martes, 26 de agosto de 2025

LA MISERICORDIA, LOS SALMOS, EL TIEMPO... Un tema de retiro con los salmos.


El mensaje de la misericordia divina atraviesa toda la Sagrada Escritura. El Antiguo Testamento utiliza para la compasión y la misericordia un mismo término: «rehamîm» que significa vísceras. Esta palabra deriva de rehem, que denota el seno materno, por eso puede aludirse con ella a las entrañas de la persona En sentido figurado expresa un sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas. El segundo término es «hesed» que es sinónimo al anterior. Asimismo, existen las palabras «sonhanan» que manifiesta mostrar gracia, ser clemente, «hamal» que expresa compadecer, perdonar y, por último «hus» que significa conmoverse, sentir piedad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, las entrañas de la persona, las vísceras, son tenidas por la sede de los sentimientos. Las entrañas simbolizan la misericordia que brota del corazón. El verbo en griego es «splagchnisomai», que significa literalmente sentir lástima, sentir compasión; es un verbo cargado de misericordia y de  ternura (se le conmueven las entra conmueven las entrañas). 

Más tarde, este vocablo se convirtió en traducción del término propiamente hebreo que ya mencioné: «hesed», o también hen, que ha devenido determinante sobre todo para la caracterización de la misericordia. La misericordia únicamente puede ser entendida tomando también en consideración el concepto bíblico de «corazón» (leb, lebab; kardía) que se relaciona particularmente con las entrañas y por lo mismo con los sentimientos de cercanía, de adhesión, de afectividad. 

En la Biblia, el corazón no designa solo un órgano de importancia vital para el ser humano. Desde un punto de vista antropológico denota el centro de la persona, la sede de los sentimientos y del juicio. La Biblia da un paso más aún y habla teológicamente también del corazón de Dios. Afirma que Dios elige personas a su gusto o según el dictado de su corazón (cf. 1 Sm 13,14; Jr 3,15; Hch 13,22). Habla del corazón divino, que se entristece por el ser humano y sus pecados (cf. Gn 6,6), y dice que Dios pastorea a su pueblo con corazón íntegro (cf. Sal 78,72). 

En el Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos, está la prueba que refuta concluyentemente la reiterada afirmación de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios celoso, vengativo e iracundo; antes bien, desde el libro del Éxodo a los Salmos, el Dios del Antiguo Testamento es «clemente y compasivo, paciente y misericordioso» (Sal 145,8; cf. Sal 86,15; 103,8; 116,5). 

El libro de los Salmos, siempre ha suscitado una fuerza de atracción extraordinaria, porque en él se encuentra una amplia gama de sentimientos humanos que se entrecruzan con los sentimientos de Dios: alegría y alabanza, tristeza y angustia, fortaleza y debilidad, victoria y derrota, confianza y desaliento. 

Desde los primeros siglos de la Iglesia, se empezaron a leer los salmos en clave cristológica, considerándolos como la voz del Cristo total, cabeza y cuerpo. El mismo Cristo resucitado, en su aparición a los discípulos, había señalado a los salmos como clave para reconocerlo vivo y operante en la Iglesia: «Estas son las palabras que yo les dije cuando estaba todavía con ustedes: que era necesario que se cumplieran todas las cosas escritas acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la mente para comprender las Escrituras (Lc 24,44).  

La fascinación por los salmos ha llegado a nuestros días en un tesoro: La Liturgia de las Horas. La misericordia, es una de las características divinas que el libro de los Salmos pone en evidencia. La Iglesia, en el rezo de la Liturgia de las Horas, tiene que alabar con los salmos la inagotable misericordia divina y anunciar a Dios como «Padre compasivo y Padre de todo consuelo» (2 Cor 1,3) que, «rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por nuestros pecados nos hizo revivir con el Mesías,  nos resucitó y nos sentó en el cielo.» (Ef 2,4-6). “La misericordia del Señor, llena la tierra” (Sal 32,5). La Iglesia, especialmente a través de los consagrados y de laicos muy comprometidos, ha de narrar la concreta historia del Dios compasivo con los seres humanos, tal como es atestiguada en la Antigua y la Nueva Alianza; y debe presentarla del modo en que Jesús lo hizo en sus parábolas, dando testimonio del Dios que ha revelado definitivamente su misericordia en la muerte y resurrección de Jesús. 

Son muchos los salmos que expresan la misericordia de Dios en todo sentido y en toda dirección. Los salmistas nos hacen ver que toda la creación es fruto del amor de Dios; el universo entero es fruto de su amor. Dios no creo el mundo para Él; lo hizo porque quiso compartir la gloria de su amor misericordioso y las bendiciones del cielo con criaturas semejantes a Él. Lo hizo porque Él es amor. Ya lo decía el Papa Francisco en el título de uno de sus libros: «El nombre de Dios es misericordia». En el libro de los Salmos, y no solamente en el salmo 8 sino en muchos otros, los poetas y cantores nos dicen que no solo creó Dios al mundo, sino que, además, lo mantiene para que nosotros veamos ese amor de Dios en esa naturaleza que se desarrolla; cuando contemplamos una planta, un rosal, un atardecer, un río  y vemos la perfección de la creación aún en los insectos más diminutos, es Dios que nos comunica su amor y su misericordia, manifestándome su grandeza y perfección. 

«Como un olivo frondoso en la Casa de Dios, he puesto para siempre mi confianza en la misericordia del Señor» canta el salmista (Sal. 52, 10). «Porque tu misericordia se eleva hasta el cielo y tu fidelidad hasta las nubes» (Sal. 109, 16). Los salmos reflejan claramente la convicción y la vivencia, por parte del creyente, de la misericordia de Dios. En todos ellos, la misericordia es el hilo conductor. Como muestra podemos ver: el salmo 136, en donde el salmista repite con insistencia: «Su misericordia es eterna»; el 103 (Vg 102=), que habla de la ternura del Padre por sus hijos; el más conocido, el 51 (Vg 50), conocido también como «El Miserere» y por último el 130 (Vg 129) en el que el salmista implora la divina misericordia. 

El salmo 136, no hace teoría de la misericordia de Dios, sino un recorrido de hechos de misericordia por parte de Dios para con su pueblo. El salmista recorre maravillado las manifestaciones concretas de la bondad inconcebible de Dios mientras el pueblo repite a cada estrofa: «porque es eterna su misericordia»: El Creador: “hizo sabiamente los cielos”, “afianzó sobre las aguas la tierra”, “hizo lumbreras gigantes”, “el sol que gobierna el día”, “la luna ”... La liberación de Egipto: “Él hirió a Egipto en su primogénitos”, “Y sacó a Israel de aquel país”, “Con mano poderosa, con brazo extendido”, Él dividió en dos el mar Rojo”, “Y condujo por en medio a Israel”, “Arrojó en él al Faraón”. El Éxodo y todos los episodios hasta asentarse en la tierra promisión y los avatares de su historia: “Guió por el desierto a su pueblo”, “Hirió a reyes famosos, dio muerte a reyes poderosos” “Les dio su tierra en heredad”, “En heredad a Israel su siervo”, “Y nos libró de nuestros opresores”. Acaba el salmista reconociendo que la misericordia de Dios sigue actuando: “Él da alimento a todo viviente” y pide un nuevo agradecimiento “Dad gracias al Dios del cielo/ porque es eterna su misericordia”. 

En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir continuamente «eterna es su misericordia», como lo hace el salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes. 

Este fue el último salmo que Jesús cantó en unión de sus Apóstoles. Ningún bautizado puede ignorar que la misericordia de Dios está concentrada en Jesucristo. Antes de la creación Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo. Él es nuestra salvación, nuestra gloria para siempre.   

Antes de la Pasión, el Señor oró con este salmo de la misericordia. Lo atestigua San Mateo cuando dice que «después de haber cantado el himno» (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este salmo, lo hace para nosotros, consagrados, aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: «Eterna es su misericordia». 

Al repasar en nuestra oración de la Liturgia de las Horas las maravillas de Dios en este salmo, le pedimos ser capaces de descubrir en nuestra vida consagrada y en la de nuestros hermanos su infinita misericordia. 

El salmo 103, nos presenta un pecador perdonado que sube al Templo para ofrecer un «sacrificio de acción de gracias», durante el cual hace un relato del favor recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos, a los que invita a tomar parte de su acción de gracias, hace un himno al amor de Dios, al Dios de la Alianza. En este pecador habla todo Israel que ha sido perdonado con «amor» y con «ternura» exquisita.  

Jesús no hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: «con la ternura de un padre con sus hijos»… «Padre nuestro, perdona nuestras ofensas». Y el resultado de este amor, ¡es el perdón! Se puede percibir en estas líneas la parábola del «Hijo pródigo». Se escuchan ya estas palabras: “Amen a sus enemigos, entonces serán hijos del Dios Altísimo, porque Él es bondadoso con los malos». 

La alegría estalla en este salmo. Al recitarlo, uno debe dejarse llevar por su impulso alegre, que invita a todos los ángeles y a todo el cosmos a corear su acción de gracias. Cuando oramos, todo el universo ora en nosotros. ¡Sí, el hombre es grande, él es el cantor del universo! Y, sin embargo, ¡qué frágil es el hombre! como la hierba que florece por la mañana y se marchita por la tarde. La maravilla de este salmo, y de toda la revelación bíblica, es precisamente esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios: Un amor misericordioso, un amor eterno, desde siempre y para siempre. Amor fuerte, poderoso, todopoderoso… más fuerte que la muerte. Amor que suscita una respuesta libre y alegre. La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo que es feliz de haber sido perdonado. 

El más conocido de todos los salmos, junto con el 23 (Vg 22) del Buen Pastor, es sin duda alguna el número 51 (Vg 50), que está dedicado a David. El pecado del rey (2 Sam 11.12), que hizo matar a Urías para tomar a su mujer Betsabé, y el arrepentimiento admirable de David, son el símbolo del “mal” y del “perdón”. El grito de arrepentimiento que se expresa aquí es de gran pureza; este pecador se siente desgraciado únicamente por su pecado, por la ofensa a Dios. El pecado no está abandonado a sus remordimientos, él está “ante alguien” que lo ama. Todo se origina en el amor. Veinte verbos en imperativo se dirigen hacia Dios en esta alabanza. Y cada uno indica que Dios va a obrar en favor del penitente para “borrar”, “lavar”, “absolver”, “purificar”, “renovar”… 

Para hacer comprender la maravilla del perdón de Dios, Jesús “inventó” la parábola del “Hijo pródigo”, y espontáneamente utilizó expresiones de este Salmo 50: “he pecado contra el cielo y contra ti”… Al instituir el Bautismo: “lávame, quedaré más blanco que la nieve”. 

El salmista sabe dónde están las raíces profundas del mal. Él se sentía aplastado por el peso de los determinismos. Consciente del mal que había hecho, el rey David —a quien se atribuye este Salmo— se sentía incapaz de realizar la reparación tan deseada. Por eso pide la intervención de Dios. Descubre que la raíz del pecado, antes que la culpabilidad personal, está en la misma condición humana: “en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”… 

El verdadero arrepentimiento es el que agrada a Dios. No es Dios quien gana al reconocer nuestro mal, el pecado es una autodestrucción. Los que salimos ganando somos nosotros cuando, como David, somos perdonados y recibidos con el amor del Padre en comunión. Lo que Dios quiere, dice el salmo, es que tengamos un corazón nuevo, una vida nueva. Por eso, cuando la vida del hombre vuelve a embellecerse, puede estar feliz y cantar en acción de gracias. El sacramento de la Penitencia nos hace redescubrir la alegría del perdón y la celebración festiva de la misericordia de Dios. 

El salmo 130, es uno de los «salmos penitenciales» de la liturgia. La súplica del autor inspirado, está angustiada de pena y humildad. “Desde lo más profundo te invoco, Señor”. El reconocimiento del propio pecado se une a la confiada seguridad de alcanzar el perdón divino. “En el Señor se encuentra la misericordia”. Por tanto, su rehabilitación espiritual sólo depende de la misericordia infinita de su Dios, y así es como él, confiado en su bondad, implora perdón y protección para él y para su pueblo. 

Los sentimientos de profunda humildad contrastan con la ciega esperanza en la misericordia divina. El salmista, lejos de sentirse abandonado de Dios, se apoya en la conciencia de su propia indignidad, para acercarse al Señor, es decir, él no se siente para nada alejado de su Dios, por esa razón toma fuerzas de su debilidad para acercarse confiadamente al que le puede rehabilitar en su vida espiritual. Los atributos y las promesas divinas le dan pie para fundar su esperanza: «Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su Palabra» exclama. 

El salmista se siente desbordado en un abismo de inquietudes y de pesares; por eso, desde lo profundo de su aflicción se dirige a su Dios para que le preste auxilio, rehabilitándolo en su vida de amistad con Él. En realidad, su esperanza está en su misericordia y su prontitud al perdón, pues si no olvida los pecados y los guarda cuidadosamente en su memoria, reteniendo la culpabilidad de los hombres; “¿quién podrá subsistir?”, ¿quién podrá subsistir o mantenerse incólume ante su tribunal? Nadie puede hacer frente a las exigencias de la justicia divina; “Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido”.  Pero la medida con que trata a sus siervos no es la de la justicia, sino la de la extrema indulgencia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor”, invitándoles así a un temor reverencial basado en el agradecimiento del que ha sido perdonado; “Él redimirá a Israel de todos sus pecados” 

Basado en esta indulgencia del Señor, el consagrado, al recitar este salmo, unido a los sentimientos del salmista, espera en Él con impaciencia y ansiedad más que los centinelas por la aparición de la aurora para ser relevados de su puesto de vigilancia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra”. En esta espera ansiosa, el salmista nos representa a todos como colectividad, vejado por pueblos opresores y ansiosos de redención. La serenidad e indulgencia del Señor dan confianza al pueblo elegido para pedir su plena rehabilitación a pesar de sus numerosas iniquidades. 

Teresa de Ávila, la gran mística de la Iglesia, no teme reconocerse pecadora, pone toda su confianza en la misericordia del Señor y reza; “Ay de mí, Creador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! ¡Ni tiene nadie la culpa sino yo! Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a demostrar, no habría podido yo amar a nadie más que a Vos, y vuestro amor me hubiera librado de todos mis pecados. Mas ya que no lo merecí ni tuve esta dicha, válgame ahora Señor, vuestra misericordia (Vida 4, 4) y más adelante agrega; Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia (Vida 4, 10). “He contado todo esto para que se vea la gran misericordia de Dios y mi ingratitud” (Vida 8, 4). Consideremos —dice la santa— la gran misericordia y paciencia de Dios (VI Moradas 10, 4), ¡Oh, Dios mío, misericordia mía!, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que Vos hacéis conmigo? (Exclamaciones 1).,¡Oh, qué grandísima misericordia y qué favor que no podemos nosotros merecer! ¡Y que los mortales olvidemos todo esto! Acordaos Vos, Dios mío, de tantas miserias y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabedor (Exclamaciones 7). Sea su nombre bendito que en todo tiempo tiene misericordia con todas sus criaturas (Cta 440, 1)”. 

Casi al final de su vida en este mundo, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe dirigiéndose a sus hijas Misioneras Clarisas (y en ellas a todos nosotros) un largo párrafo en una carta que me atrevo a compartir ahora: «Y nosotras, ¿cómo somos misericordiosas? ¿Vemos con amor de madre a las almas pecadoras para que, por nuestro sacrificio, nuestra oración, ellas se acerquen a Dios, y tengan la dicha y la paz, de vivir en su gracia? ¿Aprovechamos todas las circunstancias para hablar a quienes se nos acercan, de esta infinita misericordia? El alma misericordiosa se asemeja un tanto a la luz, que la baña con sus rayos; y no se mancha, al contrario, sale de allí más límpida y radiante, porque ha obrado un acto de misericordia, aun cuando aquella alma a la que se ha acercado sea un lodazal de pecados graves. Qué gloria para Jesús el rescatar una alma para él. ¡Le hemos costado tanto! Es la más grande gloria que le podemos dar en la tierra, ya que él dejó su cielo con el fin de rescatar al hombre caído y abrirle las puertas al cielo. Éste es también, como cooperadoras con Cristo, en su plan de salvación. No seamos tacañas, hijas. El tiempo es corto; la eternidad sin fin. Sólo este tiempo tenemos para darle gloria. Que él nos conceda llegar a la muerte pudiendo decir como san Pablo: “He continuado mi carrera, he conservado la fe etc. etc.,  no me resta sino recibir la corona que el justo Juez me ha de dar, etc.” Con qué seguridad, y a la vez audacia, dice esto el apóstol de los gentiles. Nosotras diríamos, si tenemos la certeza de haber cumplido todo lo que él ha querido de nosotras, no me resta más que recibir la corona que su infinita misericordia me tiene preparada desde la eternidad». (Abril 16, 1980).

“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en la recitación de los salmos para describir la naturaleza de Dios que la beata capta totalmente. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: «Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: «El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale la pena recordar que, como dijimos al principio de nuestra reflexión, se trata realmente de un amor “visceral” proveniente desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. Un amor que se entretiene y “pierde el tiempo en mí” que me ha llamado porque con su infinita misericordia me da nueva vida.  

Viene a mi mente, una pequeña historia que ilustra claramente lo que quiero decir con este “pierde el tiempo en mí”: «Un día un caballero de edad avanzaba iba paseando por la playa cuando vio a un chico que se dedicaba a levantar estrellas de mar de la arena, para devolverlas al agua. Al notar que había cientos —o miles— de estrellas de mar por levantar, el señor con educación sonrió mientras se acercaba al entusiasta rescatista: —Oye, muchacho —dijo con tono compasivo. —No pierdas tu tiempo. Hay demasiadas. Jamás podrás marcar una diferencia. El muchacho lo miró, sosteniendo una estrella de mar en la palma de su mano, y de repente la arrojó con fuerza de vuelta al océano: Para esta, ¡sí que marqué una diferencia! —exclamó, y luego siguió con su misión.» 

Es muy probable que en ocasiones sintamos que Dios pierde el tiempo con nosotros, que el poco o mucho esfuerzo que hacemos de nada vale. Oiremos algunas vocecillas que parecen gritar en tono burlón: “Déjalo ya. No podrás cambiar las cosas. ¿Qué diferencia habrá, después de todo?”. Cuando lleguen esas voces de duda, escuchemos a los salmistas y recordemos que no podemos hacerlo todo, pero sí podemos hacer algo. Cada estrella de mar, cuenta. 

Al recitar los salmos, resulta impresendible pensar en María, la Madre de Misericordia que nos acompaña en el camino de paz y del perdón. Decía un anciano sacerdote: «Si encontramos cerrada a cal y canto la puerta del cielo por el castigo que merecen nuestros pecados, la Virgen ayudará a sus devotos a saltar por la ventana». Y concluía con gran énfasis: «Sí, hermanos, ¡la Virgen es la ventana del cielo!» 

Sí, en la vida de todo bautizado que va en busca de la misericordia, resulta imprescindible la presencia de María, de su inmensa ternura maternal; porque el Señor, que conoce el corazón de carne que nos ha dado, nos ha dejado a su Madre para que fuese también nuestra Madre. Por eso la ha formado tan cercana, tan hermosa y tan llena de ternura. Y esta criatura excepcional que es María se ha identificado tanto con la misericordia divina que casi no podemos distinguir ambas.  

María se ha impregnado tanto de la misericordia divina que se ha “misericordializado”. No como una puerta de escape ante la justicia divina sino como una ventana para que Dios extienda sus brazos misericordiosos hacia nosotros. Es la misericordia divina que recala en su corazón y lo rebosa para regar y fecundar la aridez del corazón humano. Y así los discípulos de Jesús e hijos de María vemos su rostro tal como nos lo describe Jan Dobraczy-siski en su libro “Encuentros con la Señora” sobre el santo icono de la virgen de Czestochowa: «Esta cara no tenía la altivez del rostro de Juno, ni la soberbia del de Minerva, ni la sensualidad de Venus. Los dioses romanos tenían rasgos muy humanos, llenos de pasiones... No era así la cara de la Señora; en Ella cada cuál podía encontrar un rasgo querido, amable. Tenía algo más que bondad, algo más que una inmensa paz; un elemento que atraía a quien la miraba y hacía que se recordara siempre con nostalgia». 

CUESTIONARIO. 

·         ¿Qué ha sido en tu vida, la Divina Misericordia? 

·         ¿Hasta cuándo el Señor fue para mí un Dios desconocido? 

·         ¿Cómo entiendes la misericordia de Dios en los salmos? 

·         ¿Encuentras diferencias entre amor y misericordia de Dios? 

·         ¿En qué consisten? 

·         ¿Encuentras alguna relación entre misericordia y perdón? 

·         ¿Hay alguna característica sin la cual no hay misericordia? ¿Cuál? 

·         Entre amor y misericordia de Dios ¿Cuál de las dos la sientes más cercana a ti? 

·         ¿Cómo podemos vivir mejor la misericordia de Dios con ayuda de los salmos? 

Padre Alfredo.

«¡VAMOS MARÍA!... El documental que todos deberíamos ver

lunes, 25 de agosto de 2025

«Un saludo, una alegría inmensa»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Empiezo a escribir en el aeropuerto de Monterrey y termino casi a media noche en la Perla Tapatía, pues las andanzas de un padrecito «intenso», como me dicen algunos, me traen tres días a Guadalajara. Me topo hoy con el inicio de la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses (Tes 1,1-5.8b-10) en la primera lectura. Esta carta es el documento escrito más antiguo de la cristiandad y el primer libro del Nuevo Testamento, por tanto, se trata de un escrito realizado antes de los cuatro evangelios. Todos sabemos que San Pablo no conoció a Jesús. No convivió con Él. Pero en esta carta vemos el cambio que se produjo en su vida personal, el encuentro con el Resucitado camino de Damasco. En ella observamos la fuerza que tenía para el Apóstol de las Gentes la figura de Jesús. Esta es una carta de las cartas más interesantes en la que el autor sagrado nos invita a descubrir cómo cambia la vida y el pensamiento de las personas después del encuentro con el Señor. Se las recomiendo leerla toda. ¡De verdad goza uno leyéndola!

Asumiendo el género epistolar, San Pablo comienza esta carta con un saludo, expresa cómo está, y anima a los creyentes a seguir viviendo la fuerza que tiene la fe que manifiestan. Timoteo y otros varios le informan de cómo está la comunidad. Después del saludo de todos expresa su alegría de cómo se siente él ante esas informaciones. Expresa sentimientos que provocan en él una respuesta agradecida. Y dirige una oración al Padre Dios, dándole gracias. Creo que especialmente Pablo da gracias porque va hacia el recuerdo de que, cuando llegó por primera vez a esta comunidad, encontró en ella un pueblo poco receptor y ciertamente ajeno a la alegría del Evangelio. Ahora, que escribe desde lejos, el Apóstol da gracias a Dios por lo que, a través de su vida y su predicación, ha hecho en esa comunidad.

Por eso San Pablo les recuerda cómo, cuando estaba con ellos, todo lo hacía para bien de ellos. El anuncio de lo dicho y hecho por Jesús se lo comunicó para que se apartaran de la idolatría y centraran su vida en Jesús, que es quien da sentido a la vida y nos libera de la muerte. Si Cristo nos amó y entregó su vida por nosotros, eso tienen que hacer y tenemos que hacer en vida. Y si esto fue triunfo de su vida, resucitando, también resucitaremos. Pablo les dirá: para que no se aflijan como los hombres sin esperanza y, por tanto, consuélense mutuamente con esta realidad. Yo, por mi parte, al ver estas cartas paulinas, recuerdo también algunos de esos lugares que en el inicio de alguna misión no recibieron —muy bien que digamos— el mensaje y poco a poco fueron reafirmando su fe. Que la Virgen de Zapopan, a quien siento aquí muy cerquita en estas tierras tapatías, nos ablande, como buena Madre, el corazón para recibir las enseñanzas de su Hijo con la misma enjundia que San Pablo lo hizo. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 24 de agosto de 2025

«LA PUERTA ESTRECHA»... Un pequeño pensamiento para hoy


Algunas veces el Evangelio puede sonar un poco desconcertante, como el de hoy (Lc 13,22-30), que habla de «esforzaros para entrar por la puerta estrecha», sobre todo en medio de un mundo en el que se busca la amplitud y poco se piensa en estrecheces. ¿Son pocos los que se salvan? preguntan los seguidores de Jesús... pero bien sabemos que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal. ÉL hacía a todos ir al corazón. En realidad este Evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la actitud cristiana. Jesús no respondió directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda responderse. Él habla más bien de la «puerta estrecha» para enseñarnos que, quien quiera salvarse, debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para algunos no resuelva la cuestión.

Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones abiertos a la gracia y a la misericordia de Dios y las actitudes de los que le siguen. Por eso pone una parábola de contraste con las matemáticas, la del dueño de la casa que cierra la puerta. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales. Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy clericales… pero el «dueño» no los conoce. El contraste es que podemos estar convencidos de que estamos con Dios, con Jesús, con el Evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación, perdidos en medio de la «inestabilidad» de este mundo, como dice la Oración Colecta de hoy. Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.

Debemos de esforzarnos por anclarnos en quien verdaderamente da la plena felicidad, que es Jesucristo, como también expresa la misma oración. Si no nos distraemos con la inestabilidad del mundo, podremos recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y estaremos dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión, como nos enseñan los santos. Eso es lo que aparece al final de la respuesta de Jesús. La salvación no es una cuestión de número, sino de generosidad. Si la salvación no sabemos recibirla como una «gracia», como un don, no entenderemos nada del Evangelio y nunca podremos anclarnos en Cristo. Que María y los santos, con su generosidad, nos ayuden a no caer enredados en la inestabilidad de este mundo. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 23 de agosto de 2025

«HIPOPOTAMÍN, COCODRILÍN Y MOSQUITEJO»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hay gente que cuando escucha el Evangelio de este sábado (Mt 23,1-12), en seguida piensa en los sacerdotes y obispos, es decir, piensan en quienes ejercen autoridad en la vida eclesial y sobre todo piensan en alguno en particular con el que hayan tenido alguna dificultad para tacharlo de «fariseo hipócrita». Y está bien que piensen en ellos para que, como dice Jesús, hagan lo que ellos dicen aunque ellos no lo haga... Pero la cosa es que, de alguna manera, casi todos caemos en lo mismo: sabemos lo que hay que hacer y lo que se debe hacer y no lo hacemos o hacemos olímpicamente lo contrario, pero eso sí, se lo exigimos a los demás. Jesús nos advierte que hay que hacer el bien y cumplir la ley no para ser vistos por los demás. Cuando hacemos el bien, hemos de cuidar que no sepa nuestra mano izquierda lo que hace la derecha (Mt 6,3). 

Hay una fábula, que no sé si vaya muy ad hoc al tema pero que me deja la enseñanza de hacer algo por los demás. «Estaban doña Hipopótamo, la señora Cocodrilo y la minúscula mamá Mosquito hablando de lo buenos que eran sus niños con todos los habitantes del pantano. Tan bien hablaban de ellos, que varios que pasaban por allí quisieron ver sus mejores acciones. Y, al día siguiente, Hipopotamín, Cocodrilín y Mosquitejo se dedicaron a mostrar a todos cuán buenos podían llegar a ser. Hipopotamín decidió llevar agua a todos los animales enfermos de la zona, que estaban heridos o no tenían fuerzas para llegar hasta la laguna para beber. Por su parte, Cocodrilín pasó todo el día vigilando la orilla y actuando de socorrista, evitando que se ahogaran en la laguna un buen puñado de animales despistados. Todos felicitaron a Hipopotamín y Cocodrilín, y se preguntaban qué podría hacer el pequeño mosquito. Mosquitejo pensaba que no podría igualar a sus enormes amigos. Pero en lugar de rendirse, dedicó el día a hablar con unos y con otros, a visitar amigos de aquí y allá, y se presentó por la noche con todo un ejército de animales formado por monos, hormigas, leones, elefantes, serpientes, búfalos, escorpiones, jirafas... cuyo objetivo era, durante un único día, dedicarse por entero a mejorar la vida de la laguna. Y tal fue su trabajo y su buen espíritu, que un día bastó para renovar por completo aquel lugar.

No estamos llamados a ser «fariseos hipócritas» que busquemos lucimiento. Nuestro Maestro es Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien. Él nos enseña con su ejemplo. Vino a servir y no a ser servido. Él, que siendo Dios, nunca estuvo por encima de nadie, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos nos ha dejado a su Madre, siempre pronta para servir, como ejemplo a seguir. Que Ella interceda por nosotros y busquemos siempre hacer el bien, como dice el dicho: sin mirar a quien. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 22 de agosto de 2025

«MARÍA REINA»... Un pequeño pensamiento para hoy


La fiesta de María Reina, que hoy celebramos en toda la Iglesia, fue establecida durante el Año Universal de María por el Papa Pío XII en 1954. Este Santo Padre había declarado el dogna de la asunción de María en 1950. En su encíclica, «Ad Caeli Reginam» —«Para la Reina del Cielo—» describe la larga tradición de reconocer a María como reina de Cielos y Tierra. San Juan Damasceno había dicho mucho tiempo antes: «Verdaderamente María se convirtió en Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del Creador»; e igualmente puede afirmarse que fue el mismo arcángel Gabriel el primero que anunció con palabras celestiales la dignidad regia de la Virgen.

No falta a quien le resulta «inquietante» el título de Reina de todo lo creado dado a María. Algunos consideran que trae más a la mente una mariología de privilegios que una mariología de servicio, pero hay que dejar en claro que, en el lenguaje eclesiástico, el reinado va siempre de la mano con el servicio. De hecho hay que recordar que todos nosotros, desde el bautismo, hemos sido constituidos profetas, sacerdotes y «reyes». Por eso esta, como las demás fiestas de María, tiene por objetivo ayudarnos y entender mejor cómo las promesas de salvación de Jesús son verdaderas y aplicables a nosotros. En su encíclica, el Papa Pío XII explica que «la fiesta de María Reina fue instituida, para que todos más claramente reconozcan y con mayor cuidado honren el clemente y maternal imperio de la Madre de Dios, pueda muy bien contribuir a que se conserve, se consolide y se haga perenne la paz de los pueblos, amenazada casi cada día por acontecimientos llenos de ansiedad». Es en sintonía con esto que el Papa León XIV nos invitó a hacer hoy una jornada de ayuno y oración por la paz.

Podemos hoy, antes de terminar el día, recordar nuevamente esta invitación y hacer esta oración: «Señora y Madre nuestra, Virgen Santa María, Reina de la Paz. Venimos hasta ti para rogarte por la paz. La Paz que el mundo busca sin encontrar. La Paz que tu Hijo Jesucristo vino a traernos. La Paz cuya única fuente verdadera es Cristo Jesús. Rogamos que intercedas por nosotros para que nos abramos a la paz que viene de Dios. La paz que es fruto de la justicia; que tiene como alma el amor a Dios y al prójimo. Paz que exige que el hombre renuncie a la envidia y a la ambición, al orgullo y al egoísmo. Acudimos a ti para que esa paz que Dios nos ofrece en Jesús, la recibamos, la conservamos y la llevemos al mundo. Ayúdanos para que seamos artífices de la Paz. Que tu maternal auxilio nos haga valientes, pacientes y eficaces para comprometernos a trabajar por la justicia, fundamento de la paz que todos necesitamos. Nuestra Señora de la Paz, ruega por nosotros.» ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 21 de agosto de 2025

«La enfermedad del activismo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 22,1-14) me ha hecho pensar mucho en el activismo. El Papa Benedicto XVI, cuando era obispo, en 1981, en la homilía de la Misa Crismal de aquel año ya subrayaba una cuestión que es muy cierta: «Los hombres del mundo enferman de activismo, que escinde a los hombres en sus obras y que los hace tan pobres y vacíos en su interior tan dispersos y, por eso, tan agresivos, tan belicosos unos contra otros». En la parábola del relato evangélico que la liturgia de la palabra nos presenta, La invitación a los convidados a un banquete de bodas, es correspondida con indiferencia e incluso violencia debido al activismo en el que estaban envueltas aquellas gentes.

El sueño de Dios, para con nosotros, es una gran mesa de banquete de bodas —las bodas del Cordero—, llena con todos sus hijos e hijas, disfrutando de la fiesta y la alegría, celebrando el amor. Es algo que Jesús ha intentado transmitirlo de todas las formas posibles, con gestos, parábolas, invitado o convidando, sentándose él mismo a la mesa en infinidad de ocasiones, incluso con pecadores y rechazados y luego quedándose, él mismo, en la Eucaristía. Dios es Padre de todos, buenos y malos, y a todos ama y desea invitar para sentarse con él a su mesa. Pero el activismo que aprisiona al hombre de todos los tiempos, lo paraliza para ir a la fiesta. Como misioneros —condición que recibimos todos con el bautismo—, podemos hacer muchas cosas y correr el riesgo de entrar en un activismo muy grande. Hay que responder a diversas demandas muy rápido y eso nos lleva a perder el rumbo de nuestra vida espiritual. Muchas veces queremos hacer cosas para Dios, pero no pasar tiempo con Él, sentarse con él, aceptar la invitación que nos hace a hacer un alto. Esto es un gran peligro, llenarnos de mucho activismo.

Este pasaje es una advertencia importante para nuestra vida, para nuestra sociedad que a menudo se sabe prisionera de las prisas. ¡Hay que cuidarnos de la dictadura del hacer! Cuando el entusiasmo de la misión nos hace víctima del activismo... ¡malo el cuento! El activismo nos descentra y nos mantiene carentes de vista para lo esencial, corriendo el riesgo de agotar nuestras energías y caer en la fatiga del cuerpo y de la vida. El activismo puede llevarnos a perder de vista la presencia y la Palabra de Dios y terminar frustrados, enojados con todos y conducirnos incluso a la violencia, como los personajes del relato. Pidamos a María Santísima, la mujer más ocupada, pero que supo orar en el interior del corazón, que nos ayude a corresponder a la invitación que Dios nos hace a estar con Él. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 20 de agosto de 2025

«HACER A UN LADO EL INTERÉS PERSONAL»... Un pequeño pensamiento para hoy

Parece mentira pero por más que intento que el pequeño pensamiento que se basa en mi reflexión del amanecer se pueda poner por escrito casi al instante... ¡no lo logro! Sé que hay gente que quisiera recibirlo incluso el día anterior, pero es fruto de la meditación del día que ya he hecho y no un trabajo preparado previamente. El caso es que son las 7:43 de la noche y apenas encuentro —aunque es mi day off— un espacio para compartir algo de lo que medité en torno a la primera lectura (Jue 9,6-15) y que unas horas más tarde logré compartir, junto con una breve reflexión del Evangelio de hoy en Misa con el hermano Carlos en la Casa de nuestra comunidad de Misioneros de Cristo en Villa Universidad.

Lo cierto es que para mi reflexión personal me centré en Abimelec, un líder impío elegido como rey para un pueblo impío, quien rechazó primero el liderazgo de Dios sobre la nación, y luego abrazó a este hombre cruel y brutal. Si nos damos cuenta, la coronación de Abimelec se llevó a cabo irónicamente en el mismo árbol donde Josué había puesto anteriormente con toda solemnidad una copia de la ley de Dios (Jos 24,26). La ley estaba justo allí, pero Israel se rehusó a leerla o escucharla. Abimelec engatusó a los señores de Siquén para que lo proclamaran rey y contrató a gente sin escrúpulos y miserables, tuvo muchos hermanastros a los que mató, menos a Jotán, el más pequeño que pudo escabullirse y que es quien aparece también en escena en este relato. Jotán les advirtió que se iban a poner en manos de alguien indigno y cuyas acciones no eran de fiar y no le hicieron caso.

Así ocurre muchas veces en la vida, somos testigos de tomas de decisiones guiadas por el interés propio, sin importar poco si pueden dañar a la gente, incluso agrediendo a aquellos que están en una situación inferior, realizando un abuso de poder totalmente despótico. Trágicamente, hasta nuestros días, la gran mayoría de acciones realizadas por los poderosos, están guiadas por el interés personal, sin tener en cuenta su impacto sobre gente humilde que puede, quizás, desposeerlos de sus medios de vida, e incluso, atentando contra la sostenibilidad de la tierra que Dios nos dio para cuidarla y disfrutarla. Lo mismo ocurre con la mayoría de las guerras que sufrimos actualmente, guiadas por el egoísmo y el ansia de poder, importando poco los que llaman daños colaterales. Que María nos ayude a abrir los ojos, sobre todo cuando tenemos que hacer elecciones de quienes nos gobiernes o nos representen. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.


martes, 19 de agosto de 2025

«Voy a escuchar lo que dice el Señor»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


A veces mi oración matutina se centra en una pequeña frase que dándole vueltas va llenando el corazón y lo invita a sumergirse en el amor de nuestro Creador. Hoy me detengo en unas cuantas palabras del salmo responsorial (Salmo 84) en las que el salmista expresa algo que, para estar en relación permanente con Dios: «Voy a escuchar lo que dice el Señor». Este salmo expresa, de parte del compositor, un profundo anhelo por la presencia de Dios y la adoración en su templo. El salmista anhela estar en la casa de Dios, considerándolo un lugar de bendición y gozo, incluso mejor que cualquier otro lugar. Esta frase «Voy a escuchar lo que dice el Señor» refleja una actitud de obediencia y disposición a seguir la guía divina, encontrando paz, misericordia, compasión y salvación en su presencia.

Cuando uno recita el salmo completo, se da cuenta cómo el salmista no solo desea estar en la presencia de Dios, sino también quiere aprender de Él y vivir según sus enseñanzas. La frase «Voy a escuchar lo que dice el Señor», que marca el inicio de toda la oración, es una declaración para abrir el corazón a la obediencia y a la guía de Dios. Esto implica una actitud de humildad y apertura a la revelación divina que todos deberíamos tener. Escuchar la voz de Dios es fundamental en la vida de un creyente, ya que permite caminar en su voluntad, recibir guía y dirección, y experimentar una relación más cercana con Él. El que no sabe escuchar la voz de Dios en su Palabra, en los hermanos y en los acontecimientos —signos de los tiempos—, difícilmente podrá vivir en plenitud. En el campo de esta escucha, lo más necesario y que no debemos descuidar por nada, es dedicar un tiempo especial para escucharle a Él en la oración, en la Adoración, en la Lectura Espiritual.

En resumen, este salmo nos enseña que escuchar a Dios, anhelar su presencia y confiar en Él son cuestiones fundamentales para vivir una vida plena y dichosa, llena de bendiciones y propósito. Cuando dedicamos tiempo a escuchar la voz de Dios, no solo lo escuchamos, sino que él nos acerca más a Él. A través de nuestro encuentro, el Señor nos lleva directamente a su trono, regalándonos un momento de una audiencia especial donde por sobre todo, Él nos escucha también. Al pasar tiempo disfrutando de la presencia de Dios, como creo que lo hacemos leyendo este escrito, también recibimos de él gracia y bendición. Parecería que le hemos regalado este tiempecito, pero, en realidad, es Él quien nos lo ha donado. Me han dicho alguno que al centrar su mirada y su corazón en este mi «Pequeño Pensamiento» de cada día, apartan la mirada de los problemas del día unos momentos y vuelven a ellos con una nueva mirada y una nueva actitud. ¡Con razón María guardaba las cosas en su corazón y las meditaba en la escucha de Dios! Es que luego de escucharle, todo tiene una nueva perspectiva. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


lunes, 18 de agosto de 2025

¿Qué harías tú si el Señor Jesús se apareciera y te invitara a dejarlo todo para irte tras de Él?»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 19,16-22) es bastante conocido. Es el pasaje del joven rico. Este hombre que en principio tiene buenas aspiraciones: alcanzar la vida eterna, una vida plena y lograda que se prolongue atravesando el umbral de la muerte. El joven apunta a lo alto y Jesús le responde con los medios ordinarios, sintetizados en los mandamientos que él, el joven, ya conocía: amar a Dios y amar al prójimo, honrar a la familia, respetar la vida y a las personas, defender la justicia y la verdad. Ese hombre afirma que ya vivía todo esto, pero, según se ve, siente que le falta algo más. Por eso Jesús le invita a vivir como Él y con Él: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego vente conmigo».

Me pregunto: ¿Qué harías tú si el Señor Jesús se apareciera y te invitara a dejarlo todo para irte tras de Él? Este joven no pudo seguirlo por la sencilla razón —quizá no muy diversa a la de muchos católicos de ahora— de que estaba muy apegado a sus bienes materiales. Era joven y rico, tenía la vida por delante para poder disfrutarla y ser un triunfador. A él, como a muchos, no les bastará solamente preguntar: «¿Qué debo hacer?». Los mandamientos son necesarios para entrar en la vida eterna. Cumplidos con fidelidad ellos por sí solos bastan. Pero a quien quiere ir más allá, Jesús les señala lo mismo que a este muchacho.

De alguna manera señala Jesús una cuestión optativa para «los que más quieran distinguirse». El consejo pasa del «hacer» al «seguir», y del «cumplir» al «convivir». El Señor marca un camino de perfección y llama a su seguimiento. La ley, los mandamientos, no pueden quedarse en un cumplimiento frío. SI de verdad queremos seguir a Cristo hay que hacer de los mandamientos un trampolín que nos impulse a una cálida amistad con el Señor. Los compromisos legales de los diez mandamientos, se transforman en exigencias de un amor preferencial para quien de veras, quiere ser católico de corazón. Que la Virgen Madre, que fue más allá de cumplir la ley, nos entusiasme a seguir a Nuestro Señor. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 17 de agosto de 2025

«Ni callados ni neutrales»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


San Lucas, en el Evangelio de este domingo XX del Tiempo Ordinario (Lc 12,49-53), nos presenta un mensaje de misericordia, muy exigente en el que Jesús nos describe el camino por el que tenemos que atravesar los que optamos por seguirle, un camino que para nada se sabe fácil, que ciertamente es duro. Ante este mensaje, del que el mismo Cristo afirma que causará división, no podemos quedarnos callados ni ser neutrales, exige por nuestra parte una respuesta acorde a las exigencias que Jesús nos pide, eso incluye denunciar, corregir lo que está mal, enderezar el camino, … No podemos callarnos verdades, aunque eso incomode muchas veces a los destinatarios o a quienes nos rodean, incluso más de cerca.

Todos sabemos que el Señor Jesús, como verdadero hombre, además de verdadero Dios, fue un hombre de su tiempo, alguien que, como nosotros, usó locuciones coloquiales para expresar algunas cosas. Cristo, definitivamente, nos invita a amar y a vivir en paz. Su vida y su Palabra nos dice que hay que amar, no odiar; pero el amor cristiano, frente al amor rancio o un tanto novedoso de este mundo injusto y de desamor, es una guerra. Lo será siempre. En realidad, es una guerra en la que no caben medias tintas y en la que los lazos familiares pueden saltar por los aires debido a que sabemos que el primero de los diez mandamientos es «amar a Dios por sobre todas las cosas» y eso, como nos consta, no es fácil en una sociedad materialista donde todo artículo de consumo es lo que ocupa, en el corazón de muchos, el primer lugar.

El evangelio es un programa que implica comprometerse. Si lo vemos bien, cualquier cristiano pudiera vivir tranquilamente si no se mete en temas de alto calibre como pueden ser la defensa de los derechos humanos u otro tipo de temas de esa índole y que a determinados «hermanos» no les gustan. Si no tocáramos esos temas, todos los cristianos podríamos vivir en paz, ¿pero será esa una paz auténtica?, ¿será eso lo que Dios quiere? Por eso dice Jesús: «no he venido a traer la paz sino la guerra» (Lc 12, 51). Pero es que a Jesús le interesa el doble mensaje, no sólo el de la pasividad, sino también el mensaje que causa división porque remueve las conciencias y los corazones de las personas. Jesús es humilde pero también es apasionado, por eso la Beata María Inés Teresa, refiriéndose a los misioneros laicos decía, «debe ser gente que se apasione por Cristo». María nos lleva al encuentro con Él y nos contagia de su pasión, atendámosla para seguir sin desfallecer. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.

sábado, 16 de agosto de 2025

«COMO NIÑOS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Llegamos al final de nuestra peregrinación. Empiezo a escribir esto arriba del aero-cacharro que nos lleva de regreso a la «Ciudad de las Montañas» luego de vivir unos días maravillosos recordando que en este mundo vamos de paso. Nos hemos encontrado con la Dulce Morenita del Cielo en el Tepeyac en el gozo de haber compartido esta visita a la «Casita Sagrada del Tepeyac», la casa de todos, junto con otras muchas comunidades parroquiales de Monterrey. Celebramos el 25 aniversario de ordenación sacerdotal del padre José Luis y sus compañeros y recorrimos Cuernavaca, Tepoztlán, Puebla y Taxco.

En medio de Misas en diversos templos, el rezo diario del Santo Rosario en los traslados, comidas en común, juegos, conversaciones amenas y «algunas compritas», que hicieron, sobre todo las señoras, los días han pasado volando y nuestra fe personal y comunitaria, tanto de los fieles de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, así como los del Santuario de Guadalupe en Cadereyta, se ha fortalecido estrechando más los lazos que, por la amistad que de tantos años tenemos de por sí, los dos párrocos.

El Evangelio de este sábado (Mt 19,13-15), nos refiere a los niños, que, en palabras de Jesús, se convierten, en el contexto que Mateo presenta, en modelo de vida para todo aquel que quiera ser discípulo–misionero del Señor. Los niños, como todos sabemos, son un ejemplo para seguir a Cristo debido a su inocencia, a su confianza, a su humildad y receptividad, cualidades que Jesús destacó como esenciales para entrar al Reino de los Cielos junto con otras más como la solidaridad que guardan los infantes... ¡Todos recordamos nuestros juegos de la infancia y como con huercos desconocidos hacíamos amistad al instante! Estos días de la peregrinación, yo creo que todos, con un corazón puro y abierto volvimos a ser niños viviendo cada día en brazos de María. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 15 de agosto de 2025

«Toda historia en la tierra, incluso la de la Madre de Dios, es breve y termina»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Hoy tenemos la fiesta de la asunción de María a los cielos. En este día el Papa León nos ha recordado: “Toda historia en la tierra, incluso la de la Madre de Dios, es breve y termina. Pero nada se pierde. De ese modo, cuando una vida concluye, brilla con mayor claridad la unidad de toda su existencia”. Mark Twain, el escritor, orador y humorista estadounidense, considerado uno de los padres de literatura de los Estados Unidos escribió: “No hay tiempo, muy breve es la vida, para disputas, disculpas, animosidades, pedidos de cuenta. Solo hay tiempo para amar y solo un instante, por así decirlo, para eso”.

María santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra, fue una mujer que seguramente, por lo poco que podemos ver, vivió la vida al tope, uniendo en su existencia la tarea titánica de unir el ser y el quehacer sin perder el rumbo. Podemos, perfectamente, pensar en María como “la mujer más ocupada”, pues el Evangelio que nos propone seguir la liturgia de la fiesta (LC 1,39-56) nos la presenta encaminándose presurosa hacia las montañas de Judea para acudir al servicio de su parienta Isabel, quien daría luego a Juan el Bautista.

Me parece un buen día para pensar: ¿Cuáles son mis prisas? ¿Qué es lo que ordinariamente me precisa? ¿Qué me motiva a ir de prisa? Estos días hemos estado en la Casa Madre de nuestra familia misionera en la peregrinación que Dios mediante mañana terminaremos. Hemos podido disfrutar estos días de la paz que brinda este espacio sagrado en el que vivió un alma cuya precisa fue el que Cristo fuera conocido y amado del mundo entero, la beata María Inés Teresa. Y así como la Madre de Dios se encaminó presurosa, ella, al grito de “¡Vamos, María!” No tuvo tiempo de teorizar. Que esta alma misionera y contemplativa, nos aliente a ir presurosos para que todos conozcan y amen a Cristo. ¡Bendecido viernes!
 
Padre Alfredo.

jueves, 14 de agosto de 2025

«LA PACIENCIA Y EL PREDÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy

En este amanecer resuenan en mi corazón, al orar, dos pequeñas frases del Evangelio de hoy (Mt 18,21-19,1): “Setenta veces siete” y “Tenme paciencia y te lo pagaré todo”. Uno esto, en primer lugar a San Agustín que solía dar este sabio consejo: “Si un hombre malo te ofende perdónalo, para que no haya dos hombres malos”. La falta de perdón lleva al odio y el odio no deja ver lo hermoso que puede llegar a ser la convivencia en paz y, muchas veces, esa falta de perdón viene de la falta de paciencia, pues siento que estas dos cosas van muy unidas. 

La paciencia y el perdón son dos virtudes esenciales que se complementan y son fundamentales para el bienestar personal y las relaciones interpersonales. La paciencia permite afrontar con calma las dificultades y los errores, mientras que el perdón libera del rencor y promueve la sanación. El hombre y la mujer de fe no pueden vivir ajenos a la práctica de estas dos virtudes, empezando por la paciencia con uno mismo y el perdón a uno mismo. La paciencia y el perdón son los cimientos del amor duradero entre los padres y los hijos, entre los hermanos, en el matrimonio, en la amistad.

Todos sabemos que en nuestro caminar, no siempre todo es perfecto. Habrá momentos de dificultad, desacuerdos y pruebas que pondrán a prueba nuestra paciencia y nuestra capacidad de perdonar. Sin embargo, son estos valores los que fortalecen la unión entre los creyentes y nos acercan más a la verdadera esencia del amor cristiano. Hoy es un buen día para recordar que la paciencia nos ayuda a entender y aceptar las imperfecciones del otro, y el perdón nos libera del rencor, permitiendo que el amor crezca y florezca cada día más. Que la Virgen, cuya mirada en el camerín de antenoche aún conservo, nos ayude para que en nuestro devenir prevalezcan siempre la paciencia y el perdón, siguiendo el ejemplo de San Maximiliano Kolbe a quien ahora celebramos y que tanto amo a María, siendo paciente en espera de la culminación de su martirio. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 13 de agosto de 2025

«La gracia de ser un medio real y valioso»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


El Evangelio es siempre actual y sorprendente. Y es que Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8). El Evangelio de hoy (Mt 18,15-20) es una prueba de ello. ¿Dónde no hay dificultades entre unos y otros? ¿Dónde no surgen malos entendidos? ¿Dónde no se hacen a veces altercados de cosas que no valen la pena? El Señor es muy claro al dar a la comunidad cristiana el verdadero valor que tiene la frase: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre...» En el fondo nos falta fe para creer que el Señor está presente, además de la Palabra, la Eucaristía y los demás sacramentos, en los hermanos. Nos falta amor para percibirle en el que Él se nos da.

Cristo llega a nosotros a través del hermano, y eso en todo sentido. Por ejemplo, su Palabra. La recibimos gracias a otro: el que hizo la traducción de la Biblia que podemos leer, el que la grabó eran audio para que la podamos escuchar o el que la lee en alguna celebración. La Eucaristía nos llega también gracias a otros: los sacerdotes que la consagran y junto con ellos los ministros que la llevan de manera extraordinaria hasta nosotros. Su amor, el amor de Dios, también nos llega por supuesto a través de otros, los hermanos que nos rodean. Por eso cobra sentido hoy y siempre lo que dice Jesús: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre”.

Hoy, al acompañar a 13 hermanos sacerdotes que concelebraron la Eucaristía con monseñor Rogelio Cabrera, arzobispo de Monterrey en la Basílica de Guadalupe en México con motivo de sus festejos de XXV aniversario de Ordenación, entre ellos el padre José Luis, además de la maravillosa homilía de Don Rogelio, pensé mucho en esto: la gracia de ser, no solo los sacerdotes, sino todos, un medio real y valioso para que Dios exprese su amor y su misericordia donde dos o tres se reúnan en su nombre y agradecía la tarea generosa que estos hombres, desde esta vocación que es hermosa y que desgasta el corazón en el darse de cada día, realizan, como yo, con mucha alegría. Por eso escribo nuevamente ya tarde y envío esto hasta la mañana siguiente, o sea hoy 14 de agosto. Que la Virgen Morenita, ante cuyos pies he estado estos días de “adelanto de Cielo” vele por nosotros para que siempre sea provechoso el estar dos o tres reunidos en el nombre de su Hijo Jesús. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 12 de agosto de 2025

«En la Casita Sagrada de la Madre de Dios»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Por fin ha llegó el día central de nuestra peregrinación al Tepeyac. La dulce morenita del Tepeyac lució reluciente para recibir a sus hijos de la arquidiócesis de Monterrey, que, año con año, por un antiquísima tradición que expresa la fe confiada en su maternidad espiritual, que hace a sus hijos venir al encuentro de la Madre a su «Casita Sagrada». Más de 70 sacerdotes, junto con 5 obispos y monseñor Rogelio Cabrera, nuestro arzobispo, concelebramos la Eucaristía en la que resonaron las palabras que el Señor, el Padre de las misericordias nos dirigió en la primer lectura (Dt 31,1-8), en labios de Moisés: «El Señor, tu Dios, avanza a tu lado, no te dejará ni te abandonará.» Todos, con gran interés, nos dejamos mover por la exquisita homilía que nos fue llevando, desde nuestra pequeñez hasta dejarnos abrazar por el cariño inmenso de la Madre, la Reina del Tepeyac quien también, pequeña como nosotros ante las maravillas del Señor viene a darnos el abrazo y el beso maternal que nos fortalece, seguros de que el Señor no abandona a sus hijos en este peregrinar hacia la casa del Padre.

En el Evangelio de este bendito día (Mt 18,1-5.10.12-14), San Mateo nos recuerda, precisamente, que ele más grande en el reino de los cielos, es el que se haga tan pequeño como un niño. Y es que, solamente desde la comprensión de nuestra pequeñez, de nuestra miseria, de nuestra fragilidad, como la un niño, seremos capaces de correr al regazo de la Madre para dejarnos conducir, por Ella, a los brazos de nuestro Padre Dios. Escribo ya muy tarde, y seguramente enviré esto hasta mañana, pues el día terminó con un inmerecido regalo que no tiene precio y que se lo debo a mi buen amigo y hermano el padre José Luis Gauna, quien este próximo 15 de agosto celebrará sus primeros 25 años de vida sacerdotal. José Luis ingresó al seminario el año en el que yo me ordené y desde entonces, mi sacerdocio -lleno de fallas e imperfecciones que muchos notan de cerca y de lejos- se convirtió para él en una referencia. De hecho, sin ser Misionero de Cristo, porque es sacerdote diocesano, es un gran promotor de l espiritualidad de la Beata María Inés Teresa.
 
Bueno, pues gracias a este aniversario del padre, a él y a sus compañeros que celebran su aniversario, se les concedió entrar al camerín en donde está custodiada la bendita imagen de nuestra señora de Guadalupe, la mismísima imagen un vemos en la inmensa basílica y la pudimos contemplar en ese espacio en el que el Papa Francisco, tan amante de ella, la pudo contemplar muy de cerca. Es la segunda vez en mi larga vida, que elSeñor me concede este inmerecido privilegio. La vez anterior fue con ocasión de l beatificación de Madre Inés en el 2012. No tengo manera de expresar la sensación de tocar la bendita imagen a través del acrílico especial que la cubre, solamente pudiera decirles que Ella me vio y escuchó la retahíla de súplicas que con la pequeñez de San Juan Diego le presenté. ¡Allí estuvieron todos conmigo! ¡Allí me dejen ver por Ella, cuya mirada penetra hasta lo más hondo del corazón! ¡Gracias padre José Luis por querer compartir conmigo esta mirada materna de María que se fijó en nuestra pequeñez para acompañarnos a vivir, con su mirada, el don del sacerdocio que hemos recibido. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 11 de agosto de 2025

«Con todo el corazón»... Un pequeño pensamiento para hoy


Sumamente agradecido por el regalazo de haber podido saludar a mi queridísimo padre Abundio Camacho el día de ayer, amanezco con alegría en mi consentida Selva de Cemento —CDMX— para iniciar un nuevo día en la peregrinación que ayer iniciamos para gloria de Dios. Mañana será el día central con la solemne Misa en la Basílica de Guadalupe en donde la Morenita del Tepeyac nos espera ya con los brazos abiertos para llevarnos al encuentro de su Hijo Jesús, el verdadero Dios por quien se vive y a quien hemos de amar y servir, como dice la primera lectura de la Misa de hoy (Dt 10,12-22), con todo el corazón y toda el alma.

Servir al Señor con todo el corazón implica, en primer lugar, amarle con todas nuestras emociones y un entrañable afecto, buscando una conexión profunda con Él no solo en los momentos de oración o de participación en las diversas acciones litúrgicas de la Iglesia, sino siempre y en todo lugar; es decir, colocarlo como prioridad en la vida esforzándose por cumplir sus mandamientos —como también dice la lectura—, buscar momentos especiales para orar —como ahorita que lees esto que escribo que te conecta con Él haciendo un espacio en el ser y quehacer de cada día—, estudiar sus enseñanzas integrándose a la Escuela Bíblica de tu parroquia o dando un espacio especial en las sesiones de formación de tu grupo o movimiento eclesial, y además, algo imprescindible, vivir en constante gratitud y dependencia de Él. De aquí vendrá el servirle en obediencia a su palabra buscando su voluntad, lo que mantiene viva esa profunda relación y compañía con Él en todo momento y circunstancia.

Este pequeño trozo de la Escritura dice también que hay que servir al Señor con toda el alma. Esto, ciertamente, va más allá de los meros sentimientos que, como decía Benedicto XVI, a veces “van y vienen”. Servir al Señor con toda el alma es abarcar nuestra esencia más profunda, lo que somos y lo que hacemos para ponernos en disposición incluso de dar la vida por Él. Y es que el alma es el asiento de nuestro carácter y decisiones. De tal manera que servir al Señor con ella es involucrar nuestra identidad más profunda en el servicio a Dios y por consecuencia, a los hermanos. Busquemos, pues, este día y siempre, darle gloria a Dios sirviéndolo en las acciones de la vida diaria con todo el corazón y con toda el alma. Siempre, siempre, siempre hay algo que ofrecerle como servicio. Que María santísima, quien amó así, en este estilo, nos ayude. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 10 de agosto de 2025

«VIGILAR Y ESCUCHAR»... Un pequeño pensamiento para hoy.


Cada 10 de agosto la Iglesia celebra a San Lorenzo, el valiente diácono que fue martirizado al llevar, ante quien le pedía la entrega del tesoro de la Iglesia para no torturarlo quemándolo en una parrilla, un buen grupo de pobres indigentes considerados por él, por el Papa y por todo la Iglesia como el tesoro más valioso. Cómo esta fiesta en este año cae en domingo, la liturgia dominical, que lleva una secuencia prevalece y esta memoria no se celebra. Sin embargo, yo no puedo pasar por alto a mis dos queridos diáconos permanentes que, en la parroquia, son mi brazo derecho: Juan Quintanilla y mi ahijado Francisco Lemús, que se quedó a velar por la comunidad, mientras Juanito y un servidor acompañamos la peregrinación al Tepeyac. 

Por cierto, vamos en un avión de Volaris, son las 10 de la mañana y los anuncios de la tripulación no se escuchan, solamente un murmullo con seseo y palabras sueltas, como «mesita», que alcancé a escuchar. Dice la eficiente azafata, a quien le pregunté que qué sucede, que no se puede subir el volumen porque algunos pasajeros… ¡van dormidos! Ese es mi México lindo y querido. Si algo se ofrece en tierra, no alcanzáremos a abrir las puertas emergencia, donde voy sentado, porque no escucharemos… ¡Viva Volaris tan respetuosa del sueño!

La situación me lleva  al Evangelio de hoy (LC 1 2,36- 48) en cuya escena Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nos habla de «vigilancia», y una de las cosas necesarias para estar vigilantes es «escuchar», estar atentos. Pero, si no se facilita la escucha, cómo podremos estar prevenidos para vigilar. Escuchar adecuadamente y estar atentos, es necesario para lo que pueda suceder, ya sea personal, social o laboralmente y por supuesto, en el campo de la fe. Los personajes bíblicos que aparecen en la segunda lectura (Hb 11,1-2.8-19) estuvieron atentos, supieron escuchar para poder estar vigilantes. María santísima hizo lo mismo,vigilante recibió la llegada del arcángel Gabriel. Que ella nos ayude a estar atentos. ¡Bendecido domingo!

Padrea Alfredo.

sábado, 9 de agosto de 2025

«Rumbo al Tepeyac, peregrinación 2025»... Un pequeño pensamiento para hoy


En México, como en otras partes, estamos en tiempo de vacaciones y uno de mis lugares preferidos para descansar es la playa. ¡Me encanta el mar porque me hace pensar en la infinita misericordia de Dios! En Monterrey, en estos días, mientras aún falta un mes para que los chiquillos regresen a clases, es el lugar especialmente elegido por muchas familias para momentos de relax y vacaciones. Eso trae por consecuencia que el intrincado aeropuerto de Monterrey sea un caos y solo de pensar que mañana nos espera a 80 personas de la parroquia para viajar a ciudad de México, al encuentro de la Morenita del Tepeyac en la peregrinación de la arquidiócesis de Monterrey sea todo un desafío que habrá que enfrentar junto a muchísimos más peregrinas que vamos a la «Casita Sagrada» de la Guadalupana. A eso hay que añadir que por la construcción de la nueva línea del metro que llegará hasta este campo aéreo complica demasiado el tráfico. Creo que el regreso no será menos abrupto, pues la enorme y arcaica sala B, del aeropuerto Benito Juárez en la capital del país está cerrada por remodelación para el mundial del 2026 y al venir de regreso parece que uno anda entre los pasillos de alguna de esas enormes clínicas del Seguro Social.

Hoy es sábado, día dedicado por antonomasia a la Virgen y víspera de nuestro viaje. A las 7 de la tarde tendremos la Misa de bendición de los peregrinos. A través de María siempre Dios nos busca, nos persuade, nos guía y nos habla al corazón para mostrarnos y ofrecernos la verdadera y absoluta riqueza que su Madre, vestida de Guadalupana, quiere darnos: ¡Él mismo!, sí, por medio de Ella Él llegó a nuestras vidas, somos ricos en el Señor. ¡Qué inmenso beneficio de su Amor para con nosotros, qué incomparable ternura y caridad! Dios se ha acercado a nuestra pequeñez y nos espera en el Tepeyac, en donde su Madre, vestida de Guadalupana, quiso que se construyera una «Casita Sagrada» para allí mostrarnos todo su amor, que bien sabemos, es su Hijo Jesús.

La parábola de las vírgenes que el Evangelio de hoy (Mt 25,1-13), en este contexto de nuestro viaje de mañana, simplemente nos deja ver las diversas actitudes del propio corazón ante la elección recibida por todos igual. Todos los peregrinos de la arquidiócesis queremos estar atentos ante la Morenita con nuestras lámparas con aceite. No queremos que ninguna cosa nos entretenga y despiste del camino para que Ella, allí nos muestre a su Hijo en la Eucaristía. Cómo no bendecir al Señor, nacido de María, si nos ha llamado a formar parte de Él, habiéndonos incorporado por el bautismo a la Iglesia por Él instituida, facilitándonos la savia de su gracia que hace correr por nuestro corazón, mente y espíritu y nos hace lanzarnos, en medio de los tumultos del verano para ver a su Madre Santísima, la Dulce Morenita del Tepeyac. Acompáñenos todos con sus oraciones, con su rezo del Santo Rosario, con su cariño a María, que seremos portadores de su saludo. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

«Beatriz Hattori Reiko»... Vidas consagradas que dejan las huellas de Cristo XC

Beatriz Hattori Reiko fue una religiosa japonesa que nació en la ciudad de Nagano, perteneciente al Estado del mismo nombre, en la zona central de Japón, el 14 de mayo de 1939. Procedente de una familia profundamente budista, fue la cuarta hija del matrimonio formado por Katsujiro Hattori y Toku Hattori. Beatriz tuvo 5 hermanos, 3 hombres y dos mujeres, las cuales, como ella, abrazaron la vida religiossa luego de convertirse al catolicismo. Su hermana Consuelo fue, junto con la hermana Francisca Honda, la primera vocación japonesa de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, cuyos pasos Beatriz siguió. Su hermana menor ingresó con las hermanas del Buen Samaritano.

Su historia de conversión parte de la vida espiritual tan profunda de sus padres, que fervientes practicantes del budismo, se preocuparon por la sólida formación de sus hijos. De tal manera que a las tres mujeres las enviaron a estudiar con las hermanas del Sagrado Corazón. Fue allí donde Beatriz, a la edad de 15 años recibió el sacramento del bautismo el 8 de diciembre de 1954. 

Cinco años después, el 12 de mayo de 1959, respondiendo al llamado que el Misionero del Padre, el Buen Jesús le hacía, siguiendo el ejemplo de su hermana mayor, ingresó en la Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y el 12 de agosto de 1962, luego de su tiempo de formación inicial como postulante y novicia, hizo su primera profesión temporal. Luego de un periodo de cinco años en Tokio, se llevó a cabo la ceremonia de su consagración definitiva el 6 de agosto de 1967.

La hermana Beatriz fue una hermana muy trabajadora, serena y responsable con todo lo que se le encomendó. Desde su ingreso, hasta 1974 formó parte de las comunidades de Tokyo, Oizumi e lida en Japón. En Iida fue directora del kínder Santa Clara, una encomienda que desempeño hasta que fue designada a formar parte de la región de Indonesia, misión que amó profundamente y en la que trabajó diligentemente, como lo afirman las hermanas de esas lejanas tierras profundamente envueltas en la religión musulmana y constituido por más de 17,000 islas.

Situada en el sudeste asiático, Indonesia es una nación en la que conviven grandes religiones como el islam (80% de la población), el hinduismo, el budismo y el cristianismo. En este contexto, Beatriz, conocedora del Budismo, en donde había nacido, no dudó en asumir el desafío de dar testimonio de vida cristiana a través del diálogo profético en una cultura muy diversa. Allí vivió un buen tiempo en la comunidad de Biliton y trabajó en el Hospital Santa Clara. Las Misioneras Clarisas de aquella región la recuerdan como una hermana trabajadora y muy responsable. Fue muy querida por las hermanas de las diversas comunidades y una maestra que hasta ahora muchos recuerdan y tienen hermosos recuerdos. Con su sencillez supo ganarse el cariño de muchas personas que, por su testimonio de vida, abrazaron la fe católica.

Tuve el gusto de conocerla en Roma, en donde la pude saludar en diversas ocasiones. La recuerdo como una mujer serena, de sonrisa discreta y profunda devoción al participar en la Santa Misa y en el rezo de la Liturgia de las Horas en la casa de Garampi. Las hermanas siempre me dijeron que era un alma llena de amor al servicio de sus hermanas y  compañeros de trabajo. Seguramente Beatriz ofreció todo lo que hizo para salvar almas, como lo había aprendido de la Beata María Inés.

En el año de 2004 regresó a Japón, la patria que la vio nacer y que fue cuna de su vocación misionera. Sus últimos 20 años de vida formó parte de las comunidades de Oizumi, lida y Karuizawa, donde sirvió en el apostolado de la atención a los huéspedes de la Casa de Ejercicios, destacando su servicio, además, como ecónoma y en sus últimos años como sacristana, servicio que prestó diligentemente hasta que la enfermedad la obligó a ser hospitalizada.

El 16 de diciembre de 2024, en la localidad de Karuizawa, Nagano, Japón, a las catorce horas con treinta y cinco minutos, el Esposo Divino la llamó a su presencia a la edad de 85 años, después de haber cumplido fielmente su misión en una vida de entrega y servicio durante los 55 años como Misionera Clarisa entregada por completo a todo lo que le encomendaba la obediencia para llevar el amor de Dios, sobre todo, a quienes no lo conocían.

Que el Señor le haya concedido contemplar su rostro y recibir el premio de permanecer eternamente en su presencia.

Padre Alfredo. 

viernes, 8 de agosto de 2025

«Con la cruz por donde quiera»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


En una homilía pronunciada en la Misa Crismal de 1981, el Papa Benedicto XVI, en aquel entonces cardenal arzobispo de Múnich y Frisinga, expresaba que «ser cristiano no puede consistir en añadir un pequeño mundo de domingo a nuestro mundo de los días laborales, o en algo que podemos construir en cualquier momentito de devoción de nuestra vida, sino que es un fundamento, es transformación que nos cambia». Eso significa que no podemos ser cristianos a ratos, sino discípulos–misioneros portadores de la Cruz de Cristo en todo tiempo y lugar. Es lo que nos recuerda el Evangelio de este viernes ((Mt 16,24-28).

El mundo y en general el sistema en el que vivimos en la sociedad actual nos alienta permanentemente a pensar primero en uno mismo, a priorizar el propio yo, a no privarse de nada y no servir a nadie sino al propio ego. Incluso se habla mucho del ego en relación con las redes sociales, que pueden inflarlo o hacerlo vulnerable debido a la constante búsqueda de validación y comparación. La idea de «cargar la cruz» para seguir a Cristo suena muy descabellado, insensato, si no es que ridículo. Muchos cristianos de nombre han olvidado que estamos en el mundo para tomar la cruz y seguir al Señor. Por eso la cruz molesta, estorba, pesa y hay que desecharla. Pienso por ejemplo en esa secta brasileña extendida en algunas partes de nuestro México lindo y querido que como lema tiene la frase: «Pare de sufrir».

Ser discípulo–misionero de Cristo no es comparable a cualquier baratija. El Evangelio es claro. Querer ser fiel y vivir un cristianismo de autoservicio donde sólo se elige lo que conviene es una contradicción. El seguimiento de Cristo es para tomarlo en serio. El cristianismo no es toma lo que te guste y deja lo que no te guste. El cristianismo, tal y como el Evangelio lo demuestra, se debe vivir con coherencia, como nos lo enseñan todos los santos y beatos con sus ejemplos de vida. No debemos olvidar, como católicos, que nuestro garante aquí en la tierra es el Papa, que en sus enseñanzas y con su vida, hecha donación, nos muestra el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación que pulula a nuestro alrededor. Que nadie piense que por quitarse la cruz con algún método, su vida de fe será más fácil. Un cristianismo sin cruz no existe. Una vida sin cruz, tampoco. María estuvo al pie de la cruz y sabe perfectamente lo que significa tomarla y seguir a su Hijo Jesús, que ella nos ayude. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

«María Teresa Montes Palomino»... Vidas consagradas que dejan las huellas de Cristo LXXXIX

Conocí a la hermana María Teresa Montes Palomino en los años noventas, cuando era yo un joven sacerdote que pasaba más tiempo de su vida misionera en Costa Rica que en México. Precisamente de esa época y de la constante convivencia con los «Ticos» que me quedó al hablar el acento que nunca me he podido quitar y que hace que hasta en el mismo Monterrey me pregunten si soy colombiano.

La hermana María Teresa del Calvario —su nombre como religiosa aunque para mí fue siempre la hermana Tere— fue llamada a la Casa del Padre el pasado mes de abril, en concreto el día seis. Como buena misionera, no murió en casa sino en el  Hospital Calderón Guardia, en San José, allá  en Costa Rica.

Tere nació en Aguascalientes, México, el 17 de setiembre de 1935. Sus padres fueron el Señor Luis Montes Carrillo y la Señora María Refugio Palomino González y ella fue la mayor de siete hermanos. Recibió el bautismo el 23 de setiembre de 1935 y la confirmación el 20 de octubre de aquel mismo año. 

Luego de experimentar el llamado del Señor, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 24 de octubre de 1951 en Cuernavaca, Morelos, México, donde está la Casa Madre de la Familia Inesiana. Casi al inicio de su formación, fue enviada a Pueblo, donde inició su noviciado el día de la natividad de María, el 8 de setiembre de 1952. Al año siguiente, siendo aún novicia, fue destinada a la Casa Madre, en Cuernavaca, donde colaboró como maestra de secundaria. Terminada su formación inicial, hizo su primera profesión religiosa el 12 de agosto de 1954 en Cuernavaca, ante nuestra Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

Destacando por su inteligencia y por su capacidad para el estudio, se graduó como profesora de educación primaria y maestra de educación media con la especialidad en pedagogía. De 1955 a 1957, fue maestra de primaria en Zacatepec, Morelos y, a mediados de ese año, recibió su cambio a la comunidad de Talara, en Ciudad de México, donde prestó su servicio como maestra de secundaria. Al año siguiente, regresó a Puebla como maestra de la Universidad Femenina de Puebla, que había fundado la Beata María Inés Teresa y en esos años gozaba de un gran prestigio. El 8 de febrero de 1960 hizo su profesión perpetua y continuó, hasta el año de 1971, trabajando como catedrática en la Universidad Femenina de Puebla, distinguiéndose por realizar su tarea con gran responsabilidad, dedicación y amor por la salvación de las almas. Buscando datos sobre su vida, me encontré en internet su cédula profesional.

En 1971, enviada por la Beata María Inés, llegó a Santo Domingo de Heredia, Costa Rica, como maestra de secundaria en el Colegio Santa María de Guadalupe, colaborando en la noble misión de la educación. Desde aquel entonces, vivió siempre en ese querido país conocido como «La Suiza centroamericana». De 1978 a 1984 se desempeñó como maestra en la educación de la fe en Ciudad Neilly. Continuó con esta misma labor en Moravia hasta 1986. En este mismo año recibió su cambio a la comunidad de La Rita de Guápiles, donde llevó a cabo un intenso trabajo pastoral parroquial y en el año 1987 fue trsladada a Moravia como maestra de secundaria hasta 1989.

Durante varios periodos prestó diferentes servicios de gobierno en su congregación: Fue superiora local de la comunidad de La Rita de Guápiles de 1986 a 1992. Durante ese mismo tiempo, en diferentes periodos, fue segunda y tercera consejera regional. De 1995 a 2002 prestó el servicio de superiora local de la comunidad de Tibás. En 2002 fue vicaria regional y primera consejera por varios años, al mismo tiempo que fue superiora local e Moravia. Hasta el 2011 ocupó el cargo de superiora regional de Costa Rica. Finalmente colaboró como superiora local de la comunidad de La Rita de Guápiles, desde el 2012 hasta que fue llamada a la Casa del Padre. 

Sister Yenori, también Misionera Clarisa y costarricence de nacimiento, que desde hace algún tiempo está en la región de California, en los Estados Unidos, tiene bellísimos recuerdos de cuando era pequeña y gustaba de ir a la casa de las hermanas a rezar con ellas y a participar en las diversas actividades que tenían. Entre otras cosas dice que la recuerda siempre muy misionera. Comenta que la veía cubierta con su sombrilla y en sandalias, debido al calor extenuante de Guápiles, recorriendo las calles llevando la Buena Nueva y participando en las misiones en salones, capillas y donde se pudiera en las pequeñas villas. Dice que cuando ya como Misionera Clarisa iba a visitar a su familia, las hermanas Ticas le decían que no la podían tener quieta en la casa de pastoral sin que le consumiera el celo misionero, dando ese tiente incluso a las actividades de casa como limpiar frijoles, doblar servilletas, limpiar el arroz y ofrecerlo todo por la salvación de las almas.

La hermana Tere se distinguió por su obediencia y fidelidad al carisma inesiano. Como maestra, a lo largo de tantos años, llevó a cabo esa misión con gran entrega y donación en bien de la niñez y la juventud, sembrando la semilla de la fe y llevando tanto a los alumnos como a los padres de familia, al encuentro con Cristo, siendo muy querida por toda la comunidad educativa.

En los diversos cargos de gobierno que prestó, fue en todo momento una mujer disponible, un alma pacífica y pacificadora, atenta a las necesidades de sus hermanas, con un espíritu generoso y conciliador. Dentro de la comunidad se distinguió por su presencia diligente y silenciosa al mismo tiempo, manifestando su gozo de servir en una perenne y discreta sonrisa. Siempre se le vio dispuesta a servir a sus hermanas y todos, aún en sus últimos momentos por medio de la oración.

A ejemplo de Nuestra Madre Fundadora, fue una misionera incansable, con gran amor por la salvación de las almas y una religiosa de profunda unión con Dios, constantemente rezaba el santo rosario con mucho cariño a la Santísima Virgen María y meditaba asiduamente el Viacrucis, motivando con su testimonio a los demás miembros de la comunidad. Su trato fue bondadoso y sencillo, brindando una sonrisa apacible a quienes trataban con ella. Durante la mayor parte de su vida, gozó de buena salud, aún en su avanzada edad, en la que siempre se le vio con gran fortaleza, fiel a sus actos comunitarios y sirviendo generosamente en aquello que podía realizar. 

La recuerdo con mucho cariño y guardo algunas de sus enseñanzas que, desde joven sacerdote, tocaron mi corazón, pues fue una mujer muy cercana a los sacerdotes; en realidad, una madre. Compartimos, como expresé al inicio de mi relato, mucho momentos hermosos allá por los años noventas y, la última vez que nos vimos, fue en 2016, en la última tanda de ejercicios espirituales que impartí en esa querida nación centroamericana.

En el mes de febrero pasado le realizaron estudios generales, ya que venía manifestando presión arterial alta, fue medicada y se mantuvo estable. Repentinamente presentó un cuadro de hipertensión endocraneana que le produjo una hemorragia cerebral, provocándole una fuerte caída; las hermanas actuaron rápidamente y la trasladaron de inmediato al hospital donde la declararon en condición crítica. En un lapso de doce horas la hermana estuvo inconsciente, sin mostrar mejoría. Fue ungida en dos ocasiones por los capellanes del Centro Médico. Su superiora regional y las hermanas de comunidad, le hicieron sentir la cercanía de todas las hermanas de la congregación. Recibió un hermoso mensaje de parte de la superiora general  así como su bendición.

Desde su ingreso al hospital, estuvo acompañada, las hermanas le cantaron y oraron con ella, invitándola a continuar ofreciendo su vida por la salvación de las almas y en especial por todos los miembros de nuestra Familia Inesiana, así mismo, la invitaron a renovar su consagración al Señor pronunciando la fórmula de sus votos. Su familia de sangre tuvo oportunidad de comunicarse con ella por medio de llamadas telefónicas, ya que, aunque permanecía inconsciente, los médicos indicaban que aún podía escuchar.

Tere inicia ahora su desposorio eterno con Aquel que la llamó y la ha amado desde toda la eternidad. Junto con toda nuestra familia misionera quiero dar gracias a Dios, por su paso por este mundo y por todo lo que dejó en mi corazón, donde ha dejado la huella imborrable de Cristo. Que el Señor haga fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida y que María santísima, a quien llevó tatuada en su alma la reciba en la patria eterna.

¡Que nuestra querida hermana Tere goce de la contemplación eterna del rostro de Dios!

Padre Alfredo.

P.D. Agradezco a la hermana Virgina Palomo, también Misionera Clarisa y amiga de toda la vida por las hermosas fotos de la hermana Tere que me mandó.