El proceso de conversión de San Ignacio se inicia durante su convalecencia en Loyola después de resultar herido, alcanzado por una pieza artillera, en la guerra de Pamplona. Y, mientras permanecía en la casa de su familia, y no encontrando más que un libro de la Vida de Cristo y otro de vidas de santos, empieza a experimentar otros deseos que le mueven y permanecen, más que los que tienen que ver con ser caballero de un señor terrenal, y es vivir al modo de los santos, y a tener como único Señor a Jesucristo y realizar hazañas por Él. Así, el Espíritu lo llevará a Manresa, otro lugar de España, donde descubre que Dios lo conduce como un maestro de escuela a un niño; y lo va preparando para conducir a muchos con su camino espiritual.
A la luz del ejemplo de San Ignacio, hay que trabajar arduamente en la conversión de nuestras personas, familias, comunidades, parroquias, instituciones y obras apostólicas. Y para conseguir este fruto se requiere que atendamos a algo que nos dice San Ignacio: «Mucho aprovecha entrar con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad». Que la Virgen María interceda por nosotros para que no descuidemos este quehacer esencial que es trabajar en el campo de nuestra conversión. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.