Cada vez que hacemos una oración de súplica asumimos el riesgo de pedirle algo a Dios, precisamente porque Él mismo ha establecido con nosotros vínculos de familiaridad, como nos narra el Evangelio de hoy el mismo Cristo con el ejemplo que pone del amigo inoportuno (Lc 11,5-13). En Misa, por esta razón, la introducción más común al Padre Nuestro recalca la frase: «Nos atrevemos a decir». Se trata, como digo, de un «atrevimiento» de nuestra parte ante la bondad de Dios.
Sabemos que nuestra audacia no es la insolencia de unos hijos mal educados, sino la prerrogativa de unos hijos que pueden permitírselo todo, porque «son de casa», son «amados». Así, de esta manera, no debemos temer de que nuestra oración se haga insistente, porque Dios mismo nos da la seguridad de escucharnos. Acudamos a María Santísima para que ella nos anime a seguir pidiendo con la confianza de hijos de Dios. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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