miércoles, 5 de noviembre de 2025

«EN EL AMOR»... Un pequeño pensamiento para hoy

Estoy en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana, este lugar bendito cuna del carisma, del espíritu y espiritualidad que a tantos y tantos nos ha hecho felices y en donde en estos días un grupo de Misioneros de Cristo hacemos nuestros Ejercicios Espirituales en preparación para nuestra VIII Asamblea General Ordinaria. La vida pasa muy de prisa, tanto que mi mente, en este santo recinto, no se resiste a volar al pasado para ir a mi último encuentro con la beata María Inés en 31 de agosto de 1980, casi un año antes de que fuera llevada por el Padre misericordioso a la morada eterna. Al contemplar la primera lectura de la Misa de hoy (Rm 13,8-10) pienso en ella, en esta extraordinaria mujer que vivió siempre sumergida en el amor, en ese amor que viene de lo Alto y se convierte en la plenitud de la Ley.

El amor nunca dejará de ser «plenitud». Él no admite componendas ni rebajas, compromete porque engancha y hace vivir permanentemente así contagiando el mundo que habitamos. Si vamos analizando cada mandamiento de la Ley de Dios, de los mandamientos de la Iglesia, de nuestros Estatutos y directorios en el caso de los sacerdotes y consagrados, descubrimos que siempre es la esencia de todo y es lo que marca nuestra felicidad. San Pablo nos recuerda que cuando actuamos con amor, nunca lastimaremos a nadie. Porque el amor cumple la intención de todos los demás mandatos que se nos han dado para ser felices y hacer felices a los demás.

En el Antiguo Testamento hay un total de 613 leyes en total, la cuales se recogen en las tablas que contienen 10 y se resumen en una: el «Shemá Israel» (Dt 6, 4-9). Si queremos ser felices sólo Dios puede ser nuestro Dios, nada ni nadie más, y a Él sólo hemos de amar para que de allí, de esta suprema ley de amor, parta el amor a los demás. Sin embargo, esto de amar no es una imposición, sino una respuesta al amor de Dios y a su Palabra. Por ello, el «Shemá» empieza diciendo algo fundamental: ¡Escucha! Escucha a Dios, escucha su Palabra, bebe de sus consuelos, deja que te guíe por el buen camino, acepta la corrección, observa en tu vida el amor de Dios. Cuando un alma ama así y rebosa de agradecimiento a Dios por todo, se decide por Él y vive siempre en Él. Les invito a unirse a nosotros espiritualmente de la mano de María en estos días y repetir con Madre Inés: «Quiero transformarme en tu amor, quiero vivir de amor, quiero morir de amor». (Ejercicios Espirituales de 1943). ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 4 de noviembre de 2025

«De prisa, como San Carlos Borromeo»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Ya entrada la noche encuentro un espacio para compartir mi reflexión de esta mañana, pues, aunque parezca increíble para muchos, no alcanzo a escribir tempranito por cuestiones de horario y el día pasa a velocidad supersónica, de manera que cuando caigo en la cuenta ya son las diez pasaditas. No puedo dejar de escribir algo en este día en que la figura de San Carlos Borromeo, una persona que tomó muy en serio las palabras de Jesús; «Quien quiera ganar su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará» me ha ocupado la mayor parte de los momentos de oración del día. 

La historia de San Carlos es simpática. Él se consagró a Dios porque siendo chico, su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. Ese hecho hizo que Carlos tomara el doloroso acontecimiento como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Entonces renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y después arzobispo de Milán. Su vida como sacerdote no fue fácil, pues era sobrino del Papa Pío IV, que estaba en ese entonces al frente de la Iglesia y algunos envidiosos —que nunca faltan— decían que era nepotismo. Sus enormes frutos de santidad demostraron que su vocación fue, ciertamente, una elección del Espíritu Santo.

En una homilía, pronunciada el 27 de marzo de 1567 en la Catedral de Milán, de donde era Arzobispo, están estas palabras que cavilo en mi corazón rogando al Señor me regale la intercesión de este hombre santo para que sea lo que le prometí al Señor como sacerdote, como misionero, como religioso: «Queridos hermanos, quedo confundido cada vez que comparo mi soberbia, que no soy más que polvo y cenizas, con la humildad del Señor». La Virgen, a quien tanto quiso San Carlos, me ayudará a hacer a un lado las confusiones que de repente aturden el alma porque parece que uno no le atina a nada. ¡Estoy seguro! porque no quiero quedarme como una especie de pieza de museo al irme haciendo viejo, quiero mantenerme ajeno de la soberbia, de la arrogancia, de la pompa cómoda y seguir sirviendo con alegría a pesar de los pesares y de los tropiezos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

«Hay que dejarse alcanzar por la misericordia de Dios»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

La primera lectura de hoy, tomada de la carta a los Romanos (Rm 11,29-36), es un pequeño fragmento en el que brilla la palabra «Misericordia», pues en unos cuantos renglones se repite cuatro veces. Para San Pablo la misericordia es la infinita bondad de Dios que se manifiesta en el perdón y la compasión hacia los pecadores, a pesar de sus rebeldías. Y es que hay que recordar cómo él mismo experimentó eso en el proceso de su conversión. San Pablo utiliza su propia experiencia de perseguidor convertido en apóstol como muestra de esta misericordia para inspirar a otros a creer. Así, él logra captar que la misericordia divina es el acto divino de ofrecer clemencia en lugar de castigo, lo que permite a la humanidad alcanzar la fe, la salvación y recibir su gracia y amor de forma abundante. Eso se manifiesta claramente en este cachito de esta carta que, para muchos estudiosos, es la carta magna del Apóstol de las Gentes.

Nuestra existencia terrena está siempre necesitada de esa misericordia que viene lo Alto, pues nuestra vida se amalgama como un mosaico de luces y sombras, éxitos y fracasos, esperanzas y abatimientos que se van alternando como los veinte misterios del Santo Rosario. Dios nos conoce completamente, conoce nuestras luchas, fallos y debilidades. Aun así, él elige tener compasión de nosotros, abriendo la puerta para la reconciliación y el perdón de nuestros pecados. Por su misericordia, Dios no nos da el castigo que merecemos, sino que, por medio de Jesús, nos ofrece la oportunidad de recibir su perdón y la vida eterna. Esa misericordia, nos la muestra el Señor cada día. La vemos en cada amanecer y en las nuevas oportunidades que cada jornada nos presenta. Nosotros le fallamos a Dios, pecamos, cometemos errores y merecemos ser castigados. Sin embargo, Dios permanece a nuestro lado, nos muestra su bondad y nos extiende su mano. Por eso entrar en el Misterio de Dios es algo que escapa a la capacidad del ser humano. El libro de Lamentaciones, en el Antiguo Testamento, proclama la misericordia del Señor en medio de una situación en que el pueblo sufre, como sucede hoy en nuestro México lindo y querido con la que parece casi perenne violencia en Michoacán y otros lugares de la tierra como Nicaragua, Rusia, Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar, Sudán y tantos pueblos más. El escritor sagrado anota: «Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad» (Lam 3,22-23). 

Ya he hablado en estos días de lo duro que es contemplar la arrogancia, la falta de solidaridad, la soberbia y demás parientas pecaminosas que se atraviesan atractivas como tentaciones en la vida del hombre. Nuestros hermanos Misioneros de Cristo de nuestra comunidad de «El Tigre», están prácticamente atorados, sin poder venir a reunirse con los que ya estamos en la Casa Madre por los bloqueos, protestas y cercos debido al asesinato a quemarropa del alcalde de Uruapan y por otros actos de violencia que el gobierno no puede controlar y más bien parece querer abrazar. En medio de este dolor y luto nacional no solo por la muerte de uno, sino por la agonía de todo un pueblo, el hombre y la mujer de fe saben que Dios es fiel y no desechará a su pueblo para siempre. Dios muestra su misericordia y compasión. Los miembros de los cárteles siguen pecando y entristeciendo al Espíritu Santo, porque sé que la mayoría de ellos fueron bautizados y su corazón ha cambiado a Dios por el dinero. Pero el perdón de Dios siempre está disponible (1 Jn 1,8-9). La misericordia de Dios está dispuesta a perdonar todos los pecados, ya que la sangre derramada por Jesucristo en la cruz los ha expiado. Servimos a un Dios grande, amoroso y misericordioso, y gracias a Su gran amor no hemos sido consumidos. Nuestro Dios está a favor de nosotros, no en contra de nosotros y el mal no prevalecerá. Unos domingos atrás, asistí en Roma a la canonización de San Bartolo Longo, un laico italiano que llegó a ser «medium» de primer rango y sacerdote espiritista. Dios fue desapareciendo de su andar día en día y «el indecente», como llamaba la madre Esthela Calderón al demonio, parecía tenerlo totalmente atrapado odiando a la Iglesia. En determinado momento se dejó alcanzar por la misericordia divina y quedó aferrado a Dios. Todos podemos ser objeto de la misericordia y compasión de Dios si nos dejamos prender por Él. Encomendemos a «los malitos» a María rogándole que interceda para que todos los involucrados en estas organizaciones de violencia desmedida se topen con esa misericordia divina y cambien. ¡Bendecido lunes y dispensen lo largo de mi reflexión!

Padre Alfredo.


domingo, 2 de noviembre de 2025

María de Guadalupe, Madre de las Vocaciones a la Vida Consagrada... LOS MISTERIOS GLORIOSOS ESPECIALMENTE PARA SER REZADO POR SACERDOTES


Monitor: La vida consagrada en un presbiterio es la presencia sencilla de quienes, decididos a seguir radicalmente a Cristo, viviendo en comunidad los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad, se integran a la comunidad formada por los sacerdotes diocesanos de determinado territorio para compartir su amor por la misión y el compromiso con el pueblo de Dios. Juntos forman un equipo que enriquece la vida de la Iglesia con diferentes carismas y vocaciones.

En su Carta Encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco se dirigió a las personas, comunidades y obras que viven y llevan adelante en medio del mundo una especial consagración con estas palabras que bien nos vienen para iniciar este rezo del Santo Rosario en comunidad sacerdotal:

“He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mira hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos» (No 1). Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (No 2).”

Vivimos como sacerdotes para acompañar y servir a un mundo herido, donde las tristezas y las angustias de nuestros feligreses, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son la herida que supura sin descanso, noche y día, más allá o másacá por los vaivenes de la política, la economía y la vida social. Nuestras comunidades parroquiales, colegios, casas de retiro y acogida, son espacios para el Cristo sediento,  maltratado, abusado, extranjero, encarcelado, descartado.

A la luz del Evangelio, muchas de nuestras comunidades son el «Buen samaritano» del Tercer Milenio que no asume una visión ingenua de la vida, sino que con caridad pastoral en cada acción de escucha, de bondad y de cercanía, sacia la sed con el agua viva de la misericordia. 

Recemos este rosario juntos, sacerdotes diocesanos y religiosos, pidiendo a María Santísima que nos alcance de su Hijo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, lo que la misericordia debe ser, ayudando, desde nuestra trinchera, a sanar algunas heridas, las más que podamos. 

Oraciones iniciales.-

Guía: Por la señal de la Santa Cruz...
Guía: Yo confieso, ante Dios...
Guía: Señor, abre mis labios.
Todos: Y mi boca proclamará tu alabanza.
Guía: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Todos: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Guía. Hoy rezamos los misterios gloriosos.
 
El Papa Francisco nos dice: “Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos (…). De ahí la importancia de que los consagrados estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. (…) Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo capaz de discernir cómo Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar. Ponernos con Jesús en medio de su pueblo. No como voluntaristas de la fe, sino como hombres que somos continuamente perdonados, hombres ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás”. (Papa Francisco Homilía 2 febrero 2017).

1° Misterio: La Resurrección de Jesucristo.
- Pidamos a la Virgen que los sacerdotes diocesanos y religiosos, con nuestra alegría
y esperanza, demos testimonio de Cristo resucitado.

2° Misterio: La Ascensión del Señor al cielo.
- Oremos para que los jóvenes de hoy busquen el sentido de la vida y la verdadera
felicidad, que es Dios revelado en Jesucristo y para que nosotros, como sacerdotes, les acompañemos en su toma de decisiones.

3° Misterio: La venida del Espíritu Santo.
- Pidamos a la Virgen que cuide de los que se preparan en los seminarios y casas de formación para ser apóstoles de su Hijo como sacerdotes, y reciban con abundancia los dones del Espíritu Santo.
4° Misterio: La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma a los cielos.
- Roguemos a María que nuestros hermanos sacerdotes en dificultades no pierdan la esperanza.
5° Misterio: La Coronación de María como Reina de todo lo creado.
- Pidamos a María para que todos sacerdotes diocesanos y religiosos
colaboremos en la construcción del Reino de Dios, cada cual según su propio carisma.

Oraciones finales.-

Animador: Dios te Salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, ¡Ea! Pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, ¡Oh Clemente! ¡Oh Piadosa! ¡Oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de
alcanzar las divinas gracias y promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amen.

Letanías.

Animador: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Animador: Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
Animador: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Animador: Cristo, óyenos
Todos: Cristo, óyenos
Animador: Cristo, escúchanos
Todos: Cristo, escúchanos
Animador: Padre celestial, que eres Dios
Todos: Ten piedad de nosotros.
(A cada una de las siguientes letanías respondemos: Ruega por nosotros)
Santa María, Madre de Dios,
Madre de Jesucristo,
Esposa de Dios, Espíritu Santo,
Madre del sí a Dios,
Madre de la esperanza,
Madre del Amor,
Madre dócil a la Palabra,
Madre de la luz,
Madre de la Iglesia,
Madre modelo a seguir,
Madre de los sacerdotes,
Madre de los jóvenes,
Madre generosa,
Madre de la bondad,
Virgen de la escucha,
Virgen fiel,
Vasija del amor de Dios,
Arcilla que se deja moldear,
Creyente fiel,
Reina de la fe,
Semilla de esperanza,
Estrella de salvación,
Esclava de Dios,
Roca de la fe,
Modelo de entrega a Dios,
Portadora del Evangelio,
Ideal de Santidad,
Templo del Espíritu Santo,
Reina y Madre de las y los consagrados
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Óyenos Señor.
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Perdónanos Señor.
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Ten piedad y misericordia de nosotros.

- Animador: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desprecies las súplicas que te dirigimos ante nuestras necesidades: antes bien, líbranos de todos los peligros, ¡Virgen gloriosa y bendita! Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

- Animador: Oh Dios, cuyo Unigénito Hijo, con su vida, muerte y resurrección, nos alcanzó el premio de la vida eterna: concédenos a quienes recordamos estos misterios del Santo Rosario, imitar lo que contienen y alcanzar lo que prometen. Poel mismo Jesucristo nuestro Señor. Todos: Amén.


«con esperanza hacia la eternidad»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

En este marco el Año Jubilar marcado por la «esperanza que no defrauda» (Rm 5,5), quiero traer a la memoria una pequeña frase que el Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, compartió en una audiencia que, en el año 2011 coincidió con el día de Todos los Fieles Difuntos que hoy celebramos: «Ante la muerte, solo Dios Amor le ofrece al ser humano la esperanza en la eternidad». ¡Cuánto ha olvidado el hombre de nuestros tiempos que hay una eternidad que nos espera! La inmensa mayoría más bien se pregunta: ¿Por qué hay que morir, si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir? Sin embargo, la realidad es que fuimos creados para la eternidad. Hay un versículo en la Biblia, en concreto en el libro del Eclesiastés que dice refiriéndose a Dios: «Ha puesto eternidad en el corazón de ellos» (Ecl 3,11). Cuando se escribe el versículo, el pueblo de Israel ya había superado su etapa nómada, ya tenían un reino y un palacio, guardias imperiales, artilugios de lujo y de poder, confeccionaban herramientas sofisticadas y habían adoptado los sistemas de escritura de los pueblos de su entorno para dejar constancia de los hechos de su historia y aún así, continuaba en el corazón el anhelo del Eterno. 

La acumulación del pecado en el corazón del ser humano en un tiempo impregnado de un relativismo impresionante, va llevando a gran parte de la sociedad a puntos insostenibles de desorden. Nos queda poco de aquellos primeros creyentes que, ante la muerte, recitaban su historia a viva voz recordando a los seres queridos que había partido rumbo a la eternidad, sus enseñanzas, sus recuerdos, sus anhelos, sus esperanzas. Hoy, en cambio, abrimos la Wikipedia cuando queremos saber algo. Sin embargo, esa idea de eternidad sigue dentro de muchos de nosotros y de manera sutil, casi siempre, se convierte en un motor de nuestras vidas. Incluso en las vidas de los que no pueden vivir más alejados de Dios. La necesidad de trascender, de que algo nuestro perdure incluso más allá de nuestra existencia terrena, siempre está presente, como una llamada de atención ineludible. Creo que a todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza este versículo del Eclesiastés que hoy traigo a colación y que no forma parte de la liturgia de la palabra del día, pero que me lleva a la segunda lectura de este domingo que declara: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. (Flp 3,20-21). Ayer para mí fue un día difícil, como puede serlo hoy, ayer o mañana para cualquiera de nosotros, porque... ¿quién no ha tenido un día así? Yo creo que cuando los días son arduos, pesados, espesos, es bueno dirigir la mirada hacia la eternidad y dar gracias de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse a pesar de los sentimientos de impotencia y pena que se puedan atravesar. La vida, en el fondo, es hermosa para todos porque es un camino hacia la eternidad. Ahí están los poetas de tantas naciones cantando en medio a veces del sufrimiento y del dolor, la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o sencillamente los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos. 

El hombre moderno no cree en la eternidad, y por eso mismo se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su vida actual. No es difícil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud llevan a veces a comportamientos cercanos al ridículo que evidencian un terrible miedo a la muerte. El Evangelio de hoy (Jn 11,17-27) nos invita a pensar en el Resucitado; Cristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Él nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.» y nos pregunta: «¿Crees esto?». Hoy es un día para recordar a todos aquellos que han partido hacia la eternidad. No sabemos si ya llegaron o si van de camino, no sabemos ni siquiera si podrán llegar a contemplar el rostro de Dios, porque el juicio le toca solamente a Dios. Hemos de seguir alimentando en nuestro corazón de creyentes la sed de eternidad arraigando nuestras vidas en un Dios que vive para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte» y que ha llevado a muchos, empezando por María Santísima al Cielo. ¡Que Cristo que llamó a nuestros difuntos, los haya recibido y que el coro de los ángeles los introduzca en el Cielo!

Padre Alfredo.

sábado, 1 de noviembre de 2025

«EN EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Celebramos en la Iglesia universal —católica— el día de «Todos los Santos», una fiesta cuyos orígenes concretos son inciertos, pero sus inicios se remontan al año 313, en el que se promulgó el Edicto de Milán, a través del cual se legitimó el cristianismo en el Imperio Romano. En aquellos años en casi todas partes tenía lugar el 13 de mayo y en otras partes el primer domingo después de Pentecostés. La fecha del 1 de noviembre, según algunos relatos, tiene su origen en que el papa Gregorio III (731-741) dedicó ese día una capilla en la Basílica de San Pedro en honor de Todos los Santos, cosa que propició que esa fecha se convirtiera en la oficial para celebrar el día en Roma. Años más tarde el Papa Gregorio IV (827-844) declaró oficialmente en el año 835 el 1 de noviembre como Fiesta de Todos los Santos para recordar a todos aquellos que han trabajado, no sin fatiga, y a veces pagando con el precio de la vida, por la construcción del Reino de Dios, es decir, por la edificación de una nueva civilización donde reinen el amor, la justicia, la verdad, la fraternidad y la libertad de los hijos de Dios en la concordia y la paz.

Este día marca una fecha maravillosa para que todos los cristianos vivamos la alegría de redescubrir la grandeza de nuestra fe contemplando a todos nuestros hermanos, que ahora están junto a Dios y que se interesaron de todo lo que se les confió en la vida, lo hicieron objeto de un diálogo continuo con Dios y ahora interceden por nosotros allá en el cielo. Celebrar a los santos y santas, reconocidos y anónimos, de la Iglesia, pueblo de Dios, es adentrarnos en la vida en clave del kairós —tiempo oportuno para actuar—, sabiéndonos sostenidos, en nuestra entrega frágil y limitada, por la gracia de Aquel cuya llamada y don son irrevocables. La segunda lectura de la Misa de este día (1 Jn 3,1-3) me da la clave para reflexionar: Esta lectura se sitúa en el conocimiento de la inmensidad del amor de Dios por el cual nos llama hijos suyos y nos invita a ser «hermanos» que se quieren, que se respetan, que se aman en ese amor que viene de lo alto. Los santos no son santos «de chiripa» ni están prefabricados. 

Vivir como hijos de Dios es un desafío de todo creyente que, la más de las veces, prefiere o tiende a situarse ante Dios como deudor o pecador y debe dar el paso a saberse «hijo» y «hermano». Al parecer, como lo he experimentado en estos días en que me toca estar en la misión de Michoacán, por un acontecimiento doloroso que se ha suscitado, veo cómo nos cuesta vivirnos como hijos y como hermanos, porque pensamos —como el caso del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo— que tenemos derecho a todo solo «por no hacer nada malo» y no por amar más allá de los límites mundanos. Nos gana la arrogancia, la soberbia, la vanidad, la falta de fraternidad, la terquedad, la petulancia, la cerrazón, la falta de humildad, la prepotencia, la insolencia... ¿Cómo se puede ser santo así? Los verdaderos santos casi ni se perciben, caminan en la sencillez de vida en día a día del ser y quehacer de cosas ordinarias como María la humilde sierva de Nazareth. Que Ella y todos los santos intercedan para seguir edificando la Iglesia que sea irradiación de Cristo en el mundo. ¡Bendecido sábado, fiesta inmemorial de Todos los Santos!

Padre Alfredo.

viernes, 31 de octubre de 2025

«LA LEY DE DIOS Y LAS LEYES DEL HOMBRE»... Un pequeño pensamiento para hoy

Desde épocas muy remotas el hombre ha necesitado de leyes. Es de todos conocido que la relación entre el hombre y la ley es tan antigua como la misma sociedad. Y es que las leyes nacen de la necesidad de regular la convivencia y evitar el abuso de unos cuantos. A lo largo de las épocas remotas, esta relación ha evolucionado desde costumbres primitivas y mandatos divinos hasta los sistemas legales codificados de la antigüedad. La ley marca el camino recto, por eso la senda que señala es un camino de libertad, porque conduce al bien. Es al mismo tiempo un aviso de peligro para la libertad egoísta de que puede acabar en un fracaso. En el Evangelio de hoy (Lc 14,1-6), Jesús cuestiona un aspecto importante de «La Ley»: La fidelidad a la ley no está en una observancia rígida o en la letra muerta, sino en el amor que guía nuestras acciones. Curar en sábado, a pesar de las leyes que regían en aquel entonces, no es una transgresión, sino una manifestación de la justicia y misericordia que debe estar en el centro de la ley.

Jesús nos hace ver que la ley más importante y de la que derivan todas es la ley eterna o ley divina, que se puede definir como: «El plan de la divina Sabiduría en cuanto señala una dirección a toda acción». El Concilio Vaticano II dice de la ley eterna: «La norma objetiva de la vida humana es la misma ley eterna, objetiva y universal, por medio de la cual Dios en su designio de sabiduría y amor, ordena, dirige y gobierna el universo y los caminos de la sociedad humana» (DH, 3). Esta ley, que está por encima de todas las demás es inmutable, no puede cambiar, porque viene de Dios que es el «Inmutable». No depende para nada de los cambios que puedan provocar los hombres. Es suprema porque está sobre los legisladores humanos, de tal manera que toda ley humana que vaya contra ella será injusta, falsa y engañará a los hombres. Por último, esta ley es universal, porque afecta a todos los seres creados sin excepción. Así que el camino para ser fieles a Dios, de acuerdo a la «La Ley» pasa por un amor que integra, discerniendo cuándo y cómo actuar con compasión, siguiendo el ejemplo mismo de Jesús.

La cosa es que nosotros muchas veces, como los fariseos, somos «convenencieros u oportunistas». Si nos conviene defendemos que hay que actuar de acuerdo a la ley natural, esta que está por encima de todo, pero si eso no nos conviene, entonces creamos leyes humanas buscando el interés propio y el beneficio personal queriendo ganar ventajas o un resultado práctico y beneficioso sin importar la ética. Los fariseos actuaban así, se adherían estrictamente a la «letra de la ley» solo cuando les beneficiaba o para evitar castigos, ignorando por completo el «espíritu» o el propósito ético de la norma basada en la ley natural. Ojalá que meditando este pequeño párrafo del Evangelio pidamos al Señor la capacidad e aplicar toda ley con el criterio de la caridad y de la justicia que Dios quiere. No podemos ni debemos ser excesivamente cuadriculados ni totalmente desentendidos para hacer lo que nos apetezca perjudicando a los demás. La caridad es la Ley suprema, y es la caridad la que nos dirá en cada momento lo que Dios espera de nosotros. Que María, que comprendió muy bien lo que esto significa, nos ayude. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

domingo, 26 de octubre de 2025

Ser el centro y estar por encima... un pequeño pensamiento para hoy

La presunción de la autosuficiencia, la arrogancia por la valoración excesiva de uno mismo, el sentimiento de superioridad por sentirse por encima y la falta de humildad por exhibir soberbia, parecen ser cuestiones reinantes en la sociedad actual. Pero es curioso que estas van unidas a la desesperación, dejando ver en el fondo, una gran negación de la esperanza, porque en estas cosas el hombre rehúsa la propia impotencia, no la acepta y hace un lado el poder del amor de Dios. Me llama mucho la atención el afán de sentirse por encima y «lucirse» como los mejores en el vestir, en el deporte, en el conocer, en el opinar... pensando que se es el «non plus ultra». Hoy vemos un sinfín de mujeres que se niegan a envejecer con naturalidad, hombres metrosexuales que se transforman por completo, deportistas dopados para ganar, políticos egocentristas que buscan fans, artistas que no definen su identidad para llamar la atención... en fin: ¡Ser el centro y estar por encima!

Detrás de estas conductas que parecen estar de moda pero que vienen desde antiguo, se alcanza a ver que la persona que vive así, está vacía de atractivos naturales y por eso presume lo que no tiene, o busca creárselo a la fuerza, para sentirse satisfecha, aunque solamente ella se crea lo que presume. Hay un dicho que todos conocemos y dice: «dime de qué presumes y te diré de qué careces». En el Evangelio de hoy (Lc 18,9-14) aparece alguien así: Un fariseo va al templo y se pone erguido en primera fila, como si él fuera el dueño del templo y reza de tal manera que aquello es más bien un monólogo: Siente que es tan perfecto que no tiene nada que pedir al Señor. Su oración es una lista de méritos que subraya su propia arrogancia. Transita por un camino que conduce directamente al encuentro de sí, pero ese es precisamente el camino que lleva a la perdida de Dios porque no hay esperanza de ser mejor.

El comportamiento del publicano que allí aparece es de signo contrario. Él también sube al templo, pero entra discretamente, se queda atrás, como si no quisiera profanar el lugar porque es consciente de su situación de pecado. Su humilde conducta y la súplica que dirige a Dios denotan un corazón magullado por el dolor de haberlo ofendido, por lo que interpela el perdón divino. Jesús asegura que el publicano volvió a casa justificado, porque «cualquiera que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado» (Lc 18, 14). Esto habla de esperanza, porque si uno camina en humildad, descubre que la esperanza nos lleva a salir de sí mismo, de nuestra autosuficiencia, de nuestra arrogancia y de nuestra ceguera para ver que tenemos mucho que cambiar en nuestras vidas y no quedarse en la superficialidad viéndonos por encima de los demás. El publicano fue a presentarle al Señor su corazón, su interior. Fue a suplicar su misericordia con la esperanza de ser mejor. EL fariseo se sentía ya en el «Top» sin esperar más. Yo creo que este domingo podemos buscar un momento y preguntarnos qué calidad tiene nuestra relación con Dios, a cuál de los dos protagonistas del evangelio de hoy nos parecemos más. Que la Virgen, con su sencillez, reconociendo que el Señor se fijó en su pequeñez, nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

P.D. Les recuerdo que mi escrito lleva el encabezado «UN PEQUEÑO PENSAMIENTO» no por la extensión de palabras, sino por lo pequeño, lo poquito que yo puedo aportar al compartir mi reflexión personal.

LA MODA DE PONER LA FOTOGRAFÍA DEL DIFUNTO EN LA MISA DE CUERPO PRESENTE, CENIZAS, NOVENARIOS, TRIDUOS; LAS HOMILÍAS EN ESAS MISAS Y LOS ANIVERSARIOS DE DEFUNCIÓN, RECUERDO DEL CUMPLEAÑOS Y LA INAPROPIADA EXALTACIÓN DE LOS DIFUNTOS


En los últimos años, —copiando a nuestros hermanos separados «esperados»—, se ha puesto de moda poner la fotografía del difunto en la misa de cuerpo presente, cenizas, novenario, triduo, aniversario de defunción, recuerdo del cumpleaños, etc. El uso de fotografías en los funerales protestantes se diferencia de la tradición católica porque ellos no tienen imágenes sagradas de santos o de la Virgen María que para nosotros tienen un significado litúrgico y espiritual. El protestantismo, en general, se enfoca menos en los rituales y más en la celebración de la vida terrena de la persona fallecida. Los católicos, cuando celebramos una Misa pidiendo por un difunto, no podemos olvidar que el centro de toda Celebración Eucarística es siempre Cristo Resucitado, no la persona por la que estamos orando, para quien ciertamente, suplicamos la salvación y por eso elevamos sufragios.

El funeral protestante coloca la fotografía del difunto porque ese momento se convierte, por así decir, en un espacio de libertad para exaltar la memoria de la persona y darle de las formas más originales un último adiós. Un funeral cristiano protestante nunca es exactamente igual a otro, porque no hay rituales y las denominaciones protestantes son muchas y muy diversas. Hay funerales sobrios o más festivos y emotivos; solemnes y más serios; íntimos o multitudinarios. El toque personal hace para ellos la diferencia y retrata la despedida con nombre y apellido. No hay límites para crear ese momento de agradecimiento por haber compartido con alguien. Siempre caben sus historias y anécdotas, su legado y enseñanzas, y los innumerables sentimientos que fue regando a su paso. 

Los protestantes, al no tener un mismo «Ritual de Exequias» como los católicos, hacen más y más creativas las despedidas, no solamente poniendo fotos o recuerdos del difunto sino haciendo celebraciones en diversos lugares. Si a la persona le encantaba el bosque, consideran celebrar su despedida entre árboles. Si la persona era la mejor cocinera, ofrecen algunas de sus mejores recetas para agradecerle tantas veces que cocinó para los familiares y amigos. Si el difunto era deportista y siempre andada en bici, llevan las cenizas en una caravana de bicicletas. Si le encantaban las rosas rojas, le piden a los asistentes que cada cual le lleve una... Todo esto ha motivado a algunos católicos a «ser creativos» queriendo ser originales.

Nuestra Misa, como todos los católicos sabemos, es Cristocéntrica —Cristo va siempre al centro— y no antropocéntrica —colocando el hombre en el centro—. Por eso los católicos hemos de entender que la Misa por un difunto no es una honra fúnebre con aires de homenaje. De hecho por este motivo el Papa Francisco, de feliz memoria, simplificó el rito para la Misa de exequias del Santo Padre.

Al celebrar la Misa de cuerpo presente, cenizas, aniversarios y demás cuestiones relacionadas con nuestros difuntos, celebramos a Cristo muerto y resucitado, celebramos al Viviente, al que vive para siempre, al que ha vencido a la muerte, por eso el centro de la celebración exequial no es el difunto, sino el Señor Jesús, cuya muerte y resurrección es el centro de nuestra fe y el motivo de nuestra esperanza. Por cierto, en la medida de lo posible, hay que tratar de celebrar las exequias de nuestros seres queridos en la parroquia a la que estos pertenecieron, porque en la parroquia está la comunidad que acompaña a los fieles a lo largo de la vida, desde su nacimiento hasta la muerte. La parroquia brinda al cristiano los dones de la salvación, los sacramentos, el anuncio del Evangelio y la formación cristiana. Es lógico, entonces, que la comunidad parroquial le acompañe con su afecto y su plegaria en su despedida de este mundo.

Desde esta perspectiva es fácil comprender que almas de las personas por las que oramos no nrequieren en ninguna circunstancia ser el centro de la celebración o el centro de la atención de la comunidad o de la familia. El problema de las fotografías del difunto es que en lugar de centrar la atención en el altar, que representa a Cristo Sacerdote, que lleva la ofrenda de nuestra oración al Padre, se desvía nuestra atención hacia las personas mismas de los difuntos. Incluso ha que hacer conciencia de que algunas Misas de difuntos —cuando son varios—, parecen competir con alguna galería fotográfica.

Cada vez que la gente lleva la foto a Misa —además de que la mayoría de los asistentes en muchos de los casos, se paran pocas veces en un templo—, en lugar de ayudar a esa alma con la oración personal, estas personas dejan ver, muchas veces, que es más importante para ellos ese familiar o amigo que Dios mismo, que fue quien nos permitió en su Providencia compartir el amor o la amistad por un tiempo. Algunos, inclusive, van y se paran frente a la foto luego de saludar a los familiares que están en la primera banca para recordar deudas que tienen con los difuntos: «No alcancé a hacer esto que quería», «nunca le dije esto», «quedó pendiente una cosa» o lo más común: «Es que no me pude despedir».

En la misa por los difuntos, nuestro mayor anhelo debe ser que esa alma viva ya con Dios en su gloria y por eso oramos juntos, unidos por la fe, recordando que un funeral es para encomendar al difunto, afianzar nuestra fe en la resurrección futura y dejar su vida en las manos de Dios, de manera que esto también nos ayude a los vivos a pensar en la realidad de la muerte y nos anime a vivir mejor como cristianos.

Algunas personas incluso «pelean» el lugar de la fotografía de su difunto, exigiendo un mejor lugar cuando hay varios o quieren ponerlas en el presbiterio, cosa que ni para las cenizas esta permitido, ya que solamente las imágenes de los santos y beatos, y sus reliquias, son las que pueden estar en el presbiterio, porque con la beatificación y la canonización, la Iglesia asegura que ellos pusieron a Dios y a la Eucaristía en el centro de su vida sin ser ellos el centro de atención. Estas imágenes son para veneración pública y para llevarnos a Dios, no un simple recuerdo o «un adiós».

De ninguna manera podemos considerar la Misa exequial no es un acto en honor del difunto, como lo sería una ceremonia de carácter civil, para honrar a una persona fallecida, por ejemplo a un buen gobernante por su labor en beneficio de la comunidad, o a un policía caído en el cumplimiento de su deber, en esos casos, es conveniente poner una fotografía del difunto en el lugar donde se realiza el homenaje, es decir en un recinto público. Las misas por los difuntos no pueden convertirse en una especie de show de exaltación del finado donde la familia aprovecha la misa para hacer un panegírico completamente desproporcionado.

La Instrucción General del Misal Romano en el número 379 apunta: «La Iglesia ofrece por los difuntos el Sacrificio Eucarístico de la Pascua de Cristo para que, por la comunicación entre todos los miembros de Cristo, lo que a unos obtiene ayuda espiritual, a otros les lleve el consuelo de la esperanza». Y en el 382 dice: «En las Misas exequiales hágase habitualmente una breve homilía, excluyendo cualquier género de elogio fúnebre».

Que pena que en algunas Misas de difuntos se encuentra uno con una monición de entrada más larga que la Cuaresma contando las maravillas del difunto y luego el celebrante hace una homilía en la que en lugar de explicar la palabra de Dios aprovecha para explicar que el fallecido está ya en el cielo y lo buenísimo que era... ¿Cómo sabe el celebrante o los familiares que el difunto salió exento del examen en el juicio ante Dios? Y es que, como se eligió a veces la fotografía más tierna y el celebrante pide reunirse con la familia antes... ¡para hablar bonito!

Está claro que, empezando por los celebrantes, los católicos debemos seguir el ritual de exequias, que pide que estas celebraciones cristianas no se conviertan en honras fúnebres, es decir, en una ceremonia para honrar al difunto y recalca que no se asuman elementos extraños a la tradición católica, como querer poner camisetas de clubes deportivos, peluches u otra clase de artilugios que nada tengan que ver con la fe. El ritual de exequias actual, aprobado por la Santa Sede, no contempla la colocación de una fotografía del difunto ni sobre el ataúd, ni cerca de él o junto a las cenizas, aunque sabemos que el Derecho Canónico deja ver que lo que no está prohibido está permitido, así que hay quienes seguirán buscando poner fotografías, aunque en la liturgia que se celebra en la Basílica de San Pedro, que sirve como modelo para la liturgia de toda la Iglesia Católica, no se colocan nunca fotografías de un Papa o de un Cardenal cuando fallece, solo se lleva su féretro.

En la Misa de exequias por uno o varios difuntos, lo que es conveniente, al final de la misma, es hacer un pequeño resumen de la vida de la persona y agradecer en nombre de la familia, la asistencia. Pero yo diría que en una cultura que se rige mucho por imágenes, una cosa es el momento de la Misa de exequias y de cenizas y otra la de novenarios, triduos, aniversarios y demás. Tal vez en la Misa de exequias o de cenizas sea suficiente una fotografía discreta y un pequeño arreglo floral en ese día y nada más junto a la mesa especial que se pone al frente para colocar las cenizas, si eso ayuda a que los familiares cercanos vivan su duelo, aunque sería mejor poner una pequeña vela junto a las cenizas —si es el caso—que ayude a dirigir la mirada hacia el Cirio Pascual.
Hay que tomar en cuenta que a veces—y cada vez es más frecuente—hay varias cenizas en una sola celebración. 

Yo considero que el lugar más idóneo para colocar una fotografía del difunto es la capilla de velación, donde los familiares y amigos del difunto se reúnen para consolar a la familia y estar con el difunto y acompañarlo con la oración, especialmente con el rezo del Santo Rosario suplicando por la intercesión de la Virgen María para que ayude al difunto a llegar al Cielo. En especial creo que el mejor espacio es a la entrada de la capilla ardiente. Este momento es una oportunidad para orar por el difunto y honrar su memoria.

Distinto es el caso de un funeral de una persona que se ha distinguido por su fe profunda, su hacer obras de caridad y es conocida así, por la comunidad, ya sea sacerdote, religioso o laico. Este es el caso de quienes mueren «en olor de santidad» o el de quienes están en proceso de beatificación y canonización y para acrecentar su fama de santidad hay que dar a conocer su imagen.

Esto que comparto, por supuesto, no es un dogma de fe. Yo no soy ningún especialista y de ninguna manera me considero ducho en la materia, pero ante los diversos problemas —pleitos— que se han suscitado por el acomodo de las fotografías, hay que ir a las fuentes que nos iluminen en el ser y quehacer de esto. Bien nos decía un maestro de liturgia en el Seminario en aquellos años, que los padrecitos y la gente terminarían haciendo lo que está de moda. ¡A ver qué sigue!

Padre Alfredo.

sábado, 25 de octubre de 2025

«Vivir según el Espíritu»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La primera lectura del día de este sábado, tomada de carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8,1-11), empieza afirmando que Cristo libera del poder del pecado, porque el Señor en su pasión y resurrección, nos trae la justificación, un don definitivo de Dios que crea una realidad nueva. Esto significa que ya no estamos determinados por la culpa, sino por la filiación, es decir, somos hijos adoptivos, llamados a vivir como tales, confiando en la gracia que nos justifica por el perdón y nos da oportunidad de volver a empezar. Así San Pablo pasa a distinguir entre dos modos de vida: El «vivir según la carne» —una mentalidad enemiga de Dios— y el «vivir según el Espíritu» —el pensar y obrar movidos por el Espíritu—. El nos hace ver que aquel que está dirigido por la carne no puede agradar a Dios. mientras que quien está en el Espíritu participa de libertad filial y de vida.

El Espíritu infunde vida y nos capacita para cumplir la voluntad divina; en palabras del querido y recordado Papa Benedicto XVI: «La acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza.» La persona debe elegir y cooperar con la gracia. No basta saberlo, hay que dejar que el Espíritu nos habite y nos transforme desde dentro. Nuestra tarea es confiar en la acción del Espíritu, con la oración, los sacramentos que nos alimentan con la vida divina y las obras de misericordia, que muestran cómo el Espíritu nos hace creativos en el amor. No se trata de pensar o querer una perfección inmediata, sino de mantenerse en un camino de conversión diaria: reconocer dónde actúa la carne y pedir al Espíritu el don de cambiar una actitud, una palabra, una decisión. Esta vida en el espíritu que nos da Cristo trae esperanza para quien sufre: en la fragilidad del cuerpo y en la oscuridad del ánimo, el Espíritu sopla como un auxilio seguro. Él es la garantía de la resurrección.

Hoy nuestro estimado hermano el padre Pepe —Joseph, allá en Sierra Leona donde vive— cumple 22 años de haber sido ordenado sacerdote. 22 años de un caminar muy de Dios buscando y creciendo, en el sacerdocio misionero, a la vez que los va estableciendo en los demás, esos valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza de los que habla Benedicto XVI y que San Pablo nos presenta como el vivir según el Espíritu. La vida pasa muy de prisa... ¡qué hace que en su natal Acapulco muchos de nosotros vivíamos intensamente aquellos momentos de gracia! Sacerdocio, amor, alegría, comunión y esperanza, son conceptos intrínsecamente ligados, donde la esperanza es el fundamento y la alegría es la consecuencia de una vocación sacerdotal vivida en plenitud. La esperanza sacerdotal se arraiga en la fe en Dios, el amor al pueblo y la certeza del sacrificio de Cristo; la alegría sacerdotal hace fraternidad, brilla en el servicio y la esperanza de la vida eterna. Que la Virgen cobije siempre al padre Pepe y a cada uno de nosotros para que nos mantenemos gozosos de vivir según el Espíritu. ¡Bendecido sábado y felicidades padre Pepe!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de octubre de 2025

«Bart y Claudia me callaron la boca»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA MÍ


¡Gracias a Dios vamos llegando de Roma a Ciudad de México las hermanas Juanita Oropeza, Mary Garza, Rosita Rodríguez y un servidor! Apenas amanece y esperamos nuestra conexión a Monterrey luego de la incidencia de anoche en el aeropuerto Leonardo da Vinci de Fiumicino porque habían dejado a Rosita en lista de espera. Así como cerca de los sacerdotes y consagrados no falta la presencia de murmuradores, calumniadores, criticones, gente de mala fe y demás especímenes de especies parecidas; el Buen Dios, que no se deja ganar en generosidad, pone ángeles maravillosos como Bart y Claudia, dos empleados de Aeroméxico que en medio de los desplantes que no faltan en los mostradores, se portaron de maravilla y movieron hilos y anchas sogas para que Rosita no se quedara solita esperando si hoy habría lugar. 

A veces escribo de cómo en la sociedad descristianizada que vivimos se ha perdido el cariño, el respeto, la admiración, la ayuda a los sacerdotes y a los consagrados. Anoche este jovencito y esta mujer madura me callaron la boca. Creo que tanto en la Ciudad Eterna como en el resto del mundo, seguirá brillando la bondad, la compasión, la misericordia como una estrellita que ilumina los momentos de dolor, de congoja, de angustia de muchos misioneros que parecería que vagamos por el mundo sin ton ni son a expensas de lo que el Señor nos tenga. «Confianza y más confianza» decía la beata María Inés. Por cierto que hoy celebramos a un santo obispo que vivió así, con la confianza puesta en Dios. Me refiero a San Rafael Guizar y Valencia, quien en medio de aquellos años de la persecución religiosa en México vivía a la expectativa de la misericordia de Dios para poder mantener el seminario clandestino que tenía y para no ser reconocido por los perseguidores cuando vestido de médico, vendedor o músico se adentraba sigilosamente en los domicilios donde había enfermos para auxiliarlos... ¡Dios no abandona!

El salmo responsorial de la Misa de esta fiesta, nos invita a reconocer al Señor como Pastor que, con su bondad y su misericordia nos acompaña con cariño providente. La frase que se repite hoy como estribillo: «El Señor es mi pastor, nada me faltará», nos hace reflexionar en que tener a Dios como guía y proveedor es suficiente para satisfacer todas las necesidades esenciales de lo que en el momento necesitamos. Y es que estoy seguro de que si por la sobreventa del vuelo 071, la hermana se hubiera tenido que quedar, no hubiera faltado la asistencia divina para sobrellevar esos inesperados momentos. Cierto que el momento que vivimos fue angustiante... ¡cómo la íbamos a dejar! El salmo detalla cómo Dios guía a sus ovejas a lugares de descanso, las protege, renueva su fuerza, las consuela en la adversidad y las acompaña en su camino de regreso a casa y nosotros, ya vamos de regreso a casa. Que esos santos confiados, como Rafael Guizar y María Inés Teresa nos ayuden a confiar como ellos. ¡Bendecido viernes ya en mi México lindo y querido!

Padre Alfredo.

domingo, 19 de octubre de 2025

«NO HAY MISIÓN SIN ORACIÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este domingo es siempre especial para todos los misioneros, porque es el DOMUND —Domingo Mundial de las Misiones—, un día maravilloso que la Iglesia destina a pedir por los misioneros del mundo entero y hacer una colecta a nivel mundial de oraciones, sacrificios y ayuda económica sobre todo para sostener obras que están hasta en los rincones más recónditos de la faz de la tierra. Pero, este año, para un servidor y para muchos de los miembros de nuestra Familia Inesiana ha sido muy especial, pues hemos vivido la celebración de la Santa Misa con el Santo Padre el Papa León XIV, quien canonizó a siete nuevos santos, entre ellos dos mártires que ofrecieron su vida por la fe: San Ignacio Choukrallah Maloyan, arzobispo armenio-católico de Mardin y San Pedro To Rot, laico y catequista de Papúa Nueva Guinea. Además de ellos los laicos San José Gregorio Hernández Cisneros, médico venezolano y San Bartolo Longo, el primer santo de Papúa Nueva Guinea y tres religiosas: Santa María Troncatti, salesiana y misionera, Santa Vincenza María Poloni y Santa María del Monte Carmelo Rendiles Martínez, fundadoras.

En el Evangelio de este domingo misionero (Lc 18,1-8), Jesús, el Misionero del Padre, que nos conoce bien, a través de una parábola, nos enseña cómo debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos porque esa es la principal ocupación de todo misionero, como dice la Beata María Inés, quien por cierto en una de sus cartas escribió: «Nuestra misión en tierras paganas consistirá especialmente en la oración y sacrificio, pues estamos perfectamente convencidos de que, si esto falta, todo lo demás se vendrá abajo». (Carta del 2 de octubre de 1945). El papel de la oración, en nuestro ser de misioneros es imprescindible. La oración, en el misionero, es la expresión de una relación profunda de amistad con Dios, una relación llena de confianza en el Padre, al estilo de Jesús mismo. Y una oración que ayuda, en definitiva, a vivir en cercanía con los misionados. En la oración, los misioneros ponemos nuestro corazón a la escucha de Dios, y también nos ayuda a escuchar a nuestro prójimo.

El Papa León, a la muchedumbre que le acompañamos en la plaza de San Pedro esta mañana, nos dijo en la homilía: «Así como no nos cansamos de respirar, del mismo modo no nos cansemos de orar. Como la respiración sostiene la vida del cuerpo, así la oración sostiene la vida del alma. La fe, ciertamente, se expresa en la oración y la oración auténtica vive de la fe». Una oración perseverante y confiada debe ser necesariamente una oración de sensibilidad y preocupación especialmente por los débiles y por los pobres, que han de ocupar un lugar muy especial en el corazón de todos los que somos misioneros y que esa preocupación debe expresarse administrándoles justicia. En este DOMUND pidamos de nuevo al Señor Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!” y renovemos nuestro compromiso misionero para lograr todos juntos, con esa fuerza que da la oración unida a nuestro trabajo en la misión universal, que todos le conozcan y le amen. Que la Virgen Santísima nos ayude. Termino mi reflexión con las palabras finales de la homilía para este domingo del Santo Padre: «Mientras peregrinamos hacia esa meta, no nos cansemos de orar, cimentados en lo que hemos aprendido y creemos firmemente (cf. 2 Tm 3,14). De ese modo, la fe en la tierra sostiene la esperanza en el cielo». ¡Bendecido DOMUND!

Padre Alfredo.

sábado, 18 de octubre de 2025

«¡Que no falten obreros para la mies!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Por fin he encontrado un espacio de tiempo para compartir mi reflexión. En primer lugar pídanle a Dios que no resulte como mi homilía de ayer, que parecí interminable, y no porque no pudiera aterrizar, sino por el cúmulo de ideas venidas de lo alto que invadían mi desacertado corazón. No es fácil partir de un Evangelio como el de ayer (LC 12,1-7), con unos fariseos como protagonistas apoltronados como ejemplo de la hipocresía reinante en el corazón de tanta gente soberbia y arrogante que a veces se infiltra aún en la Iglesia. Hoy el Evangelio es diferente (Lc 10,1-9), nos habla de un realidad que también, como la de ayer, subsiste en la Iglesia: la necesidad de orar por las vocaciones.

La mies sigue siendo abundante y los obreros cada vez más pocos, pero el Señor sigue pidiendo, con insistencia, que confiemos en Él, porque la obra de la salvación es suya, pero no quiere hacerla sin sus instrumentos, que somos cada uno de nosotros que hemos de confiar en Él, apoyándonos no en nuestras seguridades, sino sólo en Él, aún en medio de la oscuridad, porque Él está por encima de todo obstáculo. Los llamados somos cada uno de nosotros, bautizados gracias a la misericordia del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo y enviados a conquistar el mundo para su amor. Dios anhela y espera que nos lancemos a sus brazos providentes y misericordiosos y nos pongamos en camino, sin descentrarnos ni distrayéndonos con nada que pueda dificultar el seguimiento de la persona de Jesucristo.

Escribo estas líneas en el último asiento de un autobús rumbo a Asís, en Italia. Vamos al encuentro de tres grandes bautizados que supieron responder al llamado: San Francisco, Santa Clara y San Carlo Acutis. Ellos, cada uno en su condición particular, entendieron que anunciar a Jesucristo y su  Evangelio, es un mandato, un envío, no una ocurrencia salida de la propia iniciativa. Los tres se sintieron pequeños ante el tamaño inmenso del calibre de la llamada, pero no se desanimaron a la hora de dar testimonio como bautizados, con valentía, porque ante las contrariedades, Jesús siempre estará con nosotros y pondrá en nuestro corazón y en nuestros labios lo que necesitamos para responder. Ciertamente el Señor confía más en nosotros, que nosotros en Él, como confió en Francisco, en Clara, en Carlo… en María Santísima, jovencita también como estos tres. Que Ella y estos tres santitos que nos esperan en Asís, intercedan y nos alienten a seguir pidiendo que no falten obreros en la mies. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

martes, 14 de octubre de 2025

«No por los propios méritos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se imaginan ustedes, mis queridos 5 lectores, cuán emocionado estoy viviendo estos días sumergido en Roma en el Encuentro Internacional de la Familia Inesiana. La experiencia de estar compartiendo el gozo del inesianismo con gente de varias partes del mundo, miembros de las diversas expresiones del rico carisma de esta misionera sin fronteras, la beata María Inés Teresa que dio vida a esta obra maravillosa que desde jovencillo —¡hace ya un buen!— me cautivó, no tiene precio. Bien me viene recordar hasta qué punto y en qué forma el amor de Dios ha sido derramado en mí desde hace ya tanto, tanto, yendo más allá de méritos y deseos personales. Ciertamente estos días he podido reflexionar en que mis méritos son mucho más que escasos y mis deseos siempre muy limitados ante la grandeza de Dios. Me ha dado todo al entregarme a su Hijo y en él muchos hermanos, superando así lo que pudiera imaginar.

Estos días estamos leyendo como primera lectura la Carta a los Romanos. Hoy, en estas letras (Rm 1,16-25), San Pablo escribe poniendo de manifiesto la importancia del Evangelio y deja claro «que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, sea judío o griego». Él dirá que ha sido enviado a los gentiles para anunciarles el Evangelio, mediante el cual se revela la justicia de Dios y que la salvación llega por medio de la fe y no la originan solamente las obras. El amor de Dios ha hecho capaz al hombre de conocerle y encontrarlo en toda la creación, obra suya. Una hermosa reflexión se nos propone: «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas».

Quiero tomar este pasaje para seguirme examinando en lo que soy y en lo que hago como misionero para que el Espíritu me lleve a metas más altas sin quitarle, de ninguna manera, el lugar protagónico a Dios. Es muy necesario, actualmente en que hay tantas maneras de hacerse «famoso», escapar de la tentación de sustituir a Dios, ya sea colocándose en su lugar, o ya sea sustituyéndolo por la vanidad de endiosar la obra de nuestras manos. ¡Cómo me ayuda, este pasaje, en el contexto de esta hermosa experiencia del jubileo, a ser consciente de haber sido llamado a administrar y cuidar de todo cuanto existe, como misionero, en nombre del mismo Señor que a todos ha creado! Que María Santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra me ayude en el examen, porque sin ella, sin su ejemplo de docilidad, de escucha, de servicio, de atención a la voluntad del Padre... repruebo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

LA ESPERANZA VIVIDA COMO ADHESIÓN A CRISTO Y A LA IGLESIA POR MADRE INÉS.


Este Año Jubilar, marca para todos los miembros de nuestra Familia Inesiana, un imperativo a la hora de hablar como misioneros en nuestras distintas expresiones inesianas, del presente y el futuro de nuestro ser y quehacer. Este imperativo es «la esperanza». Imperativo que sintoniza perfectamente con lo que el lema de este año santo nos estampa en el corazón: «Peregrinos de Esperanza». Sí, no debemos olvidar que somos peregrinos y que este jubileo es una invitación a ser conscientes de ello. Vamos andando en este mundo en peregrinación, tanto física como espiritual, viviendo la fe en el camino y buscando acercarnos a Dios y a los demás en caridad. Pero somos peregrinos de esperanza. Y esta esperanza se entiende como la certeza del amor de Dios, la capacidad de superar las tribulaciones y de construir un futuro de paz y fraternidad que nos ha de llevar a metas altas de santidad, pasando por el mundo haciendo el bien como Cristo, que se encarnó para salvarnos (cf. Hb 10,38). 

A todos los que estamos aquí, como hombres y mujeres de fe, nos consta que es mucho más lo que se puede alcanzar y lo que está por venir, que lo que nuestros ojos apenas pueden ver. El mundo en el que somos misioneros, necesita de esperanza; mucha más esperanza en lo que somos, en lo que hacemos y en lo que vivimos, recordando que somos hijos de un corazón sin fronteras que, hasta el último aliento de vida, se mantuvo inmerso en la esperanza.

Por encima de todas las pequeñas esperanzas que nos proponen las utopías y las diversas ideologías que en nuestra época van y vienen, los inesianos, a imitación de nuestra fundadora, ciframos nuestra esperanza en Dios, que es el único que nos puede salvar. 

Es de todos conocido que el mundo actual, caracterizado por el auge del individualismo, el relativismo y un enfoque en lo material en el que la influencia y práctica del cristianismo han disminuido significativamente, resultando en un menor apego a los valores esenciales y a las sólidas enseñanzas, implicando un desplazamiento de lo religioso de la esfera pública a la privada, sufre una pérdida de referentes morales y un vacío espiritual. 

La secularización ha hecho a un lado instituciones y aspectos de la vida que antes estaban vinculados a la religión al hacerlos ahora parte del ámbito civil, causando que la religión pierda su preeminencia pública. 

Nos movemos, como ciudadanos de un mundo globalizado, en medio de una confusión de orden jerárquico de los valores morales. Sobre todo nuestros adultos jóvenes, los jóvenes y los adolescentes, experimentan una desorientación en los valores y principios básicos que antes eran proporcionados por la fe, lo que ha generado inseguridad y un vacío existencial. La dificultad de educar en la fe ha llevado, sobre todo a los niños, a aprender sus valores de fuentes alternativas como los teléfonos celulares y las redes sociales, en lugar de la familia.

El individualismo y el relativismo, que tanto denunció Benedicto XVI, de feliz memoria, en su brillante encíclica «Spe Salvi» han hecho que la tendencia de la vida de las personas se desplace hacia un individualismo que va degenerando en la «beatificación del antojo», donde todo se percibe como incierto y sin una validez única. 

Por su parte, el predominio del materialismo, va marginando los valores espirituales y la presencia de Dios en la sociedad en favor de un enfoque centrado en lo material, lo que puede ser impulsado por los medios de comunicación y las lógicas del mercado. Si bien este concepto se aplica especialmente a Europa Occidental y a América, la descristianización coexiste con un leve crecimiento del cristianismo en algunas regiones, de África, el llamado «continente de la esperanza» y de Asia.

Para algunos, incluso gente cercana a nosotros, los misioneros pudiéramos parecer como simples entusiastas que cada mes de octubre celebran el mes de las misiones y nada más. Porque inclusive es triste ver que muchos, incluso consagrados, ya no quieren desinstalarse de este ámbito atractivo y comodón que la tecnología actual nos brinda en las grandes ciudades y que difícilmente llega a las pequeñas y alejadas comunidades a donde pocos quieren ir. 

El Papa Benedicto XVI, el gran teólogo y misionero de los últimos tiempos, en esa obra maestra de la Esperanza que ya he mencionado: «Spes Salvi», afirma que «a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los periodos de su vida. A veces —dice el Papa— puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida» (Spe salvi, n. 30).  

Esas esperanzas, sin embargo, no bastan, sobre todo porque los humanos, —aunque no todos sean hiperactivos como alguno que otro—, tenemos un corazón inquieto en el que muchos obstáculos impiden lograr lo que deseamos. 

Nosotros, queridos hermanos, nos hemos dejado alcanzar por Cristo a imitación de Nuestra Madre fundadora. En Él tenemos un referente para no quedar atrapados en un simple optimismo de una reunión internacional que no deje eco en el corazón. Entre la esperanza cristiana y el optimismo hay una gran diferencia. ¡No son iguales! El optimismo pasa y la única y auténtica esperanza para todos los creyentes es la cruz de nuestro Señor Jesucristo que permanece y que nosotros hemos abrazado. Si es verdad que muchas diócesis, instituciones, familias misioneras, congregaciones — incluso muchas comunidades contemplativas—, están viviendo momentos difíciles, por la escasez de vocaciones y por falta de compromiso por parte de los seglares, hemos de reconocer y agradecer el don de la fidelidad, de la perseverancia y el espíritu de confianza en Dios que está presente en la Iglesia.

Solo en Dios podemos llegar a vislumbrar esa gran esperanza. Benedicto XVI nos lo dice: «Esta gran esperanza solo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto» (Spe salvi, n. 31).. 

Cuando nuestra amada fundadora, la beata María Inés Teresa fundó la Familia Inesiana, con nuestras hermanas Misioneras Clarisas, pilares de lo que somos y hacemos, lo hizo llena de esperanza en un mundo que parecía muerto a la esperanza. La época estaba marcada principalmente por la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y las consecuencias de la Gran Depresión, incluyendo la pobreza y el desempleo que persistieron. Ataques aéreos,  hambrunas, así como el inicio de la Guerra Fría y la amenaza de la energía atómica envolvían la faz e la tierra en la desesperanza. Es en ese tiempo en el que ella, llena de esperanza funda nuestra familia misionera.

Pero eso no es todo. Años antes, México sufrió también un tiempo marcado, para muchos, con desesperanza: la persecución cristera. Una época que se veía como interminable y parecía acabar con la fe de un pueblo que, cobijado por el manto de la Guadalupana, se debatía en la lucha cristera mientras que los templos estaban cerrados y las columnas de la vivencia de la fe, iban al exilio. Se estima que entre 250 mil y 300 mil personas murieron durante la Guerra Cristera (1926-1929). Solamente tres obispos permanecieron ocultos en el país: Pascual Orozco y Jiménez, José María González y Valencia y San Rafael Guizar y Valencia, que fue el único que pudo mantener un seminario oculto en la clandestinidad.

En medio de todo esto, la Beata María Inés Teresa, llena de esperanza, buscó la manera de responder al llamado que Dios le hacía para consagrar su vida como religiosa e ingresó a una comunidad de clarisas exiliada en Los Ángeles, California, en 1929. Su experiencia de persecución y exilio la llevó a mantener viva la esperanza para dedicarse a cumplir la voluntad de Dios con alegría, aún en medio del sufrimiento. 

No me bastaría ni siquiera un día entero, para compartir con ustedes tantos testimonios y anécdotas de aquellas dos épocas de la vida de nuestra fundadora en los que la esperanza se hizo siempre presente. Aún conociéndome... ¡me dieron 20 minutos! A ver hasta dónde llego de esto que escribí.

Ciertamente no he venido aquí a dar una intrincada conferencia sobre la esperanza. Esa, con las catequesis y el tiempo de preparación a este magno encuentro, la tenemos clara. Vengo aquí a invitarles a no apartar nuestra mirada de la vida y e la obra de la beata María Inés para vivir como ella, no en el simple entusiasmo pasajero de algo que se consume como una llamarada de petate, sino en esperanza, en esa esperanza que, como dice San Pablo en la carta a los Romanos, no defrauda (Rm 5,5).

Somos esperanza en el mundo desde la normalidad de nuestra vida de familia con la fraternidad, el complemento de las diversas expresiones de nuestro carisma inesiano en los diferentes miembros en su forma de ser, la disponibilidad para la misión y viviendo la evangelización donde la Iglesia nos llama, compartiendo nuestra espiritualidad de sacerdotes, de consagrado(Florecillas de San Francisco no. 287; cf. Sal 33,23).

Nuestra Madre fundadora, fue una mujer que con convicción firme, esperó siempre en el Señor. En una carta colectiva escribe: «Alguien me dice que me promete confiar en Dios… contra toda esperanza ¡magnífico! es algo que me da tanta alegría. La confianza en Dios todo lo puede» (Carta colectiva de marzo 14 de 1963). 

Las distintas esperanzas humanas, que inspiran las actividades diarias de todos los miembros de nuestra familia inesiana, corresponden, desde que el Señor estableció su reinado, al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros que hemos sido llamados y confiamos en Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica no. 1818).  Dice Nuestra Madre: «La esperanza es una virtud obligatoria; radica en el espíritu, pero irradia en todo el ser» (Ejercicios Espirituales de 1933).  Y por otra parte afirma: «La confianza en Dios es precisamente la esperanza, pues, como confiamos en él, esperamos lo que nos ha prometido» (Carta colectiva desde Roma el 4 de octubre de 1978).  Ella recomienda en una carta: «Confiemos siempre en Dios, aun sobre toda esperanza y… triunfaremos en todo. El es infinitamente misericordioso» (Carta colectiva desde Cuernavaca el 21 de agosto de 1958).  

Ante esto podemos preguntarnos en sintonía con Madre Inés: ¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi corazón misionero? «Dile a Cristo —escribe la beata María Inés— que, aunque toques y no te conteste, aunque pidas y no te dé, aunque busques y no encuentres, en él confías y que confías en él contra toda esperanza, y que aún cuando estuvieras sentado en sombras de muerte en él esperarías. Es esta esperanza, esta confianza lo que deleita su corazón» (Carta personal de 11 de noviembre de 1955). 

Para terminar, quiero invitarles a contemplar con los ojos de la esperanza a la Santísima Virgen, vestida de Guadalupana que habló a nuestra madre fundadora y la llenó de esperanza ante una realidad que ella aún desconocía: «Si entra en los designios de Dios servirte de ti para las obras de apostolado...». Ella, hermanos, en ese entonces era una religiosa de clausura en el exilio... ¿qué podía hacer? Pensando en aquella escena, creo que todos podemos experimentar interiormente la serena certeza de que la esperanza cristiana, nuestra esperanza, es cierta. No es vano producto de una ilusión quimérica o la proyección ilusa de un ideal inalcanzable. Nuestra esperanza es cierta. Es, como dice la Carta a los Hebreos, ancla del alma, segura y firme (Hb 6,19). Segura y firme dice, es decir cierta.

Por tanto, no debemos olvidar que la Virgen santísima, nuestra patrona principal, María de Guadalupe, alma del alma de nuestra familia misionera, es modelo de nuestra esperanza. Y una esperanza cierta, sin la cual nuestra fe se convertiría en simple ideología y nuestra caridad en una solidaridad intrascendente. A fines del siglo XIX un poeta francés, Charles Péguy (Charles Pierre Péguy, también nconocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (7 de enero de 1873-5 de septiembre de 1914, fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos), decía: «La esperanza es la pequeña de la casa, insignificante en apariencia y que apenas cuenta, pero sin la cual ni la fe ni la caridad se sostendrían» (“El misterio de la santa infancia”. Es un largo poema que reflexiona sobre la fe. y la esperanza, y en el que la esperanza es representada como una niña pequeña e indispensable para la vida cristiana, según lo menciona un artículo en la página del sitio “Iglesia de Aragón”). Cerremos nuestra reflexión recordando que el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesias Católica no. 1817).  Eso es lo que hizo Madre Inés.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

Conferencia en Roma, octubre de 2025.
Encuentro Internacional de la Familia Inesiana.
Año Jubilar de la Encarnación.

domingo, 12 de octubre de 2025

«La llamada y las pruebas»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio, la Buena Nueva, es siempre una llamada a ver la realidad en la que estamos, el mundo que nos envuelve y sobre todo una llamada a vernos a nosotros mismos insertos en este mundo en toda época, tiempo y lugar trabajando constantemente en un proceso arduo de conversión para alcanzar la salvación. Hoy, es especial, en el trozo que nos presenta en la Liturgia de la Palabra (Lc 11,29-32), dentro de este marco de «llamada», hay una invitación concreta de Jesús a revisar si si nuestro corazón está abierto a la conversión o buscamos pruebas que nos «justifiquen» en la cerrazón interior ante la llamada a la conversión.

La dureza del corazón, que Jesús reprocha en quienes parecía que lo oían pero no lo escuchaban, incapacita al hombre para reconocer la llamada de Dios en los acontecimientos, olvidando que la conversión no proviene de signos milagrosos, sino de un cambio del corazón y de un estar, como decimos coloquialmente «dale y dale», sin tregua ni descanso. En nuestros asuntos mundanos, cuando falta la confianza pedimos pruebas para creer lo que se nos dice. Pedimos que se nos demuestre con obras, con pruebas que fundamenten la credibilidad. Y dichas «pruebas», en esos casos, lo que demuestran es la falta de confianza.

Jesús en su infinito amor nos ofrece el signo de una vida nueva, la resurrección, recordándonos con ello que el testimonio de la propia vida que se hace donación, «pan partido» como Él, es el signo de la confianza. Por eso nos da el testimonio de su vida para que le creamos a Él, para que confiemos en Él. Ser creyentes es escuchar cada día la llamada de Jesús a la conversión para ser testigos vivientes de su estilo de vida, apóstoles, discípulos-misioneros. Ser creyentes es dar un testimonio de vida de una manera coherente, volcada en amor a los necesitados, como nos lo recuerda el Papa León en su Exhortación Apostólica «Dilexit te». Pensemos en el sustancioso testimonio que daba la Virgen María y que provenía de escuchar la Palabra y ponerla en práctica. Por eso conviene que pidamos su intercesión. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.


Con el gozo de estar en Roma, la que considero mi segunda casa, comparto feliz mi reflexión luego de haber tenido ayer el regalazo de contemplar de cerca la imagen original de Nuestra Señora de Fátima, que traída de Portugal para el jubileo de los movimientos marianos, nos reunió a su alrededor para rezar el Santo Rosario por las necesidades del mundo entero, así que, mis queridos lectores... ¡Aquí estuvieron conmigo! No se me hace casualidad que este domingo el Evangelio (Lc 17,11-19) nos narre el episodio de los diez leprosos que se acercan a Jesús suplicando que tenga compasión de ellos. Ayer nos acercamos muchos —tanto en Santa María Transpontina como en la vigilia en la plaza de San Pedro— a la Virgen Santa para orar y pedir por la «lepra» actual del mundo, la indiferencia y el olvido de los más necesitados.

El hombre y la mujer de fe, no puede ir con indiferencia perdiendo la visión de tantos necesitados que, en el Evangelio de San Lucas, para mostrar que se trata de una comunidad grande, como es el gran número de almas necesitadas de amor y compasión en el mundo, se muestra en diez leprosos —como son diez las monedas que la mujer tenía y le falta una (Lc 15,8); diez sirvientes entre los que hay un perezoso (Lc 19,13-25; cfr. Mt 25,28) y diez vírgenes, de las que cinco resultan previsoras y cinco imprudentes (Mt 25,1-13)—. Jesús escuchó la petición de los diez leprosos, y como vemos, les pide a cambio un gesto de confianza y una acción: «caminar». Será en el camino en donde encuentren la curación. Seguro que se llenarían de inmensa alegría, conocida de mucha gente, cuando los sacerdotes verificaron públicamente la curación del grupo. Pero solo uno, el samaritano, se acordó agradecido de su benefactor, Jesús, y supo «dar Gloria a Dios» volviendo con acción de gracias a sus pies.

Los diez leprosos —como el ciego de Jericó (Lc 18,35-43) y el Buen Ladrón (Lc 23,39-43)— llamaron al Maestro por su nombre: «¡Jesús, ten compasión de nosotros!». Todos se curaron, pero solamente uno de los diez, alcanzó la salvación plena: «¡Tu fe te ha salvado!». Nuestra acción de gracias da gloria a Dios y nos prepara para recibir la salvación. Por eso nos conviene fomentar en nuestro corazón, junto a la petición llena de confianza por lo que necesitamos y la compasión por los necesitados, la acción de gracias por todo lo que recibimos, incluso sin pedirlo. Como dice san Juan Crisóstomo: «Dios nos hace muchos regalos, y la mayor parte los desconocemos». Si somos agradecidos con Dios y le alabamos por todo, como María, atraemos para nosotros y para los demás las bendiciones del Cielo, la salvación. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 11 de octubre de 2025

«Que Dios nos muestre su mano misericordiosa»... Un pequeño Pensamiento para hoy

La primera lectura de este viernes es del libro de Joel, un profeta del que no conocemos su biografía pero según algunos datos del libro hay quienes lo sitúan hacia el año 830 antes de Cristo. Su lenguaje tiene una marcada belleza poética y cuenta una tremenda plaga genérica de langostas que asoló el país de Judá, anclado por aquel entonces en la agricultura y la ganadería. El profeta destaca, entonces, por ser un elegante cronista de epidemias y de amenazas de guerra. Manifiesta sentimientos de cercanía para con sus semejantes y busca, además, un camino de salida abriéndose al misterio de Dios. Joel invita a los sacerdotes a reunirse en la casa de Dios para aclamar al Señor pensando en los tiempos últimos. Dios muestra su mano misericordiosa, acepta las lágrimas de arrepentimiento y tiene piedad de su pueblo; recibe los corazones desgarrados, no entrega su heredad al oprobio, en sus planes tiene abierto el camino de retorno hacia él y enviará al Mesías.

Ese Mesías, encarnado, dará al hombre vuelos de eternidad hacia esos últimos tiempos para gozar luego de la contemplación eterna del Señor. ¡Hacia allá anhelamos todos llegar! El lastre del pecado original impedía a las criaturas humanas despegar hacia las alturas de un horizonte infinito pero, gracias al Mesías, la llegada al Cielo se hace realidad. La omnipotencia divina ha salido al paso de los intentos vanos del hombre por ascender hacia donde se sentía impulsado, es decir, a la plenitud de unión con Dios. Esta era su meta: «Creó Dios al ser humano a imagen suya» (Gen 1, 27). De esta manera, con ayuda del profeta Joel y del Evangelio de hoy (Lc 11,15-26) nos llenamos de consuelo sabiendo que no estamos distanciados de Dios, sino unidos a él. La unión perfecta de Jesús con Dios, buscando siempre la elevación del hombre, no la entendieron algunos de la multitud que asistieron a la expulsión de un demonio. Estos tales sentenciaron: «Por el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios echa los demonios». ¡Nada más lejos del discernimiento de Jesús! Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. La bondad de Dios es lo más opuesto a la maldad procedente el pecado de Belzebú y de sus secuaces que, con plena libertad, eligieron el mal del pecado.

Jesús no descansa de estarnos llamando continuamente al bien, incluso en medio de «las plagas» que se presentan en nuestra vida. Él busca la manera de llamarnos hacia el bien, a la unión con Dios y con el prójimo. Él nos pone en guardia, sin embargo, frente a las fuerzas del mal, que saben unirse también para causar la ruina del hombre. Pero la victoria está conquistada por el Señor: «Tomen las armas de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manténganse firmes» (Ef 6, 13). Que la Virgen María nos ayude a estar alerta para experimentar, como dije al inicio de esta reflexión, la mano misericordiosa de Dios y nos aleje de las insidias del enemigo que no descansa. ¡Bendecido viernes ya desde la Ciudad Eterna!

Padre Alfredo.