martes, 14 de octubre de 2025

«No por los propios méritos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se imaginan ustedes, mis queridos 5 lectores, cuán emocionado estoy viviendo estos días sumergido en Roma en el Encuentro Internacional de la Familia Inesiana. La experiencia de estar compartiendo el gozo del inesianismo con gente de varias partes del mundo, miembros de las diversas expresiones del rico carisma de esta misionera sin fronteras, la beata María Inés Teresa que dio vida a esta obra maravillosa que desde jovencillo —¡hace ya un buen!— me cautivó, no tiene precio. Bien me viene recordar hasta qué punto y en qué forma el amor de Dios ha sido derramado en mí desde hace ya tanto, tanto, yendo más allá de méritos y deseos personales. Ciertamente estos días he podido reflexionar en que mis méritos son mucho más que escasos y mis deseos siempre muy limitados ante la grandeza de Dios. Me ha dado todo al entregarme a su Hijo y en él muchos hermanos, superando así lo que pudiera imaginar.

Estos días estamos leyendo como primera lectura la Carta a los Romanos. Hoy, en estas letras (Rm 1,16-25), San Pablo escribe poniendo de manifiesto la importancia del Evangelio y deja claro «que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, sea judío o griego». Él dirá que ha sido enviado a los gentiles para anunciarles el Evangelio, mediante el cual se revela la justicia de Dios y que la salvación llega por medio de la fe y no la originan solamente las obras. El amor de Dios ha hecho capaz al hombre de conocerle y encontrarlo en toda la creación, obra suya. Una hermosa reflexión se nos propone: «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas».

Quiero tomar este pasaje para seguirme examinando en lo que soy y en lo que hago como misionero para que el Espíritu me lleve a metas más altas sin quitarle, de ninguna manera, el lugar protagónico a Dios. Es muy necesario, actualmente en que hay tantas maneras de hacerse «famoso», escapar de la tentación de sustituir a Dios, ya sea colocándose en su lugar, o ya sea sustituyéndolo por la vanidad de endiosar la obra de nuestras manos. ¡Cómo me ayuda, este pasaje, en el contexto de esta hermosa experiencia del jubileo, a ser consciente de haber sido llamado a administrar y cuidar de todo cuanto existe, como misionero, en nombre del mismo Señor que a todos ha creado! Que María Santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra me ayude en el examen, porque sin ella, sin su ejemplo de docilidad, de escucha, de servicio, de atención a la voluntad del Padre... repruebo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

LA ESPERANZA VIVIDA COMO ADHESIÓN A CRISTO Y A LA IGLESIA POR MADRE INÉS.


Este Año Jubilar, marca para todos los miembros de nuestra Familia Inesiana, un imperativo a la hora de hablar como misioneros en nuestras distintas expresiones inesianas, del presente y el futuro de nuestro ser y quehacer. Este imperativo es «la esperanza». Imperativo que sintoniza perfectamente con lo que el lema de este año santo nos estampa en el corazón: «Peregrinos de Esperanza». Sí, no debemos olvidar que somos peregrinos y que este jubileo es una invitación a ser conscientes de ello. Vamos andando en este mundo en peregrinación, tanto física como espiritual, viviendo la fe en el camino y buscando acercarnos a Dios y a los demás en caridad. Pero somos peregrinos de esperanza. Y esta esperanza se entiende como la certeza del amor de Dios, la capacidad de superar las tribulaciones y de construir un futuro de paz y fraternidad que nos ha de llevar a metas altas de santidad, pasando por el mundo haciendo el bien como Cristo, que se encarnó para salvarnos (cf. Hb 10,38). 

A todos los que estamos aquí, como hombres y mujeres de fe, nos consta que es mucho más lo que se puede alcanzar y lo que está por venir, que lo que nuestros ojos apenas pueden ver. El mundo en el que somos misioneros, necesita de esperanza; mucha más esperanza en lo que somos, en lo que hacemos y en lo que vivimos, recordando que somos hijos de un corazón sin fronteras que, hasta el último aliento de vida, se mantuvo inmerso en la esperanza.

Por encima de todas las pequeñas esperanzas que nos proponen las utopías y las diversas ideologías que en nuestra época van y vienen, los inesianos, a imitación de nuestra fundadora, ciframos nuestra esperanza en Dios, que es el único que nos puede salvar. 

Es de todos conocido que el mundo actual, caracterizado por el auge del individualismo, el relativismo y un enfoque en lo material en el que la influencia y práctica del cristianismo han disminuido significativamente, resultando en un menor apego a los valores esenciales y a las sólidas enseñanzas, implicando un desplazamiento de lo religioso de la esfera pública a la privada, sufre una pérdida de referentes morales y un vacío espiritual. 

La secularización ha hecho a un lado instituciones y aspectos de la vida que antes estaban vinculados a la religión al hacerlos ahora parte del ámbito civil, causando que la religión pierda su preeminencia pública. 

Nos movemos, como ciudadanos de un mundo globalizado, en medio de una confusión de orden jerárquico de los valores morales. Sobre todo nuestros adultos jóvenes, los jóvenes y los adolescentes, experimentan una desorientación en los valores y principios básicos que antes eran proporcionados por la fe, lo que ha generado inseguridad y un vacío existencial. La dificultad de educar en la fe ha llevado, sobre todo a los niños, a aprender sus valores de fuentes alternativas como los teléfonos celulares y las redes sociales, en lugar de la familia.

El individualismo y el relativismo, que tanto denunció Benedicto XVI, de feliz memoria, en su brillante encíclica «Spe Salvi» han hecho que la tendencia de la vida de las personas se desplace hacia un individualismo que va degenerando en la «beatificación del antojo», donde todo se percibe como incierto y sin una validez única. 

Por su parte, el predominio del materialismo, va marginando los valores espirituales y la presencia de Dios en la sociedad en favor de un enfoque centrado en lo material, lo que puede ser impulsado por los medios de comunicación y las lógicas del mercado. Si bien este concepto se aplica especialmente a Europa Occidental y a América, la descristianización coexiste con un leve crecimiento del cristianismo en algunas regiones, de África, el llamado «continente de la esperanza» y de Asia.

Para algunos, incluso gente cercana a nosotros, los misioneros pudiéramos parecer como simples entusiastas que cada mes de octubre celebran el mes de las misiones y nada más. Porque inclusive es triste ver que muchos, incluso consagrados, ya no quieren desinstalarse de este ámbito atractivo y comodón que la tecnología actual nos brinda en las grandes ciudades y que difícilmente llega a las pequeñas y alejadas comunidades a donde pocos quieren ir. 

El Papa Benedicto XVI, el gran teólogo y misionero de los últimos tiempos, en esa obra maestra de la Esperanza que ya he mencionado: «Spes Salvi», afirma que «a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los periodos de su vida. A veces —dice el Papa— puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida» (Spe salvi, n. 30).  

Esas esperanzas, sin embargo, no bastan, sobre todo porque los humanos, —aunque no todos sean hiperactivos como alguno que otro—, tenemos un corazón inquieto en el que muchos obstáculos impiden lograr lo que deseamos. 

Nosotros, queridos hermanos, nos hemos dejado alcanzar por Cristo a imitación de Nuestra Madre fundadora. En Él tenemos un referente para no quedar atrapados en un simple optimismo de una reunión internacional que no deje eco en el corazón. Entre la esperanza cristiana y el optimismo hay una gran diferencia. ¡No son iguales! El optimismo pasa y la única y auténtica esperanza para todos los creyentes es la cruz de nuestro Señor Jesucristo que permanece y que nosotros hemos abrazado. Si es verdad que muchas diócesis, instituciones, familias misioneras, congregaciones — incluso muchas comunidades contemplativas—, están viviendo momentos difíciles, por la escasez de vocaciones y por falta de compromiso por parte de los seglares, hemos de reconocer y agradecer el don de la fidelidad, de la perseverancia y el espíritu de confianza en Dios que está presente en la Iglesia.

Solo en Dios podemos llegar a vislumbrar esa gran esperanza. Benedicto XVI nos lo dice: «Esta gran esperanza solo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto» (Spe salvi, n. 31).. 

Cuando nuestra amada fundadora, la beata María Inés Teresa fundó la Familia Inesiana, con nuestras hermanas Misioneras Clarisas, pilares de lo que somos y hacemos, lo hizo llena de esperanza en un mundo que parecía muerto a la esperanza. La época estaba marcada principalmente por la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y las consecuencias de la Gran Depresión, incluyendo la pobreza y el desempleo que persistieron. Ataques aéreos,  hambrunas, así como el inicio de la Guerra Fría y la amenaza de la energía atómica envolvían la faz e la tierra en la desesperanza. Es en ese tiempo en el que ella, llena de esperanza funda nuestra familia misionera.

Pero eso no es todo. Años antes, México sufrió también un tiempo marcado, para muchos, con desesperanza: la persecución cristera. Una época que se veía como interminable y parecía acabar con la fe de un pueblo que, cobijado por el manto de la Guadalupana, se debatía en la lucha cristera mientras que los templos estaban cerrados y las columnas de la vivencia de la fe, iban al exilio. Se estima que entre 250 mil y 300 mil personas murieron durante la Guerra Cristera (1926-1929). Solamente tres obispos permanecieron ocultos en el país: Pascual Orozco y Jiménez, José María González y Valencia y San Rafael Guizar y Valencia, que fue el único que pudo mantener un seminario oculto en la clandestinidad.

En medio de todo esto, la Beata María Inés Teresa, llena de esperanza, buscó la manera de responder al llamado que Dios le hacía para consagrar su vida como religiosa e ingresó a una comunidad de clarisas exiliada en Los Ángeles, California, en 1929. Su experiencia de persecución y exilio la llevó a mantener viva la esperanza para dedicarse a cumplir la voluntad de Dios con alegría, aún en medio del sufrimiento. 

No me bastaría ni siquiera un día entero, para compartir con ustedes tantos testimonios y anécdotas de aquellas dos épocas de la vida de nuestra fundadora en los que la esperanza se hizo siempre presente. Aún conociéndome... ¡me dieron 20 minutos! A ver hasta dónde llego de esto que escribí.

Ciertamente no he venido aquí a dar una intrincada conferencia sobre la esperanza. Esa, con las catequesis y el tiempo de preparación a este magno encuentro, la tenemos clara. Vengo aquí a invitarles a no apartar nuestra mirada de la vida y e la obra de la beata María Inés para vivir como ella, no en el simple entusiasmo pasajero de algo que se consume como una llamarada de petate, sino en esperanza, en esa esperanza que, como dice San Pablo en la carta a los Romanos, no defrauda (Rm 5,5).

Somos esperanza en el mundo desde la normalidad de nuestra vida de familia con la fraternidad, el complemento de las diversas expresiones de nuestro carisma inesiano en los diferentes miembros en su forma de ser, la disponibilidad para la misión y viviendo la evangelización donde la Iglesia nos llama, compartiendo nuestra espiritualidad de sacerdotes, de consagrado(Florecillas de San Francisco no. 287; cf. Sal 33,23).

Nuestra Madre fundadora, fue una mujer que con convicción firme, esperó siempre en el Señor. En una carta colectiva escribe: «Alguien me dice que me promete confiar en Dios… contra toda esperanza ¡magnífico! es algo que me da tanta alegría. La confianza en Dios todo lo puede» (Carta colectiva de marzo 14 de 1963). 

Las distintas esperanzas humanas, que inspiran las actividades diarias de todos los miembros de nuestra familia inesiana, corresponden, desde que el Señor estableció su reinado, al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros que hemos sido llamados y confiamos en Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica no. 1818).  Dice Nuestra Madre: «La esperanza es una virtud obligatoria; radica en el espíritu, pero irradia en todo el ser» (Ejercicios Espirituales de 1933).  Y por otra parte afirma: «La confianza en Dios es precisamente la esperanza, pues, como confiamos en él, esperamos lo que nos ha prometido» (Carta colectiva desde Roma el 4 de octubre de 1978).  Ella recomienda en una carta: «Confiemos siempre en Dios, aun sobre toda esperanza y… triunfaremos en todo. El es infinitamente misericordioso» (Carta colectiva desde Cuernavaca el 21 de agosto de 1958).  

Ante esto podemos preguntarnos en sintonía con Madre Inés: ¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi corazón misionero? «Dile a Cristo —escribe la beata María Inés— que, aunque toques y no te conteste, aunque pidas y no te dé, aunque busques y no encuentres, en él confías y que confías en él contra toda esperanza, y que aún cuando estuvieras sentado en sombras de muerte en él esperarías. Es esta esperanza, esta confianza lo que deleita su corazón» (Carta personal de 11 de noviembre de 1955). 

Para terminar, quiero invitarles a contemplar con los ojos de la esperanza a la Santísima Virgen, vestida de Guadalupana que habló a nuestra madre fundadora y la llenó de esperanza ante una realidad que ella aún desconocía: «Si entra en los designios de Dios servirte de ti para las obras de apostolado...». Ella, hermanos, en ese entonces era una religiosa de clausura en el exilio... ¿qué podía hacer? Pensando en aquella escena, creo que todos podemos experimentar interiormente la serena certeza de que la esperanza cristiana, nuestra esperanza, es cierta. No es vano producto de una ilusión quimérica o la proyección ilusa de un ideal inalcanzable. Nuestra esperanza es cierta. Es, como dice la Carta a los Hebreos, ancla del alma, segura y firme (Hb 6,19). Segura y firme dice, es decir cierta.

Por tanto, no debemos olvidar que la Virgen santísima, nuestra patrona principal, María de Guadalupe, alma del alma de nuestra familia misionera, es modelo de nuestra esperanza. Y una esperanza cierta, sin la cual nuestra fe se convertiría en simple ideología y nuestra caridad en una solidaridad intrascendente. A fines del siglo XIX un poeta francés, Charles Péguy (Charles Pierre Péguy, también nconocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (7 de enero de 1873-5 de septiembre de 1914, fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos), decía: «La esperanza es la pequeña de la casa, insignificante en apariencia y que apenas cuenta, pero sin la cual ni la fe ni la caridad se sostendrían» (“El misterio de la santa infancia”. Es un largo poema que reflexiona sobre la fe. y la esperanza, y en el que la esperanza es representada como una niña pequeña e indispensable para la vida cristiana, según lo menciona un artículo en la página del sitio “Iglesia de Aragón”). Cerremos nuestra reflexión recordando que el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesias Católica no. 1817).  Eso es lo que hizo Madre Inés.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

Conferencia en Roma, octubre de 2025.
Encuentro Internacional de la Familia Inesiana.
Año Jubilar de la Encarnación.

domingo, 12 de octubre de 2025

«La llamada y las pruebas»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio, la Buena Nueva, es siempre una llamada a ver la realidad en la que estamos, el mundo que nos envuelve y sobre todo una llamada a vernos a nosotros mismos insertos en este mundo en toda época, tiempo y lugar trabajando constantemente en un proceso arduo de conversión para alcanzar la salvación. Hoy, es especial, en el trozo que nos presenta en la Liturgia de la Palabra (Lc 11,29-32), dentro de este marco de «llamada», hay una invitación concreta de Jesús a revisar si si nuestro corazón está abierto a la conversión o buscamos pruebas que nos «justifiquen» en la cerrazón interior ante la llamada a la conversión.

La dureza del corazón, que Jesús reprocha en quienes parecía que lo oían pero no lo escuchaban, incapacita al hombre para reconocer la llamada de Dios en los acontecimientos, olvidando que la conversión no proviene de signos milagrosos, sino de un cambio del corazón y de un estar, como decimos coloquialmente «dale y dale», sin tregua ni descanso. En nuestros asuntos mundanos, cuando falta la confianza pedimos pruebas para creer lo que se nos dice. Pedimos que se nos demuestre con obras, con pruebas que fundamenten la credibilidad. Y dichas «pruebas», en esos casos, lo que demuestran es la falta de confianza.

Jesús en su infinito amor nos ofrece el signo de una vida nueva, la resurrección, recordándonos con ello que el testimonio de la propia vida que se hace donación, «pan partido» como Él, es el signo de la confianza. Por eso nos da el testimonio de su vida para que le creamos a Él, para que confiemos en Él. Ser creyentes es escuchar cada día la llamada de Jesús a la conversión para ser testigos vivientes de su estilo de vida, apóstoles, discípulos-misioneros. Ser creyentes es dar un testimonio de vida de una manera coherente, volcada en amor a los necesitados, como nos lo recuerda el Papa León en su Exhortación Apostólica «Dilexit te». Pensemos en el sustancioso testimonio que daba la Virgen María y que provenía de escuchar la Palabra y ponerla en práctica. Por eso conviene que pidamos su intercesión. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.


Con el gozo de estar en Roma, la que considero mi segunda casa, comparto feliz mi reflexión luego de haber tenido ayer el regalazo de contemplar de cerca la imagen original de Nuestra Señora de Fátima, que traída de Portugal para el jubileo de los movimientos marianos, nos reunió a su alrededor para rezar el Santo Rosario por las necesidades del mundo entero, así que, mis queridos lectores... ¡Aquí estuvieron conmigo! No se me hace casualidad que este domingo el Evangelio (Lc 17,11-19) nos narre el episodio de los diez leprosos que se acercan a Jesús suplicando que tenga compasión de ellos. Ayer nos acercamos muchos —tanto en Santa María Transpontina como en la vigilia en la plaza de San Pedro— a la Virgen Santa para orar y pedir por la «lepra» actual del mundo, la indiferencia y el olvido de los más necesitados.

El hombre y la mujer de fe, no puede ir con indiferencia perdiendo la visión de tantos necesitados que, en el Evangelio de San Lucas, para mostrar que se trata de una comunidad grande, como es el gran número de almas necesitadas de amor y compasión en el mundo, se muestra en diez leprosos —como son diez las monedas que la mujer tenía y le falta una (Lc 15,8); diez sirvientes entre los que hay un perezoso (Lc 19,13-25; cfr. Mt 25,28) y diez vírgenes, de las que cinco resultan previsoras y cinco imprudentes (Mt 25,1-13)—. Jesús escuchó la petición de los diez leprosos, y como vemos, les pide a cambio un gesto de confianza y una acción: «caminar». Será en el camino en donde encuentren la curación. Seguro que se llenarían de inmensa alegría, conocida de mucha gente, cuando los sacerdotes verificaron públicamente la curación del grupo. Pero solo uno, el samaritano, se acordó agradecido de su benefactor, Jesús, y supo «dar Gloria a Dios» volviendo con acción de gracias a sus pies.

Los diez leprosos —como el ciego de Jericó (Lc 18,35-43) y el Buen Ladrón (Lc 23,39-43)— llamaron al Maestro por su nombre: «¡Jesús, ten compasión de nosotros!». Todos se curaron, pero solamente uno de los diez, alcanzó la salvación plena: «¡Tu fe te ha salvado!». Nuestra acción de gracias da gloria a Dios y nos prepara para recibir la salvación. Por eso nos conviene fomentar en nuestro corazón, junto a la petición llena de confianza por lo que necesitamos y la compasión por los necesitados, la acción de gracias por todo lo que recibimos, incluso sin pedirlo. Como dice san Juan Crisóstomo: «Dios nos hace muchos regalos, y la mayor parte los desconocemos». Si somos agradecidos con Dios y le alabamos por todo, como María, atraemos para nosotros y para los demás las bendiciones del Cielo, la salvación. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 11 de octubre de 2025

«Que Dios nos muestre su mano misericordiosa»... Un pequeño Pensamiento para hoy

La primera lectura de este viernes es del libro de Joel, un profeta del que no conocemos su biografía pero según algunos datos del libro hay quienes lo sitúan hacia el año 830 antes de Cristo. Su lenguaje tiene una marcada belleza poética y cuenta una tremenda plaga genérica de langostas que asoló el país de Judá, anclado por aquel entonces en la agricultura y la ganadería. El profeta destaca, entonces, por ser un elegante cronista de epidemias y de amenazas de guerra. Manifiesta sentimientos de cercanía para con sus semejantes y busca, además, un camino de salida abriéndose al misterio de Dios. Joel invita a los sacerdotes a reunirse en la casa de Dios para aclamar al Señor pensando en los tiempos últimos. Dios muestra su mano misericordiosa, acepta las lágrimas de arrepentimiento y tiene piedad de su pueblo; recibe los corazones desgarrados, no entrega su heredad al oprobio, en sus planes tiene abierto el camino de retorno hacia él y enviará al Mesías.

Ese Mesías, encarnado, dará al hombre vuelos de eternidad hacia esos últimos tiempos para gozar luego de la contemplación eterna del Señor. ¡Hacia allá anhelamos todos llegar! El lastre del pecado original impedía a las criaturas humanas despegar hacia las alturas de un horizonte infinito pero, gracias al Mesías, la llegada al Cielo se hace realidad. La omnipotencia divina ha salido al paso de los intentos vanos del hombre por ascender hacia donde se sentía impulsado, es decir, a la plenitud de unión con Dios. Esta era su meta: «Creó Dios al ser humano a imagen suya» (Gen 1, 27). De esta manera, con ayuda del profeta Joel y del Evangelio de hoy (Lc 11,15-26) nos llenamos de consuelo sabiendo que no estamos distanciados de Dios, sino unidos a él. La unión perfecta de Jesús con Dios, buscando siempre la elevación del hombre, no la entendieron algunos de la multitud que asistieron a la expulsión de un demonio. Estos tales sentenciaron: «Por el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios echa los demonios». ¡Nada más lejos del discernimiento de Jesús! Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. La bondad de Dios es lo más opuesto a la maldad procedente el pecado de Belzebú y de sus secuaces que, con plena libertad, eligieron el mal del pecado.

Jesús no descansa de estarnos llamando continuamente al bien, incluso en medio de «las plagas» que se presentan en nuestra vida. Él busca la manera de llamarnos hacia el bien, a la unión con Dios y con el prójimo. Él nos pone en guardia, sin embargo, frente a las fuerzas del mal, que saben unirse también para causar la ruina del hombre. Pero la victoria está conquistada por el Señor: «Tomen las armas de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manténganse firmes» (Ef 6, 13). Que la Virgen María nos ayude a estar alerta para experimentar, como dije al inicio de esta reflexión, la mano misericordiosa de Dios y nos aleje de las insidias del enemigo que no descansa. ¡Bendecido viernes ya desde la Ciudad Eterna!

Padre Alfredo.

jueves, 9 de octubre de 2025

«Pedir, buscar, llamar»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Papa León, acaba de presentar esta mañana en Roma su primera exhortación apostólica titulada «Dilexit te». Un documento inicialmente empezado por el Papa Francisco sobe al Iglesia y los pobres. Lo he leído ya, pues ya bastante mejor, salí temprano de casa rumbo al aeropuerto para montarme en este Boeing Max 737-8 Max y continuar esta noche en el avión más grande de Aeroméxico rumbo, precisamente, a la Ciudad Eterna a participar en el Jubileo de la Familia Inesiana. Allá el Santo Padre ha celebrado en este día la Misa del Jubileo de la Vida Consagrada y nos ha recordado, con las tres palabras clave del Evangelio de este jueves (Lc 11,5-13), «Pedir», «buscar» y «llamar», que sin Dios nada tiene sentido, nada vale y el «pedir», «buscar» y «llamar», hacen referencia a esta verdad. Si pedimos, con ojos de fe, Dios nos dará lo que nos conviene, si buscamos con esperanza viva Dios nos ayudará a encontrar lo que queremos alcanzar y si llamamos a la puerta de su corazón, nos abrirá con exquisita caridad.

Al leer «Dilexit te», en consonancia con este Evangelio, uno puede captar algo muy importante. Para poder «pedir», «buscar» y «llamar» a la compasión de Dios, uno tiene que reconocerse pobre, necesitado se su gracia. Y para eso hay que ser humildes, como el hombre que, con insistencia, molestando como es obvio al amigo que sabe, que, por la misericordia que le conoce, le abrirá. Por supuesto que Jesús no está diciendo con esta parábola, que los creyentes siempre obtengamos lo que pedimos; los motivos equivocados, por ejemplo, obstaculizarán las respuestas a cualquier petición (St 4,3). Sin embargo, cuanto más tiempo pase un hombre y una mujer en comunión con Dios, más sabrá qué es lo que le pedir de acuerdo con la voluntad de Dios. 

«Pedir», «buscar», «llamar». No olvidemos estas tres palabras sentidos diferentes que se consideran aquí como algo esencial y que han de mover nuestro corazón para acercarnos a Dios. «Pedir» es verbal; los discípulos–misioneros de Cristo debemos usar nuestras bocas y pedir a Dios con ganas. «Buscar» implica algo mental que es, diríamos, más que pedir; es establecer prioridades y enfocar el corazón. «Llamar» implica un movimiento físico, en el que hemos de actuar... ¡Moviendo las manitas!, diría el padre Pepe. Aunque pedir y buscar son de gran importancia, estarían incompletos sin moverse a llamar. San Juan dijo que no debemos amar solo de palabra, sino también con las obras (1 Jn 3,18). De la misma manera, es bueno orar y buscar a Dios, pero si no se actúa también de manera que agrade a Dios, todo es en vano. No es casualidad que Jesús dijera que los creyentes deben amar a Dios con todo su corazón, con toda alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas (Lc 10,27). Que María Santísima nos acompañe en este santo insistir. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

martes, 7 de octubre de 2025

«Como María, a los pies de Jesús... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Escribo ya bastante tarde un poco más relajado, luego de que esta tarde me quitaron los puntos de la encía y me controlaron la infección en la garganta... es que, como dicen a veces llueve sobre mojado. Gracias a eso pude ya celebrar la santa misa de nuestra patrona: «Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás» gozando de un momento maravilloso con la gente más cercana a la comunidad, ya que la fiesta solemne se traslada al domingo para que todos, especialmente trabajadores y estudiantes, puedan asistir. El día 5, monseñor Alonso Garza, obispo emérito de Piedras Negras y gran amigo, presidió la misa solemne. Hoy, pudiéramos decir, la cosa fue más casera y por supuesto no faltaron las enchiladas al salir de misa desafiando el tormentón que en segundos hizo que se vaciara el cielo nicolaíta, que estaba cargado de nubes.

El Evangelio de hoy (Lc 10,38-42) nos presenta el conocido pasaje de Martha y María, en el que destaca la presencia de esta última a los pies de Jesús escuchando su palabra. Hoy que celebramos a Nuestra Señora del Rosario he pensado que seguramente esta mujer, aunque la Escritura no lo menciona, siendo amiga de Jesús, con sus hermanos Marta y Lázaro, sería también amiga de la Virgen, a quien contemplaría en otras veces a los pies de su Hijo Jesús y por eso la imita. Esta actitud tiene entonces tiene un significado muy profundo para nosotros: implica de hecho de que ella, imitando el «Sí» de la Madre de Dios, que personifica a la esposa amada del Señor, que es la Iglesia, nos invita a escoger siempre la mejor parte, haciendo lo que él nos diga. No en vano en esa ocasión, dirigiéndose a Marta, agobiada por el quehacer, Jesús le dice: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria». La Virgen, queridos hermanos, nos enseña muy bien cuál es esa sola cosa necesaria. Ella es la que ha creído y ha vivido inmersa en Dios. En nuestro ser y quehacer, como en la vida de los hermanos de Betania a los que hoy visita Jesús, María, la Madre de Dios, la Virgen del Rosario, entrelaza su vida con la nuestra. 

¿Quién de nosotros no ha pasado por momentos maravillosos de gozo como Ella, que quedó llena de alegría con el anuncio del ángel? ¿Quién de nosotros no ha experimentado la luz de Cristo que nos saca de tantos apuros como en aquella ocasión que faltaba el vino y gracias a María alcanzó y sobró? ¿Quién de nosotros no ha experimentado el dolor como María, que ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo al ser bajado de la Cruz? Y por último, ¿Quién de nosotros no mantiene viva la esperanza en la gloria del Cielo como Ella, que con su confianza y perseverancia nos invita a esperar?  Con razón la beata María Inés, en una sencilla cartita que dirige a su hermana Tere, esposa y madre de familia le dice: «No dejen de rezar en casa todos los días el Santo Rosario. Acuérdate como les pidió esto con mucha instancia, la santísima virgen a los pastorcitos de Fátima. Es el pararrayos en las familias, por ese medio la madre de misericordia derrama torrentes de gracias, preserva del mal, y nos ayuda a ser cada día más semejantes a su divino Hijo». Que Ella nos siga acompañado en todo momento, en todo tiempo y lugar de gozo, de luz, de dolor y de gloria. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

HOMILÍA EN LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA EL ROSARIO.


Queridos hermanos: 

A este Año Jubilar dedicado a la virtud teologal de la Esperanza, se une el año jubilar que desde febrero hemos iniciado por la próxima celebración del 25 aniversario de erección de nuestra parroquia. En medio de este hermoso marco, celebramos hoy a nuestra patrona, Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás, la Madre de Dios que encarnó esta virtud de la esperanza acompañando a su Hijo en los misterios de su vida y de la nuestra. La esperanza, dio a la Virgen la fuerza y el coraje para dedicar voluntariamente su vida a hacer vida la Buena Nueva y abandonarse por completo a la voluntad de Dios. El Papa León, el día de ayer, en el rezo de las Vísperas Solemnes en honor de Nuestra Señora nos ha recordado que «se dice a menudo que la Encarnación tuvo lugar primero en el corazón de María, antes de ocurrir en su seno —y que— esto subraya su fidelidad diaria a Dios». 

El breve relato que hemos escuchado en la segunda lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a María santísima envuelta en los misterios de la vida de la comunidad, que se reunía en torno a Jesús, que se había quedado presente en la Eucaristía. «Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos». (Hch 1,12-14). Desde sus inicios, la comunidad cristiana no quiso prescindir de la presencia de la Virgen María, a la que se reconoció inmediatamente como arquetipo de aquellos que «han encontrado gracia» a los ojos del Señor. 

El Evangelio de hoy (Lc 10,38-42), destaca hoy el papel de otra María, la de Betania, que seguramente, aunque la Escritura no lo menciona, siendo amiga de Jesús, con sus hermanos Marta y Lázaro, sería también amiga de la Virgen, a quien contemplaría en otras veces a los pies de su Hijo Jesús. Esta actitud de María de Betania, tiene entonces tiene un significado muy profundo para nosotros: implica de hecho de que ella, imitando el «Sí» de la Madre de Dios, que personifica a la esposa amada del Señor, que es la Iglesia, nos invita a escoger siempre la mejor parte haciendo lo que él nos diga. No en vano en esa ocasión, dirigiéndose a Marta, agobiada por el quehacer, el Hijo de María le dice: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria». 

La Virgen, queridos hermanos, nos enseña muy bien cuál es esa sola cosa necesaria. Ella es la que ha creído, y, de su seno, han brotado ríos de agua viva para irrigar la historia de la humanidad en diversos misterios de la vida. En nuestro ser y quehacer, como en la vida de los hermanos de Betania a los que hoy visita Jesús, los misterios del rosario se entrecruzan acompañados de María. ¿Quién de nosotros no ha pasado por momentos maravillosos de gozo como Ella, que quedó llena de alegría con el anuncio del ángel? ¿Quién de nosotros no ha experimentado la luz de Cristo que nos saca de tantos apuros como en aquella ocasión que faltaba el vino y gracias a María alcanzó y sobró? ¿Quién de nosotros no ha experimentado el dolor como María, que ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo al ser bajado de la Cruz? Y por último, ¿Quién de nosotros no mantiene viva la esperanza en la gloria del Cielo como Ella, que con su confianza y perseverancia nos invita a esperar? 

Cada vez que desgranamos las cuentas del Rosario, en la camándula o en un decenario, recordamos, llenos gratitud y de alegría su protección a lo largo de nuestra historia personal y comunitaria, sobre todo gozando su presencia silenciosa, cercana y maternal que siempre conforta. La beata María Inés, en un sencilla cartita que dirige a su hermana Tere, esposa y madre de familia le dice: «No dejen de rezar en casa todos los días el Santo Rosario. Acuérdate como les pidió esto con mucha instancia, la santísima virgen a los pastorcitos de Fátima. Es el pararrayos en las familias, por ese medio la madre de misericordia derrama torrentes de gracias, preserva del mal, y nos ayuda a ser cada día más semejantes a su divino Hijo». (Carta a su hermana María Teresa el 31 de mayo de 1952). Por otra parte, quizá adelantándose proféticamente a sus tiempos y contemplado lo que ahora vivimos anota en su Diario: «Si en tantos hogares no hay paz, no hay amor, tolerancia mutua y no se goza de la vida íntima de familia; es porque no se ama a María; ya no se reza en familia el Santo Rosario, las costumbres piadosas han desaparecido de muchos hogares; el dulce nombre de María no se invoca, Y si no aman a ella, Jesús ¿Quien los enseñará a amarte?» Diario de 1932 a 1934.

Quiero volver ahora al inicio de esta mal hilvanada reflexión, que preparé en medio de mis inesperados días de enfermedad, quiero invitarlos a contemplar a María como la Madre que nos invita a mantenernos firmes en esperanza, que no defrauda (cf. Rm 5,5). María como discípula-misionera, Madre de Dios y Madre nuestra, es el prototipo de cómo vivir la esperanza cristiana de modo comprometido. En los textos marianos del Nuevo Testamento, como este tan sencillo que hoy da pie a nuestra reflexión, la actitud de esperanza de María se realiza por medio de un itinerario que comparte la misma vida de Cristo y sabe dejarse sorprender por él para acompañar después a sus hijos, los hermanos de Jesús. El testimonio de María, en medio de este grupo de oración que nos presenta el libro de los Hechos, se propone como figura o personificación de la Iglesia que vive en esperanza comprometida.

Es fácil encontrar en la vida de María los «lugares» de aprendizaje del ejercicio de la esperanza: la oración como escuela de la esperanza, el actuar y el sufrir, el juicio o examen de amor ya desde ahora y al final de la peregrinación terrena. En las diversas escenas evangélicas, como la anunciación, el Magnificat, Belén, la huida a Egipto, Nazareth, las Bodas de Caná, la vida pública de Jesús, su permanencia al pie de la Cruz... María se presenta con esta actitud de apertura a la Palabra personificada en el mismo Jesús. Por esta «contemplación», ella podía vislumbrar, llena de esperanza, un más allá. La cercanía de Jesús, desde el día de la Encarnación, se convierte en experiencia de una presencia que es más allá de la visibilidad humana y de los éxitos inmediatos que le hizo permanecer siempre a los pies de su Hijo Jesús siendo la primera en escuchar su Palabra y ponerla en práctica. María fue viviendo estas sorpresas gozosas y dolorosas, los momentos de luz y de gloria llena de esperanza. Por eso Ella, para aquellos primeros cristianos, impactados ciertamente por la resurrección de Cristo, pero experimentando a su vez su ausencia física, se convierte en «Estrella de esperanza» y «Madre de la esperanza» por ser reflejo de la luz personificada en Jesús. Y por ser Madre de Jesús, nuestro hermano mayor, es Madre de todos nosotros. 

Si al rezar el Rosario contemplamos a María, como Esperanza nuestra, entendemos que esperar, para todo hombre y mujer de fe, es caminar juntos, es salir de nuestras pequeñas covachas para dirigirnos, como Ella, hacia la inmensa fuerza del Misterio de Dios, que es su Reino que ya estamos viviendo. Con el ejemplo que ella nos da, nos queda más claro que esperar es aceptar el riesgo de la vida de Dios en nuestra vida y decirle «Sí»

Cuando estaba preparando en medio de la oración esta homilía que seguro los está arrullando y que parece no terminar nunca, me vino el pensar que nunca he preguntados por qué este hermoso templo está dedicado a Nuestra Señora del Rosario desde antes de haberse constituido como parroquia hace casi ya 25 años. No sé de quién o de quienes fue la iniciativa, pero sé que eso, ha venido de lo alto. Ella quiso quedarse aquí, en el corazón de tantos y tantos que hemos pasado por este bendito lugar, como yo, que aquí celebré mi primera misa y como muchos de ustedes que aquí se bautizaron, que aquí se casaron, que aquí han vivido momentos de gozo, de luz, de dolor y de gloria.

Queridos hermanos, estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros, poerque también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó —ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible— a María. En esta solemnidad de Nuestra Señora del Rosario, sigamos contemplando a María. Pidámosle llenos de fe que ella nos abra a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseñe el camino para alcanzarlo. Que Ella nos ayude a acoger en la fe a su Hijo, a no perder nunca la amistad con él, a dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; a seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino, en esta hermosa red que es nuestra parroquia, hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

lunes, 6 de octubre de 2025

LA CASA DE LOS FAMOSOS Y EL BUEN SAMARITANO... Un pequeño pensamiento para hoy

Luego de varios días de haber dejado de compartir con ustedes, mis 14 lectores, mi reflexión por cuestiones de salud, retomo con gusto este «hobbie espiritual» que tanto disfruto, no sin antes agradecer el tropel de oración que se aventaron por un servidor. Para alguien que desde que fue sacado artísticamente con fórceps del vientre materno y cuyos recuerdos de niño tiene que ver mucho con el hospital, los doctores, las enfermeras y Lucita, la señora que inyectaba, no deja de ser sorpresiva la visita inesperada de Dios en situaciones de cirugías por más pequeñas que sean. Hoy el Evangelio Lc 10,25-37) es maravilloso como siempre y me ha hecho pensar en un acontecimiento que más que nuestras fiestas patronales en torno a la Virgen del Rosario, conmocionó a todo México y paralizó miles de actividades en toda la nación; incluso, seguramente, más que el informe presidencial. Me refiero a «La Casa de los Famosos». Seguro quien lea en otros países no sabré de qué hablo. Se trata de un programa como aquel famoso «Big Brother» pero con influencers de moda y artistas que con pena digo, me son totalmente ajenos por mi ignorancia televisiva.

Las parábolas de Jesús eran menos inocuas de lo que a primera vista. Siempre llevaban mucho detrás. Este lunes, la del «Buen Samaritano» es sensacional para abrirnos los ojos a una realidad: «¡Hemos dejado de voltear a ver al hermano necesitado!». Jesús propone esta parábola para responder a la pregunta «quién es mi prójimo». Ayer, 43 millones 150 mil votos de gente que estaba pegada al televisor desde sus hogares, habla de una situación que es de pensar. Pasando de largo ante 8.5 millones de seres humanos en situación de miseria —según datos del INEGI—, miles y miles de enfermos sin posibilidad de comprar medicamento, cientos de ancianos descartados y 4.4 millones de personas analfabetas que difícilmente encontrarán un empleo digno... nos hemos convertido en «Buenos Samaritanos» de gente que en ese reality ganaba entre $630,000 y $70,000 pesos. La diferencia es que el buen samaritano de la parábola no se preguntó por la procedencia del apaleado, no le pidió papeles. Se dio cuenta de que allí había sufrimiento y era preciso intervenir de inmediato. Más tarde volvería y arreglaría los asuntos con el hospedero.

Por ser una persona hiperactiva, ha sido complicado, desde pequeño, tenerme sentado frente al televisor, así, que, por lo mismo, nunca he visto un reality de ningún tipo. Pero bien sé que están envueltos en un aire de superficialidad y falta de contenido de baja calidad. Algunos amigos psicólogos me dicen que se provoca la manipulación haciendo que el auditorio vibre con el odio hacia algunos participantes fomentando dinámicas perjudiciales. Leyendo al eminente sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman (1925-2017) uno alcanza a ver que en medio de la sociedad líquida en la que vivimos, este tipo de entretenimiento va moldeando la percepción de la realidad influyendo en los valores y comportamientos de la sociedad. La Casa de los Famosos batió nuevamente récords de métricas digitales como negocio exitoso. El ganador se llevó 4 millones de pesos más lo que ya ganaba cada semana... ¿Y quiénes perdieron? Tal vez entre ellos esté la multitud que con las bocinas de los carros que están pagando hasta el día del juicio final, a todo lo que da y acompañados de porras a todo pulmón, se lanzaron anoche a festejar en la Macroplaza de Monterrey porque el ganador fue alguien de aquí, mientras los necesitados de alguna ayuda económica, una caricia, un poco de comida, un abrazo, un rato de escucha, una llamada de consuelo, etc. Se quedaron tirados en el camino. Quizá para algunos hubiera sido conveniente que no me recuperara para volver a escribir, pero yo creo que ustedes, mis 14 lectores, me darán la razón. Que la Santísima Virgen, a quien mañana contemplaremos como Nuestra Señora del Rosario, la excelsa mujer que comparte con nosotros los misterios de la vida, nos abra los ojos y el corazón. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

sábado, 4 de octubre de 2025

ORACIÓN VOCACIONAL DEL JOVEN



Señor Jesús,
reconociéndome amado por Ti,
he visto cuánto te necesita
el mundo.

A pesar del miedo y la duda,
aquí estoy.
Envíame a ser,
lo que has soñado para mí,
desde la eternidad.

María, Madre de los jóvenes,
tú que dijiste «sí» con alegría,
enséñame a hacer,
todo lo que Él me diga.
Amén.

martes, 30 de septiembre de 2025

En el día de San Jerónimo... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Hoy la Iglesia celebra a San Jerónimo, uno de los grandes doctores de la Iglesia, cuya dedicación y amor por la Sagrada Escritura sigue inspirándonos hasta nuestros días. Yo vivo siempre este día con gran gozo, porque gracias a Dios la comunidad parroquial que me toca pastorear, es muy amante de la Biblia y en nuestra escuela bíblica tenemos grupos a todas horas —incluso por zoom— con estuantes de muy diversas edades. San Jerónimo, que dedicó su vida al profundo estudio de las Escrituras decía: «Ignorar las Escrituras es desconocer a Cristo». 

Aunque era un gran erudito y tenía una vasta cultura, San Jerónimo vivió con sencillez y humildad. Pasó años en el desierto combatiendo sus propias debilidades y buscando la cercanía con Dios. Con su testimonio de vida nos recuerda que más allá de los logros humanos lo importante es vivir para agradar a Dios, haciendo vida la Palabra y siendo humildes y generosos. Así como San Jerónimo puso su inteligencia y sus talentos al servicio de la Iglesia, en medio de una vida que no fue nada fácil, nosotros también, como él, estamos llamados a poner nuestros dones al servicio de los demás, de la comunidad y de la Iglesia, sin buscar reconocimiento, sino la gloria de Dios. Recordemos que cada uno de nosotros puede ser instrumento de Dios si abrimos el corazón y nos dejamos transformar por Su palabra.

San Jerónimo nos enseña también que la persona que madura y crece a lo largo de su vida no es la que niega sus fracasos, sino la que sabe gestionarlos, es decir, aceptarlos claramente por lo que son, aprender de ellos, poner punto final a un capítulo y, a continuación, pasar página con serenidad y comenzar otro capítulo. Así fue él logrando la traducción de la Biblia al Latín dejándonos la famosa traducción conocida como «La Vulgata». En el Evangelio de hoy (Lc 9,51-56), el Señor Jesús envía mensajeros que le fueran anunciando. San Lucas nos dice que Cristo ha emprendido un camino y no se desviará de él, aunque sabe que Jerusalén matará al último de los profetas, como ha matado a muchos otros. Nosotros, hoy somos estos mensajeros, elegidos por el Señor a ir delante de él anunciando su Palabra. Que la Virgen, de quien San Jerónimo defendió la virginidad perpetua de María contra las ideas heréticas de su tiempo, interceda por nosotros. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

ALLÁ EN LA OTRA PARROQUIA...

“Allá en la otra parroquia, el padre predica breve y muy bien, ¡Que tipazo!”

“Allá en la otra parroquia, el coro y el sonido del templo es impresionante”.

“Allá en la otra parroquia, todo el mundo se saluda”.

“Allá en la otra parroquia todos están unidos y se apoyan”.

“Allá en la otra parroquia todo está muy bien organizado”.

“Allá en la otra parroquia, las celebraciones litúrgicas y los retiros son mucho más animados”.

“Allá en la otra parroquia la pastoral juvenil si está comprometida, todos los jóvenes están felices y unidos”.

¿Sabes lo que no hay en la otra parroquia, ni en ninguna otramás?

¡¡¡TÚ!!!

Tú… que participas a veces muy poco, pero te quejas mucho.

Tú… que solamente ves el mal en la cara de todos y aún así hablas de falta de unidad.

Tú… que no contribuyes, pero hablas de falta de inversiones y fondos, pero te olvidas de apoyar e incluso de dar tu ofrenda semanal.

Tú… que llegas sin saludar y no le diriges la palabra con nadie, pero piensas que las homilías y predicaciones son débiles.

Tú… que no reconoces el trabajo y entrega  de tu párroco, catequistas, evangelizadores, y de todas las personas que se entregan por amor y para dar vida a la comunidad parroquial; pero eso sí, gastas saliva alabando a los de lejos, y te la pasas  criticando y calumniando a los que sirven en la tuya.

En lugar de vivir haciendo comparaciones, es mejor hacer la diferencia donde tú estás, ser la Iglesia que deseas... colabora, involúcrate, ora, haz tus donaciones; lánzate en este compromiso de "no asistir a la Iglesia" sino a "ser Iglesia" y de preferencia una Iglesia saliente que se reúne para orar, fortalecerse y formarse  y así poder evangelizar y servir en las necesidades del pueblo de Dios.

“También ustedes, como piedras vivas, edifíquense y pasen a ser un Templo espiritual, una comunidad santa de sacerdotes que ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Cristo Jesús” (1 Pe 2, 5).

lunes, 29 de septiembre de 2025

MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL... Un pequeño pensamiento para hoy

No sabemos cómo son los ángeles. Pero en la Sagrada Escritura podemos contemplar muy de cerca cómo actúan, en relación a Dios y a nosotros. Hoy celebramos la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Ángeles de alto rango considerados «jefes» o «mensajeros principales» de Dios. Se ubican en una jerarquía espiritual superior a los ángeles comunes y son reconocidos por su rol como mensajeros divinos y protectores. Miguel, al frente de los seguidores del Mesías en su lucha contra el espíritu del mal, Gabriel, en el evangelio anuncia a Zacarías el nacimiento de su hijo Juan y a María su elección como madre del Mesías y Rafael, actuando como medicina de Dios. 

Esta fiesta nos invita a dar gracias a Dios por la cercanía que nos hace experimentar a través de estos seres misteriosos, y nos estimula a ser como ellos. A ayudar a todos en la lucha contra el mal. A ser propagadores de las «buenas noticias» de Dios, para gozo y esperanza de todos. También nos ayuda a curar las heridas y las cegueras de cuantos nos rodean. El Evangelio de hoy (Jn 1,47-51) nos recuerda que los arcángeles «suben y bajan» sobre el Hijo del hombre, sirven a Dios, pero lo hacen en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien.

La Iglesia, que en sus inicios fue protegida y defendida de una manera muy explícita por el ministerio de los Ángeles (cfr. Hch 5,17-20; 12,6-11) y continuamente experimenta su «ayuda misteriosa y poderosa», venera a estos espíritus celestes que tienen una tarea especial y pide con confianza su intercesión. Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Pidamos su asistencia junto a la de María Santísima, a quien de una manera particular Gabriel le anunció la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención. ¡Bendecida fiesta de los Santos Arcángeles!

Padre Alfredo.

viernes, 26 de septiembre de 2025

«Sacerdotes conocedores de Cristio, portadores de su alegría»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se puede hablar con alguien, o de alguien, si no se le conoce. Hoy, en el Evangelio (Lc 9,18-22) la figura de Cristo destaca preguntando primero «¿Quién dice la gente que soy yo?» y en segundo lugar, dirigiéndose a sus más cercanos discípulos–misioneros para hacerles también una pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». En la historia cultural de la humanidad, Cristo es conocido tal vez por muchos no ciertamente por lo que escribió, sino por lo que se ha escrito acerca de él y, de manera muy especial, por lo que su buena noticia, en el Evangelio, representa en los más de dos milenios transcurridos desde su nacimiento. La historia de la humanidad, desde su encarnación, no ha transcurrido al margen de su persona, para seguirlo, para atacarlo o para malentenderlo. Ciertamente Cristo es alguien conocido que está presente en ámbitos sociales de todos los continentes. Incluso en círculos religiosos de diversas denominaciones y e gente atea. No se halla tampoco al margen del llamado «continente digital». 

Hay que aclarar que esta difusión, la hemos hecho los cristianos, sus discípulos–misioneros a lo largo de todas las épocas. El conocimiento de Cristo nos ha llevado a miles y miles de hombres y mujeres de fe a fijar la mirada en Cristo para mejor conocerle y hacerle amar. De hecho hay que tener bien claro que para ser un buen cristiano hay que ir mucho más allá del conocer a Jesús superficialmente y declararlo como «El Mesías de Dios», como afirma Pedro en este relato. Ser un buen cristiano, un católico comprometido, es conocerlo personalmente. El mismo Cristo habló de la necesidad de conocerlo a profundidad cuando en oración exclamó: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17,3). Conocer bien a Jesús implica, por lo tanto, una respuesta de fe que nos lleve a esforzarnos por imitar sus virtudes, vivir de acuerdo con sus mandamientos y buscar hacer su voluntad en nuestras vidas. Implica confiarle nuestro ser y quehacer, ocuparnos de sus intereses y permitir que su poder transformador actúe dentro de nosotros.

Conocer a Jesús no es un evento único, sino un proceso continuo. Implica crecer en el conocimiento y la comprensión de sus enseñanzas, profundizar nuestra relación con él a través de la oración y los sacramentos, y buscar continuamente alinear nuestras vidas con su ejemplo. A eso hemos venido estos días los sacerdotes que hemos hecho ejercicios espirituales. Los días han pasado y es hora de volver a las tareas pastorales, recordando que la primacía del sacerdote del siglo XXI consiste en el estar muy cerca de Cristo el Buen Pastor y conocerle más y más. Estos días, en fraternidad sacramental lo hemos hecho presente en la Eucaristía y en las reflexiones compartidas por monseñor Carlos Santos; en sus homilías y prédicas, en su cercanía y en el compartir nuestro ser y quehacer. Hemos vivido nuestro sacerdocio recordando, como decía Benedicto XVI, que somos «servidores de la alegría de los demás». Conocemos a Jesús cada día más y más en la sorpresa de cada día, siempre dispuestos a ser enviados por Cristo, que nos conoce mejor que nosotros a él. Regreso ahora a la vida diaria pensando en otro Papa, san Juan XIII, que se empeñó en amar a Cristo y consiguió hacerlo con la misma sencillez cuando era un modesto cura, que cuando fue Papa. Siempre consciente de que su condición de sacerdote estaba por encima de todo bajo el cuidado de María, Madre de los sacerdotes. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 25 de septiembre de 2025

¿QUÉ HACE UN DIRECTOR DE ORQUESTA?


Muchas veces, a lo largo de mi vida, he tenido la oportunidad de hablar con muchos amantes de la música, que, como yo, gozan con los conciertos de música clásica —que por cierto muy poco puedo disfrutar ya en vivo, porque la Sinfónica toca los jueves y me es imposible ir—, y me he dado cuenta de que, a pesar de ello, no tienen una clara idea de lo que es el director de orquesta, de cuál es su misión y de la importancia que tiene su trabajo en el resultado de un concierto. 

Cuentan que una vez en Estados Unidos en uno de los ágapes que suelen dar los organizadores al terminar los conciertos, una persona preguntó a un director: «Maestro, ¿usted qué hace cuando no tiene concierto y si todos los músicos de la orquesta tienen su papel, para qué está usted allí? Yo creo que ni le miran».

Por eso me vino la idea de compartir, en unos cuantos renglones, en este blog en que escribo un poco de todo, unas cuestiones que creo son muy importantes e ilustrativas sobre el director de una orquesta.

Los directores desempeñan un papel fundamental en la coordinación y la interpretación de toda orquesta, así como de cualquier coro, y son, en primer lugar, los responsables de mantener el ritmo y asegurar la cohesión musical. Para ello, utilizan gestos específicos con las manos y la batuta, que indican el tiempo, el ritmo y la dinámica de la interpretación.

En primer lugar el director estudia la partitura para comprender la intención del compositor y decide cómo expresar la música, aplicando matices, fraseos y detalles expresivos que no están explícitamente escritos.  Antes del concierto, organiza y dirige los ensayos para trabajar los aspectos técnicos de la pieza y pulir la interpretación hasta que todos los músicos estén sincronizados y alineados con la visión del director. 

El director de orquesta se sitúa en el medio entre el propio compositor y la audiencia. A través de cómo interpreta cierta obra, el director puede determinar la intención original del compositor a la vez de dar un toque único, lo que deriva en que no haya dos representaciones iguales. De esta manera, el director es el responsable de establecer el tono con el que se comunica, de manera emocional y narrativa.

Él utiliza la batuta y el lenguaje corporal para comunicar instrucciones a la orquesta, marcando el tiempo, la dinámica y los inicios de los diferentes instrumentos o secciones. La mano derecha del director, que normalmente sostiene la batuta, es la principal responsable de marcar el tiempo. Movimientos optimistas señalan la aproximación del tiempo fuerte, que se produce cuando la batuta se mueve hacia abajo, indicando el comienzo de un compás. Además, la batuta puede dibujar arcos pequeños o amplios, de forma suave o agitada, para expresar el carácter del sonido deseado.

Dependiendo de la obra, el director sube y baja la batuta que sostiene en la mano derecha —un compás binario o dividido en dos partes—, parte de abajo, va hacia la derecha y sube —compás ternario— o parte de abajo, va hacia la izquierda, hacia la derecha y arriba —compás cuaternario—. Muchas veces estos movimientos para los que no son músicos son casi inapreciables debido a la velocidad con que los realiza.

La mano izquierda es la encargada de señalar las entradas de cada grupo de instrumentos o de solistas. Con todo el cuerpo y principalmente con ambas manos indica la intensidad y el carácter de la obra. Por ejemplo, si abre mucho los brazos quiere decir que les está pidiendo a los intérpretes que toquen más 'forte' o fuerte —esta abertura de sus brazos, sin dejar de mover las manos, puede ser también progresiva— o que toquen más «piano», más suave. Con la mirada, con los ojos, con la boca... hará también mil gesticulaciones que serán importantes (según sus manías personales) para aunar la interpretación de todos los integrantes y que suene como una única obra.

El director de orquesta es el alma mater de la música grupal, es el auténtico intérprete, cuyo instrumento es una serie de músicos que puede manejar para conseguir una interpretación personal de un documento escrito. Como curiosidad, hay también que decir que debe tener los pies bien asentados en el suelo de forma paralela a los hombros y situar los brazos a su altura. Parece una tontería pero es esencial, ya que es posible que pierda el equilibrio en un momento de énfasis o que termine con fuertes dolores de espalda.

Por eso la postura del director siempre es crucial. Con el cuerpo erguido, los brazos bien posicionados por encima de la cintura y ligeramente arqueados, mantiene una posición cómoda y flexible, lo que le permite realizar los gestos necesarios para dirigir la orquesta y coordinar los tiempos de cada uno de los músicos que la integran, para que entren en el momento justo. Durante el concierto, él moldea la interpretación en el momento, asegurando que todos los músicos toquen juntos, con el mismo volumen y ritmo, y que se escuche la obra de forma cohesionada. 

Además de llevar el tiempo, el director es responsable de controlar la intensidad de la interpretación, exigiendo más o menos volumen y nivelando las interpretaciones para que todas las partes de la orquesta se escuchen de forma equilibrada. A pesar de su importancia, él no toca ningún instrumento ni emite sonidos; su trabajo es puramente gestual y de guía. 

Con su liderazgo, inspira y persuade a los músicos para que den lo mejor de sí, fomentando un ambiente de trabajo en equipo y buscando una interpretación que transmita el espíritu y la emoción de la composición. Esta habilidad de liderazgo que debe tener, junto a la interpretación, es lo que hace que la actuación del director sea esencial para el éxito de una interpretación musical.

Quiero ahora mencionar a algunos de los mejores directores de orquesta a lo largo de la historia que ya han fallecido pero siguen siendo un importante referente e inspiración para las futuras generaciones:

1. Carlos Kleiber (1930 – 2004). Fue un austríaco acreditado como uno de los mejores del siglo XX y para algunos, el mejor de la historia. Su fama mezcló tanto su talento como diferentes controversias, y es que tenía una personalidad compleja, expuesta por la cancelación de sus actuaciones habitualmente, la negativa a conceder reportajes y la búsqueda de la perfección absoluta. Su estilo de dirigir era realmente expresivo, algo bien recibido por el público gracias a sus gestos con los brazos. Su repertorio abarcaba 22 compositores y sus grabaciones de sinfonías como las de Beethoven se han llegado a considerar en ocasiones como definitivas.

2. Herbert von Karajan (1908 – 1989). Este director, también austriaco, destacó especialmente por su habilidad para conseguir que la orquesta produjera un sonido magnífico. Pudo trabajar con algunas de las principales orquestas del mundo, como la Orquesta Filarmónica de Berlín durante 35 años, dejando un legado musical realmente impresionante. Además, es el artista discográfico de música clásica con las mayores ventas de todos los tiempos.

3. Leonard Bernstein (1918 – 1990). Compositor, pianista y director de orquesta, fue el primer director de orquesta nacido en los Estados Unidos que obtuvo una fama mundial al dirigir la Orquesta Filarmónica de Nueva York, además de por sus Conciertos para jóvenes en televisión y por sus diferentes composiciones, tales como “West Side Story” o “Candide”. Destacó por la interpretación de una amplia gama de géneros musicales, comenzando con música clásica —haciendo resurgir la música de mi admirado Gustav Mahler— hasta jazz. No solo fue remarcable como director, sino también como educador musical influyente, especialmente entre los más jóvenes.

4. Claudio Abbado (1933 – 2014). Este director de orquesta italiano fue titular de la Filarmónica de Berlín desde el año 1989 y destacó por su técnica y por la renovación generacional de músicos, impulsando programaciones temáticas multidisciplinares y un nuevo repertorio musical, incluyendo a compositores contemporáneos. Contaba con un enfoque sensible y profundo de la música, siendo capaz de resaltar algunos matices realmente únicos, lo que le convirtió en uno de los directores más respetados de su generación.

Actualmente contamos con muy buenos directores de orquesta a nivel mundial de los cuales mencionaré unos cuantos:

1. Gustavo Dudamel (Barquisimeto, Venezuela, 26 de enero de 1981). Considerado por muchos uno de los más influyentes, versátiles y aclamados directores a nivel mundial, es el director de la Orquesta Sinfónica de la Juventud de Venezuela y la Filarmónica de Los Ángeles. Por sus numerosos hitos, logros e influencia musical es considerado como el director de orquestas hispanohablante más influyente a nivel internacional de la época moderna.

2. Kirill Petrenko (Omsk, Unión Soviética, 11 de febrero de 1972). Es un músico ruso, director titular de la Filarmónica de Berlín reconocido por su trabajo en música moderna y clásica. Petrenko destaca especialmente por sus interpretaciones de óperas del repertorio ruso, el repertorio sinfónico ruso del siglo XX y las óperas de Richard Wagner y de Richard Strauss. 

2. Daniel Barenboim (Buenos Aires, 15 de noviembre de 1942). Es un pianista y director de orquesta argentino nacionalizado español, israelí y palestino. Posee una larga y exitosa trayectoria por lo que con frecuencia citado como uno de los grandes de la música clásica. El 12 de enero de 2008, se convirtió en el primer ciudadano del mundo con ciudadanía israelí y palestina, y dijo que la había aceptado con la esperanza de que sirviera como señal de paz entre ambos países. El 4 de octubre de 2022, anunció que se retiraba a causa de una enfermedad neurológica grave. En febrero de 2025, dijo que tenía Parkinson.

3. Sir Antonio Pappano (Epping, Inglaterra, 30 de diciembre de 1959). Es un director de orquesta y pianista británico de ascendencia italiana. Ha sido director titular de la Orquesta Sinfónica de Londres y director musical de la Royal Opera House. Recibió el título de Sir en 2012 por la reina Isabel II en reconocimiento a su destacada carrera como director de orquesta. Actualmente es el director titular de la Opera Real Covent Garden, de Londres, y de la orquesta de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia, de Roma.

Otros directores notables son Andris Nelsons, director artístico de la Orquesta Sinfónica de Boston; Vladimir Jurowski, director artístico de la Orquesta de París y el Festival de Glyndebourne y Carlos Miguel Prieto, destacado por su trabajo con la Orquesta Sinfónica Nacional de México y la Youth Orchestra of the Americas. 

Entre las pocas mujeres directoras de orquesta destacan Alondra de la Parra, directora artística de la Orquesta Filarmónica de las Américas y de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid e Inma Shara, que ha dirigido orquestas como la de Viena. En diciembre de 2008 fue la primera mujer que dirigió un concierto en el Vaticano. 

Creo que, de alguna manera, con esta pequeña aportación, podemos valorar más el personaje que, a simple vista en un concierto de música culta, sube a un podio y gesticula de forma más o menos histriónica ante un grupo de músicos que conocen a la perfección las partituras que deben interpretar. Ese personaje que, además, es el único miembro que carece de instrumento y no emite sonido alguno por sí mismo en toda la ejecución. Sin embargo, su figura es tan importante, que es quien recibe la mayor parte de la ovación del público. 

Padre Alfredo.


«LA CURIOSIDAD ES SOLAMENTE EL PRINCIPIO»... Un pequeño pensamiento para hoy


La curiosidad es una emoción agradable que involucra la búsqueda de información, conocimientos y experiencias nuevas. Es una emoción fuertemente vinculada al impulso de conocer o averiguar cosas novedosas y resolver interrogantes, una respuesta humana natural y puede darse como un estado emocional temporal o configurarse en un rasgo de personalidad. En el campo religioso, la curiosidad es una de las maneras con las cuales Dios busca atraer las almas hacia Sí. En el Evangelio de hoy (Lc 9,7-9), el escritor sagrado destaca que Herodes «tenía ‘curiosidad’ de ver a Jesús». Este Herodes Antipas era hijo del viejo Herodes el Grande, que había ordenado la matanza de los niños de Belén, esperando destruir al Rey de los Judíos. Él era una astilla del viejo tronco, pero era todavía varios grados más perverso que su progenitor. La curiosidad de Herodes había sido estimulada porque había oído muchas cosas concernientes a Jesús. ¿Cómo llegó a oír acerca de Él? Es que toda Jerusalén resonaba con las noticias de sus milagros y de sus portentosas palabras. Herodes, un convertido a la fe judaica, como de hecho lo era, se interesaba en cualquier cosa que pasara entre los judíos, y con mayor razón si tenía relación con su reino, pues el recelo que despertó el enojo de su padre, no estaba del todo ausente en él.

Cuando Juan murió, Herodes oyó todavía más acerca de Cristo, de tal forma que, maravillado por los hechos que estaban ocurriendo, se enfrascó en la creencia de que Juan el Bautista, a quien él había decapitado, había resucitado de los muertos. Es fácil imaginar que Jesús se convirtió en una especie de pesadilla para su conciencia: estaba turbado y alarmado por lo que oía que el profeta de Nazaret estaba haciendo y por eso mantenía viva su curiosidad. Pero nosotros sabemos bien que para conocer a Jesús de manera auténtica no es suficiente la curiosidad, sino que se requiere un compromiso total del corazón, la práctica de la humildad, el servicio y el amor por encima de las motivaciones personales y la disposición a tomar la cruz de cada día como un acto de entrega y sacrificio, culminando en una relación de transformación y vida para conocerlo y crecer en semejanza a Él.

Con frecuencia nos topamos hoy con hombres y mujeres que, en estos tiempos, asisten a Misa para oír al predicador; no porque quieran ser convertidos, no porque tengan alguna idea de volverse alguna vez seguidores de Jesús, sino porque han oído algo que provoca su curiosidad. Sin embargo, no es suficiente se curiosos. La fe comienza cuando dejamos que Él se revele en nuestra vida y somos capaces de responder con la vida: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (cf. Lc 9,20). Es entonces, cuando se da el paso de la curiosidad a ser discípulo–misionero: escuchando, acogiendo y convirtiéndonos en testigos. Los ejercicios espirituales que el grupo de sacerdotes estamos haciendo, despiertan, por supuesto, una sana curiosidad, la fomentan como una cualidad necesaria para la profundidad del proceso espiritual abandonando la comodidad, permitiendo la apertura a la experiencia, el pensamiento espontáneo y la admiración para reforzar el «sí» auténtico, que hemos de mantener para seguir a Jesús. Pidamos a María santísima para que ella nos ayude a estar atentos y dar el paso, porque el quedarse en la pura curiosidad puede nublar el corazón, impidiendo reconocer la presencia de Dios en nuestro día a día. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Desde ayer, en este clima de ejercicios espirituales para sacerdotes, dirigidos por Don Carlos Santos, obispo auxiliar de Monterrey, un hombre profundamente enamorado de la Palabra de Dios que, con su sencillez, nos acerca en cada reflexión a la tarea de reformar nuestra vida para reestrenar la vocación y el ministerio sacerdotal y llevarla a metas más altas de santidad, he pensado mucho en el envío. De hecho ayer comentaba con él cómo Jesús, al enviar a predicar a los apóstoles, no es que se hubiera hecho de un gran equipo de hombres letrados o eruditos... Pedro lo había negado; Santiago y Juan querían solucionar un problema bajando fuego del cielo; Felipe no entendía mucho y había pedido a Nuestro Señor que le mostrara al Padre; Bartolomé, como buen «israelita», seguramente era más «cuadrado» que nada; Mateo tenía un trabajo poco digno, al colaborar con el imperio invasor... y así por el estilo. 

Hoy el Evangelio (Lc 9,1-6) nos refiere que estos hombres, elegidos por Él, conferidos de su Gracia, son enviados a predicar y a realizar signos en su Nombre. A pesar de ser como son, no necesitan más que la Gracia para su misión de ser constructores, anticipadores del Reino entre los hombres. Ciertamente la de ser enviados no es una misión fácil. Y menos en una época como la actual, marcada por un anhelo multicultural de vivir en la opulencia, en una búsqueda frenética de un confort que parece nunca satisfacerse. Las tentaciones, las falsas seguridades del poder o del dinero, se hacen presentes en medio del camino de los enviados, haciendo ver que sin cosas innecesarias que se presentan como del todo necesarias, no se puede evangelizar.

El ejemplo de los Doce, pecadores perdonados que hacen comunidad reconciliados y agradecidos, y que no hacen otra cosa que transmitir y compartir con sencillez su propia experiencia de haberse dejado alcanzar por Cristo nos debe animar, porque todos somos enviados participando de la apostolicidad de la Iglesia. La orden dada a los Doce al ser enviados, vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. No necesitamos más que la Gracia de Dios. «Te basta mi gracia» (2 Cor 12,9), le dijo el Señor a San Pablo. «Ni morral, ni comida, ni dinero...». A nosotros también nos envía el Señor a proclamar la Buena Nueva aprendiendo una de las características fundamentales de la comunidad creyente: la confianza en su Providencia. Dirijamos nuestra mirada hacia María Santísima, enviada a ser la Madre de la Iglesia, la Madre de los enviados con un corazón abierto a la confianza. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 23 de septiembre de 2025

TU MADRE Y TUS HERMANOS TE BUSCAN... Un pequeño pensamiento para hoy


Gran parte del día —excluyendo a los monjes de clausura— el sacerdote se encuentra rodeado de gente. Un considerable tiempo de su día lo pasa en el templo y en la oficina, atendiendo asuntos pastorales y no tan pastorales. Digo esto porque me viene imaginar a Jesús, por la escena evangélica de hoy y otras más, rodeado siempre de gente, mucha gente. Recuerdo una vez que estaba ante el Santísimo, en un rato de adoración entre Misa y Misa de domingo y llegó una señora a decirme: «Fulanita tiene una sobrina en su casa y quiere que vaya ahorita a verla porque se puso muy grave… ¡Yo le cuido el Santísimo para que vaya!… ¡Qué tantas cosas no le pasarían a Jesús con la gente que incluso no le quedaba tiempo ni para comer por atender a tantos y tantos!

En este Evangelio de hoy (Lc 8,19-21), Jesús aparece rodeado de mucha gente. Así es, como digo, la vida de un sacerdote. En medio de esa muchedumbre, alguien se acerca a Nuestro Señor y le dice: «Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte». De inmediato Jesús aprovecha la ocasión para dejar una gran enseñanza: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra De Dios y la ponen en práctica». ¿Cuánta de esa gente realmente escuchaba a Jesús? ¿Cuántos de esos buscaban poner en práctica lo que escuchaban? ¿Cuántos acudirían seguramente a tratar de conseguir alguna curación, algún buen lugar como Santiago y Juan en el banquete celestial?

Creo que en estos días de retiro, María, la madre de Jesús y madre nuestra, ha venido a buscarnos a nosotros, que intentamos ser «otro Cristo en la plenitud sacerdotal». Seguramente, luego de despachar a la multitud que le rodeaba —porque de seguro no todos le escuchaban como sucede hoy en las homilías— el Señor atendió con gusto a su madre, ejemplo sublime de escucha y puesta en práctica de la Palabra. A ella le pedimos que, en estos días de ejercicios sacerdotales, se mantenga a nuestro lado para animarnos a regresar con la muchedumbre de fieles... Por cierto, a la enferma grave por la que me sacaron del Santísimo no la puede atender, pues se estaba bañando —nada grave como mi hicieron creer— y yo tenía que regresar a la siguiente Misa. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 22 de septiembre de 2025

«Desde el Refugio, en ejercicios espirituales»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Escribo mi reflexión desde el hermoso rinconcito de la naturaleza que se goza en «El Refugio», la casa de retiros del presbiterio de Monterrey y en la que nos encontramos el padre Carlos Careaga, un servidor y 50 sacerdotes más en ejercicios espirituales. El padre Carlos participa porque es decano y, el decanato del que está al frente, está en esta tanda de ejercicios. Yo me encuentro aquí como parte de la comisión del clero, colaborando en la pastoral sacerdotal con el gusto de servir y acompañar a mis hermanos sacerdotes. Recién desembarcado de Turquía y Grecia paso ahora, de los días del descanso corporal al descanso espiritual.

El Evangelio de hoy (Lc 8,16-18), bastante corto por cierto, da luz a mi ser y quehacer de estos días. En este Evangelio se lee que «nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz». Esto me hace ver que, como sacerdotes, no podemos ocultar la luz de la fe como si se tratara de un asunto privado. Todo sacerdote, incluso recién ordenado o de largo kilometraje, como yo, con 36 años de ordenado, ha recibido mucho y, por lo tanto, hay un gran compromiso de dar. Porque no sea que nos acaben quitando lo que creemos tener que definitivamente no es para nosotros, sino, por la caridad pastoral, para los demás... «al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»

Los sacerdotes, como todo bautizado, tenemos necesidad de renovar nuestra relación con Dios, y eso para poder ofrecer un servicio de mayor calidad a los hermanos. Es importante poder disfrutar de unos momentos intensos de oración sosegada, de oración permanente, de oración transformadora, de tal manera que recarguemos las pilas. Se trata de que seamos conscientes de que no podemos quedarnos atrapados —por así decir— en la actividad pastoral de cada día, sino de responder al proyecto de Dios sobre nuestra vida y servir con alegría siendo discípulos–misioneros, testigos del Evangelio. Si los sacerdotes no hacemos un espacio para vivir en intimidad con Jesús, no sabremos actuar ni expresar nuestro servicio al estilo de Jesús. Encomiéndenos al cuidado de María Santísima en estos días, para que ella nos siga enseñando a amar a Jesús con todo el corazón y a entregar la vida por Él, con Él y en Él. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

«La vida, un instante para compartir lo que somos, lo que hacemos, lo que tenemos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Regreso a escribir mi mal hilvanado pequeño pensamiento luego de un tiempecito de ausencia por haberme tomado unos días de descanso, aprovechando para visitar con el padre Rolando, entre otros lugares, la casita en donde la tradición asegura que San Juan mantuvo consigo a la Santísima Virgen María en sus últimos días de vida en Éfeso, en la lejana Turquía e ir de allí, en barco a Patmos, la isla griega en la que el apóstol y evangelista, en el pasaje de Apocalipsis 1,9 declara: «Yo estaba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo» y escribió el Apocalipsis. Dos naciones, dos culturas... dos espacios en donde pudimos palpar la presencia, en Turquía, de las suntuosas mezquitas de la religión Musulmana con sus imponentes minaretes y, en unas cuantas islas griegas, el arraigo de la tradición cristiana de la Iglesia Ortodoxa.

Y regreso con una noticia impactante para mí, que en las mañanas, luego de rezar y al estar tomando ordinariamente el café espresso matutino con la media fruta y las nueces antes de ir a entrenar, veo el telediario matutino con una de las conductoras más destacadas de Monterrey, Débora Estrella, que ayer falleció en un inesperado accidente en una minúscula avioneta de acrobacias en mi querido municipio de García, aquí en la periferia del Sultana del Norte. La destacada comunicadora encabezaba este noticiero desde el 2018 y Telediario en la Selva de Cemento durante los fines de semana. No puedo dejar de pensar en ella al releer el Evangelio de este domingo y toparme de frente con el comunicador más excelente de todos los tiempos que sabía cómo sorprender y captar la atención de su público. Por supuesto me refiero a Nuestro Señor Jesucristo, que, hablando en parábolas —a veces un poco incomprensibles a primera vista como la de hoy— nos comunica lo que el Padre Eterno —a quien los musulmanes llaman Alá— quiere de nosotros. Con la parábola de hoy (Lc 16,1-13) Cristo nos lleva a pensar en las riquezas de este mundo que todos tenemos de una o de otra manera. 

Para explicar esto me pongo como ejemplo, porque no pudiera haber hecho este viaje maratónico de quince días si un matrimonio generoso no me hubiera regalado pasajes y estancias en aviones y barco y si una persona muy querida tuviera la posibilidad de otorgarme por mi aniversario de ordenación y cumpleaños, el dinero para subsistir tantos días. Cierto que todos vamos a pasar por este mundo que dejaremos de forma trágica como Débora o quedándonos dormidos con el beato Juan Pablo I, pero mientras tengamos algo que compartir, hemos de pretender «hacernos amigos» con el dinero, haciendo el bien, en vez de acumular poder. El administrador de la parábola no es de ninguna manera un «ejemplazo» por lo que hacía, sino por la decisión que tomó. Se fue a lo más práctico, a lo más justo y a lo más positivo que los cristianos debemos hacer con los bienes que Dios nos ha encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo los bienes. Esta es la mejor manera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el futuro que está en las manos de Dios y que marca que, nuestro andar en este mundo, acabará en el momento menos esperado. Que este Dios misericordioso y generoso le permita a Débora Estrella y a cada uno de nosotros, contemplar su rostro. ¡Bendecido domingo... nos vemos en Misa!

Padre Alfredo.

martes, 26 de agosto de 2025

LA MISERICORDIA, LOS SALMOS, EL TIEMPO... Un tema de retiro con los salmos.


El mensaje de la misericordia divina atraviesa toda la Sagrada Escritura. El Antiguo Testamento utiliza para la compasión y la misericordia un mismo término: «rehamîm» que significa vísceras. Esta palabra deriva de rehem, que denota el seno materno, por eso puede aludirse con ella a las entrañas de la persona En sentido figurado expresa un sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas. El segundo término es «hesed» que es sinónimo al anterior. Asimismo, existen las palabras «sonhanan» que manifiesta mostrar gracia, ser clemente, «hamal» que expresa compadecer, perdonar y, por último «hus» que significa conmoverse, sentir piedad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, las entrañas de la persona, las vísceras, son tenidas por la sede de los sentimientos. Las entrañas simbolizan la misericordia que brota del corazón. El verbo en griego es «splagchnisomai», que significa literalmente sentir lástima, sentir compasión; es un verbo cargado de misericordia y de  ternura (se le conmueven las entra conmueven las entrañas). 

Más tarde, este vocablo se convirtió en traducción del término propiamente hebreo que ya mencioné: «hesed», o también hen, que ha devenido determinante sobre todo para la caracterización de la misericordia. La misericordia únicamente puede ser entendida tomando también en consideración el concepto bíblico de «corazón» (leb, lebab; kardía) que se relaciona particularmente con las entrañas y por lo mismo con los sentimientos de cercanía, de adhesión, de afectividad. 

En la Biblia, el corazón no designa solo un órgano de importancia vital para el ser humano. Desde un punto de vista antropológico denota el centro de la persona, la sede de los sentimientos y del juicio. La Biblia da un paso más aún y habla teológicamente también del corazón de Dios. Afirma que Dios elige personas a su gusto o según el dictado de su corazón (cf. 1 Sm 13,14; Jr 3,15; Hch 13,22). Habla del corazón divino, que se entristece por el ser humano y sus pecados (cf. Gn 6,6), y dice que Dios pastorea a su pueblo con corazón íntegro (cf. Sal 78,72). 

En el Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos, está la prueba que refuta concluyentemente la reiterada afirmación de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios celoso, vengativo e iracundo; antes bien, desde el libro del Éxodo a los Salmos, el Dios del Antiguo Testamento es «clemente y compasivo, paciente y misericordioso» (Sal 145,8; cf. Sal 86,15; 103,8; 116,5). 

El libro de los Salmos, siempre ha suscitado una fuerza de atracción extraordinaria, porque en él se encuentra una amplia gama de sentimientos humanos que se entrecruzan con los sentimientos de Dios: alegría y alabanza, tristeza y angustia, fortaleza y debilidad, victoria y derrota, confianza y desaliento. 

Desde los primeros siglos de la Iglesia, se empezaron a leer los salmos en clave cristológica, considerándolos como la voz del Cristo total, cabeza y cuerpo. El mismo Cristo resucitado, en su aparición a los discípulos, había señalado a los salmos como clave para reconocerlo vivo y operante en la Iglesia: «Estas son las palabras que yo les dije cuando estaba todavía con ustedes: que era necesario que se cumplieran todas las cosas escritas acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la mente para comprender las Escrituras (Lc 24,44).  

La fascinación por los salmos ha llegado a nuestros días en un tesoro: La Liturgia de las Horas. La misericordia, es una de las características divinas que el libro de los Salmos pone en evidencia. La Iglesia, en el rezo de la Liturgia de las Horas, tiene que alabar con los salmos la inagotable misericordia divina y anunciar a Dios como «Padre compasivo y Padre de todo consuelo» (2 Cor 1,3) que, «rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por nuestros pecados nos hizo revivir con el Mesías,  nos resucitó y nos sentó en el cielo.» (Ef 2,4-6). “La misericordia del Señor, llena la tierra” (Sal 32,5). La Iglesia, especialmente a través de los consagrados y de laicos muy comprometidos, ha de narrar la concreta historia del Dios compasivo con los seres humanos, tal como es atestiguada en la Antigua y la Nueva Alianza; y debe presentarla del modo en que Jesús lo hizo en sus parábolas, dando testimonio del Dios que ha revelado definitivamente su misericordia en la muerte y resurrección de Jesús. 

Son muchos los salmos que expresan la misericordia de Dios en todo sentido y en toda dirección. Los salmistas nos hacen ver que toda la creación es fruto del amor de Dios; el universo entero es fruto de su amor. Dios no creo el mundo para Él; lo hizo porque quiso compartir la gloria de su amor misericordioso y las bendiciones del cielo con criaturas semejantes a Él. Lo hizo porque Él es amor. Ya lo decía el Papa Francisco en el título de uno de sus libros: «El nombre de Dios es misericordia». En el libro de los Salmos, y no solamente en el salmo 8 sino en muchos otros, los poetas y cantores nos dicen que no solo creó Dios al mundo, sino que, además, lo mantiene para que nosotros veamos ese amor de Dios en esa naturaleza que se desarrolla; cuando contemplamos una planta, un rosal, un atardecer, un río  y vemos la perfección de la creación aún en los insectos más diminutos, es Dios que nos comunica su amor y su misericordia, manifestándome su grandeza y perfección. 

«Como un olivo frondoso en la Casa de Dios, he puesto para siempre mi confianza en la misericordia del Señor» canta el salmista (Sal. 52, 10). «Porque tu misericordia se eleva hasta el cielo y tu fidelidad hasta las nubes» (Sal. 109, 16). Los salmos reflejan claramente la convicción y la vivencia, por parte del creyente, de la misericordia de Dios. En todos ellos, la misericordia es el hilo conductor. Como muestra podemos ver: el salmo 136, en donde el salmista repite con insistencia: «Su misericordia es eterna»; el 103 (Vg 102=), que habla de la ternura del Padre por sus hijos; el más conocido, el 51 (Vg 50), conocido también como «El Miserere» y por último el 130 (Vg 129) en el que el salmista implora la divina misericordia. 

El salmo 136, no hace teoría de la misericordia de Dios, sino un recorrido de hechos de misericordia por parte de Dios para con su pueblo. El salmista recorre maravillado las manifestaciones concretas de la bondad inconcebible de Dios mientras el pueblo repite a cada estrofa: «porque es eterna su misericordia»: El Creador: “hizo sabiamente los cielos”, “afianzó sobre las aguas la tierra”, “hizo lumbreras gigantes”, “el sol que gobierna el día”, “la luna ”... La liberación de Egipto: “Él hirió a Egipto en su primogénitos”, “Y sacó a Israel de aquel país”, “Con mano poderosa, con brazo extendido”, Él dividió en dos el mar Rojo”, “Y condujo por en medio a Israel”, “Arrojó en él al Faraón”. El Éxodo y todos los episodios hasta asentarse en la tierra promisión y los avatares de su historia: “Guió por el desierto a su pueblo”, “Hirió a reyes famosos, dio muerte a reyes poderosos” “Les dio su tierra en heredad”, “En heredad a Israel su siervo”, “Y nos libró de nuestros opresores”. Acaba el salmista reconociendo que la misericordia de Dios sigue actuando: “Él da alimento a todo viviente” y pide un nuevo agradecimiento “Dad gracias al Dios del cielo/ porque es eterna su misericordia”. 

En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir continuamente «eterna es su misericordia», como lo hace el salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes. 

Este fue el último salmo que Jesús cantó en unión de sus Apóstoles. Ningún bautizado puede ignorar que la misericordia de Dios está concentrada en Jesucristo. Antes de la creación Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo. Él es nuestra salvación, nuestra gloria para siempre.   

Antes de la Pasión, el Señor oró con este salmo de la misericordia. Lo atestigua San Mateo cuando dice que «después de haber cantado el himno» (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este salmo, lo hace para nosotros, consagrados, aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: «Eterna es su misericordia». 

Al repasar en nuestra oración de la Liturgia de las Horas las maravillas de Dios en este salmo, le pedimos ser capaces de descubrir en nuestra vida consagrada y en la de nuestros hermanos su infinita misericordia. 

El salmo 103, nos presenta un pecador perdonado que sube al Templo para ofrecer un «sacrificio de acción de gracias», durante el cual hace un relato del favor recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos, a los que invita a tomar parte de su acción de gracias, hace un himno al amor de Dios, al Dios de la Alianza. En este pecador habla todo Israel que ha sido perdonado con «amor» y con «ternura» exquisita.  

Jesús no hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: «con la ternura de un padre con sus hijos»… «Padre nuestro, perdona nuestras ofensas». Y el resultado de este amor, ¡es el perdón! Se puede percibir en estas líneas la parábola del «Hijo pródigo». Se escuchan ya estas palabras: “Amen a sus enemigos, entonces serán hijos del Dios Altísimo, porque Él es bondadoso con los malos». 

La alegría estalla en este salmo. Al recitarlo, uno debe dejarse llevar por su impulso alegre, que invita a todos los ángeles y a todo el cosmos a corear su acción de gracias. Cuando oramos, todo el universo ora en nosotros. ¡Sí, el hombre es grande, él es el cantor del universo! Y, sin embargo, ¡qué frágil es el hombre! como la hierba que florece por la mañana y se marchita por la tarde. La maravilla de este salmo, y de toda la revelación bíblica, es precisamente esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios: Un amor misericordioso, un amor eterno, desde siempre y para siempre. Amor fuerte, poderoso, todopoderoso… más fuerte que la muerte. Amor que suscita una respuesta libre y alegre. La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo que es feliz de haber sido perdonado. 

El más conocido de todos los salmos, junto con el 23 (Vg 22) del Buen Pastor, es sin duda alguna el número 51 (Vg 50), que está dedicado a David. El pecado del rey (2 Sam 11.12), que hizo matar a Urías para tomar a su mujer Betsabé, y el arrepentimiento admirable de David, son el símbolo del “mal” y del “perdón”. El grito de arrepentimiento que se expresa aquí es de gran pureza; este pecador se siente desgraciado únicamente por su pecado, por la ofensa a Dios. El pecado no está abandonado a sus remordimientos, él está “ante alguien” que lo ama. Todo se origina en el amor. Veinte verbos en imperativo se dirigen hacia Dios en esta alabanza. Y cada uno indica que Dios va a obrar en favor del penitente para “borrar”, “lavar”, “absolver”, “purificar”, “renovar”… 

Para hacer comprender la maravilla del perdón de Dios, Jesús “inventó” la parábola del “Hijo pródigo”, y espontáneamente utilizó expresiones de este Salmo 50: “he pecado contra el cielo y contra ti”… Al instituir el Bautismo: “lávame, quedaré más blanco que la nieve”. 

El salmista sabe dónde están las raíces profundas del mal. Él se sentía aplastado por el peso de los determinismos. Consciente del mal que había hecho, el rey David —a quien se atribuye este Salmo— se sentía incapaz de realizar la reparación tan deseada. Por eso pide la intervención de Dios. Descubre que la raíz del pecado, antes que la culpabilidad personal, está en la misma condición humana: “en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”… 

El verdadero arrepentimiento es el que agrada a Dios. No es Dios quien gana al reconocer nuestro mal, el pecado es una autodestrucción. Los que salimos ganando somos nosotros cuando, como David, somos perdonados y recibidos con el amor del Padre en comunión. Lo que Dios quiere, dice el salmo, es que tengamos un corazón nuevo, una vida nueva. Por eso, cuando la vida del hombre vuelve a embellecerse, puede estar feliz y cantar en acción de gracias. El sacramento de la Penitencia nos hace redescubrir la alegría del perdón y la celebración festiva de la misericordia de Dios. 

El salmo 130, es uno de los «salmos penitenciales» de la liturgia. La súplica del autor inspirado, está angustiada de pena y humildad. “Desde lo más profundo te invoco, Señor”. El reconocimiento del propio pecado se une a la confiada seguridad de alcanzar el perdón divino. “En el Señor se encuentra la misericordia”. Por tanto, su rehabilitación espiritual sólo depende de la misericordia infinita de su Dios, y así es como él, confiado en su bondad, implora perdón y protección para él y para su pueblo. 

Los sentimientos de profunda humildad contrastan con la ciega esperanza en la misericordia divina. El salmista, lejos de sentirse abandonado de Dios, se apoya en la conciencia de su propia indignidad, para acercarse al Señor, es decir, él no se siente para nada alejado de su Dios, por esa razón toma fuerzas de su debilidad para acercarse confiadamente al que le puede rehabilitar en su vida espiritual. Los atributos y las promesas divinas le dan pie para fundar su esperanza: «Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su Palabra» exclama. 

El salmista se siente desbordado en un abismo de inquietudes y de pesares; por eso, desde lo profundo de su aflicción se dirige a su Dios para que le preste auxilio, rehabilitándolo en su vida de amistad con Él. En realidad, su esperanza está en su misericordia y su prontitud al perdón, pues si no olvida los pecados y los guarda cuidadosamente en su memoria, reteniendo la culpabilidad de los hombres; “¿quién podrá subsistir?”, ¿quién podrá subsistir o mantenerse incólume ante su tribunal? Nadie puede hacer frente a las exigencias de la justicia divina; “Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido”.  Pero la medida con que trata a sus siervos no es la de la justicia, sino la de la extrema indulgencia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor”, invitándoles así a un temor reverencial basado en el agradecimiento del que ha sido perdonado; “Él redimirá a Israel de todos sus pecados” 

Basado en esta indulgencia del Señor, el consagrado, al recitar este salmo, unido a los sentimientos del salmista, espera en Él con impaciencia y ansiedad más que los centinelas por la aparición de la aurora para ser relevados de su puesto de vigilancia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra”. En esta espera ansiosa, el salmista nos representa a todos como colectividad, vejado por pueblos opresores y ansiosos de redención. La serenidad e indulgencia del Señor dan confianza al pueblo elegido para pedir su plena rehabilitación a pesar de sus numerosas iniquidades. 

Teresa de Ávila, la gran mística de la Iglesia, no teme reconocerse pecadora, pone toda su confianza en la misericordia del Señor y reza; “Ay de mí, Creador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! ¡Ni tiene nadie la culpa sino yo! Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a demostrar, no habría podido yo amar a nadie más que a Vos, y vuestro amor me hubiera librado de todos mis pecados. Mas ya que no lo merecí ni tuve esta dicha, válgame ahora Señor, vuestra misericordia (Vida 4, 4) y más adelante agrega; Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia (Vida 4, 10). “He contado todo esto para que se vea la gran misericordia de Dios y mi ingratitud” (Vida 8, 4). Consideremos —dice la santa— la gran misericordia y paciencia de Dios (VI Moradas 10, 4), ¡Oh, Dios mío, misericordia mía!, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que Vos hacéis conmigo? (Exclamaciones 1).,¡Oh, qué grandísima misericordia y qué favor que no podemos nosotros merecer! ¡Y que los mortales olvidemos todo esto! Acordaos Vos, Dios mío, de tantas miserias y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabedor (Exclamaciones 7). Sea su nombre bendito que en todo tiempo tiene misericordia con todas sus criaturas (Cta 440, 1)”. 

Casi al final de su vida en este mundo, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe dirigiéndose a sus hijas Misioneras Clarisas (y en ellas a todos nosotros) un largo párrafo en una carta que me atrevo a compartir ahora: «Y nosotras, ¿cómo somos misericordiosas? ¿Vemos con amor de madre a las almas pecadoras para que, por nuestro sacrificio, nuestra oración, ellas se acerquen a Dios, y tengan la dicha y la paz, de vivir en su gracia? ¿Aprovechamos todas las circunstancias para hablar a quienes se nos acercan, de esta infinita misericordia? El alma misericordiosa se asemeja un tanto a la luz, que la baña con sus rayos; y no se mancha, al contrario, sale de allí más límpida y radiante, porque ha obrado un acto de misericordia, aun cuando aquella alma a la que se ha acercado sea un lodazal de pecados graves. Qué gloria para Jesús el rescatar una alma para él. ¡Le hemos costado tanto! Es la más grande gloria que le podemos dar en la tierra, ya que él dejó su cielo con el fin de rescatar al hombre caído y abrirle las puertas al cielo. Éste es también, como cooperadoras con Cristo, en su plan de salvación. No seamos tacañas, hijas. El tiempo es corto; la eternidad sin fin. Sólo este tiempo tenemos para darle gloria. Que él nos conceda llegar a la muerte pudiendo decir como san Pablo: “He continuado mi carrera, he conservado la fe etc. etc.,  no me resta sino recibir la corona que el justo Juez me ha de dar, etc.” Con qué seguridad, y a la vez audacia, dice esto el apóstol de los gentiles. Nosotras diríamos, si tenemos la certeza de haber cumplido todo lo que él ha querido de nosotras, no me resta más que recibir la corona que su infinita misericordia me tiene preparada desde la eternidad». (Abril 16, 1980).

“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en la recitación de los salmos para describir la naturaleza de Dios que la beata capta totalmente. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: «Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: «El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale la pena recordar que, como dijimos al principio de nuestra reflexión, se trata realmente de un amor “visceral” proveniente desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. Un amor que se entretiene y “pierde el tiempo en mí” que me ha llamado porque con su infinita misericordia me da nueva vida.  

Viene a mi mente, una pequeña historia que ilustra claramente lo que quiero decir con este “pierde el tiempo en mí”: «Un día un caballero de edad avanzaba iba paseando por la playa cuando vio a un chico que se dedicaba a levantar estrellas de mar de la arena, para devolverlas al agua. Al notar que había cientos —o miles— de estrellas de mar por levantar, el señor con educación sonrió mientras se acercaba al entusiasta rescatista: —Oye, muchacho —dijo con tono compasivo. —No pierdas tu tiempo. Hay demasiadas. Jamás podrás marcar una diferencia. El muchacho lo miró, sosteniendo una estrella de mar en la palma de su mano, y de repente la arrojó con fuerza de vuelta al océano: Para esta, ¡sí que marqué una diferencia! —exclamó, y luego siguió con su misión.» 

Es muy probable que en ocasiones sintamos que Dios pierde el tiempo con nosotros, que el poco o mucho esfuerzo que hacemos de nada vale. Oiremos algunas vocecillas que parecen gritar en tono burlón: “Déjalo ya. No podrás cambiar las cosas. ¿Qué diferencia habrá, después de todo?”. Cuando lleguen esas voces de duda, escuchemos a los salmistas y recordemos que no podemos hacerlo todo, pero sí podemos hacer algo. Cada estrella de mar, cuenta. 

Al recitar los salmos, resulta impresendible pensar en María, la Madre de Misericordia que nos acompaña en el camino de paz y del perdón. Decía un anciano sacerdote: «Si encontramos cerrada a cal y canto la puerta del cielo por el castigo que merecen nuestros pecados, la Virgen ayudará a sus devotos a saltar por la ventana». Y concluía con gran énfasis: «Sí, hermanos, ¡la Virgen es la ventana del cielo!» 

Sí, en la vida de todo bautizado que va en busca de la misericordia, resulta imprescindible la presencia de María, de su inmensa ternura maternal; porque el Señor, que conoce el corazón de carne que nos ha dado, nos ha dejado a su Madre para que fuese también nuestra Madre. Por eso la ha formado tan cercana, tan hermosa y tan llena de ternura. Y esta criatura excepcional que es María se ha identificado tanto con la misericordia divina que casi no podemos distinguir ambas.  

María se ha impregnado tanto de la misericordia divina que se ha “misericordializado”. No como una puerta de escape ante la justicia divina sino como una ventana para que Dios extienda sus brazos misericordiosos hacia nosotros. Es la misericordia divina que recala en su corazón y lo rebosa para regar y fecundar la aridez del corazón humano. Y así los discípulos de Jesús e hijos de María vemos su rostro tal como nos lo describe Jan Dobraczy-siski en su libro “Encuentros con la Señora” sobre el santo icono de la virgen de Czestochowa: «Esta cara no tenía la altivez del rostro de Juno, ni la soberbia del de Minerva, ni la sensualidad de Venus. Los dioses romanos tenían rasgos muy humanos, llenos de pasiones... No era así la cara de la Señora; en Ella cada cuál podía encontrar un rasgo querido, amable. Tenía algo más que bondad, algo más que una inmensa paz; un elemento que atraía a quien la miraba y hacía que se recordara siempre con nostalgia». 

CUESTIONARIO. 

·         ¿Qué ha sido en tu vida, la Divina Misericordia? 

·         ¿Hasta cuándo el Señor fue para mí un Dios desconocido? 

·         ¿Cómo entiendes la misericordia de Dios en los salmos? 

·         ¿Encuentras diferencias entre amor y misericordia de Dios? 

·         ¿En qué consisten? 

·         ¿Encuentras alguna relación entre misericordia y perdón? 

·         ¿Hay alguna característica sin la cual no hay misericordia? ¿Cuál? 

·         Entre amor y misericordia de Dios ¿Cuál de las dos la sientes más cercana a ti? 

·         ¿Cómo podemos vivir mejor la misericordia de Dios con ayuda de los salmos? 

Padre Alfredo.