser sacerdotes en los páramos de la vida, celebrando misas iluminados por velas y no por cañones de luz.

Pobres sacerdotes viejos, que vivieron toda su vida ungiendo a los enfermos, pero que tienen fama de no curar como este sacerdote.

Sacerdotes que ya no arrastran multitud, sino que en tiempos lejanos fueron, solos, pastores de un rebaño inmenso.

No estoy contento cuando la gente dice: ¡queríamos un nuevo sacerdote como tú! ¿Sabes por qué yo no? ¡Porque cuando sea viejo, los demás dirán lo mismo de mí!

¡Estoy mucho menos feliz cuando un sacerdote nuevo piensa que es mejor que un sacerdote mayor!

¡Es fácil que nos guste el cura cuando hace más emocionante el servicio, lo difícil es tener madurez cristiana para entender que ese cura que hoy necesita un poco más de paciencia, ¡ya tuvo paciencia con tantos!

Mi gratitud y oraciones a los sacerdotes viejos y olvidados, pero que durante toda una vida trabajaron para que las personas fueran nuevas y recordaran a Dios.

¡Oremos por nuestros sacerdotes ancianos!»

Me conmueven estas palabras no solamente porque como decimos... ¡«para allá voy que vuelo!», sino porque me invitan a ser agradecido por la vida y misión de sacerdotes muy queridos que dejaron huella en mí como sacerdote y algunos de los cuales viven a sus más de 80 o 90 años entregados en el servicio.

¿Ustedes, qué piensan al respecto?

Padre Alfredo, M.C.I.U.

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