viernes, 26 de septiembre de 2025

«Sacerdotes conocedores de Cristio, portadores de su alegría»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se puede hablar con alguien, o de alguien, si no se le conoce. Hoy, en el Evangelio (Lc 9,18-22) la figura de Cristo destaca preguntando primero «¿Quién dice la gente que soy yo?» y en segundo lugar, dirigiéndose a sus más cercanos discípulos–misioneros para hacerles también una pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». En la historia cultural de la humanidad, Cristo es conocido tal vez por muchos no ciertamente por lo que escribió, sino por lo que se ha escrito acerca de él y, de manera muy especial, por lo que su buena noticia, en el Evangelio, representa en los más de dos milenios transcurridos desde su nacimiento. La historia de la humanidad, desde su encarnación, no ha transcurrido al margen de su persona, para seguirlo, para atacarlo o para malentenderlo. Ciertamente Cristo es alguien conocido que está presente en ámbitos sociales de todos los continentes. Incluso en círculos religiosos de diversas denominaciones y e gente atea. No se halla tampoco al margen del llamado «continente digital». 

Hay que aclarar que esta difusión, la hemos hecho los cristianos, sus discípulos–misioneros a lo largo de todas las épocas. El conocimiento de Cristo nos ha llevado a miles y miles de hombres y mujeres de fe a fijar la mirada en Cristo para mejor conocerle y hacerle amar. De hecho hay que tener bien claro que para ser un buen cristiano hay que ir mucho más allá del conocer a Jesús superficialmente y declararlo como «El Mesías de Dios», como afirma Pedro en este relato. Ser un buen cristiano, un católico comprometido, es conocerlo personalmente. El mismo Cristo habló de la necesidad de conocerlo a profundidad cuando en oración exclamó: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17,3). Conocer bien a Jesús implica, por lo tanto, una respuesta de fe que nos lleve a esforzarnos por imitar sus virtudes, vivir de acuerdo con sus mandamientos y buscar hacer su voluntad en nuestras vidas. Implica confiarle nuestro ser y quehacer, ocuparnos de sus intereses y permitir que su poder transformador actúe dentro de nosotros.

Conocer a Jesús no es un evento único, sino un proceso continuo. Implica crecer en el conocimiento y la comprensión de sus enseñanzas, profundizar nuestra relación con él a través de la oración y los sacramentos, y buscar continuamente alinear nuestras vidas con su ejemplo. A eso hemos venido estos días los sacerdotes que hemos hecho ejercicios espirituales. Los días han pasado y es hora de volver a las tareas pastorales, recordando que la primacía del sacerdote del siglo XXI consiste en el estar muy cerca de Cristo el Buen Pastor y conocerle más y más. Estos días, en fraternidad sacramental lo hemos hecho presente en la Eucaristía y en las reflexiones compartidas por monseñor Carlos Santos; en sus homilías y prédicas, en su cercanía y en el compartir nuestro ser y quehacer. Hemos vivido nuestro sacerdocio recordando, como decía Benedicto XVI, que somos «servidores de la alegría de los demás». Conocemos a Jesús cada día más y más en la sorpresa de cada día, siempre dispuestos a ser enviados por Cristo, que nos conoce mejor que nosotros a él. Regreso ahora a la vida diaria pensando en otro Papa, san Juan XIII, que se empeñó en amar a Cristo y consiguió hacerlo con la misma sencillez cuando era un modesto cura, que cuando fue Papa. Siempre consciente de que su condición de sacerdote estaba por encima de todo bajo el cuidado de María, Madre de los sacerdotes. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 25 de septiembre de 2025

¿QUÉ HACE UN DIRECTOR DE ORQUESTA?


Muchas veces, a lo largo de mi vida, he tenido la oportunidad de hablar con muchos amantes de la música, que, como yo, gozan con los conciertos de música clásica —que por cierto muy poco puedo disfrutar ya en vivo, porque la Sinfónica toca los jueves y me es imposible ir—, y me he dado cuenta de que, a pesar de ello, no tienen una clara idea de lo que es el director de orquesta, de cuál es su misión y de la importancia que tiene su trabajo en el resultado de un concierto. 

Cuentan que una vez en Estados Unidos en uno de los ágapes que suelen dar los organizadores al terminar los conciertos, una persona preguntó a un director: «Maestro, ¿usted qué hace cuando no tiene concierto y si todos los músicos de la orquesta tienen su papel, para qué está usted allí? Yo creo que ni le miran».

Por eso me vino la idea de compartir, en unos cuantos renglones, en este blog en que escribo un poco de todo, unas cuestiones que creo son muy importantes e ilustrativas sobre el director de una orquesta.

Los directores desempeñan un papel fundamental en la coordinación y la interpretación de toda orquesta, así como de cualquier coro, y son, en primer lugar, los responsables de mantener el ritmo y asegurar la cohesión musical. Para ello, utilizan gestos específicos con las manos y la batuta, que indican el tiempo, el ritmo y la dinámica de la interpretación.

En primer lugar el director estudia la partitura para comprender la intención del compositor y decide cómo expresar la música, aplicando matices, fraseos y detalles expresivos que no están explícitamente escritos.  Antes del concierto, organiza y dirige los ensayos para trabajar los aspectos técnicos de la pieza y pulir la interpretación hasta que todos los músicos estén sincronizados y alineados con la visión del director. 

El director de orquesta se sitúa en el medio entre el propio compositor y la audiencia. A través de cómo interpreta cierta obra, el director puede determinar la intención original del compositor a la vez de dar un toque único, lo que deriva en que no haya dos representaciones iguales. De esta manera, el director es el responsable de establecer el tono con el que se comunica, de manera emocional y narrativa.

Él utiliza la batuta y el lenguaje corporal para comunicar instrucciones a la orquesta, marcando el tiempo, la dinámica y los inicios de los diferentes instrumentos o secciones. La mano derecha del director, que normalmente sostiene la batuta, es la principal responsable de marcar el tiempo. Movimientos optimistas señalan la aproximación del tiempo fuerte, que se produce cuando la batuta se mueve hacia abajo, indicando el comienzo de un compás. Además, la batuta puede dibujar arcos pequeños o amplios, de forma suave o agitada, para expresar el carácter del sonido deseado.

Dependiendo de la obra, el director sube y baja la batuta que sostiene en la mano derecha —un compás binario o dividido en dos partes—, parte de abajo, va hacia la derecha y sube —compás ternario— o parte de abajo, va hacia la izquierda, hacia la derecha y arriba —compás cuaternario—. Muchas veces estos movimientos para los que no son músicos son casi inapreciables debido a la velocidad con que los realiza.

La mano izquierda es la encargada de señalar las entradas de cada grupo de instrumentos o de solistas. Con todo el cuerpo y principalmente con ambas manos indica la intensidad y el carácter de la obra. Por ejemplo, si abre mucho los brazos quiere decir que les está pidiendo a los intérpretes que toquen más 'forte' o fuerte —esta abertura de sus brazos, sin dejar de mover las manos, puede ser también progresiva— o que toquen más «piano», más suave. Con la mirada, con los ojos, con la boca... hará también mil gesticulaciones que serán importantes (según sus manías personales) para aunar la interpretación de todos los integrantes y que suene como una única obra.

El director de orquesta es el alma mater de la música grupal, es el auténtico intérprete, cuyo instrumento es una serie de músicos que puede manejar para conseguir una interpretación personal de un documento escrito. Como curiosidad, hay también que decir que debe tener los pies bien asentados en el suelo de forma paralela a los hombros y situar los brazos a su altura. Parece una tontería pero es esencial, ya que es posible que pierda el equilibrio en un momento de énfasis o que termine con fuertes dolores de espalda.

Por eso la postura del director siempre es crucial. Con el cuerpo erguido, los brazos bien posicionados por encima de la cintura y ligeramente arqueados, mantiene una posición cómoda y flexible, lo que le permite realizar los gestos necesarios para dirigir la orquesta y coordinar los tiempos de cada uno de los músicos que la integran, para que entren en el momento justo. Durante el concierto, él moldea la interpretación en el momento, asegurando que todos los músicos toquen juntos, con el mismo volumen y ritmo, y que se escuche la obra de forma cohesionada. 

Además de llevar el tiempo, el director es responsable de controlar la intensidad de la interpretación, exigiendo más o menos volumen y nivelando las interpretaciones para que todas las partes de la orquesta se escuchen de forma equilibrada. A pesar de su importancia, él no toca ningún instrumento ni emite sonidos; su trabajo es puramente gestual y de guía. 

Con su liderazgo, inspira y persuade a los músicos para que den lo mejor de sí, fomentando un ambiente de trabajo en equipo y buscando una interpretación que transmita el espíritu y la emoción de la composición. Esta habilidad de liderazgo que debe tener, junto a la interpretación, es lo que hace que la actuación del director sea esencial para el éxito de una interpretación musical.

Quiero ahora mencionar a algunos de los mejores directores de orquesta a lo largo de la historia que ya han fallecido pero siguen siendo un importante referente e inspiración para las futuras generaciones:

1. Carlos Kleiber (1930 – 2004). Fue un austríaco acreditado como uno de los mejores del siglo XX y para algunos, el mejor de la historia. Su fama mezcló tanto su talento como diferentes controversias, y es que tenía una personalidad compleja, expuesta por la cancelación de sus actuaciones habitualmente, la negativa a conceder reportajes y la búsqueda de la perfección absoluta. Su estilo de dirigir era realmente expresivo, algo bien recibido por el público gracias a sus gestos con los brazos. Su repertorio abarcaba 22 compositores y sus grabaciones de sinfonías como las de Beethoven se han llegado a considerar en ocasiones como definitivas.

2. Herbert von Karajan (1908 – 1989). Este director, también austriaco, destacó especialmente por su habilidad para conseguir que la orquesta produjera un sonido magnífico. Pudo trabajar con algunas de las principales orquestas del mundo, como la Orquesta Filarmónica de Berlín durante 35 años, dejando un legado musical realmente impresionante. Además, es el artista discográfico de música clásica con las mayores ventas de todos los tiempos.

3. Leonard Bernstein (1918 – 1990). Compositor, pianista y director de orquesta, fue el primer director de orquesta nacido en los Estados Unidos que obtuvo una fama mundial al dirigir la Orquesta Filarmónica de Nueva York, además de por sus Conciertos para jóvenes en televisión y por sus diferentes composiciones, tales como “West Side Story” o “Candide”. Destacó por la interpretación de una amplia gama de géneros musicales, comenzando con música clásica —haciendo resurgir la música de mi admirado Gustav Mahler— hasta jazz. No solo fue remarcable como director, sino también como educador musical influyente, especialmente entre los más jóvenes.

4. Claudio Abbado (1933 – 2014). Este director de orquesta italiano fue titular de la Filarmónica de Berlín desde el año 1989 y destacó por su técnica y por la renovación generacional de músicos, impulsando programaciones temáticas multidisciplinares y un nuevo repertorio musical, incluyendo a compositores contemporáneos. Contaba con un enfoque sensible y profundo de la música, siendo capaz de resaltar algunos matices realmente únicos, lo que le convirtió en uno de los directores más respetados de su generación.

Actualmente contamos con muy buenos directores de orquesta a nivel mundial de los cuales mencionaré unos cuantos:

1. Gustavo Dudamel (Barquisimeto, Venezuela, 26 de enero de 1981). Considerado por muchos uno de los más influyentes, versátiles y aclamados directores a nivel mundial, es el director de la Orquesta Sinfónica de la Juventud de Venezuela y la Filarmónica de Los Ángeles. Por sus numerosos hitos, logros e influencia musical es considerado como el director de orquestas hispanohablante más influyente a nivel internacional de la época moderna.

2. Kirill Petrenko (Omsk, Unión Soviética, 11 de febrero de 1972). Es un músico ruso, director titular de la Filarmónica de Berlín reconocido por su trabajo en música moderna y clásica. Petrenko destaca especialmente por sus interpretaciones de óperas del repertorio ruso, el repertorio sinfónico ruso del siglo XX y las óperas de Richard Wagner y de Richard Strauss. 

2. Daniel Barenboim (Buenos Aires, 15 de noviembre de 1942). Es un pianista y director de orquesta argentino nacionalizado español, israelí y palestino. Posee una larga y exitosa trayectoria por lo que con frecuencia citado como uno de los grandes de la música clásica. El 12 de enero de 2008, se convirtió en el primer ciudadano del mundo con ciudadanía israelí y palestina, y dijo que la había aceptado con la esperanza de que sirviera como señal de paz entre ambos países. El 4 de octubre de 2022, anunció que se retiraba a causa de una enfermedad neurológica grave. En febrero de 2025, dijo que tenía Parkinson.

3. Sir Antonio Pappano (Epping, Inglaterra, 30 de diciembre de 1959). Es un director de orquesta y pianista británico de ascendencia italiana. Ha sido director titular de la Orquesta Sinfónica de Londres y director musical de la Royal Opera House. Recibió el título de Sir en 2012 por la reina Isabel II en reconocimiento a su destacada carrera como director de orquesta. Actualmente es el director titular de la Opera Real Covent Garden, de Londres, y de la orquesta de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia, de Roma.

Otros directores notables son Andris Nelsons, director artístico de la Orquesta Sinfónica de Boston; Vladimir Jurowski, director artístico de la Orquesta de París y el Festival de Glyndebourne y Carlos Miguel Prieto, destacado por su trabajo con la Orquesta Sinfónica Nacional de México y la Youth Orchestra of the Americas. 

Entre las pocas mujeres directoras de orquesta destacan Alondra de la Parra, directora artística de la Orquesta Filarmónica de las Américas y de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid e Inma Shara, que ha dirigido orquestas como la de Viena. En diciembre de 2008 fue la primera mujer que dirigió un concierto en el Vaticano. 

Creo que, de alguna manera, con esta pequeña aportación, podemos valorar más el personaje que, a simple vista en un concierto de música culta, sube a un podio y gesticula de forma más o menos histriónica ante un grupo de músicos que conocen a la perfección las partituras que deben interpretar. Ese personaje que, además, es el único miembro que carece de instrumento y no emite sonido alguno por sí mismo en toda la ejecución. Sin embargo, su figura es tan importante, que es quien recibe la mayor parte de la ovación del público. 

Padre Alfredo.


«LA CURIOSIDAD ES SOLAMENTE EL PRINCIPIO»... Un pequeño pensamiento para hoy


La curiosidad es una emoción agradable que involucra la búsqueda de información, conocimientos y experiencias nuevas. Es una emoción fuertemente vinculada al impulso de conocer o averiguar cosas novedosas y resolver interrogantes, una respuesta humana natural y puede darse como un estado emocional temporal o configurarse en un rasgo de personalidad. En el campo religioso, la curiosidad es una de las maneras con las cuales Dios busca atraer las almas hacia Sí. En el Evangelio de hoy (Lc 9,7-9), el escritor sagrado destaca que Herodes «tenía ‘curiosidad’ de ver a Jesús». Este Herodes Antipas era hijo del viejo Herodes el Grande, que había ordenado la matanza de los niños de Belén, esperando destruir al Rey de los Judíos. Él era una astilla del viejo tronco, pero era todavía varios grados más perverso que su progenitor. La curiosidad de Herodes había sido estimulada porque había oído muchas cosas concernientes a Jesús. ¿Cómo llegó a oír acerca de Él? Es que toda Jerusalén resonaba con las noticias de sus milagros y de sus portentosas palabras. Herodes, un convertido a la fe judaica, como de hecho lo era, se interesaba en cualquier cosa que pasara entre los judíos, y con mayor razón si tenía relación con su reino, pues el recelo que despertó el enojo de su padre, no estaba del todo ausente en él.

Cuando Juan murió, Herodes oyó todavía más acerca de Cristo, de tal forma que, maravillado por los hechos que estaban ocurriendo, se enfrascó en la creencia de que Juan el Bautista, a quien él había decapitado, había resucitado de los muertos. Es fácil imaginar que Jesús se convirtió en una especie de pesadilla para su conciencia: estaba turbado y alarmado por lo que oía que el profeta de Nazaret estaba haciendo y por eso mantenía viva su curiosidad. Pero nosotros sabemos bien que para conocer a Jesús de manera auténtica no es suficiente la curiosidad, sino que se requiere un compromiso total del corazón, la práctica de la humildad, el servicio y el amor por encima de las motivaciones personales y la disposición a tomar la cruz de cada día como un acto de entrega y sacrificio, culminando en una relación de transformación y vida para conocerlo y crecer en semejanza a Él.

Con frecuencia nos topamos hoy con hombres y mujeres que, en estos tiempos, asisten a Misa para oír al predicador; no porque quieran ser convertidos, no porque tengan alguna idea de volverse alguna vez seguidores de Jesús, sino porque han oído algo que provoca su curiosidad. Sin embargo, no es suficiente se curiosos. La fe comienza cuando dejamos que Él se revele en nuestra vida y somos capaces de responder con la vida: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (cf. Lc 9,20). Es entonces, cuando se da el paso de la curiosidad a ser discípulo–misionero: escuchando, acogiendo y convirtiéndonos en testigos. Los ejercicios espirituales que el grupo de sacerdotes estamos haciendo, despiertan, por supuesto, una sana curiosidad, la fomentan como una cualidad necesaria para la profundidad del proceso espiritual abandonando la comodidad, permitiendo la apertura a la experiencia, el pensamiento espontáneo y la admiración para reforzar el «sí» auténtico, que hemos de mantener para seguir a Jesús. Pidamos a María santísima para que ella nos ayude a estar atentos y dar el paso, porque el quedarse en la pura curiosidad puede nublar el corazón, impidiendo reconocer la presencia de Dios en nuestro día a día. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Desde ayer, en este clima de ejercicios espirituales para sacerdotes, dirigidos por Don Carlos Santos, obispo auxiliar de Monterrey, un hombre profundamente enamorado de la Palabra de Dios que, con su sencillez, nos acerca en cada reflexión a la tarea de reformar nuestra vida para reestrenar la vocación y el ministerio sacerdotal y llevarla a metas más altas de santidad, he pensado mucho en el envío. De hecho ayer comentaba con él cómo Jesús, al enviar a predicar a los apóstoles, no es que se hubiera hecho de un gran equipo de hombres letrados o eruditos... Pedro lo había negado; Santiago y Juan querían solucionar un problema bajando fuego del cielo; Felipe no entendía mucho y había pedido a Nuestro Señor que le mostrara al Padre; Bartolomé, como buen «israelita», seguramente era más «cuadrado» que nada; Mateo tenía un trabajo poco digno, al colaborar con el imperio invasor... y así por el estilo. 

Hoy el Evangelio (Lc 9,1-6) nos refiere que estos hombres, elegidos por Él, conferidos de su Gracia, son enviados a predicar y a realizar signos en su Nombre. A pesar de ser como son, no necesitan más que la Gracia para su misión de ser constructores, anticipadores del Reino entre los hombres. Ciertamente la de ser enviados no es una misión fácil. Y menos en una época como la actual, marcada por un anhelo multicultural de vivir en la opulencia, en una búsqueda frenética de un confort que parece nunca satisfacerse. Las tentaciones, las falsas seguridades del poder o del dinero, se hacen presentes en medio del camino de los enviados, haciendo ver que sin cosas innecesarias que se presentan como del todo necesarias, no se puede evangelizar.

El ejemplo de los Doce, pecadores perdonados que hacen comunidad reconciliados y agradecidos, y que no hacen otra cosa que transmitir y compartir con sencillez su propia experiencia de haberse dejado alcanzar por Cristo nos debe animar, porque todos somos enviados participando de la apostolicidad de la Iglesia. La orden dada a los Doce al ser enviados, vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. No necesitamos más que la Gracia de Dios. «Te basta mi gracia» (2 Cor 12,9), le dijo el Señor a San Pablo. «Ni morral, ni comida, ni dinero...». A nosotros también nos envía el Señor a proclamar la Buena Nueva aprendiendo una de las características fundamentales de la comunidad creyente: la confianza en su Providencia. Dirijamos nuestra mirada hacia María Santísima, enviada a ser la Madre de la Iglesia, la Madre de los enviados con un corazón abierto a la confianza. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 23 de septiembre de 2025

TU MADRE Y TUS HERMANOS TE BUSCAN... Un pequeño pensamiento para hoy


Gran parte del día —excluyendo a los monjes de clausura— el sacerdote se encuentra rodeado de gente. Un considerable tiempo de su día lo pasa en el templo y en la oficina, atendiendo asuntos pastorales y no tan pastorales. Digo esto porque me viene imaginar a Jesús, por la escena evangélica de hoy y otras más, rodeado siempre de gente, mucha gente. Recuerdo una vez que estaba ante el Santísimo, en un rato de adoración entre Misa y Misa de domingo y llegó una señora a decirme: «Fulanita tiene una sobrina en su casa y quiere que vaya ahorita a verla porque se puso muy grave… ¡Yo le cuido el Santísimo para que vaya!… ¡Qué tantas cosas no le pasarían a Jesús con la gente que incluso no le quedaba tiempo ni para comer por atender a tantos y tantos!

En este Evangelio de hoy (Lc 8,19-21), Jesús aparece rodeado de mucha gente. Así es, como digo, la vida de un sacerdote. En medio de esa muchedumbre, alguien se acerca a Nuestro Señor y le dice: «Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte». De inmediato Jesús aprovecha la ocasión para dejar una gran enseñanza: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra De Dios y la ponen en práctica». ¿Cuánta de esa gente realmente escuchaba a Jesús? ¿Cuántos de esos buscaban poner en práctica lo que escuchaban? ¿Cuántos acudirían seguramente a tratar de conseguir alguna curación, algún buen lugar como Santiago y Juan en el banquete celestial?

Creo que en estos días de retiro, María, la madre de Jesús y madre nuestra, ha venido a buscarnos a nosotros, que intentamos ser «otro Cristo en la plenitud sacerdotal». Seguramente, luego de despachar a la multitud que le rodeaba —porque de seguro no todos le escuchaban como sucede hoy en las homilías— el Señor atendió con gusto a su madre, ejemplo sublime de escucha y puesta en práctica de la Palabra. A ella le pedimos que, en estos días de ejercicios sacerdotales, se mantenga a nuestro lado para animarnos a regresar con la muchedumbre de fieles... Por cierto, a la enferma grave por la que me sacaron del Santísimo no la puede atender, pues se estaba bañando —nada grave como mi hicieron creer— y yo tenía que regresar a la siguiente Misa. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 22 de septiembre de 2025

«Desde el Refugio, en ejercicios espirituales»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Escribo mi reflexión desde el hermoso rinconcito de la naturaleza que se goza en «El Refugio», la casa de retiros del presbiterio de Monterrey y en la que nos encontramos el padre Carlos Careaga, un servidor y 50 sacerdotes más en ejercicios espirituales. El padre Carlos participa porque es decano y, el decanato del que está al frente, está en esta tanda de ejercicios. Yo me encuentro aquí como parte de la comisión del clero, colaborando en la pastoral sacerdotal con el gusto de servir y acompañar a mis hermanos sacerdotes. Recién desembarcado de Turquía y Grecia paso ahora, de los días del descanso corporal al descanso espiritual.

El Evangelio de hoy (Lc 8,16-18), bastante corto por cierto, da luz a mi ser y quehacer de estos días. En este Evangelio se lee que «nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz». Esto me hace ver que, como sacerdotes, no podemos ocultar la luz de la fe como si se tratara de un asunto privado. Todo sacerdote, incluso recién ordenado o de largo kilometraje, como yo, con 36 años de ordenado, ha recibido mucho y, por lo tanto, hay un gran compromiso de dar. Porque no sea que nos acaben quitando lo que creemos tener que definitivamente no es para nosotros, sino, por la caridad pastoral, para los demás... «al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»

Los sacerdotes, como todo bautizado, tenemos necesidad de renovar nuestra relación con Dios, y eso para poder ofrecer un servicio de mayor calidad a los hermanos. Es importante poder disfrutar de unos momentos intensos de oración sosegada, de oración permanente, de oración transformadora, de tal manera que recarguemos las pilas. Se trata de que seamos conscientes de que no podemos quedarnos atrapados —por así decir— en la actividad pastoral de cada día, sino de responder al proyecto de Dios sobre nuestra vida y servir con alegría siendo discípulos–misioneros, testigos del Evangelio. Si los sacerdotes no hacemos un espacio para vivir en intimidad con Jesús, no sabremos actuar ni expresar nuestro servicio al estilo de Jesús. Encomiéndenos al cuidado de María Santísima en estos días, para que ella nos siga enseñando a amar a Jesús con todo el corazón y a entregar la vida por Él, con Él y en Él. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

«La vida, un instante para compartir lo que somos, lo que hacemos, lo que tenemos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Regreso a escribir mi mal hilvanado pequeño pensamiento luego de un tiempecito de ausencia por haberme tomado unos días de descanso, aprovechando para visitar con el padre Rolando, entre otros lugares, la casita en donde la tradición asegura que San Juan mantuvo consigo a la Santísima Virgen María en sus últimos días de vida en Éfeso, en la lejana Turquía e ir de allí, en barco a Patmos, la isla griega en la que el apóstol y evangelista, en el pasaje de Apocalipsis 1,9 declara: «Yo estaba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo» y escribió el Apocalipsis. Dos naciones, dos culturas... dos espacios en donde pudimos palpar la presencia, en Turquía, de las suntuosas mezquitas de la religión Musulmana con sus imponentes minaretes y, en unas cuantas islas griegas, el arraigo de la tradición cristiana de la Iglesia Ortodoxa.

Y regreso con una noticia impactante para mí, que en las mañanas, luego de rezar y al estar tomando ordinariamente el café espresso matutino con la media fruta y las nueces antes de ir a entrenar, veo el telediario matutino con una de las conductoras más destacadas de Monterrey, Débora Estrella, que ayer falleció en un inesperado accidente en una minúscula avioneta de acrobacias en mi querido municipio de García, aquí en la periferia del Sultana del Norte. La destacada comunicadora encabezaba este noticiero desde el 2018 y Telediario en la Selva de Cemento durante los fines de semana. No puedo dejar de pensar en ella al releer el Evangelio de este domingo y toparme de frente con el comunicador más excelente de todos los tiempos que sabía cómo sorprender y captar la atención de su público. Por supuesto me refiero a Nuestro Señor Jesucristo, que, hablando en parábolas —a veces un poco incomprensibles a primera vista como la de hoy— nos comunica lo que el Padre Eterno —a quien los musulmanes llaman Alá— quiere de nosotros. Con la parábola de hoy (Lc 16,1-13) Cristo nos lleva a pensar en las riquezas de este mundo que todos tenemos de una o de otra manera. 

Para explicar esto me pongo como ejemplo, porque no pudiera haber hecho este viaje maratónico de quince días si un matrimonio generoso no me hubiera regalado pasajes y estancias en aviones y barco y si una persona muy querida tuviera la posibilidad de otorgarme por mi aniversario de ordenación y cumpleaños, el dinero para subsistir tantos días. Cierto que todos vamos a pasar por este mundo que dejaremos de forma trágica como Débora o quedándonos dormidos con el beato Juan Pablo I, pero mientras tengamos algo que compartir, hemos de pretender «hacernos amigos» con el dinero, haciendo el bien, en vez de acumular poder. El administrador de la parábola no es de ninguna manera un «ejemplazo» por lo que hacía, sino por la decisión que tomó. Se fue a lo más práctico, a lo más justo y a lo más positivo que los cristianos debemos hacer con los bienes que Dios nos ha encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo los bienes. Esta es la mejor manera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el futuro que está en las manos de Dios y que marca que, nuestro andar en este mundo, acabará en el momento menos esperado. Que este Dios misericordioso y generoso le permita a Débora Estrella y a cada uno de nosotros, contemplar su rostro. ¡Bendecido domingo... nos vemos en Misa!

Padre Alfredo.

martes, 26 de agosto de 2025

LA MISERICORDIA, LOS SALMOS, EL TIEMPO... Un tema de retiro con los salmos.


El mensaje de la misericordia divina atraviesa toda la Sagrada Escritura. El Antiguo Testamento utiliza para la compasión y la misericordia un mismo término: «rehamîm» que significa vísceras. Esta palabra deriva de rehem, que denota el seno materno, por eso puede aludirse con ella a las entrañas de la persona En sentido figurado expresa un sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas. El segundo término es «hesed» que es sinónimo al anterior. Asimismo, existen las palabras «sonhanan» que manifiesta mostrar gracia, ser clemente, «hamal» que expresa compadecer, perdonar y, por último «hus» que significa conmoverse, sentir piedad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, las entrañas de la persona, las vísceras, son tenidas por la sede de los sentimientos. Las entrañas simbolizan la misericordia que brota del corazón. El verbo en griego es «splagchnisomai», que significa literalmente sentir lástima, sentir compasión; es un verbo cargado de misericordia y de  ternura (se le conmueven las entra conmueven las entrañas). 

Más tarde, este vocablo se convirtió en traducción del término propiamente hebreo que ya mencioné: «hesed», o también hen, que ha devenido determinante sobre todo para la caracterización de la misericordia. La misericordia únicamente puede ser entendida tomando también en consideración el concepto bíblico de «corazón» (leb, lebab; kardía) que se relaciona particularmente con las entrañas y por lo mismo con los sentimientos de cercanía, de adhesión, de afectividad. 

En la Biblia, el corazón no designa solo un órgano de importancia vital para el ser humano. Desde un punto de vista antropológico denota el centro de la persona, la sede de los sentimientos y del juicio. La Biblia da un paso más aún y habla teológicamente también del corazón de Dios. Afirma que Dios elige personas a su gusto o según el dictado de su corazón (cf. 1 Sm 13,14; Jr 3,15; Hch 13,22). Habla del corazón divino, que se entristece por el ser humano y sus pecados (cf. Gn 6,6), y dice que Dios pastorea a su pueblo con corazón íntegro (cf. Sal 78,72). 

En el Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos, está la prueba que refuta concluyentemente la reiterada afirmación de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios celoso, vengativo e iracundo; antes bien, desde el libro del Éxodo a los Salmos, el Dios del Antiguo Testamento es «clemente y compasivo, paciente y misericordioso» (Sal 145,8; cf. Sal 86,15; 103,8; 116,5). 

El libro de los Salmos, siempre ha suscitado una fuerza de atracción extraordinaria, porque en él se encuentra una amplia gama de sentimientos humanos que se entrecruzan con los sentimientos de Dios: alegría y alabanza, tristeza y angustia, fortaleza y debilidad, victoria y derrota, confianza y desaliento. 

Desde los primeros siglos de la Iglesia, se empezaron a leer los salmos en clave cristológica, considerándolos como la voz del Cristo total, cabeza y cuerpo. El mismo Cristo resucitado, en su aparición a los discípulos, había señalado a los salmos como clave para reconocerlo vivo y operante en la Iglesia: «Estas son las palabras que yo les dije cuando estaba todavía con ustedes: que era necesario que se cumplieran todas las cosas escritas acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la mente para comprender las Escrituras (Lc 24,44).  

La fascinación por los salmos ha llegado a nuestros días en un tesoro: La Liturgia de las Horas. La misericordia, es una de las características divinas que el libro de los Salmos pone en evidencia. La Iglesia, en el rezo de la Liturgia de las Horas, tiene que alabar con los salmos la inagotable misericordia divina y anunciar a Dios como «Padre compasivo y Padre de todo consuelo» (2 Cor 1,3) que, «rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por nuestros pecados nos hizo revivir con el Mesías,  nos resucitó y nos sentó en el cielo.» (Ef 2,4-6). “La misericordia del Señor, llena la tierra” (Sal 32,5). La Iglesia, especialmente a través de los consagrados y de laicos muy comprometidos, ha de narrar la concreta historia del Dios compasivo con los seres humanos, tal como es atestiguada en la Antigua y la Nueva Alianza; y debe presentarla del modo en que Jesús lo hizo en sus parábolas, dando testimonio del Dios que ha revelado definitivamente su misericordia en la muerte y resurrección de Jesús. 

Son muchos los salmos que expresan la misericordia de Dios en todo sentido y en toda dirección. Los salmistas nos hacen ver que toda la creación es fruto del amor de Dios; el universo entero es fruto de su amor. Dios no creo el mundo para Él; lo hizo porque quiso compartir la gloria de su amor misericordioso y las bendiciones del cielo con criaturas semejantes a Él. Lo hizo porque Él es amor. Ya lo decía el Papa Francisco en el título de uno de sus libros: «El nombre de Dios es misericordia». En el libro de los Salmos, y no solamente en el salmo 8 sino en muchos otros, los poetas y cantores nos dicen que no solo creó Dios al mundo, sino que, además, lo mantiene para que nosotros veamos ese amor de Dios en esa naturaleza que se desarrolla; cuando contemplamos una planta, un rosal, un atardecer, un río  y vemos la perfección de la creación aún en los insectos más diminutos, es Dios que nos comunica su amor y su misericordia, manifestándome su grandeza y perfección. 

«Como un olivo frondoso en la Casa de Dios, he puesto para siempre mi confianza en la misericordia del Señor» canta el salmista (Sal. 52, 10). «Porque tu misericordia se eleva hasta el cielo y tu fidelidad hasta las nubes» (Sal. 109, 16). Los salmos reflejan claramente la convicción y la vivencia, por parte del creyente, de la misericordia de Dios. En todos ellos, la misericordia es el hilo conductor. Como muestra podemos ver: el salmo 136, en donde el salmista repite con insistencia: «Su misericordia es eterna»; el 103 (Vg 102=), que habla de la ternura del Padre por sus hijos; el más conocido, el 51 (Vg 50), conocido también como «El Miserere» y por último el 130 (Vg 129) en el que el salmista implora la divina misericordia. 

El salmo 136, no hace teoría de la misericordia de Dios, sino un recorrido de hechos de misericordia por parte de Dios para con su pueblo. El salmista recorre maravillado las manifestaciones concretas de la bondad inconcebible de Dios mientras el pueblo repite a cada estrofa: «porque es eterna su misericordia»: El Creador: “hizo sabiamente los cielos”, “afianzó sobre las aguas la tierra”, “hizo lumbreras gigantes”, “el sol que gobierna el día”, “la luna ”... La liberación de Egipto: “Él hirió a Egipto en su primogénitos”, “Y sacó a Israel de aquel país”, “Con mano poderosa, con brazo extendido”, Él dividió en dos el mar Rojo”, “Y condujo por en medio a Israel”, “Arrojó en él al Faraón”. El Éxodo y todos los episodios hasta asentarse en la tierra promisión y los avatares de su historia: “Guió por el desierto a su pueblo”, “Hirió a reyes famosos, dio muerte a reyes poderosos” “Les dio su tierra en heredad”, “En heredad a Israel su siervo”, “Y nos libró de nuestros opresores”. Acaba el salmista reconociendo que la misericordia de Dios sigue actuando: “Él da alimento a todo viviente” y pide un nuevo agradecimiento “Dad gracias al Dios del cielo/ porque es eterna su misericordia”. 

En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir continuamente «eterna es su misericordia», como lo hace el salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes. 

Este fue el último salmo que Jesús cantó en unión de sus Apóstoles. Ningún bautizado puede ignorar que la misericordia de Dios está concentrada en Jesucristo. Antes de la creación Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo. Él es nuestra salvación, nuestra gloria para siempre.   

Antes de la Pasión, el Señor oró con este salmo de la misericordia. Lo atestigua San Mateo cuando dice que «después de haber cantado el himno» (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este salmo, lo hace para nosotros, consagrados, aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: «Eterna es su misericordia». 

Al repasar en nuestra oración de la Liturgia de las Horas las maravillas de Dios en este salmo, le pedimos ser capaces de descubrir en nuestra vida consagrada y en la de nuestros hermanos su infinita misericordia. 

El salmo 103, nos presenta un pecador perdonado que sube al Templo para ofrecer un «sacrificio de acción de gracias», durante el cual hace un relato del favor recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos, a los que invita a tomar parte de su acción de gracias, hace un himno al amor de Dios, al Dios de la Alianza. En este pecador habla todo Israel que ha sido perdonado con «amor» y con «ternura» exquisita.  

Jesús no hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: «con la ternura de un padre con sus hijos»… «Padre nuestro, perdona nuestras ofensas». Y el resultado de este amor, ¡es el perdón! Se puede percibir en estas líneas la parábola del «Hijo pródigo». Se escuchan ya estas palabras: “Amen a sus enemigos, entonces serán hijos del Dios Altísimo, porque Él es bondadoso con los malos». 

La alegría estalla en este salmo. Al recitarlo, uno debe dejarse llevar por su impulso alegre, que invita a todos los ángeles y a todo el cosmos a corear su acción de gracias. Cuando oramos, todo el universo ora en nosotros. ¡Sí, el hombre es grande, él es el cantor del universo! Y, sin embargo, ¡qué frágil es el hombre! como la hierba que florece por la mañana y se marchita por la tarde. La maravilla de este salmo, y de toda la revelación bíblica, es precisamente esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios: Un amor misericordioso, un amor eterno, desde siempre y para siempre. Amor fuerte, poderoso, todopoderoso… más fuerte que la muerte. Amor que suscita una respuesta libre y alegre. La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo que es feliz de haber sido perdonado. 

El más conocido de todos los salmos, junto con el 23 (Vg 22) del Buen Pastor, es sin duda alguna el número 51 (Vg 50), que está dedicado a David. El pecado del rey (2 Sam 11.12), que hizo matar a Urías para tomar a su mujer Betsabé, y el arrepentimiento admirable de David, son el símbolo del “mal” y del “perdón”. El grito de arrepentimiento que se expresa aquí es de gran pureza; este pecador se siente desgraciado únicamente por su pecado, por la ofensa a Dios. El pecado no está abandonado a sus remordimientos, él está “ante alguien” que lo ama. Todo se origina en el amor. Veinte verbos en imperativo se dirigen hacia Dios en esta alabanza. Y cada uno indica que Dios va a obrar en favor del penitente para “borrar”, “lavar”, “absolver”, “purificar”, “renovar”… 

Para hacer comprender la maravilla del perdón de Dios, Jesús “inventó” la parábola del “Hijo pródigo”, y espontáneamente utilizó expresiones de este Salmo 50: “he pecado contra el cielo y contra ti”… Al instituir el Bautismo: “lávame, quedaré más blanco que la nieve”. 

El salmista sabe dónde están las raíces profundas del mal. Él se sentía aplastado por el peso de los determinismos. Consciente del mal que había hecho, el rey David —a quien se atribuye este Salmo— se sentía incapaz de realizar la reparación tan deseada. Por eso pide la intervención de Dios. Descubre que la raíz del pecado, antes que la culpabilidad personal, está en la misma condición humana: “en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”… 

El verdadero arrepentimiento es el que agrada a Dios. No es Dios quien gana al reconocer nuestro mal, el pecado es una autodestrucción. Los que salimos ganando somos nosotros cuando, como David, somos perdonados y recibidos con el amor del Padre en comunión. Lo que Dios quiere, dice el salmo, es que tengamos un corazón nuevo, una vida nueva. Por eso, cuando la vida del hombre vuelve a embellecerse, puede estar feliz y cantar en acción de gracias. El sacramento de la Penitencia nos hace redescubrir la alegría del perdón y la celebración festiva de la misericordia de Dios. 

El salmo 130, es uno de los «salmos penitenciales» de la liturgia. La súplica del autor inspirado, está angustiada de pena y humildad. “Desde lo más profundo te invoco, Señor”. El reconocimiento del propio pecado se une a la confiada seguridad de alcanzar el perdón divino. “En el Señor se encuentra la misericordia”. Por tanto, su rehabilitación espiritual sólo depende de la misericordia infinita de su Dios, y así es como él, confiado en su bondad, implora perdón y protección para él y para su pueblo. 

Los sentimientos de profunda humildad contrastan con la ciega esperanza en la misericordia divina. El salmista, lejos de sentirse abandonado de Dios, se apoya en la conciencia de su propia indignidad, para acercarse al Señor, es decir, él no se siente para nada alejado de su Dios, por esa razón toma fuerzas de su debilidad para acercarse confiadamente al que le puede rehabilitar en su vida espiritual. Los atributos y las promesas divinas le dan pie para fundar su esperanza: «Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su Palabra» exclama. 

El salmista se siente desbordado en un abismo de inquietudes y de pesares; por eso, desde lo profundo de su aflicción se dirige a su Dios para que le preste auxilio, rehabilitándolo en su vida de amistad con Él. En realidad, su esperanza está en su misericordia y su prontitud al perdón, pues si no olvida los pecados y los guarda cuidadosamente en su memoria, reteniendo la culpabilidad de los hombres; “¿quién podrá subsistir?”, ¿quién podrá subsistir o mantenerse incólume ante su tribunal? Nadie puede hacer frente a las exigencias de la justicia divina; “Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido”.  Pero la medida con que trata a sus siervos no es la de la justicia, sino la de la extrema indulgencia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor”, invitándoles así a un temor reverencial basado en el agradecimiento del que ha sido perdonado; “Él redimirá a Israel de todos sus pecados” 

Basado en esta indulgencia del Señor, el consagrado, al recitar este salmo, unido a los sentimientos del salmista, espera en Él con impaciencia y ansiedad más que los centinelas por la aparición de la aurora para ser relevados de su puesto de vigilancia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra”. En esta espera ansiosa, el salmista nos representa a todos como colectividad, vejado por pueblos opresores y ansiosos de redención. La serenidad e indulgencia del Señor dan confianza al pueblo elegido para pedir su plena rehabilitación a pesar de sus numerosas iniquidades. 

Teresa de Ávila, la gran mística de la Iglesia, no teme reconocerse pecadora, pone toda su confianza en la misericordia del Señor y reza; “Ay de mí, Creador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! ¡Ni tiene nadie la culpa sino yo! Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a demostrar, no habría podido yo amar a nadie más que a Vos, y vuestro amor me hubiera librado de todos mis pecados. Mas ya que no lo merecí ni tuve esta dicha, válgame ahora Señor, vuestra misericordia (Vida 4, 4) y más adelante agrega; Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia (Vida 4, 10). “He contado todo esto para que se vea la gran misericordia de Dios y mi ingratitud” (Vida 8, 4). Consideremos —dice la santa— la gran misericordia y paciencia de Dios (VI Moradas 10, 4), ¡Oh, Dios mío, misericordia mía!, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que Vos hacéis conmigo? (Exclamaciones 1).,¡Oh, qué grandísima misericordia y qué favor que no podemos nosotros merecer! ¡Y que los mortales olvidemos todo esto! Acordaos Vos, Dios mío, de tantas miserias y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabedor (Exclamaciones 7). Sea su nombre bendito que en todo tiempo tiene misericordia con todas sus criaturas (Cta 440, 1)”. 

Casi al final de su vida en este mundo, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe dirigiéndose a sus hijas Misioneras Clarisas (y en ellas a todos nosotros) un largo párrafo en una carta que me atrevo a compartir ahora: «Y nosotras, ¿cómo somos misericordiosas? ¿Vemos con amor de madre a las almas pecadoras para que, por nuestro sacrificio, nuestra oración, ellas se acerquen a Dios, y tengan la dicha y la paz, de vivir en su gracia? ¿Aprovechamos todas las circunstancias para hablar a quienes se nos acercan, de esta infinita misericordia? El alma misericordiosa se asemeja un tanto a la luz, que la baña con sus rayos; y no se mancha, al contrario, sale de allí más límpida y radiante, porque ha obrado un acto de misericordia, aun cuando aquella alma a la que se ha acercado sea un lodazal de pecados graves. Qué gloria para Jesús el rescatar una alma para él. ¡Le hemos costado tanto! Es la más grande gloria que le podemos dar en la tierra, ya que él dejó su cielo con el fin de rescatar al hombre caído y abrirle las puertas al cielo. Éste es también, como cooperadoras con Cristo, en su plan de salvación. No seamos tacañas, hijas. El tiempo es corto; la eternidad sin fin. Sólo este tiempo tenemos para darle gloria. Que él nos conceda llegar a la muerte pudiendo decir como san Pablo: “He continuado mi carrera, he conservado la fe etc. etc.,  no me resta sino recibir la corona que el justo Juez me ha de dar, etc.” Con qué seguridad, y a la vez audacia, dice esto el apóstol de los gentiles. Nosotras diríamos, si tenemos la certeza de haber cumplido todo lo que él ha querido de nosotras, no me resta más que recibir la corona que su infinita misericordia me tiene preparada desde la eternidad». (Abril 16, 1980).

“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en la recitación de los salmos para describir la naturaleza de Dios que la beata capta totalmente. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: «Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: «El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale la pena recordar que, como dijimos al principio de nuestra reflexión, se trata realmente de un amor “visceral” proveniente desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. Un amor que se entretiene y “pierde el tiempo en mí” que me ha llamado porque con su infinita misericordia me da nueva vida.  

Viene a mi mente, una pequeña historia que ilustra claramente lo que quiero decir con este “pierde el tiempo en mí”: «Un día un caballero de edad avanzaba iba paseando por la playa cuando vio a un chico que se dedicaba a levantar estrellas de mar de la arena, para devolverlas al agua. Al notar que había cientos —o miles— de estrellas de mar por levantar, el señor con educación sonrió mientras se acercaba al entusiasta rescatista: —Oye, muchacho —dijo con tono compasivo. —No pierdas tu tiempo. Hay demasiadas. Jamás podrás marcar una diferencia. El muchacho lo miró, sosteniendo una estrella de mar en la palma de su mano, y de repente la arrojó con fuerza de vuelta al océano: Para esta, ¡sí que marqué una diferencia! —exclamó, y luego siguió con su misión.» 

Es muy probable que en ocasiones sintamos que Dios pierde el tiempo con nosotros, que el poco o mucho esfuerzo que hacemos de nada vale. Oiremos algunas vocecillas que parecen gritar en tono burlón: “Déjalo ya. No podrás cambiar las cosas. ¿Qué diferencia habrá, después de todo?”. Cuando lleguen esas voces de duda, escuchemos a los salmistas y recordemos que no podemos hacerlo todo, pero sí podemos hacer algo. Cada estrella de mar, cuenta. 

Al recitar los salmos, resulta impresendible pensar en María, la Madre de Misericordia que nos acompaña en el camino de paz y del perdón. Decía un anciano sacerdote: «Si encontramos cerrada a cal y canto la puerta del cielo por el castigo que merecen nuestros pecados, la Virgen ayudará a sus devotos a saltar por la ventana». Y concluía con gran énfasis: «Sí, hermanos, ¡la Virgen es la ventana del cielo!» 

Sí, en la vida de todo bautizado que va en busca de la misericordia, resulta imprescindible la presencia de María, de su inmensa ternura maternal; porque el Señor, que conoce el corazón de carne que nos ha dado, nos ha dejado a su Madre para que fuese también nuestra Madre. Por eso la ha formado tan cercana, tan hermosa y tan llena de ternura. Y esta criatura excepcional que es María se ha identificado tanto con la misericordia divina que casi no podemos distinguir ambas.  

María se ha impregnado tanto de la misericordia divina que se ha “misericordializado”. No como una puerta de escape ante la justicia divina sino como una ventana para que Dios extienda sus brazos misericordiosos hacia nosotros. Es la misericordia divina que recala en su corazón y lo rebosa para regar y fecundar la aridez del corazón humano. Y así los discípulos de Jesús e hijos de María vemos su rostro tal como nos lo describe Jan Dobraczy-siski en su libro “Encuentros con la Señora” sobre el santo icono de la virgen de Czestochowa: «Esta cara no tenía la altivez del rostro de Juno, ni la soberbia del de Minerva, ni la sensualidad de Venus. Los dioses romanos tenían rasgos muy humanos, llenos de pasiones... No era así la cara de la Señora; en Ella cada cuál podía encontrar un rasgo querido, amable. Tenía algo más que bondad, algo más que una inmensa paz; un elemento que atraía a quien la miraba y hacía que se recordara siempre con nostalgia». 

CUESTIONARIO. 

·         ¿Qué ha sido en tu vida, la Divina Misericordia? 

·         ¿Hasta cuándo el Señor fue para mí un Dios desconocido? 

·         ¿Cómo entiendes la misericordia de Dios en los salmos? 

·         ¿Encuentras diferencias entre amor y misericordia de Dios? 

·         ¿En qué consisten? 

·         ¿Encuentras alguna relación entre misericordia y perdón? 

·         ¿Hay alguna característica sin la cual no hay misericordia? ¿Cuál? 

·         Entre amor y misericordia de Dios ¿Cuál de las dos la sientes más cercana a ti? 

·         ¿Cómo podemos vivir mejor la misericordia de Dios con ayuda de los salmos? 

Padre Alfredo.

«¡VAMOS MARÍA!... El documental que todos deberíamos ver

lunes, 25 de agosto de 2025

«Un saludo, una alegría inmensa»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Empiezo a escribir en el aeropuerto de Monterrey y termino casi a media noche en la Perla Tapatía, pues las andanzas de un padrecito «intenso», como me dicen algunos, me traen tres días a Guadalajara. Me topo hoy con el inicio de la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses (Tes 1,1-5.8b-10) en la primera lectura. Esta carta es el documento escrito más antiguo de la cristiandad y el primer libro del Nuevo Testamento, por tanto, se trata de un escrito realizado antes de los cuatro evangelios. Todos sabemos que San Pablo no conoció a Jesús. No convivió con Él. Pero en esta carta vemos el cambio que se produjo en su vida personal, el encuentro con el Resucitado camino de Damasco. En ella observamos la fuerza que tenía para el Apóstol de las Gentes la figura de Jesús. Esta es una carta de las cartas más interesantes en la que el autor sagrado nos invita a descubrir cómo cambia la vida y el pensamiento de las personas después del encuentro con el Señor. Se las recomiendo leerla toda. ¡De verdad goza uno leyéndola!

Asumiendo el género epistolar, San Pablo comienza esta carta con un saludo, expresa cómo está, y anima a los creyentes a seguir viviendo la fuerza que tiene la fe que manifiestan. Timoteo y otros varios le informan de cómo está la comunidad. Después del saludo de todos expresa su alegría de cómo se siente él ante esas informaciones. Expresa sentimientos que provocan en él una respuesta agradecida. Y dirige una oración al Padre Dios, dándole gracias. Creo que especialmente Pablo da gracias porque va hacia el recuerdo de que, cuando llegó por primera vez a esta comunidad, encontró en ella un pueblo poco receptor y ciertamente ajeno a la alegría del Evangelio. Ahora, que escribe desde lejos, el Apóstol da gracias a Dios por lo que, a través de su vida y su predicación, ha hecho en esa comunidad.

Por eso San Pablo les recuerda cómo, cuando estaba con ellos, todo lo hacía para bien de ellos. El anuncio de lo dicho y hecho por Jesús se lo comunicó para que se apartaran de la idolatría y centraran su vida en Jesús, que es quien da sentido a la vida y nos libera de la muerte. Si Cristo nos amó y entregó su vida por nosotros, eso tienen que hacer y tenemos que hacer en vida. Y si esto fue triunfo de su vida, resucitando, también resucitaremos. Pablo les dirá: para que no se aflijan como los hombres sin esperanza y, por tanto, consuélense mutuamente con esta realidad. Yo, por mi parte, al ver estas cartas paulinas, recuerdo también algunos de esos lugares que en el inicio de alguna misión no recibieron —muy bien que digamos— el mensaje y poco a poco fueron reafirmando su fe. Que la Virgen de Zapopan, a quien siento aquí muy cerquita en estas tierras tapatías, nos ablande, como buena Madre, el corazón para recibir las enseñanzas de su Hijo con la misma enjundia que San Pablo lo hizo. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 24 de agosto de 2025

«LA PUERTA ESTRECHA»... Un pequeño pensamiento para hoy


Algunas veces el Evangelio puede sonar un poco desconcertante, como el de hoy (Lc 13,22-30), que habla de «esforzaros para entrar por la puerta estrecha», sobre todo en medio de un mundo en el que se busca la amplitud y poco se piensa en estrecheces. ¿Son pocos los que se salvan? preguntan los seguidores de Jesús... pero bien sabemos que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal. ÉL hacía a todos ir al corazón. En realidad este Evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la actitud cristiana. Jesús no respondió directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda responderse. Él habla más bien de la «puerta estrecha» para enseñarnos que, quien quiera salvarse, debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para algunos no resuelva la cuestión.

Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones abiertos a la gracia y a la misericordia de Dios y las actitudes de los que le siguen. Por eso pone una parábola de contraste con las matemáticas, la del dueño de la casa que cierra la puerta. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales. Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy clericales… pero el «dueño» no los conoce. El contraste es que podemos estar convencidos de que estamos con Dios, con Jesús, con el Evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación, perdidos en medio de la «inestabilidad» de este mundo, como dice la Oración Colecta de hoy. Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.

Debemos de esforzarnos por anclarnos en quien verdaderamente da la plena felicidad, que es Jesucristo, como también expresa la misma oración. Si no nos distraemos con la inestabilidad del mundo, podremos recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y estaremos dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión, como nos enseñan los santos. Eso es lo que aparece al final de la respuesta de Jesús. La salvación no es una cuestión de número, sino de generosidad. Si la salvación no sabemos recibirla como una «gracia», como un don, no entenderemos nada del Evangelio y nunca podremos anclarnos en Cristo. Que María y los santos, con su generosidad, nos ayuden a no caer enredados en la inestabilidad de este mundo. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 23 de agosto de 2025

«HIPOPOTAMÍN, COCODRILÍN Y MOSQUITEJO»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hay gente que cuando escucha el Evangelio de este sábado (Mt 23,1-12), en seguida piensa en los sacerdotes y obispos, es decir, piensan en quienes ejercen autoridad en la vida eclesial y sobre todo piensan en alguno en particular con el que hayan tenido alguna dificultad para tacharlo de «fariseo hipócrita». Y está bien que piensen en ellos para que, como dice Jesús, hagan lo que ellos dicen aunque ellos no lo haga... Pero la cosa es que, de alguna manera, casi todos caemos en lo mismo: sabemos lo que hay que hacer y lo que se debe hacer y no lo hacemos o hacemos olímpicamente lo contrario, pero eso sí, se lo exigimos a los demás. Jesús nos advierte que hay que hacer el bien y cumplir la ley no para ser vistos por los demás. Cuando hacemos el bien, hemos de cuidar que no sepa nuestra mano izquierda lo que hace la derecha (Mt 6,3). 

Hay una fábula, que no sé si vaya muy ad hoc al tema pero que me deja la enseñanza de hacer algo por los demás. «Estaban doña Hipopótamo, la señora Cocodrilo y la minúscula mamá Mosquito hablando de lo buenos que eran sus niños con todos los habitantes del pantano. Tan bien hablaban de ellos, que varios que pasaban por allí quisieron ver sus mejores acciones. Y, al día siguiente, Hipopotamín, Cocodrilín y Mosquitejo se dedicaron a mostrar a todos cuán buenos podían llegar a ser. Hipopotamín decidió llevar agua a todos los animales enfermos de la zona, que estaban heridos o no tenían fuerzas para llegar hasta la laguna para beber. Por su parte, Cocodrilín pasó todo el día vigilando la orilla y actuando de socorrista, evitando que se ahogaran en la laguna un buen puñado de animales despistados. Todos felicitaron a Hipopotamín y Cocodrilín, y se preguntaban qué podría hacer el pequeño mosquito. Mosquitejo pensaba que no podría igualar a sus enormes amigos. Pero en lugar de rendirse, dedicó el día a hablar con unos y con otros, a visitar amigos de aquí y allá, y se presentó por la noche con todo un ejército de animales formado por monos, hormigas, leones, elefantes, serpientes, búfalos, escorpiones, jirafas... cuyo objetivo era, durante un único día, dedicarse por entero a mejorar la vida de la laguna. Y tal fue su trabajo y su buen espíritu, que un día bastó para renovar por completo aquel lugar.

No estamos llamados a ser «fariseos hipócritas» que busquemos lucimiento. Nuestro Maestro es Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien. Él nos enseña con su ejemplo. Vino a servir y no a ser servido. Él, que siendo Dios, nunca estuvo por encima de nadie, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos nos ha dejado a su Madre, siempre pronta para servir, como ejemplo a seguir. Que Ella interceda por nosotros y busquemos siempre hacer el bien, como dice el dicho: sin mirar a quien. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 22 de agosto de 2025

«MARÍA REINA»... Un pequeño pensamiento para hoy


La fiesta de María Reina, que hoy celebramos en toda la Iglesia, fue establecida durante el Año Universal de María por el Papa Pío XII en 1954. Este Santo Padre había declarado el dogna de la asunción de María en 1950. En su encíclica, «Ad Caeli Reginam» —«Para la Reina del Cielo—» describe la larga tradición de reconocer a María como reina de Cielos y Tierra. San Juan Damasceno había dicho mucho tiempo antes: «Verdaderamente María se convirtió en Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del Creador»; e igualmente puede afirmarse que fue el mismo arcángel Gabriel el primero que anunció con palabras celestiales la dignidad regia de la Virgen.

No falta a quien le resulta «inquietante» el título de Reina de todo lo creado dado a María. Algunos consideran que trae más a la mente una mariología de privilegios que una mariología de servicio, pero hay que dejar en claro que, en el lenguaje eclesiástico, el reinado va siempre de la mano con el servicio. De hecho hay que recordar que todos nosotros, desde el bautismo, hemos sido constituidos profetas, sacerdotes y «reyes». Por eso esta, como las demás fiestas de María, tiene por objetivo ayudarnos y entender mejor cómo las promesas de salvación de Jesús son verdaderas y aplicables a nosotros. En su encíclica, el Papa Pío XII explica que «la fiesta de María Reina fue instituida, para que todos más claramente reconozcan y con mayor cuidado honren el clemente y maternal imperio de la Madre de Dios, pueda muy bien contribuir a que se conserve, se consolide y se haga perenne la paz de los pueblos, amenazada casi cada día por acontecimientos llenos de ansiedad». Es en sintonía con esto que el Papa León XIV nos invitó a hacer hoy una jornada de ayuno y oración por la paz.

Podemos hoy, antes de terminar el día, recordar nuevamente esta invitación y hacer esta oración: «Señora y Madre nuestra, Virgen Santa María, Reina de la Paz. Venimos hasta ti para rogarte por la paz. La Paz que el mundo busca sin encontrar. La Paz que tu Hijo Jesucristo vino a traernos. La Paz cuya única fuente verdadera es Cristo Jesús. Rogamos que intercedas por nosotros para que nos abramos a la paz que viene de Dios. La paz que es fruto de la justicia; que tiene como alma el amor a Dios y al prójimo. Paz que exige que el hombre renuncie a la envidia y a la ambición, al orgullo y al egoísmo. Acudimos a ti para que esa paz que Dios nos ofrece en Jesús, la recibamos, la conservamos y la llevemos al mundo. Ayúdanos para que seamos artífices de la Paz. Que tu maternal auxilio nos haga valientes, pacientes y eficaces para comprometernos a trabajar por la justicia, fundamento de la paz que todos necesitamos. Nuestra Señora de la Paz, ruega por nosotros.» ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 21 de agosto de 2025

«La enfermedad del activismo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 22,1-14) me ha hecho pensar mucho en el activismo. El Papa Benedicto XVI, cuando era obispo, en 1981, en la homilía de la Misa Crismal de aquel año ya subrayaba una cuestión que es muy cierta: «Los hombres del mundo enferman de activismo, que escinde a los hombres en sus obras y que los hace tan pobres y vacíos en su interior tan dispersos y, por eso, tan agresivos, tan belicosos unos contra otros». En la parábola del relato evangélico que la liturgia de la palabra nos presenta, La invitación a los convidados a un banquete de bodas, es correspondida con indiferencia e incluso violencia debido al activismo en el que estaban envueltas aquellas gentes.

El sueño de Dios, para con nosotros, es una gran mesa de banquete de bodas —las bodas del Cordero—, llena con todos sus hijos e hijas, disfrutando de la fiesta y la alegría, celebrando el amor. Es algo que Jesús ha intentado transmitirlo de todas las formas posibles, con gestos, parábolas, invitado o convidando, sentándose él mismo a la mesa en infinidad de ocasiones, incluso con pecadores y rechazados y luego quedándose, él mismo, en la Eucaristía. Dios es Padre de todos, buenos y malos, y a todos ama y desea invitar para sentarse con él a su mesa. Pero el activismo que aprisiona al hombre de todos los tiempos, lo paraliza para ir a la fiesta. Como misioneros —condición que recibimos todos con el bautismo—, podemos hacer muchas cosas y correr el riesgo de entrar en un activismo muy grande. Hay que responder a diversas demandas muy rápido y eso nos lleva a perder el rumbo de nuestra vida espiritual. Muchas veces queremos hacer cosas para Dios, pero no pasar tiempo con Él, sentarse con él, aceptar la invitación que nos hace a hacer un alto. Esto es un gran peligro, llenarnos de mucho activismo.

Este pasaje es una advertencia importante para nuestra vida, para nuestra sociedad que a menudo se sabe prisionera de las prisas. ¡Hay que cuidarnos de la dictadura del hacer! Cuando el entusiasmo de la misión nos hace víctima del activismo... ¡malo el cuento! El activismo nos descentra y nos mantiene carentes de vista para lo esencial, corriendo el riesgo de agotar nuestras energías y caer en la fatiga del cuerpo y de la vida. El activismo puede llevarnos a perder de vista la presencia y la Palabra de Dios y terminar frustrados, enojados con todos y conducirnos incluso a la violencia, como los personajes del relato. Pidamos a María Santísima, la mujer más ocupada, pero que supo orar en el interior del corazón, que nos ayude a corresponder a la invitación que Dios nos hace a estar con Él. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 20 de agosto de 2025

«HACER A UN LADO EL INTERÉS PERSONAL»... Un pequeño pensamiento para hoy

Parece mentira pero por más que intento que el pequeño pensamiento que se basa en mi reflexión del amanecer se pueda poner por escrito casi al instante... ¡no lo logro! Sé que hay gente que quisiera recibirlo incluso el día anterior, pero es fruto de la meditación del día que ya he hecho y no un trabajo preparado previamente. El caso es que son las 7:43 de la noche y apenas encuentro —aunque es mi day off— un espacio para compartir algo de lo que medité en torno a la primera lectura (Jue 9,6-15) y que unas horas más tarde logré compartir, junto con una breve reflexión del Evangelio de hoy en Misa con el hermano Carlos en la Casa de nuestra comunidad de Misioneros de Cristo en Villa Universidad.

Lo cierto es que para mi reflexión personal me centré en Abimelec, un líder impío elegido como rey para un pueblo impío, quien rechazó primero el liderazgo de Dios sobre la nación, y luego abrazó a este hombre cruel y brutal. Si nos damos cuenta, la coronación de Abimelec se llevó a cabo irónicamente en el mismo árbol donde Josué había puesto anteriormente con toda solemnidad una copia de la ley de Dios (Jos 24,26). La ley estaba justo allí, pero Israel se rehusó a leerla o escucharla. Abimelec engatusó a los señores de Siquén para que lo proclamaran rey y contrató a gente sin escrúpulos y miserables, tuvo muchos hermanastros a los que mató, menos a Jotán, el más pequeño que pudo escabullirse y que es quien aparece también en escena en este relato. Jotán les advirtió que se iban a poner en manos de alguien indigno y cuyas acciones no eran de fiar y no le hicieron caso.

Así ocurre muchas veces en la vida, somos testigos de tomas de decisiones guiadas por el interés propio, sin importar poco si pueden dañar a la gente, incluso agrediendo a aquellos que están en una situación inferior, realizando un abuso de poder totalmente despótico. Trágicamente, hasta nuestros días, la gran mayoría de acciones realizadas por los poderosos, están guiadas por el interés personal, sin tener en cuenta su impacto sobre gente humilde que puede, quizás, desposeerlos de sus medios de vida, e incluso, atentando contra la sostenibilidad de la tierra que Dios nos dio para cuidarla y disfrutarla. Lo mismo ocurre con la mayoría de las guerras que sufrimos actualmente, guiadas por el egoísmo y el ansia de poder, importando poco los que llaman daños colaterales. Que María nos ayude a abrir los ojos, sobre todo cuando tenemos que hacer elecciones de quienes nos gobiernes o nos representen. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.


martes, 19 de agosto de 2025

«Voy a escuchar lo que dice el Señor»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


A veces mi oración matutina se centra en una pequeña frase que dándole vueltas va llenando el corazón y lo invita a sumergirse en el amor de nuestro Creador. Hoy me detengo en unas cuantas palabras del salmo responsorial (Salmo 84) en las que el salmista expresa algo que, para estar en relación permanente con Dios: «Voy a escuchar lo que dice el Señor». Este salmo expresa, de parte del compositor, un profundo anhelo por la presencia de Dios y la adoración en su templo. El salmista anhela estar en la casa de Dios, considerándolo un lugar de bendición y gozo, incluso mejor que cualquier otro lugar. Esta frase «Voy a escuchar lo que dice el Señor» refleja una actitud de obediencia y disposición a seguir la guía divina, encontrando paz, misericordia, compasión y salvación en su presencia.

Cuando uno recita el salmo completo, se da cuenta cómo el salmista no solo desea estar en la presencia de Dios, sino también quiere aprender de Él y vivir según sus enseñanzas. La frase «Voy a escuchar lo que dice el Señor», que marca el inicio de toda la oración, es una declaración para abrir el corazón a la obediencia y a la guía de Dios. Esto implica una actitud de humildad y apertura a la revelación divina que todos deberíamos tener. Escuchar la voz de Dios es fundamental en la vida de un creyente, ya que permite caminar en su voluntad, recibir guía y dirección, y experimentar una relación más cercana con Él. El que no sabe escuchar la voz de Dios en su Palabra, en los hermanos y en los acontecimientos —signos de los tiempos—, difícilmente podrá vivir en plenitud. En el campo de esta escucha, lo más necesario y que no debemos descuidar por nada, es dedicar un tiempo especial para escucharle a Él en la oración, en la Adoración, en la Lectura Espiritual.

En resumen, este salmo nos enseña que escuchar a Dios, anhelar su presencia y confiar en Él son cuestiones fundamentales para vivir una vida plena y dichosa, llena de bendiciones y propósito. Cuando dedicamos tiempo a escuchar la voz de Dios, no solo lo escuchamos, sino que él nos acerca más a Él. A través de nuestro encuentro, el Señor nos lleva directamente a su trono, regalándonos un momento de una audiencia especial donde por sobre todo, Él nos escucha también. Al pasar tiempo disfrutando de la presencia de Dios, como creo que lo hacemos leyendo este escrito, también recibimos de él gracia y bendición. Parecería que le hemos regalado este tiempecito, pero, en realidad, es Él quien nos lo ha donado. Me han dicho alguno que al centrar su mirada y su corazón en este mi «Pequeño Pensamiento» de cada día, apartan la mirada de los problemas del día unos momentos y vuelven a ellos con una nueva mirada y una nueva actitud. ¡Con razón María guardaba las cosas en su corazón y las meditaba en la escucha de Dios! Es que luego de escucharle, todo tiene una nueva perspectiva. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


lunes, 18 de agosto de 2025

¿Qué harías tú si el Señor Jesús se apareciera y te invitara a dejarlo todo para irte tras de Él?»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 19,16-22) es bastante conocido. Es el pasaje del joven rico. Este hombre que en principio tiene buenas aspiraciones: alcanzar la vida eterna, una vida plena y lograda que se prolongue atravesando el umbral de la muerte. El joven apunta a lo alto y Jesús le responde con los medios ordinarios, sintetizados en los mandamientos que él, el joven, ya conocía: amar a Dios y amar al prójimo, honrar a la familia, respetar la vida y a las personas, defender la justicia y la verdad. Ese hombre afirma que ya vivía todo esto, pero, según se ve, siente que le falta algo más. Por eso Jesús le invita a vivir como Él y con Él: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego vente conmigo».

Me pregunto: ¿Qué harías tú si el Señor Jesús se apareciera y te invitara a dejarlo todo para irte tras de Él? Este joven no pudo seguirlo por la sencilla razón —quizá no muy diversa a la de muchos católicos de ahora— de que estaba muy apegado a sus bienes materiales. Era joven y rico, tenía la vida por delante para poder disfrutarla y ser un triunfador. A él, como a muchos, no les bastará solamente preguntar: «¿Qué debo hacer?». Los mandamientos son necesarios para entrar en la vida eterna. Cumplidos con fidelidad ellos por sí solos bastan. Pero a quien quiere ir más allá, Jesús les señala lo mismo que a este muchacho.

De alguna manera señala Jesús una cuestión optativa para «los que más quieran distinguirse». El consejo pasa del «hacer» al «seguir», y del «cumplir» al «convivir». El Señor marca un camino de perfección y llama a su seguimiento. La ley, los mandamientos, no pueden quedarse en un cumplimiento frío. SI de verdad queremos seguir a Cristo hay que hacer de los mandamientos un trampolín que nos impulse a una cálida amistad con el Señor. Los compromisos legales de los diez mandamientos, se transforman en exigencias de un amor preferencial para quien de veras, quiere ser católico de corazón. Que la Virgen Madre, que fue más allá de cumplir la ley, nos entusiasme a seguir a Nuestro Señor. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 17 de agosto de 2025

«Ni callados ni neutrales»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


San Lucas, en el Evangelio de este domingo XX del Tiempo Ordinario (Lc 12,49-53), nos presenta un mensaje de misericordia, muy exigente en el que Jesús nos describe el camino por el que tenemos que atravesar los que optamos por seguirle, un camino que para nada se sabe fácil, que ciertamente es duro. Ante este mensaje, del que el mismo Cristo afirma que causará división, no podemos quedarnos callados ni ser neutrales, exige por nuestra parte una respuesta acorde a las exigencias que Jesús nos pide, eso incluye denunciar, corregir lo que está mal, enderezar el camino, … No podemos callarnos verdades, aunque eso incomode muchas veces a los destinatarios o a quienes nos rodean, incluso más de cerca.

Todos sabemos que el Señor Jesús, como verdadero hombre, además de verdadero Dios, fue un hombre de su tiempo, alguien que, como nosotros, usó locuciones coloquiales para expresar algunas cosas. Cristo, definitivamente, nos invita a amar y a vivir en paz. Su vida y su Palabra nos dice que hay que amar, no odiar; pero el amor cristiano, frente al amor rancio o un tanto novedoso de este mundo injusto y de desamor, es una guerra. Lo será siempre. En realidad, es una guerra en la que no caben medias tintas y en la que los lazos familiares pueden saltar por los aires debido a que sabemos que el primero de los diez mandamientos es «amar a Dios por sobre todas las cosas» y eso, como nos consta, no es fácil en una sociedad materialista donde todo artículo de consumo es lo que ocupa, en el corazón de muchos, el primer lugar.

El evangelio es un programa que implica comprometerse. Si lo vemos bien, cualquier cristiano pudiera vivir tranquilamente si no se mete en temas de alto calibre como pueden ser la defensa de los derechos humanos u otro tipo de temas de esa índole y que a determinados «hermanos» no les gustan. Si no tocáramos esos temas, todos los cristianos podríamos vivir en paz, ¿pero será esa una paz auténtica?, ¿será eso lo que Dios quiere? Por eso dice Jesús: «no he venido a traer la paz sino la guerra» (Lc 12, 51). Pero es que a Jesús le interesa el doble mensaje, no sólo el de la pasividad, sino también el mensaje que causa división porque remueve las conciencias y los corazones de las personas. Jesús es humilde pero también es apasionado, por eso la Beata María Inés Teresa, refiriéndose a los misioneros laicos decía, «debe ser gente que se apasione por Cristo». María nos lleva al encuentro con Él y nos contagia de su pasión, atendámosla para seguir sin desfallecer. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.

sábado, 16 de agosto de 2025

«COMO NIÑOS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Llegamos al final de nuestra peregrinación. Empiezo a escribir esto arriba del aero-cacharro que nos lleva de regreso a la «Ciudad de las Montañas» luego de vivir unos días maravillosos recordando que en este mundo vamos de paso. Nos hemos encontrado con la Dulce Morenita del Cielo en el Tepeyac en el gozo de haber compartido esta visita a la «Casita Sagrada del Tepeyac», la casa de todos, junto con otras muchas comunidades parroquiales de Monterrey. Celebramos el 25 aniversario de ordenación sacerdotal del padre José Luis y sus compañeros y recorrimos Cuernavaca, Tepoztlán, Puebla y Taxco.

En medio de Misas en diversos templos, el rezo diario del Santo Rosario en los traslados, comidas en común, juegos, conversaciones amenas y «algunas compritas», que hicieron, sobre todo las señoras, los días han pasado volando y nuestra fe personal y comunitaria, tanto de los fieles de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, así como los del Santuario de Guadalupe en Cadereyta, se ha fortalecido estrechando más los lazos que, por la amistad que de tantos años tenemos de por sí, los dos párrocos.

El Evangelio de este sábado (Mt 19,13-15), nos refiere a los niños, que, en palabras de Jesús, se convierten, en el contexto que Mateo presenta, en modelo de vida para todo aquel que quiera ser discípulo–misionero del Señor. Los niños, como todos sabemos, son un ejemplo para seguir a Cristo debido a su inocencia, a su confianza, a su humildad y receptividad, cualidades que Jesús destacó como esenciales para entrar al Reino de los Cielos junto con otras más como la solidaridad que guardan los infantes... ¡Todos recordamos nuestros juegos de la infancia y como con huercos desconocidos hacíamos amistad al instante! Estos días de la peregrinación, yo creo que todos, con un corazón puro y abierto volvimos a ser niños viviendo cada día en brazos de María. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 15 de agosto de 2025

«Toda historia en la tierra, incluso la de la Madre de Dios, es breve y termina»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Hoy tenemos la fiesta de la asunción de María a los cielos. En este día el Papa León nos ha recordado: “Toda historia en la tierra, incluso la de la Madre de Dios, es breve y termina. Pero nada se pierde. De ese modo, cuando una vida concluye, brilla con mayor claridad la unidad de toda su existencia”. Mark Twain, el escritor, orador y humorista estadounidense, considerado uno de los padres de literatura de los Estados Unidos escribió: “No hay tiempo, muy breve es la vida, para disputas, disculpas, animosidades, pedidos de cuenta. Solo hay tiempo para amar y solo un instante, por así decirlo, para eso”.

María santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra, fue una mujer que seguramente, por lo poco que podemos ver, vivió la vida al tope, uniendo en su existencia la tarea titánica de unir el ser y el quehacer sin perder el rumbo. Podemos, perfectamente, pensar en María como “la mujer más ocupada”, pues el Evangelio que nos propone seguir la liturgia de la fiesta (LC 1,39-56) nos la presenta encaminándose presurosa hacia las montañas de Judea para acudir al servicio de su parienta Isabel, quien daría luego a Juan el Bautista.

Me parece un buen día para pensar: ¿Cuáles son mis prisas? ¿Qué es lo que ordinariamente me precisa? ¿Qué me motiva a ir de prisa? Estos días hemos estado en la Casa Madre de nuestra familia misionera en la peregrinación que Dios mediante mañana terminaremos. Hemos podido disfrutar estos días de la paz que brinda este espacio sagrado en el que vivió un alma cuya precisa fue el que Cristo fuera conocido y amado del mundo entero, la beata María Inés Teresa. Y así como la Madre de Dios se encaminó presurosa, ella, al grito de “¡Vamos, María!” No tuvo tiempo de teorizar. Que esta alma misionera y contemplativa, nos aliente a ir presurosos para que todos conozcan y amen a Cristo. ¡Bendecido viernes!
 
Padre Alfredo.