domingo, 15 de octubre de 2023

«El traje de fiesta y la confianza en Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy amanecí más que feliz y tal vez por eso mi reflexión ocupará el espacio de dos, pensando que ayer no escribí porque no pude extender más el día. Pero estoy feliz porque desde temprana hora me encontré con el gran regalo de que el Papa Francisco da hoy a la Iglesia con una nueva Exhortación Apostólica llamada: «C’est la confiance» —Es la confianza— sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios, con motivo del 150° aniversario del nacimiento de la doctora de la Iglesia y patrona de las misiones Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz reconociendo el tesoro de su «caminito espiritual». El Santo Padre cita en el comienzo del texto una frase de la joven santa francesa que, considera, resumen la genialidad de su espiritualidad: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor». Así que me perdonan lo largo de la reflexión, la leen en partes o simplemente dejan de leer. Empiezo, a la luz de esta carta del Papa reafirmando que ciertamente la confianza en Dios es una cuestión de inmenso valor, es algo que no nos libra de los momentos inciertos o difíciles de la vida que todos pasamos. Sin embargo, sí nos ayuda a enfrentarlos con entereza y con fe. Está más que claro que quien confía en Dios sabe que Él no lo abandona ni permite situaciones que vayan más allá de lo que pueda soportar. De alguna manera encuentro relación de esto con el Evangelio de este domingo (Mt 22,1-14), cuando el rey que preparó el banquete para las bodas de su hijo manda a sus criados a buscar «invitados exprés» para asistir a la fiesta porque los que realmente habían sido requeridos no respondieron. ¡Que inmensa confianza en la invitación del rey deben haber sentido todos aquellos que, ante la inesperada adversidad fueron invitados!

Todos somos invitados a confiar en que lo que el Señor dispone para nuestras vidas es lo mejor. Y debemos estar preparados «con el traje de fiesta» para vivir en esa confianza. Y ese traje de fiesta nos viene de Dios. Hemos de tener la confianza de que Él, que nos proporciona esta vestimenta, nos da lo mejor. Se dice que la costumbre en el Oriente, incluso hasta nuestros días, es que el anfitrión agasaje a sus invitados con trajes de honor. Estar en la boda sin el vestido de bodas, ofrecido gratuitamente, implica que el hombre de la parábola pensaba que su vestido regular era suficientemente bueno y no tenía por qué aceptar el regalo del rey. En el tiempo de Cristo las túnicas blancas largas eran vestidas para ocasiones públicas, y los que aparecían en tales ocasiones con otra vestimenta se consideraban merecedores de castigo. El anfitrión preparaba tal vestido para cada uno de sus invitados. Era esto lo que hacía inexcusable la conducta del invitado en la parábola de Jesús; él podría haber tenido un vestido apropiado de bodas si lo hubiese aceptado y recibido, es decir, si hubiera «confiado» en el rey. El punto de Jesús es que Dios nos quiere a todos en el banquete, por lo que hizo posible que todos tengamos sin cargo, porque no tenemos para pagar por ello, «el vestido de fiesta» que necesitamos para estar allí. 

¡Cuánto nos falta para crecer en la confianza en Dios! Son los pecadores que depositan toda su confianza en Dios, como la samaritana, como Zaqueo, como Magdalena, como tantos otros a lo largo de la historia, los que son bienvenidos, las personas que saben que son pecadoras y que confían en Dios. Podemos gozar del fruto glorioso de la victoria de Cristo solo confiando en Él, aceptándolo y rindiéndonos a su amor, como Él lo hizo ante su Padre misericordioso que es nuestro Padre. Hemos de confiar en que Dios nos ama sin medida e incondicionalmente. Tenemos que pensar que nuestra confianza ha de estar siempre puesta en Dios que tiene lo mejor para nosotros, incluso los momentos de Cruz, como sucedió a Jesús o a Santa Teresita misma, sumergida desde jovencita y por poco tiempo, en la enfermedad que la llevó a la entrega de su vida en la confianza de que eso era lo mejor... «el traje de fiesta» que el Señor tenía para llevarla al Cielo. Ella gozaba contemplando a Nuestra Señora de las Victorias, una imagen de la Virgen que tenía. Pidámosle a Ella también que interceda, para que crezcamos en la confianza. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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