miércoles, 9 de julio de 2025

UNAS CUÁNTAS PREGUNTAS...

20 legionarios de Cristo serán ordenados sacerdotes en Roma - Dirección  General de los Legionarios de Cristo

¿Quién se detiene a escuchar a los sacerdotes? ¿Dónde están esos sabios que llevan a cabo la delicada tarea de guías espirituales? ¿Qué lugar ocupa la amistad, concretamente, en la vida de un sacerdote? ¿Quién se fija en cómo es el sacerdote, en lo que lleva en su corazón? ¿Cuáles son esas relaciones que el sacerdote puede construir sin temor a ser chantajeado, ridiculizado públicamente, explotado? ¿A quién le importa realmente todo esto?  ¿Qué pasa si un sacerdote pierde la salud mental? ¿O, peor aún, la vida? ¿A quién le importa?

¡SEÑOR, CUIDA A TODOS MIS HERMANOS SACERDOTES Y LÍBRANOS DEL MAL... AMÉN!

«ÉL NOS LLAMÓ»... Un pequeño pensamiento para hoy

Trece laicos y religiosos inician desde Javier una vida misionera 

El Evangelio de hoy (Mt 10,1-7) nos presenta la elección y envío de los doce apóstoles que Jesús eligió para estar con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). Estos hombres hacen un grupo tan diverso como nos iremos dando cuenta a lo largo de las andanzas que vivirán junto al Señor. Primero están Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, luego Santiago y su hermano Juan de los que más o menos sabemos algo; de los otros siete no sabemos casi nada —si no tomamos en cuenta lo que se narra en los evangelios apócrifos u otros escritos tardíos del mismo tipo—. La lista termina con el que lo entregará.

Si hubiéramos estado en el lugar de Jesús... ¿habríamos elegido colaboradores como ellos para una tarea tan difícil como «expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias? Nuestro Señor eligió un grupo «variopinto» y luego... ¡nos eligió a todos nosotros!, a sabiendas de que, como Moisés con su pueblo de duro corazón, tendría grandes dificultades para hacer comprender a sus seguidores inmediatos, y mucho menos a todos nosotros, el sentido de su misión, que hunde sus raíces en la compasión por los que sufren y carecen de dirección. Bien que todos conocemos nuestras limitaciones y debilidades, aunque a veces nos hagamos ciegos ante ellas; pero la misión que se nos ha confiado es más grande que nosotros, va mucho más allá de lo que podamos ver. Aquel que nos la confió está siempre a nuestro lado para consolarnos y alimentarnos. Decía la beata María Inés: «Jesús Eucaristía, ‘centro y alegría de mi corazón’». (Viva Cristo Rey)... «La Eucaristía debe ser ‘el centro de nuestros amores’». (Adveniat Regnum tuum).

El mismo Jesús que llamó a los doce, es el mismo que nos llama a nosotros desde su presencia Eucarística para seguir dando muestras de la inmensa misericordia que ofrece el anuncio del Reino de los Cielos. No olvidemos que nuestra vocación al Evangelio no es un privilegio que debamos conservar solo para nosotros, sino una gracia que hay que compartir. Y no olvidemos que el Señor no entrenó a sus discípulos con largos discursos, sino que simplemente los involucró en sus viajes misioneros y los envió a la misión. Pidámosle a María, la «Virgen del Camino», que nos ayude a no quedarnos teorizando frente a Jesús Eucaristía, sino que nos involucremos con Él en la misión. ¡Bendecido miércoles, ombligo de la semana!

Padre Alfredo.

martes, 8 de julio de 2025

«Un Dios sorprendente»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Todos hemos escuchado hablar de Jacob, figura central del Antiguo Testamento, patriarca de Israel conocido por su historia de engaño, su lucha con un ángel y por ser padre de las doce tribus de Israel. Jacob es un personaje que aparece en todo el libro del Génesis, acaso superado únicamente por Abraham. A la luz de la primera lectura (Gn 32,22-32) quisiera hablar de él. En su juventud se comportó como farsante, engañó a su papá con ayuda de su mamá, reemplazando a su hermano para quedarse con la primogenitura. En su adultez peleará con Labán, hermano de Rebeca su esposa, quien lo engañará casándolo con Lía, hermana de Raquel, quien reemplazó a su hermana la noche de bodas, así Lía hizo valer sus derechos de hija primogénita. La antesala de su reconciliación con Esaú es uno de los momentos más enigmáticos de toda la Biblia, puesto que la lucha con el ángel —u hombre— que hoy narra la lectura, lo muestra aguerrido y arriesgado, pero al mismo tiempo, al final, débil y sometido a una marca que lo acompañaría toda su vida. 

El texto narra que se apareció «un hombre» para pelear con él (v. 24). Jacob únicamente pudo percibir una presencia masculina que se abalanzó sobre él. Él se había quedado solo, en la noche oscura, lo que provocó el encuentro con ese ser misterioso por medio de lo único que Jacob sabe hacer: luchar, como hizo con todos los hombres con quienes ha peleado y a quienes ha engañado: Esaú, Isaac y Labán. En esta noche su naturaleza se aferra, lucha, exige, pregunta por el nombre de su contrincante. Pero es noche del alma y no hay respuesta a su pregunta, está por nacer el hombre nuevo transformado por la superación de las experiencias de enfrentamiento y frustraciones que dará paso a la experiencia auténtica de paternidad. Fue una larga lucha que se prolongó durante toda la noche hasta que fue vencido quedando herido en fémur para siempre. En medio de la oscuridad Jacob vio el rostro de Dios que le sorprendió y le reveló un nuevo nombre, «Israel», el que lucha con Dios (Gn 32.24). 

Jacob tuvo la experiencia de los místicos que reconocen que nada se parece más a Dios que la oscuridad. Muchos de ellos hablan, como santa Teresa y san Juan  de la Cruz de la «noche oscura». El que luchó con Dios y le arrancó su bendición regresa ahora a las luchas de la vida con otra perspectiva. Jacob, ahora Israel, debe aceptar las sorpresas de Dios. La reconciliación con su hermano desciende gratuitamente como una bendición. Por eso hemos de estar abiertos siempre a la sorpresa de Dios. La historia de la salvación nos muestra que Dios está lleno de sorpresas. Desde niños gustamos de las sorpresas, ¡que no son lo mismo que los sustos!, Sin embargo, si hablamos de las sorpresas al niño dentro de nosotros, como adultos nos podemos topar con la pregunta clave de la fe: ¿Cómo manejamos las sorpresas de Dios? ¿Cómo responder de la mejor manera a las sorpresas que Dios nos presenta en nuestras vidas? Que María, que se dejó sorprender por el anuncio el ángel, nos ayude. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 7 de julio de 2025

«HACE 121 AÑOS NACIÓ LA BEATA MARÍA INÉS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hace 121 años nació, en Ixtlán del Río, en Nayarit, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y es un regalo maravilloso estar desde ayer aquí en la Casa Madre, el lugar en donde dio inicio esta obra misionera que nos ha atrapado a muchos para conquistar el mundo como ella lo hizo, y llevarlo a Dios. En el cielo ya no hay cumpleaños, hay gozo de eternidad, hay premio de gloria, hay esperanza ya colmada. Que desde allá interceda por nosotros y que siga siendo esa «estrellita», como ella anhelaba, que ilumine nuestro andar con destellos de la luz que provienen de Nuestro Señor.
 
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá», suplica postrado ante Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 9,18-26) el jefe de una de las sinagogas de aquel tiempo. El Señor acude a imponer las manos sobre la niña muerta y en el camino permite que la toque el manto una mujer enferma. Es que, como nos enseña la beata María Inés corroborando lo que muchos santos dicen, Dios no está nunca desatento de nosotros. Es siempre presencia amistosa, íntima, que abraza la necesidad de todos. Por eso agradezco a todos lo que me han escrito o enviado mensajes de audio tocante a mi reflexión de ayer que me hace reconocer siempre a ese Dios cercano. Me han llegado comentarios de todo tipo y ante esto quiero afirmar que somos cuerpo y alma y que ambas pueden quebrarse.
 
Sí, podemos morir de cáncer, hipertensión arterial, infarto, aneurismas... pero también podemos sufrir en el alma. Hay enfermedades y aneurismas del corazón, heridas mortales de las cuales el alma no se recupera. En la mayoría de los casos, el suicidio es el equivalente emocional del cáncer, un derrame cerebral o un ataque al corazón. Por allí encontré, leyendo sobre el tema, que el suicidio es un intento desesperado de terminar con un dolor insoportable, muy parecido a un hombre que se tira por una ventana porque su ropa está en llamas. No dejemos de pedir a María santísima no solamente por los sacerdotes sino por todos. Cuando estamos indefensos, Dios no lo está. El amor de Dios puede descender al mismo infierno —como profesamos en nuestro credo— y sus manos son más suaves que las nuestras, la compasión de Dios es más amplia que la nuestra y el entendimiento de Dios supera infinitamente el nuestro. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 6 de julio de 2025

«Los sacerdotes somos humanos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Estos días, he pensado mucho en mi condición de sacerdote, un viejo sacerdote —aunque digan que no o el físico no lo muestre, los de más de 60 años somos viejos— que lucha día a día por no perder el entusiasmo conservando la fuerza física y sobre todo el gozo de la vida interior, la vida de la gracia, la vida del espíritu. Anoche, en la misa de precepto, sin saber que esta mañana me toparía con una noticia que me cimbró, prediqué de lo difícil que es ser sacerdote en un mundo en el que a casi nadie llama la atención el dar la vida por los demás. A la luz del Evangelio de este domingo (Lc 10,1-12.17-20) que invita a suplicar al Señor que envíe operarios a su mies porque la cosecha es mucha y los obreros son pocos, compartí con gente algunas de las situaciones difíciles o complicadas que uno tiene que afrontar en un mundo que no entiende lo que es ser sacerdote y se obstina en querer ver en el sacerdote a un ser pluscuamperfecto que está diseñado simplemente para dar y volver a dar, sin necesidad de nada. No es fácil, como en mi caso, levantarse casi a diario a las 4:30 o 5 de la mañana para rezar, entrenar, estudiar, sacar adelante los miles de asuntos por las 9 comisiones diversas que tengo vivir con la sonrisa perenne para recibir a los feligreses, celebrar la Eucaristía como el máximo regalo que tenemos para dar y recibir y confesar con toda la atención del mundo.

Apenas a esta hora, 2:30 de la tarde —a pesar de que me levanté a las 4:30— y que voy a bordo de un autobús que partió hace media hora de CDMX a Cuernavaca, luego de haber volado de Monterrey a ese destino de conexión, sentado de lado y esquivando como puedo los brincos que ese bendito pulman da, puedo compartir mi reflexión de hoy que gira en torno a lo que prediqué y a la inesperada noticia del suicidio de un sacerdote italiano de 35 años de edad que no conocí, pero que lo sé, como a todos los sacerdotes... ¡mi hermano! El padre Matthew Balzano, es, ciertamente, un grito de dolor. Según lo que sé, hace tiempo cayó en una terrible depresión debido a que no podía soportar el peso de la crítica, de las comparaciones crueles, de la presión a la que estamos sometidos los sacerdotes, sobre todo en la tarea pastoral. Yo mismo he compartido con ustedes lo difícil que es estar afuera de misa despidiendo a la gente y escuchar por un oído que te dicen: «¡Felicidades por esta homilía tan maravillosa!» y por el otro, atender al que te dice: «¡Se nota que hoy no tuvo tiempo de preparar la homilía!». Este padre nunca está... el padre está muy gordo porque se le va en comer y comer con las familias ricas del barrio... el padre no tiene entusiasmo porque no aplaude con ganas en la misa con niños... confiesa bien a la carrera... este padre no está gordo porque se la pasa todo el día en el gimnasio y no atiende la parroquia... al padre le encantan las fotos porque se cree muy galán... éste quiere hacer todo por sí mismo... está matando a la parroquia porque se gasta todo en cosas que no valen la pena... ¿Con qué frecuencia no escuchamos estas palabras aquí y en Groenlandia? Lo que importa no son las flores en el altar o las impecables liturgias, sino el apoyo, la escucha, la bienvenida genuina.

El rogar al dueño no es solamente palabrería para tener quien haga lo que queremos a la medida en que le marquemos los pasos y no le ayudemos a vivir su vocación. El dolor de perder a un padre joven y lleno de vida de esta manera no puede ser en vano. Muchos de ustedes saben que una de mis encomiendas es la pastoral sacerdotal, acompañando a mis sacerdotes, algunos tan solos, criticados, enfermos, ancianos, olvidados por muchos laicos que solamente consumen, malinterpretan y critican, sin acoger y alentar. Cómo quisiera que la muerte del padre Mateo no sea en vano. Una comunidad parroquial está de luto. Y aunque nosotros no lo conocimos personalmente… algo en nosotros se debe conmover profundamente. Su muerte no solo nos invita al silencio, sino también a la reflexión urgente sobre como acompañamos a nuestros hermanos sacerdotes para cuidar su salud mental y su vida donada a los demás. Los sacerdotes somos humanos, También nos cansamos; también nos frustramos; también experimentamos el fracaso y la soledad. Hoy mi larga reflexión no es para entender, sino para abrir los ojos y el corazón y al rogar al dueño de la mies que envíe operarios, no los olvidemos. Creo que la partida de este hombre joven, en circunstancias tan dolorosas como el suicidio, nos debe invitar a detenernos, orar y reflexionar profundamente sobre cómo acompañamos a quienes han consagrado su existencia para guiarnos hacia el Señor. Que María, que al pie de la cruz vio la ingratitud del mundo hacia su Hijo, tenga misericordia de este sacerdote y de todos nosotros. ¡Bendecido domingo, día del Señor!

Padre Alfredo.

sábado, 5 de julio de 2025

«La tentación de ajustarse siempre a lo anterior»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


En la historia de la Iglesia está, por los siglos de los siglos, la tentación de ajustarse en todo momento a lo anterior para evitar los retos a la conversión del corazón que a veces le incomodan. Pero la palabra del Señor nos ayuda a captar el desafío de una novedad que exige no solo acogida, sino también discernimiento, porque, ciertamente, estamos en cambio de época. Yo, por ejemplo, me acabo de dar cuenta de que desde que dejé de acompañar mis publicaciones de Instagram y de historias de Facebook con fotografías de cuando estoy entrenando o corriendo, el número de seguidores ha bajado mucho muy considerablemente. Y es que hoy impera el uso e la imagen de las personas. así se comprueba ese adagio tan popular en varios idiomas que dice: «Una imagen vale más que mil palabras», cuestión que afirma que una sola imagen fija o cualquier tipo de representación visual puede transmitir una multitud de ideas que motivan, cuestionan, animan, reprueban un significado o la esencia de algo de manera más efectiva que una mera descripción verbal o textual.

Sin embargo, como afirmé hoy en Instagram, yo sigo publicando como todo un influencer, aunque sea de la era neolítica, la última de la era prehistórica. Y que curioso, pero cuando leo escenas bíblicas como la de la primera lectura de hoy sobe la primogenitura de Jacob (Gn 27,1-5.15-29), mi mente no se puede quedar solamente viendo lo escrito, sino que vuela imaginando todo aquello, contemplando rostros, acciones, olores, texturas... flechas, aljaba, arco, ropa fina, piel de cabritos, un padre anciano, una mamá astuta, un brazo velludo, el cuello, el guisado (que más adelante se sabe que era de lentejas), el pan, una silla, el vino... Sí, «Una imagen vale más que mil palabras». Al considerar desde la imagen esta historia de Jacob y Esaú como parte del plan de Dios para la transmisión de su bendición, tanto espiritual como material, podemos captar con qué maestría esta fascinante imagen nos deja una conclusión lógica, utilizando con brillantez personajes demasiado humanos, arraigados en la imagen de la tierra, para promover la voluntad de Dios. 

En esta imagen, mucho más que las palabras, saltan a la vista las imperfecciones de los personajes, sus naturalezas defectuosas y sus luchas, así como sus logros para alcanzar lo anhelado, lo que da vida al texto llano; una vida que aún nos habla hoy como lo hizo en tiempos bíblicos. Hay que estar atentos a las señales a lo largo del camino, más obviamente en los nombres simbólicos de los hermanos: Esaú «el rudo»; Jacob «el que sostiene el talón» o «que Dios te proteja»; también en los contrastes de sus ocupaciones: Esaú el cazador, Jacob el que vive en tiendas; y por último, en los personajes cuidadosamente construidos de su padre y su madre, quienes también juegan papeles distintivos en el pasaje. Así, creo que para comprender plenamente esta y muchas imágenes, fotografías, mapas mentales y el sin fin de cosas que hoy expresan más que palabras, se necesita un corazón alegre, un corazón puro, un corazón renovado que viva plenamente el Evangelio sin distorsión alguna. «¡Qué difícil! dirá más de uno... pero así es. Que María, la mujer de ojos brillantes por la gracia, que vio tantas imágenes y las supo interpretar, nos ayude. ¡Bendecido sábado desde la tierra del Cerro de la Silla!

Padre Alfredo.

viernes, 4 de julio de 2025

«No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


«No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos», dice Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 9,9-13). A la luz de esto y en el aeropuerto de Hamburgo ante un cambio inesperado de horario, ruta y aerolínea para mi regreso, me pongo a pensar en que todos tenemos necesidad de el Divino Médico, porque llevamos llagas que curar, heridas que sanar, hábitos y deformaciones arraigados que hay que someter a rehabilitación. Y es que en el contexto en que Nuestro Señor afirma esto, la frase surge porque los fariseos -piadosos sí ciertamente, pero soberbios- critican a Jesús por comer con pecadores y publicanos. Jesús entonces les responde diciendo que su misión es con aquellos que reconocen su necesidad espiritual, al igual que los enfermos que necesitan un médico. La contemplación de este pasaje bíblico, deja bien sentada la idea de que la gracia de Dios se extiende a aquellos que se reconocen necesitados de ella, en lugar de aquellos que se creen autosuficientes.

¡Cuánto necesitamos de la gracia de Dios! Dios ama a los pecadores (Rm 5,8) y envió a Su Hijo a este mundo para salvarnos (1 Tim 1,15). El arrepentimiento es el plan de tratamiento, y el perdón es la cura que Nuestro Señor nos ofrece. «Los que están bien» o «los sanos» no necesitan de un médico. Los fariseos creían que estaban sanos y que no necesitaban un médico, pero, en realidad, estaban engañados, porque la soberbia ciega, paraliza, enferma y termina aniquilando a la persona. Anoche Cayín, como despedida de mi viaje, me regaló el gozar del musical de «El Rey León» en el teatro el teatro que especialmente fue construido para ello aquí en Hamburgo desde el año 2001 con más de 11 millones de espectadores en más de 6000 representaciones hasta nuestros días y con la misma producción de Londres y Broadway. Yo vi la película de dibujos animados en 1994 más o menos y poco recordaba. Gracias a la sinopsis previa que me hizo mi sobrino postizo pude ir siguiendo la trama en la que aparece un personaje llamado Scar, en que fluye la soberbia en todo su esplendor sintiéndose que es el indicado para ser el rey en ausencia de su hermano Mufasa, a quien cobardemente ha asesinado, culpando al heredero del trono Simba de dicho crimen.

La soberbia de Scar se engolfa su ambición desmedida por el poder, su manipulación y su falta de empatía. Se ve a sí mismo como alguien muy superior y merecedor del trono, despreciando a quienes considera inferiores, como las hienas quienes opina fácilmente controlando o que hacen. Me parece encontrar en este personaje muchos detalles que denotan el ser y quehacer de los fariseos que aparecen en el Evangelio, y digo esos porque seguramente habría fariseos buenos también. Scar no pudo comprender que Simba era en realidad mejor persona y gobernador que lo que nunca podría ser él. No pudo entender que Simba le diese una oportunidad para escapar y menos teniendo en cuenta que simplemente tenía que ordenar su ejecución como nuevo rey. Los fariseos tampoco entendieron nada y por eso no se dejaron curar. Pidamos a Jesucristo que nos cure y acudamos a la intercesión de Santa María, Salud de los enfermos… ¡Ah!, si pueden, vean «El Rey León». Yo Dios mediante volaré en un rato a Frankfurt, de allí a mi querida «Selva de Cemento»y luego a Monterrey en un viaje de unas 19 horas en total, más o menos. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 3 de julio de 2025

«VER PARA CREER»... Un pequeño pensamiento para hoy


En agosto de hace cuatro años cuando cumplí 60 dije: «¡Tengo que ir aprendiendo a envejecer!» y empecé a pensar en la importancia de ir preparándonos para cuando llegue la vejez o para cuando, como los mexicanos decimos: «demos el viejazo». Aunque bromeo mucho con eso -los que me conocen de cerca saben bien- no me considero una persona mayor, aunque tengo que reconocer que ya no tengo las mismas fuerzas, habilidades o reflejos que hace veinte años. De hecho, meditando en estos días que ya casi llego a los 64, me venía a la mente cómo es que en el pasado veía ya muy grande a la gente de 50. Lo que sí es cierto es que llega un momento en nuestra vida donde comenzamos a percibir y a ser conscientes de que el tiempo y la vida pasan muy fugaces. Pero esto no es algo nuevo, ya el autor del salmo 90 escribía acerca de esto mismo, la fragilidad y brevedad de la vida. Bueno, todo este «rollo» para compartirles que es mi último día en Hamburgo, se acaban los 3 días de vacaciones y mañana retomo la vida ordinaria de todo misionero reincorporándome de lleno a la actividad en nombre del Señor. Sigue el trabajo en la parroquia, las conferencias en zoom, los ejercicios espirituales, la asamblea nacional de Van-Clar en California pero vendrán luego otros días del descanso que nos marca el Código de Derecho Canónico a los sacerdotes para completar el tiempo señalado allí.

Hoy que es día de Santo Tomás -el de «ver para creer», el salmo responsorial, tomado del salmo 116 me sorprende, porque nos hace repetir: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio». Este salmo, que nos recuerda que la misericordia de Dios es firme y su fidelidad dura para siempre, se hace a la vez, para mí y seguro para alguno más de mis lectores, un recordatorio de nuestra condición de discípulos-misioneros, hombres y mujeres llamados a esparcir la misericordia y la fidelidad de Dios por todas las naciones. Hace unos días, en Roma, se me acercó un indigente que me vio con mi camisa clerical -no siempre ando en shorts o bermudas como en vacaciones- y me preguntó en plena calle si lo podía confesar porque sentía una gran necesidad de volver a Dios… ¿Por qué a mí? No lo sé, pero de inmediato me vino a la mente: «Alfredo, eres misionero de la misericordia». Gracias a que dominó un poco el italiano, pude escuchar -como el papa Francisco nos exhortaba a los misioneros- a aquel hombre y terminé compartiéndole unas almendras que estaba comiendo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al descubrir que aún en su condición tan precaria, el Señor lo atendía, lo acompañaba y lo escuchaba en la calle, en su ambiente de vida, sentado en la banqueta confesándose con este padrecito que indignamente recibió este don.

Sí, «ver para creer», como Santo Tomás. Ver que en el misionero el Señor está presente y manifiesta su amor, su compasión, su misericordia y su fidelidad en nuestras vidas. La fe, la confianza en Dios, es un don divino que los discípulos-misioneros necesitamos pedir cada día con humildad: ¡auméntanos la fe! Al contemplar esta escena del Evangelio, el Papa Francisco, de feliz memoria, comentó: «entrando en el misterio de Dios a través de las llagas (…) como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor» (Homilía de la misa del segundo domingo de Pascua de 2018). El evangelio de hoy, narrándonos este hecho (Jn 20,24-29), termina con una mirada de amor universal y una promesa de bendición para el creyente de todos los tiempos: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Y es que lo que las almas ven en el misionero es un hombre, una mujer consagrados a Dios, seres humanos tan miserables como yo, que nos recuerdan que nuestra fe no depende de lo que vemos, sino de confiar en las promesas de Dios que llega a través de la respuesta al llamado que Dios nos hizo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio». ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 2 de julio de 2025

«UN DÍA ESPECTACULAR»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy ha sido un día espectacular, aunque debo reconocer que para todo discípulo-misionero de Cristo todos los días deben de ser espectaculares porque el Señor, al que seguimos con alegría, se hace «el encontradizo». Esta tarde, mientras paseaba un poco por uno de los barrios de Hamburgo al salir del bellísimo bosque donde está el Planetario desde el que observé en lo alto gran parte de esta hermosa ciudad portuaria, me topé con una Iglesia que me cautivó por su sencillez, por su austeridad y por su belleza minimalista. El Señor se hizo encontradizo en este templo dedicado a San Antonio de Padua, donde pude, tranquilamente, hacer un rato de oración y agradecer la oportunidad que me ha dado de destinar gran parte de este día en la quietud y en la soledad, a terminar de preparar los ejercicios espirituales que daré a nuestras hermanas Misioneras Clarisas en la Casa Madre. Porque, como todo misionero… ¡Descanso haciendo adobes!

Creer en Dios es esperar siempre que se haga eso: ¡El encontradizo! Hay que esperar siempre ese milagro y saber que viene a nosotros, pequeño o imponente y que nos permite descubrir o re-descubrir lo que Él espera de nosotros. Al ver el Evangelio de hoy, sabía que el Señor siempre tiene algo grande para nosotros. En esta perícopa (Mt 8,28-34), Jesús se compadece de dos endemoniados que le salen al encuentro y les cura. El resto de la gente tuvo miedo porque Jesús hizo algo espectacular… ¡echó los demonios a una piara de cerdos porque sí ellos se lo pidieron! Los habitantes de aquel lugar, prefirieron mejor seguir viviendo con sus oscuridades, a las que estaban acostumbrados.

Este pasaje, de alguna manera, responde a nuestra propia realidad. Jesús pasa todos los días por nuestras vidas, se hace «encontradizo» y no le asustan nuestras oscuridades, nuestras mediocridades y ciertamente graves pecados. Al contrario, los  encara mirando de frente a nuestras conciencias, sin inquina, pero con insistencia para que seamos conscientes de que es Él quien actúa en nuestras obras y no nosotros con nuestra propia miseria. ¡Vieran qué a gusto me sentí en este templo al que me gustaría regresar! Fue como la coronación de mi día. Que María santísima me ayude a preparar unos buenos ejercicios que, en primer lugar, iluminen mis propias oscuridades para poder ser luz. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

lunes, 23 de junio de 2025

«Sacerdotes felices, llenos de esperanza»... Un pequeño pensamiento para hoy

En unas horas, Dios mediante, vuelo a la Ciudad Eterna con motivo del jubileo de los sacerdotes en este año santo. Además de celebrar este jubileo, algunos sacerdotes de diversas partes del mundo tendremos un encuentro con el papa León XIV el jueves 26 por la tarde, para tratar el tema: «Sacerdotes felices». Hoy, precisamente el salmo responsorial de la Misa (Salmo 32) toca el tema de la felicidad: «Feliz la nación cuyo Dios es el Señor», dice el salmista junto al tema de la esperanza, eje de este año jubilar 2025: «En el Señor está nuestra esperanza».

No podemos negar que no solo los sacerdotes, sino todos miembros del Pueblo de Dios, vivimos tiempos difíciles. Parecería que la tristeza, la angustia, la incertidumbre y otras cosas por el estilo, en un mundo que pende de un hilo de una tercera guerra mundial, invaden el corazón de muchos. Los hombres y mujeres de fe sabemos que la alegría y la esperanza van de la mano y, ante las adversidades por las que atravesamos, no podemos perder ninguna de las dos ni mucho menos desasociarlas. La alegría puede surgir de la esperanza, especialmente en momentos difíciles, y la esperanza puede ser una fuente de alegría cuando parece verse todo oscuro. La alegría puede fortalecer la esperanza y viceversa, creando un ciclo positivo. 

Saber que hay algo mejor por venir, un futuro lleno de posibilidades, puede generar alegría en el presente, incluso cuando las circunstancias no son ideales. Por otro lado, la esperanza puede ser una fuente de alegría. Tener esperanza en algo, ya sea un objetivo personal, un futuro mejor o la promesa de algo positivo, puede generar sentimientos de alegría y optimismo. Esta alegría puede a su vez alimentar la esperanza, creando un círculo virtuoso.  Y que mejor que quienes somos sacerdotes y tenemos la tarea de guiar, como el Buen Pastor, el rebaño por él encomendado reflexionemos en esto. No dejen de encomendarnos a todos los que viviremos este jubileo. Colóquenos entre las manos de la Madre de los sacerdotes para que ella nos mantenga ante su Hijo Jesús alegres y llenos de esperanza. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 22 de junio de 2025

«LA CRUZ DE CADA DÍA Y LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO»... Un pequeño pensamiento para hoy

El papa Benedicto XVI, de feliz memoria, comentando la parte final del Evangelio de este domingo (Lc 9,18-24) en la que Jesús dice: «El que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ese la encontrará» afirma que  esta es la paradoja que debemos tener presente ante todo en la opción por la vida. No es arrogándonos la vida para nosotros como podemos encontrar la vida, sino dándola; no teniéndola o tomándola, sino dándola. Este es el sentido último de la cruz: no tomar para sí, sino dar la vida. (2 de marzo de 2006). Pero sabemos que hay en el ambiente una especie de miedo a la cruz, a la cruz del Señor. Y es que mucha gente llama «cruces» a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. Este domingo XII del tiempo ordinario coincide con el día que la Iglesia dedica a la memoria litúrgica de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la fundadora de la familia misionera a la que pertenezco. Madre Inés decía que «la cruz, debe acompañar al misionero en toda su vida, debe ser la compañera inseparable, la dulce compañera que, ¡oh paradoja! llenará de alegría, de dicha inexplicable, los instantes todos de su existencia». (La Santísima Trinidad Misionera).

Seguir a Jesús, al estilo de madre Inés y de todos los beatos y santos, no es fácil en un mundo que parece siempre, a lo largo de la historia, olvidarse de la existencia de Dios y de su interacción con nosotros. Ser discípulo–misionero de Cristo, ser auténtico cristiano, no siempre es una cosa cómoda. Porque muchas veces nos exige ir «contra corriente» y plantar cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana, o sea, como decía el papa Francisco, «mundana» propia del mundo y de la cultura de nuestro tiempo. Ser un cristiano de verdad respondiendo a la pregunta de Cristo, también presente en el Evangelio de hoy: «¿Quién dicen ustedes que soy yo?», es un compromiso exigente. Y en ocasiones también misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de actuar no son como los de los hombres, ni siempre inteligibles para nuestra razón. Vivir el Evangelio exige mucha fe, porque Dios es misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el misterio. Y exige también mucha valentía, generosidad y amor porque, para seguir a Jesús hay que ir por la vía de la cruz. Y sólo con mucha fe y con un amor muy grande y generoso, lleno de esperanza, la cruz no será para nosotros un motivo de escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de santificación que nos hará salir de nosotros mismos para llevar a Dios a los demás.

La beata María Inés siempre habló de la cruz dándole el sentido que debe tener: «Espero en Dios que todos mis hijos estén bien, muy contentos en el desempeño de sus ocupaciones cada uno, no teniendo otra mira que agradar a Dios y salvarle almas, observando aquello que nuestro Señor nos indica en su santo evangelio: “Negarse a si mismo, tomar cada día su cruz, y seguirle”». (Carta Colectiva desde San Francisco, California, el 25 de octubre de 1956). La cruz de cada día, nos enseña la beata, con su testimonio de vida, son todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades de cada día según los dones recibidos, para cumplir la misión que a cada uno se le ha encomendado, para unirlos en una sola cruz, la de Cristo, para vivir en armonía en un solo cuerpo y un mismo espíritu y lograr que todos le conozcan y le amen para vivir la alegría del Evangelio. Que María santísima y la beata María Inés intercedan por nosotros para que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos discípulos–misioneros de Cristo. O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado. ¡Bendecido domingo y felicidades a todos los miembros de la Familia Inesiana!

Padre Alfredo.

sábado, 21 de junio de 2025

«Bombardeados por la publicidad»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

En el mundo moderno, la publicidad está en todas partes. Es algo que tiene un gran impacto en la sociedad y en el comportamiento de las personas. Cuando caminamos por la calle, podemos ver los anuncios en las tiendas o mercados. Cuando estamos viendo las redes sociales o la televisión, aparecen anuncios. Cuando estamos leyendo periódicos, hay anuncios en las diferentes páginas. Quienes vivimos en ciudades cosmopolitas como Monterrey, vivimos, además, «bombardeados» por anuncios panorámicos creados para atrapar nuestra atención y avivar no solamente la pupila, sino la mente, el corazón y el deseo de obtener aquello que se anuncia. Enormes edificios, fachadas, vallas de obras, mobiliario urbano, camiones de transporte público, paradas de autobuses, estaciones de metro y el mismo metro, sirven como soporte de todo tipo de elementos publicitarios: lonas gigantescas, rótulos luminosos, pantallas… que asaltan a un espectador cada vez más aturdido.

Los artículos que nos gustan y que allí se presentan pueden llegar al punto de casi controlarnos; si no somos cuidadosos, aquello que nos ha cautivado en un gran cartel se convierte pronto en realidad entre nuestras manos para luego no saber que hacer con aquello o lamentarnos de haber gastado dinero inútilmente. En el Evangelio de hoy (Mt 6,24-34) Jesús nos invita a no preocuparnos por la comida, la bebida o la ropa, recordándonos que Dios ya sabe lo que necesitamos y él proveerá. Utiliza el ejemplo de las aves del cielo, de las flores del campo e incluso del hombre mas sabio que existió sobre la tierra para decirnos, que, si no cambiamos nuestro enfoque, entonces nuestra confianza en Dios se debilitará. ¡Tal vez sea difícil captar esto para algunos! Pero es que nuestro corazón solamente será pertenencia de Dios cuando ponemos sus prioridades en primer lugar. Por eso dice: «busquen primeramente el reino de Dios y su justicia»... lo demás, vendrá por añadidura.

¿Significa esto que debemos descuidar todo lo que ayuda a mantener nuestra vida bien? Ciertamente no. Pero para el hombre de fe, debe haber una diferencia en nuestra actitud referente a ellas. Si cuidamos de los asuntos de Dios como una prioridad, buscando su salvación, viviendo en dependencia a él y compartiendo las buenas nuevas del reino con otros, entonces Dios va a cuidar de nuestros asuntos como prometió, y, entre otras cosas, sabremos hacer un buen discernimiento ante la publicidad que nos rodea. Por ejemplo, atraídos por un anuncio podremos ver nuestra necesidad como obtener aquello, pero tal vez Dios sabe que lo que realmente necesitamos es un tiempo de pobreza, de pérdida o de soledad y eso, eso no está en ningún panorámico. Cuando esto sucede, estamos en buena compañía. Dios amó tanto a Job como a Elías, sin embargo él permitió que Satanás destruyera a Job —todo bajo su ojo vigilante—, y dejó que la mujer malvada, Jezabel, quebrantara el espíritu de su propio profeta Elías (Job 1-2; 1 Re 18-19). En ambos casos, Dios hizo que después de estas tribulaciones viniera un tiempo de restauración y sustento. Que María nos ayude a buscar el reino sin dejarnos cautivar por la distracción del consumismo que crece y crece más cada día. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 20 de junio de 2025

«Con dinero puedes...» UN pequeño pensamiento para hoy


Los discípulos–misioneros de Cristo tenemos muy en claro que hay cosas, incluso las de máximo valor, que no se pueden comprar con dinero. La fe, el amor, el cariño, la amistad, la alegría plena. Estas son las cosas que realmente necesitamos para tener una vida plena y no se pueden adquirir ni con todo el oro del mundo. Lo que se puede comprar con dinero no es más que una burda copia o mala imitación, son solamente momentos que, ante una inmensa eternidad, se convierten en ráfagas de segundos que pasan sin quedarse. Nada que sirva de verdad. Hay una canción de Humberto Galindo que cantan «Los Cardenales de Nuevo León» y que retrata muy bien esto. Se llama «Con Dinero». Transcribo algunos párrafos esperando que nadie se escandalice: «Con dinero puedes comprar una iglesia pero no la gloria... Con dinero puedes comprar una amante, pero no una novia... Con dinero puedes comprarte pasiones, placer y emociones, pero no cariño. Con dinero puedes comprar un momento, pero no el destino... Con dinero puedes comprar un boleto, pero no el camino».

El dinero, ciertamente, sobre todo en una sociedad consumista y materialista como la de muchos de nosotros, puede dar mucho, pero no puede comprar la verdadera felicidad. Mucha gente hoy podrá decir lo contrario, pero basta mirar a muchas personas que tienen mucho dinero y de todas maneras caen en las drogas, en problemas del alcohol y adición al sexo. Si fueran felices, esas cosas no les saltarían por el camino. Es evidente, entonces, que no son felices; el dinero les da la ilusión de que están contentos. Pero tan pronto como se sumergen un poco en su interior, se dan cuenta de que están vacíos. Sienten ese hueco que nada ni nadie lo puede llenar. Ese algo que están perdiendo es el amor de Dios, porque es la única cosa verdadera que satisface y no se puede comprar con dinero. Dios es quien nos llena con una eterna felicidad, incluso cuando caminamos en el valle de la sombra de la muerte. Esto nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Mt 6,19-23). Por su parte, el libro del Eclesiastés alerta: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!» (5,10).

Lo único que hay duradero y eterno y de un valor incalculable, es la infinitud del misterio de Dios. Nuestra alma, que ha tenido un comienzo, pervivirá por siempre y lo mismo, unidos a Cristo, el cuerpo resucitado y glorificado al final de los tiempos. Siguiendo las huellas del que nos salva por amor es el modo más eficaz de acrecentar los verdaderos tesoros en la vida, las riquezas seguras y duraderas por toda la eternidad. Estos tesoros, estas riquezas, son lo que exige mayor dedicación mientras dura la vida y se van incrementando a medida que nos prodigamos en el amor: en amor para con Dios y amor para con los demás. Hoy el Evangelio nos habla también del ojo sano y del ojo enfermo. Si nuestro ojo está enfermo, entonces todo lo vemos deformado. Por eso es importante limpiar nuestros ojos, quitar las opacidades que causan el consumismo y el materialismo. Solamente con un «ojo sano» nos encontraremos con el verdadero tesoro, con el único tesoro que vale la pena. Que María santísima nos ayude a abrir bien los ojos del alma, los ojos del corazón. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 19 de junio de 2025


Hoy celebramos en México y en algunas otras naciones, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo recordando, en la presencia de la Eucaristía, la entrega de Jesús por la humanidad, para que esta tuviera vida y la tuviera en abundancia. Jesús quiso hacer de su entrega nuestra propia entrega y de su vida nuestra propia vida, por eso se quedó así, en la Eucaristía. ¿Qué significa entonces en nuestra vida como creyentes el cuerpo de Cristo entregado y la sangre de Cristo derramada? ¿Qué significa esta fiesta para nosotros? ¿A qué nos compromete? Si Él nos amó hasta entregar su vida por nosotros, de la misma manera, nosotros también estamos llamados a entregar nuestra vida por los demás en nuestra propia cotidianidad y allí donde nos encontremos, haciéndonos «pan partido y repartido» como Él.

Estamos llamados, como discípulos–misioneros, a llevar a nuestra vida lo que fue la vida de Jesús mientras pasó por este mundo haciendo el bien (cf. Hch 10,38). La celebración de hoy nos recuerda que estamos llamados a vivir desde la entrega y el servicio, y lo hemos de hacer en nuestro ser y quehacer de cada día, allí donde nos encontramos: con nuestra familia, con nuestros amigos, en la parroquia, en nuestro trabajo, en nuestro entorno, en nuestra ciudad. Comprometidos a hacerlo con los de cerca y también con los de lejos, dirigimos nuestra mirada al Señor que, compadecido de todos, nos alimenta, para que todos comamos y nos saciemos. Eso nos lo recuerda el Evangelio de hoy con el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces (Lc 9,11-17).

Después de que todos comieron y quedaron satisfechos, nos dice el evangelista que «de lo que sobró se recogieron doce canastos.» (Lc 9,17) ¡La generosidad de Dios siempre desborda, siempre es más de lo que esperamos! El amor que Cristo nos brinda en la Eucaristía no es para guardarse; la vida de fe es para desbordarse, para compartirse. Este paso nos reta a ser canales vivos de la gracia de Dios para los demás, desbordando amor, paz, esperanza, consuelo y ayuda. Si hemos recibido tanto de Jesús, especialmente en la Eucaristía, que tantas veces hemos celebrado y recibido ¿cómo podemos no compartirlo con un mundo que tanto lo necesita? Hemos de llevar Jesús Eucaristía en nuestra propia vida a cada rincón de nuestro mundo. ¡Cuánto gozaba la beata María Inés esta fiesta! No hay mayor honor que ser instrumento vivo de Dios, sus «canastos desbordantes» de gracia. Vivamos, acompañados de María, esta fiesta con alegría. ¡Bendecido jueves de Corpus!

Padre Alfredo.

miércoles, 18 de junio de 2025

«Repartió a manos llenas»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Después de un viaje relámpago a la frontera con los Estados Unidos, debido a una encomienda a solicitud de mi congregación religiosa, me dispongo a compartir la reflexión que hice esta mañana y que por no haber llevado ni iPad ni computadora pude compartir por escrito. Monterrey queda a menos de tres horas de la frontera y a veces surgen asuntos que me encomiendan debido a que conozco algunas ciudades de la frontera americana desde pequeño y me sé ubicar muy bien. Ser parte de una congregación religiosa que es misionera y estar cerca de la frontera de los vecinos del norte trae muchas ventajas para nuestras misiones, especialmente de la de África. Esta mañana, en Laredo, amanecí pensando en mi padrino monseñor Juan José Hinojosa, y es que un día como hoy, pero de hace diez años, fue llamado a la presencia del Señor luego de un tiempo de sufrimiento debido a un extraño accidente: ¡un coche cayó exactamente encima de donde él iba sentado! No cabe duda de que vivimos a la sorpresa de Dios. 

Al toparme con la primera lectura (2 Cor 9,6-11) y ver estas frases: «Cada cual dé lo que su corazón le diga»... «Dios ama al que da con alegría»... «serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo», me venían a la mente diversas escenas de los gratos y edificantes momentos que compartí con mi padrino, sobre todo en mi época de seminarista, cuando lo acompañaba varias veces a la semana a sus grupos de meditación bíblica, distribuidos en diversas zonas de Monterrey. No es que quiera adelantarme al juicio de la Iglesia, pero lo que yo vi siempre en mi padrino —como mucha gente más— fue el Evangelio de la alegría hecho vida en un hombre sencillo, humilde, servicial, generoso, espiritual y puro de corazón. ¡Cómo recuerdo su gozo, junto a monseñor Juan Esquerda —mi otro padrino— al estarme revistiendo con la casulla y la estola el día de mi ordenación sacerdotal!

Quisiera cerrar esta reflexión compartiendo una anécdota relacionada con la frase, también de la primera lectura de hoy que reza: «Repartió a manos llenas a los pobres; su justicia permanece eternamente». Una vez iba con «el padre Juanjo» como le decíamos mucho, a una de las reuniones de uno de los grupos de meditación bíblica. En una de las calles por las circulamos, se veía venir un señor —albañil seguramente— con una carretilla. De repente mi padrino detuvo el carro y me dijo: —abre la guantera, allí hay un dinero, es para este hombre que viene allá porque él está muy necesitado. Ese dinero es para él. Yo le pregunté: —¿Lo conoce padrino? Me contestó: —No, no sé ni quién es, pero está muy necesitado, lo sé; dale el dinero y no le digas nada, solamente dile que Dios se lo manda porque sabe de su necesidad. Avanzamos y entregué al hombre un fajo de billetes enredados y sujetos con una liga. Era una buena cantidad de dinero que el hombre recibió lleno de lágrimas y mirando al cielo, se santiguó y monseñor solamente le sonrió... Así son los hombres de Dios, ricos para ser generosos. Que Dios haya premiado a mi padrino Juanjo con el gozo del cielo encontrando allá a María a quien tanto quiso, y que nosotros sigamos el camino que gente como él que ya no está aquí, nos ha dejado. ¡Bendecida noche de miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 17 de junio de 2025

«LA FÁBULA DEL LEÓN Y EL RATÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


En este espacio que llamo «Un pequeño pensamiento», no por lo corto que pudiera ser, sino por la pequeñez de mi reflexión en medio del océano inmenso de comentarios de la Palabra y los acontecimientos que giran en torno a nuestro Dios, me gusta compartir diversos temas que botan de mi oración, de la contemplación de esta Palabra que es viva y eficaz y de las vivencias diarias. Hoy quiero detenerme en la primera lectura de la Misa (2 Cor 8,1-9) para desmenuzar el tema central de «la generosidad». La lectura ofrece un motivo para que analicemos el nivel de nuestra generosidad, como medida de nuestra humanidad. San Pablo, que veía el crecimiento en muchos aspectos en esa comunidad de Corinto, quiere que también se distingan en la generosidad y que la practiquen no porque él se los está ordenado, sino por convicción.

Hay una fábula muy bonita que dice: «Érase una vez, un ratón que iba caminando muy distraído cuando, sin darse cuenta, se encaramó el lomo de un león que andaba echándose la siesta. El león, que comenzó a notar por unas leves cosquillas, se rascó pero... al pasar la zarpa por su lomo, notó algo extraño: El león sujetó al ratoncillo con sus garras y, viéndose aprisionado, comenzó a llorar desconsolado y a suplicar al león que le perdonara y le dejara marchar. —Señor león, no sabía que estaba sobre usted, tiene que perdonarme iba despistado. Sálveme la vida y quizás, algún día, pueda yo salvar la suya. El león, al escuchar aquella vocecilla no pudo por menos que echarse a reír pero, una ola de generosidad le invadió y, conmovido, le dijo: —¡Te perdono! Y el ratón, se alejó de allí corriendo. Pasaron los días, las semanas y los meses y, un buen día el ratón comenzó a escuchar unos fuertes aullidos. Se acercó con cuidado hasta el lugar de donde procedían y, no lo van a creer, allí estaba el león, atrapado en una red que los hombres habían puesto para cazar al rey de la selva. El ratón, al verle atrapado y acordándose de la benevolencia del león que lo había dejado en libertad, corrió en su ayuda para roer la cuerda hasta deshacer la red que lo aprisionaba. El fiero y temible león, pudo escapar de los cazadores gracias a la ayuda de un pequeño e insignificante ratón».

Algunas personas, en nuestros tiempos, les gusta pensar que pueden amar sin dar olvidando lo que dice 1 Juan 3,17-18: «El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad». Jesús también dijo mucho al respecto en Mateo 6,21: «Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón». Lo que damos, la manera en que lo hacemos, y nuestro compromiso para dar, son pruebas válidas de nuestro amor. Creo que al leer estas líneas a los Corintios nos queda bastante claro que la generosidad es la virtud que nos impulsa a dar o compartir con los demás de manera desinteresada, sin esperar nada a cambio. Implica la disposición de ayudar a otros, ya sea a través de acciones, bienes materiales, perdón o tiempo. La generosidad construye la comunidad. Bien decía Santa Teresa de Calcuta: «Dar hasta que duela». Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a ser generosos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 16 de junio de 2025

«Ojo por ojo, diente por diente»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ojo por ojo, diente por diente»... Este es un dicho que aparece tres veces en el Antiguo Testamento (Ex 21,12-36, Lv 24,10-23 y Dt 19,15-21) y una vez en el Nuevo Testamento (Mt 5,38-42). Es cierto que esta la regla, conocida como la «ley del talión», fue una providencia en las leyes dadas a través de Moisés; sin embargo, hay que recordar que fue un estatuto civil y no religioso. Prácticamente podría describirse como la ley de la reciprocidad directa. Aparece también en el Código de Hammurabi, el código de leyes más antiguo que se conoce: data de los años 2285 a 2242 a. C., fecha del reinado de ese gobernante en Babilonia. De tal manera que, por lo visto, pasó a formar parte de la ética del Antiguo Testamento. Esta regla, que atañe a la retribución directa, lejos de ser una disposición salvaje y sanguinaria, como puede aparecer a primera vista, es un principio de misericordia. Su propósito original era en realidad limitar la venganza, ya que la venganza y la enemistad de sangre eran una característica de la sociedad tribal en aquellos tiempos. Si un miembro de una tribu mataba a un miembro de otra tribu, la obligación de todos los miembros masculinos de la segunda tribu era vengarse de los miembros masculinos de la primera, y la venganza buscada no era otra que la muerte.

La ley del talión limitaba deliberadamente el alcance de la venganza. Establece que solo el responsable de la herida debía ser castigado y que su castigo no debía ser mayor que la herida que infligió a la otra parte ofendida. Visto desde una perspectiva histórica, esta ley no es entonces algo salvaje, sino, como digo una ley que atañe a la misericordia. Por eso, no hay que sacar estas palabras de contexto y recordar que no es que toda la ética del Antiguo Testamento se mueva bajo ese principio. En la Biblia encontramos destellos de la más auténtica misericordia que van mucho más allá de esto: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18); «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber» (Pr 25,21); «que ofrezca su mejilla al que lo hiere y lo afrenta» (Lm 3,30). La misericordia abunda en el Antiguo Testamento. Jesús eliminó los fundamentos mismos de esa ley, porque la venganza, por muy controlada y restringida que esté, no tiene cabida en la vida de sus discípulos–misioneros, y él se dio cuenta que no es que esa ley se aplicara al pie de la letra. 

Jesús muestra el camino de la verdadera justicia mediante la ley del amor que supera la de la venganza, es decir, ya no se puede vivir aplicando la ley del talión. «Jesús —decía el papa Francisco comentando este pasaje— no pide a sus discípulos sufrir el mal, es más, pide reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien. Solo así se rompe la cadena del mal (…)  De hecho —comenta Francisco— el mal es un “vacío”, (…) un vacío no se puede llenar con otro vacío, sino solo con un “lleno”, es decir con el bien. (Ángelus, 19 de febrero de 2017). Todos creo yo, por lo menos la mayoría, conocemos quién es Gandhi. En sus escritos hay algo que refuerza este mensaje de Cristo con su famosa frase: «ojo por ojo y el entorno acabará ciego». Hay mucho por hacer y mucho por comprender hasta dónde quiere Dios que lleguemos amando, perdonando, brindando una y otra oportunidad. Las palabras y la vida de Jesús siempre serán una invitación a ir más allá. Que María santísima nos asista con su sencillez y su clara visión de la voluntad de Dios. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 15 de junio de 2025

«LA SANTÍSIMA TRINIDAD»... Un pequeño pensamiento para hoy


Santo Tomás de Aquino, el célebre teólogo de la Iglesia, conocido como el «Doctor Angélico» —debido a la sublimidad de su pensamiento y la pureza de su vida— dijo que el cristiano primero contempla y luego transmite a otros lo contemplado. Y este domingo, es un día para contemplar el misterio de la Santísima Trinidad, misterio de fe que revela una verdad única de Dios: Creemos en un solo Dios en tres Personas. No podemos nosotros, con nuestra razón, con nuestro entendimiento, comprender este misterio, pero sí con el corazón, por eso, desde la contemplación de esta realidad divina, es de donde podemos hacer nuestra definición de que Dios es amor. Decir Trinidad es decir amor. Si no existiese la Santísima Trinidad, no existiría el amor verdadero. Hoy sabemos que el mundo y los hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios amor y sin eso han caído en la trampa que les hace pensar que el consumismo y el materialismo les dará todo. Pero, los hombres y mujeres de fe, apoyados en este misterio de Dios Uno y Trino, Dios Amor, experimentamos a un Dios que vive con nosotros, un Dios vivo, un Dios que está implicado en nuestra historia.  

Dios nos comunica que es Padre creador, Hijo comunicador, Espíritu santificador. De allí es de donde brota esta segura convicción de que Dios es Amor. El creyente, entonces, se atreve a acercársele, a contarle sus anhelos, a manifestarle sus necesidades, a arroparse en Él en busca de protección, a participar de su misma vida. Entra en el ámbito de la Trinidad al que ha sido convocado y desde el cual ha sido formado. Encuentra sentido a su vida, a su ansia de amor y a su deseo de comunicación. Todo lo hacemos siempre en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Así lo manifestamos por ejemplo en la celebración de la Santa Misa, iniciamos en el nombre de la Trinidad y terminamos con su bendición. En «Amoris laetitia», el Papa Francisco, de feliz memoria, reflexiona sobre la familia y la Santísima Trinidad. Nos recuerda que «la Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente». Hoy, que al unísono de esta celebración, festejamos en México y no sé dónde más el «Día del Padre», me hago una pregunta: ¿Cómo pueden nuestras familias, con todas sus imperfecciones y desafíos, ser un vivo reflejo de la Trinidad? Y encuentro la respuesta en la vocación de los papás. Si hay alguien que con su ser y quehacer pueda explicar el misterio de Dios amor, es el padre de familia. Por eso la Iglesia, nuestra madre, está comprometida en apoyar con todas sus fuerzas la presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para las nuevas generaciones custodios y mediadores insustituibles de la fe en la bondad, de la fe en la justicia y de la protección de Dios Uno y Trino.

Quiero cerrar la reflexión de hoy con unos versos del inquieto escritor español José Javier Pérez Benedí, que seguro nos ayudan a reflexionar en la fiesta que hoy celebramos y que, de manera especial, les invito a que hoy se los lean a los padres de familia: «Creemos en un Dios Padre amoroso y compasivo. Cuida de todos nosotros, como el ave de su nido, admiramos su ternura para con todos sus hijos. Con amor le damos “gloria y alabanza por los siglos”. Enviado por el Padre, creemos en Jesucristo: su Hijo amado y, como hombre, fruto de un vientre bendito. Jesús es, para nosotros, Vida, Verdad y Camino, nuestro hermano y compañero, oculto en el pan y el vino. Creemos y veneramos al Espíritu Divino. Nos regala agua de vida en la fuente del Bautismo. Enciende calor de hogar en los corazones fríos. Es, en las horas de angustia, brisa, consuelo y respiro. Gracias, Santa Trinidad, misterio de amor, prodigio de ser Padre, Hijo y Espíritu: Tres «besos» de un Dios Amigo». Celebremos con María Santísima el gozo de esta fiesta. ¡Bendecido domingo y muchas felicidades a todos los papás!

Padre Alfredo.

sábado, 14 de junio de 2025

«Jubileo del deporte y el sueño cumplido de Frank»... Un testimonio

«CAMPEONES, PERO SOBRE TODO ARTESANOS DE ESPERANZA»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este fin de semana, Roma se convierte en el escenario de una gran fiesta deportiva con motivo del Jubileo del Deporte, el vigésimo gran evento del Año Santo 2025. Miles de atletas, tanto profesionales como amateurs, junto con entrenadores, dirigentes de asociaciones deportivas y familias enteras, llegarán desde los cinco continentes para participar en esta cita especial. Ya sé que están pensando que me gustaría estar allí, pues conocen mi pasión por el deporte. Aunque debido a varias circunstancias ajenas a mí, ya no comparta fotografías que les alienten a entrenar, sí les dejo muchos pensamientos y frases que les ayuden a entrenar con ganas. La famosa Plaza del Popolo se ha transformado en un animado «Pueblo del Deporte» con la «Fiesta del Deporte», en donde niños, jóvenes y adultos de todas edades y colores, goza de la posibilidad de probar diferentes disciplinas deportivas, ver demostraciones en vivo y conocer más sobre el mundo del deporte. De allí, esta tarde, se realizará un peregrinaje hacia la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, recorriendo algunas calles del centro de Roma: Via del Corso, Via Tomacelli, Ponte Cavour, Piazza dei Tribunali, Piazza Pia y Via della Conciliazione. Mañana a las 10:00 de la mañana el papa León XIV presidirá la Misa solemne en la Basílica de San Pedro.

Yo creo que todo deportista cristiano debe ser teológico, porque cuanto más comprende un atleta la grandeza de Dios, es menos probable que camine buscando su propia gloria, aunque en el caso de los sacerdote, se nos critique o se nos juzgue a veces sin comprender esto. En la Sagrada Escritura observamos que es valioso ponernos a prueba, examinarnos y considerar nuestros caminos, incluyendo nuestro corazón y por supuesto, la forma en que practicamos los deportes (2 Co 13,5; 1 Co 11,28; Sal 119,59). La primera lectura de hoy (2 Co 5,14-21) inicia afirmando: «El amor de Cristo nos apremia»... De entrada, al ver estas palabras y en medio del gozo de este jubileo me pregunté: ¿Cómo haría San Pablo para mantenerse en forma y poder responder al reto de evangelizar? El «Apóstol de las Gentes» se embarcó en cuatro viajes misionales principales, recorriendo unos 14 725 kilómetros en catorce años. Su disposición a recorrer grandes distancias para predicar de Cristo ayudó a establecer el cristianismo en todo el Mediterráneo porque, como expresa: El amor de Cristo le apremiaba. Por el tipo de deporte que practico, desde joven, entreno en un gimnasio —cuando me cambian de misión busco alguno cercano— y hago parte de mi vida de oración a quienes voy conociendo en el mismo. Voy aprendiéndome sus nombres, los invito a la misa dominical e incluso he catequizado y bautizado a algunos adultos que vivían lejos de Dios. A algunas de estas personas las confieso, las acompaño espiritualmente, bendigo sus casas o sus carros... de esta manera el GYM es para mí, un espacio de evangelización privilegiado. 

Como deportista —a pesar de las críticas, malos juicios o malos entendidos que puedas encontrar incluso de parte de los más cercanos a ti—, puedes darle gloria a Dios mostrando una actitud de agradecimiento y gozo. Entrena conscientemente pensando en todo momento que el amor de Cristi te apremia como a San Pablo. Quiero terminar mi reflexión de este día recordando a mi querido papa Francisco, quien en uno de sus discursos, de esos que uno guarda, expresó: «Los lazos entre la Iglesia y el deporte son una bella realidad que se ha ido consolidando en el tiempo, porque la comunidad eclesial ve en el deporte un válido instrumento para el crecimiento integral de la persona humana. La práctica del deporte, en efecto, estimula una sana superación de sí mismos y de los propios egoísmos, entrena el espíritu de sacrificio y, si se enfoca correctamente, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales, la amistad y el respeto de las reglas» (Mensaje a los delegados de los comités olímpicos europeos el 23 de noviembre de 2013). Yo no sé si la santísima Virgen María practicó algún deporte, pero la Biblia afirma que «se encaminó presurosa» (Lc 1,39) a visitar a Isabel... sin estar en forma no hubiera podido ir presurosa, ¿qué no? ¡Bendecido sábado recordando a María siempre!

Padre Alfredo.

viernes, 13 de junio de 2025

«La vida nos cambia en un instante»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La vida es impredecible, definitivamente los seres humanos, que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, estamos un tiempo sobre la tierra antes de ser llamados a la Casa del Padre y pasamos el tiempo entre un constante ir y venir de situaciones que no siempre controlamos y que surgen de la nada. La vida nos cambia en un instante y con ello llega la responsabilidad de reflexionar, sin dilaciones, sobre cómo vivimos nuestra propia existencia y como queremos ser recordados. Ayer amanecí con la noticia de la tragedia del primer accidente mortal de un Dreamliner, el avión fabricado por Boeing hace 15 años y que parecía ser de lo más seguro sobre la faz de la tierra. 242 pasajeros fueron víctima de un siniestro aún inexplicable de la que salió vivo solamente uno de los pasajeros, cuyo nombre me es difícil de escribir y mucho más pronunciar: «Ramesh Viswashkumar», que iba sentado en el asiento 11A. La aeronave impactó casi al despegar en una casa de estudiantes de medicina. Leí que Krishna, un médico que no dio su nombre completo, dijo haber visto «entre 15 y 20 cuerpos quemados» y él mismo, junto a otros colegas, rescataron a unos 15 estudiantes de la residencia 

Parecería que los humanos, en una época en la que hasta ha sido capaz el hombre de crear una Inteligencia Artificial, se tiene control de todo, sin embargo, nuestra vida puede dar giros inesperados y llegar a su fin en el momento menos inesperado. ¿Por qué estas 241 personas murieron? ¿Por qué un solo sobreviviente entre los pasajeros? ¿Por qué Ramesh ocupaba el asiento 11A? ¿Por qué algunos estudiantes que nada tenían que ver con el aeroplano llegaron al final de su recorrido en esta tierra? ¿Por qué...? El sobreviviente expresó: «No tengo ni idea de cómo salí de ese avión». Más de de 265 cuerpos han sido trasladados al hospital civil de la ciudad india de Ahmenabad donde sucedió el accidente. No vamos a vivir para siempre en este mundo pero no sabemos cuándo llegará el momento de partir. Somos, como dice un canto popular: «ciudadanos del infinito». Así que no se trata de cuánto tiempo pasemos en la tierra antes de ser llamados al juicio que nos llevará al encuentro del Padre Misericordioso, sino de qué hacemos con ese tiempo aquí en la tierra. Se trata de elegir ser buenos y dejar unas huellas imborrables en todos aquellos que forman parte de nuestro devenir... las huellas de Cristo. Ayer acompañé a mi amigo Gerardo Salazar en el último día del Triduo de su mamá la señora Ofelia, de 90 años a quien el Señor encontró en gracia, pues comulgó hasta el último día. En la parroquia se están celebrando las misas por Letty Góngora, una de nuestras feligreses que por años dedicó su vida a la catequesis... ¿Estamos viviendo de manera que dejemos las huellas de Cristo?

Hoy, que es día de San Antonio de Padua y que iniciamos la Novena para la fiesta de la Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. La lectura (2 Cor 4,6-15) de la Misa de este día conecta perfectamente este acontecimiento con la vida de cada uno de nosotros cuyo andar por este mundo terminará algún día. San Pablo nos recuerda una verdad profunda y consoladora: llevamos el tesoro del Evangelio, el ministerio y la vida nueva en Cristo, en «vasijas de barro». Somos frágiles, limitados, heridos, pero justamente ahí se manifiesta la fuerza de Dios mientras pasamos por el mundo buscando hacer el bien, dando una sonrisa, mostrando esperanza, compartiendo lo que somos y hacemos. Cualquiera de nosotros pudo haber estado en la aeronave o en tierra mientras cayó el avión... La interpretación profunda de todo esto, para quienes somos hombres y mujeres de fe, está en que, aunque llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, también en nosotros se manifiesta su vida. Hoy, pidamos a Dios, como pasajeros del viaje en este mundo acompañados de María su Madre, que purifique nuestras intenciones, que nos enseñe a mirar como Dios mira, y que renueve en nosotros la fidelidad y la esperanza en la vida eterna. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 12 de junio de 2025

«JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE»... Un pequeño pensamiento para hoy


La primera lectura el día de hoy (Is 52,13-53,12) tiene una pregunta que sigue siendo actual y que debe resonar en el corazón de todo discípulo–misionero: «¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? El mundo en el que vivimos parece alejarse de Dios cada vez más, y esto puede deberse a varios factores que pueden ser la tecnología, la cultura moderna y el materialismo reinante, cosas que distraen del campo espiritual y centran a la persona en su «yo». Pero nosotros, hombres y mujeres de fe, podemos constatar que la fe sigue viva en diferentes formas, sobre todo lo notamos los sacerdotes que, aunque en algunos lugares del mundo somos cada vez menos, vamos experimentando a nuestro alrededor, la presencia de laicos, hombres y mujeres que, llenos de Dios y confiados en él, se convierten, como decía la Beata María Inés, en «nuestro brazo derecho». 

Hoy, que celebramos la fiesta de «Jesucristo, sumo y eterno sacerdote», vemos que, aunque no exista una respuesta única a la pregunta de si el mundo está escuchando a Dios y cree en él o no, es importante destacar, la vivencia del sacerdocio bautismal de todas estas almas de laicos que forman parte de nuestros consejos de pastoral en las parroquias, que son miembros activos de grupos y movimientos eclesiales y a tantas otras personas, sobre todo ancianas, que no dejan de orar por la evangelización. Así, sacerdotes ordenados, consagrados y laicos, formamos un todo, en «sinodalidad», que ayuda al mundo a creer.

A raíz de esto, surge otra pregunta que brota en mi corazón de la escucha del Evangelio (Lc 22,14-20), cuando el Señor expresa en plena consagración del pan y del vino para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre: «repártanlo entre ustedes»: ¿Qué hago yo para que el Señor llegue a todos? Cristo requiere, no solo de los sacerdotes ministeriales, sino de todo miembros de la Iglesia, gente consciente de su misión sacerdotal de responder a Dios, desde la totalidad del ser y desde el corazón que quiere estar por Él, con Él y en Él en la tarea evangelizadora para que muchos le conozcan y crean en él. Cada uno, consciente del llamado bautismal que recibió para ser «profeta, sacerdote y rey», debe decir «Mándame», porque la misión no es algo que se tiene, que uno busca; sino algo que se recibe de Dios y nos confía para colaborar con su proyecto de Sumo y Eterno Sacerdote. Hoy hemos de dirigir nuestra mirada, junto con María, hacia Él y dejarnos conducir respondiendo a una última pregunta: ¿Estoy dispuesto a dejarme enviar hoy y cada día a la misión que Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote me confía? ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico.

Padre Alfredo.

miércoles, 11 de junio de 2025

«La Ley, los mandamientos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dicen que la lógica del amor no se funda en el miedo sino en la libertad y precisamente el Evangelio de este miércoles (Mt 5,17-19) nos ayuda a reflexionar en esto. Jesús, de una manera muy acertada expresa que no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Ciertamente él se refiere a lo establecido por la Ley y los Profetas en torno a los diez mandamientos de la Ley de Dios. En concreto sabemos que dar cumplimiento es «llevar a plenitud» una cosa. Eso quiere decir orientar estos mandamientos al núcleo fundamental de la Buena Nueva de Jesucristo que ce centra en una cosa: «El Padre los ama». Y es que así, desde esta perspectiva, es como debemos entender la vivencia de los mandamientos llevándolos a plenitud. Viendo cada uno de los mandamientos, incluso no solo estos sino también los cinco mandamientos de la Iglesia —que poca gente recuerda y pone en práctica— desde esta perspectiva del amor, es como «hasta la más pequeña letra o coma de la ley» tiene sentido.

Para vivir los mandamientos hay que, entonces, profundizar en el amor. Adentrarse en el corazón de Jesús y verlos desde su mirada, desde su perspectiva, desde su misión. La Ley, vista y vivida desde el amor, es como toma su verdadero sentido yendo mucho más allá de verla como un conjunto de normas frías que coartan la libertad del hombre. La Ley se hace camino hacia la verdadera libertad y a la felicidad. Por eso San Mateo nos enseña que quien enseña los mandamientos y los cumple, será grande en el Reino de los Cielos. Así, cada uno de los mandamientos es fuente se sentido, de paz y de alegría en el corazón del creyente que busca encender su corazón con la belleza del Evangelio. En Cristo y desde Cristo, la contemplación y la vivencia de los mandamientos vuelve fecunda la vida y llena al mundo de esperanza.

Esta Ley, estos Mandamientos, no son para vivirlos de una manera aislada, porque no somos islas y vivimos en comunidad. La familia, la parroquia, el grupo, el círculo de amigos… se convierten en el espacio concreto en donde damos cumplimiento a la Ley para alcanzar la plenitud en el amor. Tanto en nuestra vida personales como en nuestra vida comunitaria La Ley —contenida en el Antiguo Testamento—, Jesús de Nazareth y la la vida en el Espíritu Santo no pueden separarse. Los tres forman parte del mismo y único proyecto de Dios y nos comunican la certeza central de la fe: el Dios de Abraham y Sara está presente en medio de las comunidades por la fe de Jesús de Nazaret, que nos mandó su Espíritu para que nos amemos los unos a nosotros, como él nos ha amado. Pidamos al Señor, tomados de la mano de María, la Madre del Amor Hermoso, que llene nuestros corazones de amor para así poder cumplir los mandamientos con alegría no como una carga, sino como un regalo para ser felices y alcanzar el cielo. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 10 de junio de 2025

«Luz el mundo y sal de la tierra»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Estamos en la reunión provincial de obispos sacerdotes del noreste de México en Ciudad Victoria, Tamaulipas, viviendo una experiencia anual en la que es un gusto encontrarse con hermanos diocesanos y religiosos que nos vemos a veces solamente una vez al año. Luego de clausurar la Pascua, solemnemente celebrada en la cincuentena, el gozo no no queda atrás, pues el jueves próximo celebramos la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y esto, al saberlo recitado, vivo y presente en la Eucaristía y en nuestro ministerio, tiene una proyección pascual.

Encontrarse con otros hermanos que, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Mt 513-16), están llamados como yo a ser “luz del mundo” en el ministerio sacerdotal, produce un inmenso gozo que llena el corazón y la vida misma de cada uno de nosotros que somos peregrinos de esperanza desde cada altar y cada ambón de nuestras parroquias. En medio de la alegría del compartir, volvemos a darnos cuenta de que Dios es quien nos confirma en la unidad sacerdotal para ser luz e iluminar nuestro mundo que parece siempre tentado a ir hacia el camino de las tinieblas. El sacerdote, como luz del mundo, es colocado por el Señor Jesús para transformar la realidad a donde llega sacando todo lo bueno que hay en ella, impidiendo que esta realidad pastoral sea deformada, distorsionada. Y junto a esto, poniendo por ejemplo la sal, el Evangelio hace una consideración y formula una pregunta: Si la sal se vuelve insípida ¿con qué la salarán?

La luz ha de iluminar por su propia naturaleza y las tinieblas se deshacen cuando ella está presente de la misma manera como lo desabrido desparece con la llegada de la sal. El sacerdote, como discípulo-misionero iluminado por la luz de Cristo no puede ni debe ocultar esa luz, pues ha sido iluminado para, a su vez, iluminar; no debe ni tiene porque dejar de dar sabor como la sal. En el final de este pasaje evangélico de hoy, aparece lo que Jesús ha querido resaltar como enseñanza para los discípulos: “Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en los cielos”. La existencia del sacerdote, a pesar de haber perdido tanta credibilidad en nuestra época, no puede quedar opacada, sino que debe alumbrar; preservar de la corrupción y mover a volverse a Dios, dador de todo bien. Que María, Madre de la Iglesia y Madre de los sacerdotes, nos ayude a aprovechar estos días para iluminar nuestro corazón saboreando el gozo de nuestra vocación. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 9 de junio de 2025

«María es la Madre de la Iglesia»... Un pequeño pensamiento para hoy


El papa Francisco, de feliz memoria, en el año de 2018, estableció la memoria de «Santa María Virgen, Madre de la Iglesia» el lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, el día en que nació la Iglesia. Pero este título no es nuevo. Ya San Juan Pablo II, en 1980, había hecho una viva invitación a venerar a la Virgen como Madre de la Iglesia; e incluso antes, San Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, al concluir la Tercera Sesión del Concilio Vaticano II, declaró a la Virgen «Madre de la Iglesia». En 1975, la Santa Sede propuso una Misa votiva en honor de la Madre de la Iglesia, pero esta celebración no tuvo una fecha destinada en el calendario litúrgico. 

Francisco —como le gustaba al papa que le llamaran— en la primera homilía de esta memoria expresó: «María, madre; la Iglesia, madre; nuestra alma, madre. Pensemos en esa riqueza grande de la Iglesia y nuestra; y dejemos que el Espíritu Santo nos fecunde, a nosotros y a la Iglesia, para ser también nosotros madres de los demás, con actitudes de ternura, de mansedumbre, de humildad. Seguros de que ese es el camino de María. Qué curioso es el lenguaje de María en los Evangelios: cuando habla al Hijo es para decirle cosas que necesitan los demás; y cuando les habla a los demás, es para decirles: “hagan lo que Él les diga”». Yo estoy convencido de que, María santísima, como Madre de la Iglesia, a cada uno de nosotros, según la propia vocación específica y de acuerdo al lugar que ocupamos en la Iglesia y en el mundo, nos va a decir lo mismo invitándonos a atender a Jesús: «Hagan lo que Él les diga».

El Catecismo de la Iglesia Católica (párrafos 964-965) nos enseña que el papel de la virgen María en la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo y fluye directamente de ella. En estos párrafos se afirma que esta unión de la madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde la concepción virginal de Cristo hasta su muerte, hecho que precisamente nos relata el Evangelio de hoy (Jn 19,25-34) y que hace que esa unión se manifiesta sobre todo en esta hora de la Pasión de Cristo. Contemplemos en este día a la Santísima Virgen muy cercana a nosotros en la Iglesia. Imitemos sus pasos de peregrina de la esperanza y con el fuego vivo de la fiesta de Pentecostés, pidámosle a ella como Madre nuestra, que aumente el amor de cada uno de sus hijos a la Iglesia. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 8 de junio de 2025

«El Espíritu Santo es como el azúcar en la leche o en el café»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La palabra «Pentecostés» procede del griego «pentēkostēque», que significa «quincuagésimo». Esta fiesta, que se originó en la Iglesia Católica desde el siglo I, conmemora el momento en que Cristo, habiendo resucitado y ascendido al cielo, cumplió su promesa de enviar el Espíritu Santo sobre los apóstoles y María Santísima. Jesús les infunde el Espíritu que procede del Padre y de él mismo y los prepara para una misión en el mundo que llegará hasta nuestros días y terminará, como dice la beata María Inés Teresa, «hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad». Ese día dio inicio oficialmente la obra del Espíritu en la Iglesia, que no es otra cosa que la pequeña comunidad de los que han puesto su fe en Cristo Jesús. Fortalecida por este Espíritu de verdad y de memoria, la Iglesia ha atravesado todos los siglos, todas las crisis de la sociedad y todas sus propias crisis internas.  Pentecostés es la fiesta del Espíritu, la presencia viva de Dios que transforma corazones, la celebración de la «sinodalidad» que une a los diferentes y da vida nueva. Pentecostés es el fuego que rompe el miedo y abre puertas cerradas; es el viento que nos impulsa a salir, a hablar, a amar y a construir unidad en la diversidad.

El papa León, en su homilía de esta fiesta maravillosa, nos ha recordado que «en un mundo quebrantado y sin paz el Espíritu Santo nos educa a caminar juntos» y ha afirmado: «La tierra descasará, la justicia se afirmará, los pobres se alegrarán y la paz volverá si dejamos de movernos como predadores y comenzamos a hacerlo como peregrinos. Ya no cada uno por su cuenta, sino armonizando nuestros pasos con los pasos de los demás». A estas horas no termina aún la Vigilia de Pentecostés en la parroquia. Ha sido un gozo ver desfilar, en medio de la oscuridad de la noche a gente de todos colores y sabores que ha venido a implorar la fuerza que viene de lo alto. Desde ancianos de casi cien años hasta niños pequeños, han desfilado frente a Jesús Eucaristía implorando el Espíritu que nos mantenga en la unidad en medio de la diversidad que caracteriza a nuestra comunidad parroquial que, venciendo todos los desafíos de nuestro mundo actual, camina en sinodalidad como peregrina de esperanza. Entre cantos y alabanzas, silencio, lectura de la Palabra, la Vigilia, que inició después de la misa de las siete de la tarde, terminará en unas horas más, antes de misa de las nueve de la mañana. 

En cada una de las misas de este domingo resonarán con fuerza las palabras de Jesús: «La paz esté con ustedes» (Jn 20,19-23). Estas palabras no constituyen una simple frase de saludo, sino que se manifiestan como un regalo profundo. Es la paz que viene de saber que el Señor está presente, que ha vencido al miedo y a la muerte. Es la paz que el Espíritu Santo siembra en nuestro interior y que nos capacita para perdonar, para reconciliar, para hacer que a las personas se les despierte la paz, la luz, la confianza, la alegría, al sentir que nunca están solas ni abandonadas; para ser testigos de esperanza en un mundo sediento de consuelo y verdad viviendo nuestra condición de discípulos-misioneros marcados por ese reto de la «sinodalidad», que solamente puede echarse a andar si se tiene la fuerza de lo Alto. Bien decía San Ireneo: «Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda la gracia». Quiero terminar esta reflexión con una anécdota que contó una catequista que, en una de las clases preguntó: «¿—Cómo puede el Espíritu Santo estar presente, si nunca se le ve? Y una niña respondió: —Mi mamá me dice que el Espíritu Santo es como el azúcar, que se le pone a la leche o al café. Se disuelve y desaparece aparentemente, pero está ahí. Y todo lo endulza». Con María, los Apóstoles y nuestra comunidad de discípulos-misioneros vivamos esta fiesta con la que cerramos la Pascua. ¡Bendecido domingo de Pentecostés!

Padre Alfredo. 

sábado, 7 de junio de 2025

«LA BONDAD Y LA MISERICORDIA DEL SEÑOR»... (Tema para retiro espiritual).


«Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término» (Sal 23,6). 

En la Sagrada Escritura, encontramos a los profetas, a los salmistas, a muchos otros elegidos de Dios, a Jesús y sus apóstoles y a la santísima Virgen María alabando, implorando, anunciando y adorando la Divina Misericordia, en cada momento. Leyendo, meditando y estudiando la Biblia, vemos que la misericordia de Dios, ha estado «desde siempre» para nosotros. Hace algunos años celebramos un jubileo extraordinario de la misericordia concluyendo apenas el Año de la Vida Consagrada que, como afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa de la clausura de aquel festejo de los consagrados el día de la Presentación del Señor: «como un río, confluye ahora en el mar de la misericordia, en este inmenso misterio de amor que estamos experimentando con el Jubileo extraordinario». Ahora estamos celebrando un jubileo ordinario, este de 2005 centrado en la esperanza. Es precisamente la esperanza la que nos lleva a dejarnos abrazar por la misericordia de Dios porque, como dice la Carta a los Romanos «la esperanza, no defrauda» (Rm 5,5).

Queremos tener como fin de nuestro retiro, experimentar la misericordia de Dios para con nosotros llenos de esperanza, que, como bautizados, debemos ser portadores de ese don para llevarlo a toda la humanidad, portadores de esa misericordia que salva y que los salmistas exaltan de una manera maravillosa en la Sagrada Escritura. «La esperanza, —afirma el recién fallecido papa Francisco en la bula Spes non confundit con la declaraba este año santo—, efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.

Es hermoso pensar, en este día de retiro, que Dios está siempre dispuesto a mantener ese pacto de amor que inició en el Bautismo con cada uno de nosotros a pesar de nuestras miserias y pecados y que nunca es tarde para reestrenar su amor, porque la esperanza, además de que no defrauda, es, como lo sabemos, lo último que muere. Dios espera que nunca disminuya la confianza de sus hijos y de sus hijas consagrados a Él en el bautismo que nos ha convertido, además, en sus discípulos-misioneros. 

Al iniciar nuestra reflexión, le pedimos al Señor, la esperanza de los afligidos y la esperanza de quienes en él confían. Le pedimos que acepte y acoja nuestra condición de pecadores, que, habiendo sido llamados por él a la vida de la gracia, nos acogemos a su compasión y sobre todo a su misericordia, que es infinita. Le pedimos al Señor, que muestra su poder sobre todo en el perdón y en la misericordia, que derrame en nosotros su gracia, para que, caminando en esperanza al encuentro de sus promesas, como caminó David y los otros autores de los salmos, alcancemos los bienes que nos tiene reservados.  

¿Qué quiere decir «misericordia»? Hay dos dimensiones fundamentales en el concepto de «misericordia». El primero es el que se expresa en la palabra griega «eleos», es decir la «misericordia» como actitud de compasión hacia la miseria del prójimo, un corazón atento a las necesidades de los demás. Un corazón que se conmueve y se abaja. Pero, junto a ésta surge otra acepción, ligada a la palabra judía «rahamim», que tiene su raíz en el «regazo materno», es decir, indica el amor materno de Dios. 

¿Qué es esta misericordia? San Bernardo la explicaba diciendo que Dios no nos ama porque somos buenos o bellos, sino que lo que nos hace buenos y bellos es su amor, el amor materno de Dios. En las dos acepciones surge una idea fundamental que llena de esperanza el corazón humano, es decir, Dios está dispuesto a acogernos y a comenzar de nuevo con cada uno, independientemente de la historia, del pasado, de la experiencia de alejamiento e infidelidad. 

¿Cómo definía el Papa Francisco —hoy de feliz memoria— la Misericordia? En «Misericordiae Vultus», en el n° 2 decía: «Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado». 

Los santos son expertos en la misericordia, en este amor sin límites. San Juan Pablo II relata en su biografía: «A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María de Alacoque: “Si crees, verás el poder de mi corazón”». Él mismo, en vida y poco antes de morir, recomendó la invocación «Jesús, en ti confío» «Es un sencillo pero profundo acto de confianza y de abandono al amor de Dios —aseguraba el santo— Constituye un punto de fuerza fundamental para el hombre, pues es capaz de transformar la vida». 

La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, tiene innumerables frases en las que expresa su definición de misericordia. Me basta pensar en estas frases que mucho conocemos: «Soy un pensamiento de Dios, porque desde toda la eternidad pensó en darme el ser; y ya me veía tal cual soy, con mis defectos y mis cualidades, mis promesas y mis inconstancias, mi confianza y mi amor, y con todas mis miserias... Ya sabía que le daría mucho trabajo, y ya había resuelto ejercitar en mí el más hermoso de sus atributos: su misericordia. Ya, desde toda la eternidad, había resuelto escogerme para él, y precisamente en su orden seráfica. ¡Oh, sí! Qué delicioso sentirme un pensamiento de Dios.» (EE 1941, f. 804) 

«En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad», afirmaba San Juan Pablo II, quien también decía: «En el corazón de Cristo encuentra paz quien está angustiado por las penas de la existencia; encuentra alivio quien se ve afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consuelo y de amor para quien recurre a El con confianza». 

Por su parte, San Pablo llama a Dios «Padre de las misericordias» (2 Cor 1, 1-7) y eso es algo que podemos ver desde el Antiguo Testamento. En algunos de los salmos, vemos su infinita compasión por los hombres, algunos de los salmistas, entonando esas hermosas alabanzas, manifiestan saberse entrañablemente amados por Él. En muchas frases de los salmos, Dios insiste constantemente en esta verdad: Dios es infinitamente misericordioso y se compadece de los hombres, de modo particular de aquellos que sufren la miseria más profunda, el pecado. En una gran variedad de términos e imágenes —para que los hombres lo aprendamos bien—, la Sagrada Escritura nos enseña que la misericordia de Dios es eterna, es decir, sin límites en el tiempo, como dice el Salmo 100: «Porque es eterna su misericordia»; es inmensa, sin limitación de lugar ni espacio; es universal, pues no se reduce a un pueblo o a una raza, y es tan extensa y amplia como lo son las necesidades del hombre. 

La misericordia supone haber cumplido previamente con la justicia, y va más allá de lo que exige esta virtud. «La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor», afirmaba el papa Benedicto XVI. 

Cada vez que recitamos los salmos, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en el salmo responsorial de Misa y especialmente aquellos que hacen mención de la misericordia infinita de Dios, advertimos la necesidad de detenernos, de levantar los ojos al cielo, y acordarnos de que no somos los amos del mundo y de la vida. Tenemos que contemplar el cielo, las montañas, el mar; sentir la fuerza del viento, la voz de las grandes aguas como aquellos hombres que se dejaban inundar por el amor de Dios.

Cómo le gustaba a la beata María Inés Teresa sentirse pequeña —como en realidad somos— en el gran universo que Dios ha creado y sigue creando y vivificando en cada instante rodeándonos de su misericordia, como canta el salmista cuando dice: «al que espera en el Señor, le rodea la misericordia» (Sal 32,10). Tenemos que aprender a clamar a Dios como lo hace el salmista a Dios en el Salmo 5: «Escucha, oh Señor, mis palabras; Considera mi gemir, estate atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Yahvé, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré». Los salmistas son un ejemplo de pecadores que supieron agradar a Dios por medio de su arrepentimiento y su dependencia de Dios. 

Vivimos cada vez más en medio de cosas artificiales hechas por nosotros, y eso cambia lentamente nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos. Sin darnos cuenta, nos olvidamos de dónde estamos y de quiénes somos; perdemos el sentido de nuestra verdadera dimensión: a veces nos sentimos omnipotentes, mientras no lo somos; a veces nos sentimos impotentes, mientras no lo somos. Como el profeta Amós nos recuerda, somos como una brizna de hierba, es cierto, pero nuestro corazón es capaz de infinito. Somos, como dice la beata María Inés, «la nada pecadora». Es cierto, pero podemos preguntarnos al recitar los salmos «¿por qué?», y sentir dentro de nosotros un vínculo misterioso, a veces doloroso, con Aquel que creó el mundo, el sol, la luna, las estrellas. «La misericordia del Señor —como dice el salmista— llega hasta el cielo, su fidelidad hasta las nubes» (Sal. 36, 6). 

De todas las criaturas —que, a su manera, son más humildes y obedientes al Creador que nosotros— los seres humanos somos los únicos que reconocemos , y a veces sentimos, que esta omnipotencia de Dios, esta incomprensible magnitud, es solamente amor y amor misericordioso, tierno, compasivo, como el de una madre por sus hijos, pequeños y frágiles. Somos los únicos en darnos cuenta de que toda la creación gime y sufre como si tuviera dolores de parto. Y nos damos cuenta, como dice el salmista, que «los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia» (Sal. 33, 18). 

El siglo XX que hemos dejado a nuestras espaldas, fue en muchos aspectos una centuria terrible; y el siglo XXI, que con el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York se inició con un golpe de timbal de augurios nada buenos, no promete hasta el momento ser mejor. El siglo XX conoció dos brutales sistemas totalitarios, dos guerras mundiales —de las cuales solo la segunda causó entre cincuenta y setenta millones de muertos—, genocidios y asesinatos en masa de millones y millones de personas, campos de concentración y muchos horrores más. El siglo XXI ha comenzado marcado por la amenaza de un terrorismo despiadado, injusticias que claman al cielo, niños víctimas de abusos y condenados al hambre y la inanición, millones y millones de desplazados y refugiados, crecientes persecuciones de cristianos; a ello se suman devastadoras catástrofes naturales en forma de terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, inundaciones, sequías, etc. Todo ello y muchos hechos más son «signos de los tiempos».  

A la vista de esta situación, a muchos de nuestros contemporáneos —incluso familiares y amigos cercanos— les resulta difícil hablar de un Dios omnipotente y al mismo tiempo justo y misericordioso porque han perdido la esperanza. ¿Dónde estaba y dónde está cuando todo esto ocurría y ocurre? ¿Por qué lo permite, por qué no interviene? Todo este sufrimiento injusto, preguntan algunos, ¿no representa el argumento más serio en contra de un Dios omnipotente y misericordioso? 

De hecho, el sufrimiento de los inocentes se convirtió durante la Modernidad en la roca del ateísmo (Georg Büchner); la única disculpa para Dios, llegó a afirmarse, es que no existe (Stendhal). Dada la verdaderamente diabólica irrupción del mal, en ocasiones se prolonga la pregunta de este modo: ¿no habría que negar a Dios para mayor gloria de Dios (Odo Marquard)? 

El sufrimiento en el mundo es probablemente el argumento de mayor peso del ateísmo moderno que nos rodea y que impregna muchos ambientes de desesperanza. A él se añaden otras cuestiones que han tenido su repercusión. Han ocasionado que en la actualidad, para muchos, según piensan, Dios no exista; al menos, numerosas personas viven como si Dios no existiera. La mayoría de ellas parecen incluso poder vivir muy bien sin él, al menos no peor que la mayoría de los cristianos. Esto ha transformado la índole de la pregunta por Dios. Pues si Dios no existe o se ha tornado irrelevante para muchos, entonces protestar contra él no tiene ya sentido. Las preguntas: «¿Por qué todo este sufrimiento?» y «¿Por qué tengo que sufrir yo?», llevan más bien a enmudecer, hacen que la gente se quede sin palabras.  

De ahí que no solo cristianos creyentes, sino también muchas personas reflexivas y despiertas con otras convicciones reconozcan que el mensaje de la muerte de Dios, muy al contrario de lo que esperaba Nietzsche, no conlleva la liberación del ser humano. Allí donde la fe en el Dios misericordioso se volatiliza, allí quedan un vacío y un frío atroces. Sin Dios estamos por completo —y además sin salida— a merced de los destinos y azares del mundo y de las tribulaciones de la historia. Sin Dios no hay ya instancia alguna a la que apelar, no existe ya esperanza alguna en un sentido último y una justicia definitiva. ¡Qué sabios eran los salmistas, al reconocer, aún en medio de las guerras, de las divisiones, de los atropellos y abusos, de las catástrofes naturales, del vacío y del pecado, la infinita misericordia de Dios! Al leer y recitar muchos de los salmos, podemos percibir que la dignidad absoluta del ser humano únicamente es posible si existe Dios y si este es el Dios de la Misericordia y de la gracia.

San Juan Pablo II nos legó la profecía de que este es el tiempo de la misericordia. Él fue quien dedicó a la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua, y murió en la víspera de ese domingo.  

El Papa Francisco, en su Bula Misericordiae Vultus, en el número 12 expresaba: «La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios... En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.» Por eso, en esta reflexión que nos incumbe, le suplicamos con el salmista: «Vuélvete, Señor, rescata mi vida, sálvame por tu misericordia» (Sal. 6, 5). 

Cuando vemos el uso de la palabra «misericordia» en los salmos, debemos estar claros, para no confundir los sentimientos y entender que ser misericordioso no consiste en tener un corazón compasivo sin pasar a la práctica, tampoco en realizar alguna obra de misericordia de vez en cuando sin enfrentarnos a las causas concretas del sufrimiento y de las injusticias; si lo hiciésemos así, estaríamos en una actitud paternalista y sobreprotectora que, los autores de los salmos, no confunden. Dice el salmista: «A ti, Señor, la misericordia. Porque tú retribuyes a cada uno según sus acciones» (Sal. 66, 20). 

Para ser misericordiosos, es necesario primero, interiorizar el sufrimiento ajeno, es decir, dejar entrar en mis entrañas y en mi corazón el sufrimiento del otro y la esperanza que tiene de salir de él para hacerlo mío. Es algo que me duele a mí. En segundo lugar ese sentimiento ya hecho mío, provoca en mí una reacción que me lleva a ser activo y comprometido, me lleva a actuaciones concretas orientadas a aliviar y quitar ese sufrimiento. Soy uno con los otros, su dolor es el mío, su sufrimiento es el mío, sus esperanzas son las mías y suplico al Señor no solo pensando en mí, sino sabiéndome parte de una humanidad que —utilizando una de las palabras que el Papa Francisco inventó— se sabe «misericordeada» por Dios y le dice con el salmista lleno de esperanza: «¡Manifiéstanos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación!» (Sal. 85, 8). 

Vivir la misericordia es lo primero y principal de todo bautizado A lo largo de la vida tendremos que hacer muchas cosas, muchas oraciones y celebraciones, muchas fiestas por nuestra fe... pero la misericordia debe ser el eje transversal de la vida de todo bautizado: debemos dejarnos amar por Dios, sentir su misericordia en todos los momentos de nuestra existencia como hijos de Dios y la misericordia hacia los demás ha de configurar nuestra manera de vivir, de mirar a las personas y al mundo desde nuestro vivir según la vocación específica que hayamos adoptado. Nuestra manera de vivir la vida en el seguimiento de Cristo, al estilo de Madre Inés, si formamos parte de la Familia Inesiana, por ejemplo, ha de pasar por practicar la misericordia o no seremos Inesianos. Digamos con el salmista: «¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones.» (Sal. 100, 5). 

María santísima recapitula en el magníficat la entera historia de la salvación describiéndola como una historia de la compasión divina. «Su misericordia —la de Dios— con sus fieles, continúa de generación en generación» (Lc 1,50). Ella «goza del favor de Dios» (Lc 1,30). Esto quiere decir: por sí misma no es nada en absoluto, todo lo que es se lo debe a la infinita misericordia del Señor. Ella no es más que la «sierva del Señor» (Lc 1,38). La gloria no le pertenece a ella, sino en exclusiva a Dios, para quien nada hay imposible (cf. Lc 1,37s). De ahí que María cante: «Proclama mi alma grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador... Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es santo». Ella es por completo recipiente y nada más que humilde instrumento de compasión divina. 

Al final del cuarto Evangelio, María, que figura al comienzo de la historia neotestamentaria de la salvación, asume una importante posición en su punto culminante. Pues Jesús, desde la cruz, confía a Juan a María como madre y, a la inversa, confía a María a su discípulo Juan como hijo (cf. Jn 19,26s). Esta escena está llena de profundo significado. Juan es el discípulo al que ama Jesús (cf. Jn 19,26); en este Evangelio es tenido por arquetipo del discípulo. Esto significa que Jesús, en Juan, le confía a María todos los discípulos como hijos y, a la inversa, a todos ellos les confía a María como madre. Estas palabras de Jesús pueden ser entendidas como su testamento, como su última voluntad; con ello dice algo que es vinculante y decisivo para el futuro de la Iglesia: Hay que recurrir a María, Madre de Misericordia que nos dirá siempre:  «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). 

Vamos rezando con el salmo 136:   

ETERNA ES SU MISERICORDIA 

Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.  

Dad gracias al Dios de los dioses: porque es eterna su misericordia.  

Dad gracias al Señor de los señores: porque es eterna su misericordia.  

Sólo él hizo grandes maravillas: porque es eterna su misericordia.  

Él hizo sabiamente los cielos: porque es eterna su misericordia.  

Él afianzó sobre las aguas la tierra: porque es eterna su misericordia.  

Él hizo lumbreras gigantes: porque es eterna su misericordia.  

El sol que gobierna el día: porque es eterna su misericordia.  

La luna que gobierna la noche: porque es eterna su misericordia. 

Dad gracias al Dios del cielo: Porque es eterna su misericordia. 

Para terminar este encuentro, dejémonos cuestionar por estas preguntas: 


• Hasta ahora ¿qué tan importante ha sido la vivencia de la misericordia en mi vida? 

• ¿Soy misericordioso en la práctica o me quedo con un corazón compasivo? 

• Según los textos bíblicos de los salmos y según los comentarios expuestos, ¿cuál o qué es el núcleo de mi vida en el seguimiento de Cristo? 

Padre Alfredo.