Así, puedo asegurar que Santa Teresita es mi amiga fiel y compañera de cada día en la vivencia de mi ministerio sacerdotal junto a mi Madre Fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que la llamaba con cariño: «Mi santita predilecta». De hecho hay muchas referencias a ella en los escritos de la beata. Ahora que he tenido unos días muy difíciles, muy complicados por diversas situaciones, sobre todo relacionadas con la parroquia que me han encomendado —y que me queda bastante grande— pienso, por supuesto, mucho en ella, y me anima a hacer cosas como estas: conservar, a pesar de todo, la sencillez de alma; hacer por amor a Dios mis pequeños servicios y tareas todos los días; conservar siempre, como lo hizo la beata María Inés imitándola, la sonrisa con los que me rodean. Cosas como estas son las que esta Doctora de la Iglesia llama su «caminito». Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios que a mí, a pesar de que voy apenas en el primer escalón, me ha ayudado.
Yo creo que Teresita me anima, además, de una manera muy especial como Misionero de la Misericordia, para que siga buscando pregonar, como ella, la misericordia divina manifestada en Cristo como fuerza que levanta, que rehace, que sostiene en medio de las adversidades de la vida. Ella habla y no teme contradecir a quienes predican que la misericordia de Dios solo era para «grandes pecadores». En eso ella es contundente y me hace pensar en el Evangelio de este domingo (Mt 21,28-32), cuando el hijo menor, que no era un gran pecador, sino alguien que simplemente dice de manera impulsiva que no quiere obedecer, lo hace finalmente y cumple la voluntad del Padre. Que María santísima, a quien Santa Teresita veneró como Nuestra Señora de las Victorias nos ayude a ganar la victoria salvando nuestra alma y la de los demás. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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